Marcos Aguinis: Biografía. por Renzo Mancinelli rmancinelli@gmail.com |
Aguinis nació en Córdoba, Argentina, el
trece de enero de 1935. En 1928 su padre llegó a Buenos Aires con veintidós
años, con apenas una maleta, e inmediatamente consiguió un trabajo de
hombreador en Dock Sud. Cuando se enteró de que en Cruz del Eje, en la
provincia de Córdoba, tenía parientes lejanos que procedían también de
Besarabia (lo que ahora es la República Moldava), decidió mudarse allí
en busca de apoyo. Tanto Marcos como su padre trabajaron en una venta de
muebles a plazos que había empezado su abuelo. Aguinis describe a su padre como un hombre
comprensivo, bondadoso, alegre y generoso. Cree que fue por reacción a la
excesiva prudencia de su padre, por lo que se convirtió en un hombre tan
sumamente temerario. Sin embargo, heredó de su padre el amor a la
literatura y la música, y el hedonismo en general. Cuando el pequeño
Marcos se negaba a comer, su padre le convencía por medio de cuentos que
inventaba. Aunque su formación académica fue breve,
su padre era un ávido lector y se había suscrito a un diario en Idish,
la lengua que se hablaba en casa. El español lo aprendió con ciertas
dificultades. Su madre, más osada, severa y más controladora, tuvo en
cambio la oportunidad de estudiar en la escuela secundaria en Europa, en
donde aprendió varias lenguas: rumano, rusos, francés y latín. Había
llegado a la Argentina tras numerosas peripecias en las que se habían
perdido maletas y giros postales para los pasajes. Comenta que sus padres
eran tan pobres que tuvieron que improvisar una cuna con un cajón de
frutas. Aguinis
cree que heredó de su padre la excesiva indulgencia con sus hijos. Era
Marita, su esposa, la que debía poner orden, aunque era sumamente cariñosa
con sus hijos. Dice, además, de sus padres que eran religiosos, pero
nunca fueron estrictos. En
cuanto a sus inicios en la lectura, como no le gustaba leer, su madre lo
hizo miembro de la Biblioteca Popular Jorge Newbery, que estaba cerca de
su casa. En su juventud decidió estudiar magisterio y se mudó a Córdoba
para matricularse a los quince años en el Colegio Nacional Deán Funes,
en donde había estudiado el Che Guevara. Su
vocación literaria continuó gracias a su Bar Mitzvá, que lo inició en
la lectura de las Sagradas Escrituras. A partir de entonces creció su
curiosidad religiosa, y se dedicó a leer libros sobre la Biblia e Israel
en la Biblioteca Popular, como El candelabro enterrado de Stefan Zweig, la
Historia de la religión de Israel de Caledonio Nin y Silva, El Hijo del
Hombre de Emil Ludwig, Mahoma y el Corán de Rafael Cansinos Assens, la
Historia, La vida de Jesús y Páginas autobiográficas de Ernest Renán
etc. Fue en este último libro donde encontró las dudas de Renán sobre
su fe. Hoy en día Aguinis se considera agnóstico, aunque cree que
"la religión cumple y cumplirá una tarea maravillosa al contribuir
al orden anímico del mundo. La gente necesita consuelo, sentido y
moral" (Nuevos Diálogos). En
su niñez hubo de sufrir la intolerancia y la discriminación a causa de
su origen judío. Le llamaban "rusito" y algunos profesores
insultaban a los judíos en clase. Pronto se fue enterando de las masacres
de los campos de concentración, en los que pereció toda la familia de su
padre y los parientes de su madre que quedaron allí. En su pubertad le
encantaban la literatura, la música y la pintura. Como se explica en la
introducción de Marcos Aguinis. Aproximación a su vida y obra (1995), a
los diez años decidió estudiar piano, llegó a dar conciertos, a
escribir un ballet y "a los diecinueve años su maestro de piano le
aconsejaba "dejar todo" y continuar su carrera musical en los
Estados Unidos". Pero
Aguinis se inclinaba más por la literatura. Escribió varios cuentos a
los doce años, e incluso una novela de doscientas páginas, titulada El
Oriental. Más adelante, decidió estudiar medicina para "conocer
mejor al hombre”. Durante esta etapa de sus estudios, comenzó a
investigar la vida de Maimónides, médico y humanista judío del S. XII
con el que Aguinis se identifica casi como si fuera su reencarnación.
Ambos nacieron en Córdoba (española y argentina), aunque con ocho siglos
de distancia. A
los veinte años publica Maimónides, un sabio de avanzada,
un "pecado de juventud" que tiene la intención de corregir y
reeditar. Sus
primeras ilusiones por la psiquiatría, neurología y el psicoanálisis
acabaron en decepciones. Al acabar la carrera de medicina a los veintitrés
años aceptó una beca para estudiar neurocirugía en Buenos Aires. Más
tarde, completó sus estudios en el Hospicio de la Salpétrière de
Francia y en las ciudades alemanas de Friburgo y Colonia, gracias a una
beca de la Fundación Alexander von Humboldt. Allí recopila información
para sus novelas Refugiados, crónica de un palestino y La
cruz invertida, por la que recibió el Premio Planeta en 1970,
siendo la primera vez que se concedía a un extranjero. Se
dedicó catorce años a esta especialidad y al volver de Europa, defendió
su tesis doctoral en la Universidad de Córdoba. Poco tiempo después, se
casó y se mudó a Río Cuarto, donde ejerció la neurocirugía en la Clínica
Regional del Sud once años y publicó sus primeras novelas. Su esposa fue
Ana María Meirovich, de sobrenombre Marita, a la que conoció a los
veintinueve años. Era licenciada en derecho y en Ciencias Económicas. En
Río Cuarto nacieron tres de sus cuatro hijos: Hernán, Gerardo David,
Ileana Ethel y Luciana Beatriz. Marita falleció como consecuencia de una
hemorragia en la base encefálica. A
los cuarenta años decidió renunciar a la neurocirugía decepcionado tras
participar en el Congreso Mundial de Roma. Trabajó para el Congreso Judío
Latinoamericano con sede en Buenos Aires, para el que organizó un
Coloquio sobre Pluralismo Cultural. A los cuarenta y dos años se vio
obligado a renunciar también a ese trabajo y decidió dedicarse al
estudio del psicoanálisis. Sus recursos económicos provenían entonces
de las conferencias y cursos que dictaba. En aquella época escribió “El
combate perpetuo”, a petición de una institución para el
rescate de desaparecidos. En Río Cuarto publicó otras novelas,
escribió Cantata de los diablos e inició “La
conspiración de los idiotas”, novela en que criticaba el clima
paranoico creado por la dictadura. Más tarde se dedicó a escribir
cuentos que reuniría en Operativo siesta. En 1981 dirige la revista Búsqueda de un
país moderno y termina por comprometerse directamente en la política
argentina. Tras la guerra de las Malvinas escribe su temeraria Carta
esperanzada a un General. Más adelante, publica Profanación
del amor, en donde establece paralelismos entre los
acontecimientos sociopolíticos del país y los problemas sentimentales de
un romance. El gobierno de Raúl Alfonsín lo nombró subsecretario de
Cultura de la Nación, y dos años después pasó a ser secretario de
Estado. Fue presidente y creador del PRONDEC
(Programa Nacional de Democratización de la Cultura), cuya idea fue
elogiada por la UNESCO y apoyada por la ONU. De sus contactos con el
pueblo argentino como político en activo, nace su ensayo Un país
de novela, viaje hacia la mentalidad de los argentinos. Otro
ensayo lo seguiría pronto, El valor de escribir. Viajó a
Lima para recoger información que utilizaría en su excepcional novela La
gesta del marrano. Otro ensayo influido por el Elogio de la
locura, de Erasmo, seguiría a esta novela, Elogio de la Culpa.
En él analiza la resurrección del nazismo y de las guerras étnicas. Otros dos libros de fecundos diálogos con
Monseñor Justo Laguna fueron editados posteriormente: Diálogos
sobre la Argentina y el fin del milenio (1996) y Nuevos Diálogos
(1998) y una novela que no tardó en convertirse en la número en ventas
de Argentina, La matriz del infierno (1997). En esta novela
sobre el nazismo Aguinis no se limita a criticar el gobierno de Hitler,
sino también el respaldo indirecto a la política nazi, por parte de los
países que debían haberle hecho frente. También se critica la actitud
de la Iglesia Católica institucional frente al genocidio llevado a cabo
por el nazismo alemán. Además del Premio Planeta, cuenta entre sus numerosos premios y honores con el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, la Plaqueta de Plata de la Agencia EFE (1986), y el gobierno de Francia lo declaró Caballero de las Letras y las Artes en 1988. El
amplio temario del pensamiento de Marcos Aguinis refleja en cierto modo la
valentía, variedad y originalidad de sus novelas. Un rasgo común a la
mayoría de los temas analizados es el espíritu reconciliador que los
une. Aguinis
dedica una parte importante de su obra ensayística a la crítica de los
abusos de las Fuerzas Armadas argentinas. Tanto en su libro Carta
esperanzada a un general. Puente sobre el abismo
(1983), como en la Nueva carta esperanzada a un general
(1996) su objetivo es establecer un diálogo sincero con la cúpula
militar. Pero ya antes, en la cuarta sección de El valor de
escribir (1985), Aguinis había analizado la resistencia y el
pensamiento bajo la presión autoritaria. En
esta última obra Aguinis asegura, primeramente, que no es justo afirmar
que todos los argentinos son culpables de los desastres a consecuencia de
la dictadura: "La distribución masiva y generosa de la culpa es un
negocio magnífico para los responsables básicos". Para él, fueron
inocentes los soldados que perdieron la vida en las Malvinas, los
ciudadanos que fueron reprimidos, los trabajadores cuyos sueldos se vieron
reducidos. Una
de sus aportaciones más originales es su impresión de que la represión
dictatorial es una herencia de los actos de la Inquisición. El artículo
"Caza de brujas," entronca con su novela La gesta del
marrano (1991): del verdugo inquisitorial descrito en la novela
nace el torturador de ahora. En ambas etapas históricas existe idéntica
motivación: "La cacería no busca sólo matar brujas, sino imponer
la convicción profunda de que existen, Y son las responsables de todas
las desgracias. Encontrarlas y quemarlas tranquiliza y brinda un gran
beneficio adicional: convencer de que el aparato represivo es más
necesario que nunca". El torturador ansía humillar y destruir el
cuerpo humano, porque lo odia. Vive, como explica Aguinis en el ensayo "La
tortura y el desprecio", acosado por el miedo: "Está
esclavizado por una perversión tiránica que le promete satisfacción y
paz después de cada sesión. Pero le dura poco, ya que necesita
repetirla". En realidad, forma parte del engranaje de un sistema
fundamentado en la falta de respeto al ser humano, en el que para humillar
al de abajo, el sujeto busca respaldo en sus superiores. Para
evitar el peligro de caer en tales aberraciones, el respeto debe reinar
tanto en la vida política de un país, como en el hogar de la familia
pues, según el autor, el desprecio con la picana tiene su paralelo en el
desprecio con la palabra. En
contraste con el autoritarismo activo del dictador, existe el
autoritarismo pasivo, que es protagonizado por el dominado. Recorre el
panorama nacional desde la violencia doméstica, a los métodos de enseñanza
(el cultivo de la memoria), las corrupciones y la violencia en el deporte,
hasta la discriminación laboral. En el subconsciente de las masas pervive
la obediencia a los mandatos autoritarios. Como
explica en Nuevos Diálogos, el autoritarismo pasivo
"se refiere a quien lo sufre. Es la víctima que baja la cabeza, y lo
hace de buen talante. Es quien presiente la orden y la cumple antes de que
se la comuniquen, es quien hace por el opresor más de lo que éste
reclama o espera. El autoritarismo pasivo se manifiesta en la nostalgia
por los regímenes fuertes y caprichosos, paternalistas". Una
de las grietas fundamentales que caracteriza a las Fuerzas Armadas, según
él, es su incapacidad para admitir ningún género de crítica. Aguinis
les recuerda que los grandes militares de la historia, agradecían los
consejos de quienes señalaban sus errores, y recomienda que revisen su
actitud y los errores cometidos en beneficio de su propia imagen.
Considera absurdo, lógicamente, el que la dictadura militar crea tener la
capacidad de decidir cuándo está el pueblo maduro para la democracia. Su
ensayo trata de sacar a la luz la falsedad de los instrumentos disuasorios
que usan los sistemas autoritarios, entre los que menciona el fútbol,
como versión moderna del "pan y circo" romano. Por medio de
todos estos mecanismos, la dictadura convierte al país en un gigantesco
jardín de infancia, aniña al ciudadano. En el caso argentino, la guerra
de las Malvinas, como el fútbol, se utilizó para distraer a las masas de
los verdaderos problemas. El
otro de los grandes ejes temáticos de la colección es la consolidación
de la democracia. La democracia, en opinión de Aguinis, es un proceso
sufrido, dado que el pueblo liberado mantiene, a veces, su mentalidad de
esclavo. No obstante, es necesario evitar la queja improductiva y
fortificar la libertad para que no reaparezcan "salvadores de la
patria." La ideología de la cultura democrática, para Marcos
Aguinis, debe desarrollar el respeto a la alteridad y la libertad de
expresión. Para
ello considera fundamental descentralizar la Argentina: "El
paternalismo porteño tiene consecuencias nefastas porque, desde un
enfoque cruel, reproduce el vínculo metrópoli poli-colonia". Forma
parte de la desconfianza en el pluralismo que nace, según el autor, de la
inquisición española y de la inseguridad en los propios valores típica
de la mente colonizada. En
Un país de novela. Viaje hacia la mentalidad de los argentinos, Marcos
Aguinis trata de construir,
desde su puesto de protagonista como argentino, la mentalidad de sus
compatriotas. El desvelamiento de la psicología del argentino surge, básicamente,
de un repaso de la historia del país, así como del análisis del
vocabulario y expresiones, y de los diferentes tipos, arquetipos y mitos. En
opinión de Aguinis, es en el pasado donde podemos encontrar información
sobre nuestro porvenir. En su labor de historiador, comienza con los
hallazgos arqueológicos, las dispersadas tribus indígenas y la época de
la colonia. Del desarraigo y la marginación que sufre el indígena y su
baja autoestima nace, según el autor, la base de la precaria identidad
argentina. El
resentimiento perdura desde la época de las encomiendas y las mitas:
"Cada latinoamericano--cada argentino--es el campo de confrontación
entre un conquistador y un indígena, entre un triunfador y un
vencido". El odio a la diferencia ya existía antes de la conquista;
las ganas de hacer desaparecer al otro--ya sea infiel, moro o judío--continúa
hasta nuestros días y se trata de un rasgo general de la humanidad, no de
una cultura. Es, en realidad, una forma de descargar el autodesprecio.
Cuando no se logra expulsar ese desprecio se acepta la condición de
inferioridad. Del
Virreinato del Río de la Plata llega hasta la independencia. Con Juan
Manuel de Rosas comienzan los gobiernos dictatoriales, que continuarán
con el general Uriburu de la "década infame," el elegido democráticamente,
Juan Domingo Perón, Onganía, Videla y el llamado Proceso de Reorganización
Nacional, que derriba el gobierno de Isabel Perón. Contempla, asimismo,
períodos presidenciales como los de Rivadavia, Hipólito Irygoyen y Raúl
Alfonsín. Los
dictadores que, según Aguinis, heredaron de los caudillos lo que los
caudillos tomaron de los encomendadores, son procesados por violaciones
contra los derechos humanos bajo el gobierno de Alfonsín, hasta que en
diciembre de 1986 se vota la ley del "punto final." Por último,
el episodio de la Guerra de las Malvinas acaba, según el autor,
beneficiando a la Argentina, pues evita posibles futuros enfrentamientos bélicos
con Chile o Brasil. De
entre los rasgos típicos del argentino destaca la irresponsabilidad: se
achaca la causa de los males nacionales a otro, ya sea el gobierno, el
imperialismo, la dependencia, el patrón, etc. Según el autor "no
hay duda que en el complejo entramado nacional e internacional juegan las
presiones de intereses que nos convierten en víctimas de sus ciegos
apetitos. Pero no son ellos siempre y únicamente los autores: también lo
somos nosotros. Y de nosotros depende que resulte difícil
someternos". Apunta, igualmente, el fatalismo y el escepticismo, como
males nacionales. El decaimiento general se suele atribuir a la crisis
económica, pero al menos, por primera vez se tiene conciencia plena de la
crisis. En
el estudio de los tipos argentinos, figura en primer lugar al gaucho, que
es "en alguna medida el argentino que posiblemente no queremos ser y,
no obstante, somos demasiado". Seguidamente, caracteriza al argentino
engreído que se hace notar en el extranjero, y que corresponde al tipo
porteño que la gente de provincias no soporta, pero que en la intimidad
es capaz de reconocer sus defectos. Lo acompaña el vivo bonaerense (también
conocido como canchero, piola, rompedor, rana, madrugador, púa y pierna),
que exhibe una intrepidez imparable. Se caracteriza por su perspicacia e
ingenio, también llamados "viveza criolla." No cree en la
justicia ni en la ley, desdeña el esfuerzo y tiene pánico al ridículo
que lo pueda desenmascarar. Lo contrario del vivo es el zonzo. El compadre
es la voz de la verdadera justicia frente a la ley de la policía. Hereda
del gaucho su sentido del honor y viste de negro por su intimidad con la
muerte. Desprecia el trabajo y defiende a toda costa al caudillo de la
parroquia. Por asociación, el compadrito es un mal imitador del compadre.
Necesita atención y por eso se rodea de aduladores. En lugar de un
cuchillo como el compadre, el compadrito usa un revólver. No es querido
ni respetado y, a menudo, se convierte en proxeneta. El compadrón es aun
más despreciable por su deslealtad y cobardía. Es el típico vigilante
de locales y soplón de comisarías. Y cierra el grupo de los tipos el
malevo, que abusa de las mujeres y de los débiles, deja que encarcelen a
inocentes y se asusta fácilmente. Como
Octavio Paz en El laberinto de la soledad, Aguinis intenta llegar a la
esencia de lo argentino por medio del análisis del vocabulario y las
expresiones. Así, los actos del vivo se denominan avivadas y consisten en
poner fuera de combate ("madrugar") al otro antes de que pueda
reaccionar. Debe "jorobarlo," sorprenderlo, paralizarlo, lo que
nos recuerda al estudio de la palabra chingar por parte del mexicano. La
diversión del vivo es la cachada: humillar cobarde y resentidamente a
alguien al que se denomina "punto," delante de un público que
le aplauda. Otro elemento de análisis lo constituyen los personajes
arquetípicos, entre los que enumera al Che Guevara, Jorge Luis Borges,
Sarmiento, San Martín y Carlos Gardel. Los contrasta con los mitos
nacionales, como el del presidente constitucional Juan Domingo Perón,
quien llegó a erigir una especie de dictadura legalista. Perón es un
militar que sabe ganarse la simpatía de los obreros, y apoyarse a un
mismo tiempo en el sindicalismo y en el ejército. En cambio, su verdadera
inspiración está en el fascismo europeo. Gracias a un enorme aparato
propagandístico y un eficaz uso de la radio, se gana el apoyo de las
masas. Por
otro lado, presenta a Evita Perón, quien a pesar de su indudable carisma
y de su incansable actividad, fomentó el inmovilismo y el carácter
paternal y autoritario del régimen. En opinión de Aguinis, con su
Fundación no hizo sino acentuar los hábitos de la dependencia. No
obstante, sus agradecidos beneficiarios la elevan a la estatura de heroína
y mártir. Por
último, trata de desmitificar al mismo país: la Argentina "no es el
Canaán de la leche y la miel que celebraba Rubén Darío, ni la pampa
desbordante de un ganado que se cría solo, ni la tierra donde se escupe y
brota una flor, ni el sitio donde ‘se hace la América,’ ‘se gana lo
que se quiere,’ ‘sobra la comida’ y ‘con una buena cosecha se
resuelven todos los problemas’". Otros
hitos que diseñan la imagen de la Argentina en el exterior son el
parecido de Buenos Aires a París, la Pampa, las madres de la Plaza de
Mayo, los desaparecidos, el exilio de mediados de los años 70, la
guerrilla y el fútbol. Pero sobre todos, uno de los grandes hitos en la
psicología nacional es el tango. Corresponde a la parte dramática y
melancólica del argentino, y define al país real. Los primeros tangos
tienen una notable carga sexual y, con frecuencia, una gran dosis de crítica
social. Se contrasta con el humor y la alegría de candombe, milongas y
malambos. Nunca habría triunfado en la Argentina sin el visto bueno
internacional. El tango ayuda al asentamiento del lunfardo, lengua de los
barrios bajos que sirve de testimonio de la amalgama de culturas. El
espíritu humanístico y pluralista del autor se hace más perceptible aún,
cuando se leen conjuntamente las dos expresiones que protagonizan su obra:
la narrativa y el ensayo. Así, el ensayo Un país de novela nos ayuda a
comprender más nítidamente sus conceptos de "mente colonizada"
y "cultura del desprecio," que son la base de su gran novela La
gesta del marrano. La
caracterización abstracta del militar que encontramos en Carta
esperanzada a un general. Puente sobre el abismo y Nueva
carta esperanzada a un general, se hace más humana y aprehensible
con el análisis de la actitud de los militares en La cruz invertida
y la lectura de La matriz del infierno. Al mismo tiempo, los
párrafos de estos ensayos que describen la necesidad de crear enemigos
ficticios, aclaran lo grotesco del argumento de La conspiración de los
idiotas. Del
mismo modo, la traición de la comunidad internacional al pueblo judío
durante el Holocausto, que se denuncia en El valor de escribir,
prefigura esta última novela. De manera parecida, las incógnitas que
despierta su novela La conspiración de los idiotas pueden
aclararse con la lectura del tercero de los ensayos de esa misma colección.
Sin duda, las ideas expresadas en Diálogos sobre la Argentina y el
fin del milenio, y en su segunda parte, Nuevos diálogos,
esclarecen varios aspectos de La cruz invertida. Lo mismo
ocurre con varios de sus cuentos: "Pentagrama de fuego,"
incluido en Y la rama llena de frutos, se hace más lógico
al leer el estudio del binomio genio/locura que se hace, una vez más, en
El valor de escribir y así sucesivamente. No en vano, la mayoría de sus
novelas tienen un importante componente ensayístico. El corpus completo
de la obra de Marcos Aguinis lo convierte en uno de los pensadores más lúcidos
y creativos de la Argentina y del mundo hispano. Los dos libros de
entrevistas con Monseñor Laguna son testimonio tanto de su ingente
cultura como de su sencillez, que lo han convertido en uno de los autores
más leídos y queridos de la Argentina. |
Renzo Mancinelli
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