La Abuela Rosario |
Crecí junto a ella, la abuela Rosario. La vida nos trajo hacia tierras húmedas rociadas, mojadas por gotas de plata. Quedaron tan lejos los cañaverales las zambas, los ritos, pequeños lagartos. Quedaron las tumbas, fantasmales gritos de guerras patrióticas, de indígenas sabios. Quedaban...quedaban...todas las raíces el trópico, la selva, los cerros perfumes lejanos. ¿Qué trajo con ella la abuela Rosario? Más que palabras evoco sus silencios trágicos silencios, silencios de ausencias y su mirada, tierra oscura de musgos, doliente, sorprendida de ver horizontes. Su olor a naranjos y su caramelo de menta y el cigarrillo de chala que fumaba por semana. Sus velas, sus santos, su fe inquebrantable. En la gran cocina de la casa platense ella esculpía, pintaba con sus manos mágicas el aroma lujurioso, el sabor profundo, misterioso de las antiguas, exquisitas comidas del Noroeste; tamales, tortillas, locros, empanadas ají molido, cebolla de verdeo, ternura y una niña quieta que heredó nostalgias mirando asombrada, como se amasaba con las manos mágicas, repletas de historia un destino errante. Imágenes, largos cabellos canosos, peinetones Imágenes, arrugas morenas y el tiempo abuela Rosario. Está por nevar y no entiendo al viento, a tu ausencia, ni a iconos olvidados de la infancia. |
Ana María Manceda
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