Los pasos de los duendes sobre las hojas
caídas del otoño. |
Ser
docente y atender a una familia no es poca cosa. Llego corriendo a
cocinar, luego de tirar la cartera y los libros en un sillón, me coloco
el delantal y comienzo a preparar la salsa, luego pondré el agua a hervir
para los fideos. Me encanta sentir el olor del ajo, el perejil y el laurel
dorándose con la carne picada ¡ Ay! se me fue la mano con la sal ¡
También! Me quedé
enganchada con la clase ¡ Cómo me podría sustraer al apasionado mundo
del cosmos! ¡Las caritas de los chicos cuando una explica el Big-Bang,
la expansión del universo, los cuásares, los agujeros negros! Al
tomar conciencia me admiro de todo lo que podemos hacer las mujeres en una
hora ¡ Ni que decir en un día! . Mientras abro la lata de pomarola
recuerdo que tengo que poner la ropa de color en el lavarropas. Con un pie
cierro la heladera y cuando paso por un pequeño espejo que coloqué
estratégicamente en un lugar aledaño a la cocina me asombra ver mi
imagen. Antes de volver al colegio por la tarde, necesito un buen retoque,
con este aspecto no puedo presentarme ante los alumnos. Todo listo para comer, escucho la puerta, suena el cencerro de bronce, seguramente es mi eternidad. Siempre me emociona su llegada. ¡Lucio fue tan esperado!¡ Lo amo tanto!. Como todo pre-adolescente tiene días que está comunicativo y otros que las únicas palabras son; _ Bien; - Nada. Lo que sí le gusta y se devora es lo que cocino. Su padre llega más tarde y la vorágine cotidiana nos envuelve. Hoy es un día que no charla mucho, está pensativo, me sumo en mis pensamientos. ¡ Hm! Por la tarde tengo que dar fotosíntesis _ ¡ Chicos, este proceso es la base de la vida! Sin las plantas en el planeta no existiríamos, las hojas poseen clorofila para captar la luz del sol y las raíces absorben el agua de la tierra, con estos elementos... _ ¡Mami....Fito
escuchó a los duendes...! Mi mente parece un torbellino y aterriza. _
Perdón hijo ¿ Qué me decías?. _
Ves, después me decís que no te cuento nada. _Bueno...bueno,
te pedí disculpas, por favor explicame lo de los duendes. _
Lo que pasa es que a vos no te gusta ir de campamento. ¡Hm!
Pensé en mi pobre columna, en mi cómodo colchón y todo lo demás que
necesitaba para el bienestar. _
Lucio, sabés que los fines de semana corrijo trabajos, el tiempo me es
escaso. _
¡ No! A vos te gusta estar con los libros, además no creés en los
duendes para vos si todo no está comprobado no existe. Me
sentí angustiada y culpable, como todas las madres que trabajan. _No
es tan así Lucio, por favor, contame la historia de los duendes. Su cara
se iluminó. _
La Abuela de Fito, que tiene ciento tres años, cuenta que los duendes que
andan por el bosque, son pequeñitos, como gnomos. Resulta que una vez
Dios tenía un ayudante que era su mano derecha pero éste era muy
ambicioso y egoísta, él quería tener todo el poder. Dios, enojado, lo
echó del cielo y al cerrar las puertas quedaron fuera muchos ángeles que
seguían al malvado. Al vivir tanto tiempo en la tierra éstos perdieron
sus alas, ahora vagan arrepentidos por los bosques. La abuela vivió
siempre en el campo y dice que los vio, ahora que no se puede mover vive
en el pueblo, pero Fito fue de campamento con los padres y me juró que
los escuchó. Seguimos
charlando sobre el tema, en esta zona de la Patagonia es muy común
escuchar leyendas de origen mapuche, historias de ovnis u otras con
matices mágicos. Llegamos a un acuerdo, el próximo fin de semana largo
iríamos de campamento ya que pronto llegaría la temporada de lluvias y
nevadas. Camino
hacia la escuela se mezclaban en mi mente dos temas; la fotosíntesis y el
campamento...¡ Uy...uy..! Utensilios, víveres, anti inflamatarios. En
fin, debo dejar de rumiar los preparativos y poner manos a la obra. En
algo tenía razón mi hijo. Y
llegó “ El Gran Día”, elegimos Semana Santa, que para nuestra suerte
cayó los primeros días de abril. San Martín De Los Andes es muy
estable, climáticamente hablando, para esta época, noches y mañanas frías,
soleadas y tibias a la hora de la siesta. El colorido impresiona los
sentidos, uno se enfrenta con luminosos colores verdes, ocres, rojos,
amarillos... el cielo azul...muy azul. Durante
el trayecto a Yuco, lugar elegido para acampar, observamos con
detenimiento el paisaje. El Cerro Chapelco empieza a mostrar manchones de
nieve y los senderos del bosque se alfombran de Otoño. Ni bien llegamos nos dedicamos a armar la carpa, el tiempo apremiaba, teníamos
que ganarle al crepúsculo. En realidad este trabajo no me gusta mucho
pero es tanto lo que hay que hacer y el entorno es tan bello que mi
fastidio se esconde en las tareas. Sammy, la perrita Fox_terrier, tan
querida por nosotros, corre como loca hasta el lago y vuelve alegre a
recibir mimos para luego
retomar su circuito. Los
animales captan de manera extraordinaria la libertad de la naturaleza. Desde
la entrada a la carpa se ve el majestuoso lago Lácar ¡ Cuánta
belleza y misterio encierra! Dejo volar mi mente recreando la época de
las glaciaciones que lo formaron y una agradece que el destino nos haya
traído millones de años después a vivir en esta geografía. Hay que
hacer la hoguera, Lucio y su padre buscan ramas para alimentar el fuego.
Preparo el mate, lo compartiremos junto a la fogata mientras se hace la
comida, la noche se está anunciando y el frío también. Comemos
cordero con papas, a la olla y bien condimentados, bebemos vino, gaseosas
y charlamos. Las ideas surgen como una lluvia benefactora, nos olvidamos
de discutir sobre la economía hogareña, la ropa tirada, los platos
sucios. Conversamos sobre leyendas, sobre el “ Cuero del lago” que
muchos nativos vieron flotar en distintas épocas, de los ovnis que
estacionan detrás de algún cerro, o de los que salen velozmente desde
las profundidades del lago. No puedo con mi genio y al mirar el cielo
espectacular, con la Cruz Del Sur indicando soberana nuestro hemisferio,
pienso en voz alta lo maravillosos que es estar viajando en esta nave
azul, acompañando al sol en su viaje por el espacio ¿ Qué seres de
otras galaxias o desde la nuestra, nos acompañarán en este fascinante
deambular por el cosmos? Los ojos de mi hijo se encuentran con los de su
padre, cómplices, como resignados a esta mujer educadora. Luego, el
silencio. Al acostarnos solo se escucha el murmullo del bosque. La
mañana nos sorprendió muy fría,
vigorizante y le devolvimos la sorpresa con nuestras risas, no es común
que despertemos con tan buen ánimo, siempre apurados y conscientes de
nuestras obligaciones. Sammy, feliz con los paseos. Lucio y su padre
tratando de aprovechar los últimos días de pesca permitida. Me deleito
observando la vegetación, la riqueza de este bosque patagónico, la mente
medita y goza. En
vísperas de nuestro regreso al hogar decidimos como cena de despedida
asar las truchas pescadas. ¡ Un manjar! Luego de las tareas posteriores a
la cena nos preparamos para dormir, hacía frío, me acerqué para abrazar
el cuerpito caliente de mi hijo ¡ Doce años! ¿ Cuántas ilusiones jugarían
en su cabeza? El tiempo pasaba y seguía abrazada a él, pensaba que la
rutina no nos permite preguntarnos estas cosas ¿ O será que el futuro
nos da cierto temor? Los padres siempre estamos ayudándoles a construir
su propio destino pero pocas veces tratamos de conversar con ellos sobre
sus sueños, sus anhelos, sus miedos. Es como si quisiéramos empujar el
tiempo, pero en realidad ellos nos necesitan¡ Ya!¡ Ahora! Mi marido dormía y Sammy estaba descansando arrollada a los pies de Lucio, cuando en el silencio de la noche se escuchó el crujir de las hojas sobre el suelo otoñal. La perra se incorporó, movió las orejas como buscando la dirección de los sonidos. Lució se sentó como un resorte y me miró, nuestras miradas se cruzaron y recordé que se parecían a las milagrosas miradas de ese único e irrepetible momento en que lo amamantaba. Con una voz casi quebrada me dijo. _ ¡ Los duendes! . Escuchamos juntos, abrazados, cómo los reposados pasos hacían sonar las hojas, como teclas de un piano. Luego se alejaron, suavemente, dejándonos una milagrosa melodía en nuestros oídos y en nuestros espíritus. Lucio seguía mirándome, en ese momento quise atrapar el instante en que su niñez huía hacia la adolescencia y supe que sea cual fuere su destino, jamás olvidaría que cuando escuchó el paso de los duendes sobre las hojas caídas del Otoño, estaba abrazado a su madre. |
Ana María Manceda
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