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La escupidera de oro
del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

El cuarto se llenó de un olor a cítricos, a heno, recordé el  estiércol de vaca de mi niñez en el prado de la finca de mi abuelo. La saliva se diluía en el agua formando círculos concéntricos en los que espejeaba todo el espectro solar como si estuviéramos a cielo abierto. La saliva era líquida, blanquecina. Me sentí manzana, durazno, fruto apetecible sobre el lecho aromatizado de yerbas maderas de Oriente, y me refocilé en mis propios jugos. Mañana buscaría en todas las revistas posibles, en Internet, iría a ver un médico, un químico, un alquimista, un místico o un yerbero para conocer el origen de la magia en cada intersticio de mi cuerpo perfumando mi piel como poderoso elíxir, filtro mágico que exacerbaba mis deseos. –Búscame una vasija con agua— me había dicho. El ápice de su lengua saburrosa había descubierto un sendero de margaritas en el trecho ombligo-pezones-orejas, interrumpiendo el peregrinaje para ir varias veces al baño. ¿Tendrá mal de estómago y le daría vergüenza decírmelo? Aunque si hubiera sido así ya se habría deshidratado, las interrupciones eran como fusilazos, breves y violentos ¿practicaría algún rito musulmán o alguna religión antigua?  Traje el cubo herrumbroso de limpiar y lo puse al lado de la cama. Escupía constantemente. Presta a recibir la ofrenda priápica, aspiré llenándome los pulmones de aire. La flor de lis, húmeda estalactita iridiscente abriose sempiterna para acoger los efluvios salivales. Unos dedos largos y lisos embadurnaron cada poro de la sagrada sustancia, esparciéndose aquel olor de hierba recién cortada que trepó por las paredes del cuarto y saltó por la ventana hasta la calle mientras entonábamos el Magnificat. Rebosaba el cubo de saliva. Cascadas espumosas en las que ambos nadábamos, descubriéndonos en aquel mar nacarado. —Del agua venimos— me dijo, y pensé en lo primigenio del ser pez-hombre-corcel. Desnudos como fetos en líquido amniótico flotamos dormidos hasta el amanecer. En vano, al amanecer, buscamos el cubo herrumbroso de limpiar. En su lugar encontramos una escupidera de oro.

 

del libro "Costuras sobre la lengua"

Lucy Maestre
milvia@tunet.cult.cu

 

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