El mito en la literatura: un recorrido hacia su definición |
I Las distinciones entre razón
y mito, y entre mito e historia –aunque fundamentales– nunca han sido
absolutas. La discusión es antigua y podría remontarse a tiempos de Platón
quien usaba los mitos como alegoría –por ejemplo, el famoso relato de
la caverna–[1]
frente a los sofistas que cuestionaban la interpretación tradicional de
los mitos. Los primeros teólogos cristianos en un intento por comprender
la revelación cristiana discutían sobre los papeles del mito y de la
historia en la narración bíblica. Y
aunque la
ilustración acentuaba la racionalidad del pensamiento,
dirigió
su atención a todas las expresiones humanas, incluidas la religión y la
mitología. Los estudiosos ilustrados intentaron dar un sentido a los
relatos míticos aparentemente irracionales y fantásticos. Sus
explicaciones incluían teorías históricas evolucionistas que veían a
los mitos como productos de las primeras épocas de ignorancia e
irracionalidad o como resultado del evemerismo, una forma de interpretación
mitológica que en un intento de racionalización hace de los dioses
personas humanas elevadas a la categoría de dioses y héroes
por sus méritos.[2] Se desarrollaron también
disciplinas sistemáticas dedicadas al estudio de la mitología. En campos
como la antropología social y la historia de las religiones, los
estudiosos se encontraron con mitos de los más antiguos periodos históricos
fuera de la tradición occidental,
y comenzaron a
relacionar el estudio del mito con una comprensión más amplia de la
cultura y la historia. El romanticismo encontró en los
mitos indoeuropeos más antiguos una fuente intelectual y cultural. “No
es arriesgado afirmar que, desde los griegos, nunca se había producido un
cambio de tan vasto alcance en relación con la comprensión de esta
compleja estructura del imaginario cultural que denominamos mito como el
que tuvo lugar en los siglos
XVIII y XIX”,
dice Maite
Solana.[3]
La ilustración y el romanticismo fueron el escenario de un vertiginoso
desplazamiento de la función del mito en cuanto realidad cultural, así
como también de la aparición de nuevos mitos que cuestionaban la hegemonía
que la mitología grecolatina había ostentado desde el renacimiento. El
espíritu romántico sacó a la
luz mitos
enraizados en la Edad Media, la tradición cristiana o las culturas
orientales, y tuvo lugar un resurgimiento y una reapropiación de
determinadas figuras de la mitología clásica que tendrían una presencia
persistente en la literatura y en las ideas estéticas. En un extenso artículo, Jean
Starobinski traza el recorrido que va desde el clasicismo y el
racionalismo ilustrado hasta la sensibilidad romántica, a través del
cual el crítico delimita la posición que ocupa la mitología en Europa
desde el siglo XVII hasta principios del siglo XIX, en particular desde la
perspectiva de su tratamiento literario y artístico, y de la función
iconográfica y alegórica de la fábula entre las clases cultas.
Starobinski afirma que cualquier investigador que pretenda definir el
estatuto de los mitos antiguos en los siglos XVII y XVIII se encuentra con
dos ámbitos extremadamente distintos. El primero “se sitúa en relación
con todos los actos de cultura (poesía, teatro, ballet, pintura,
escultura y artes decorativas) en donde los motivos
mitológicos son identificables; el segundo está constituido por un
conjunto de textos históricos, críticos y especulativos que intentan
elaborar un saber sobre los
mitos, una ciencia de los mitos”.[4] El romanticismo proporcionó
un nuevo tratamiento literario a algunas figuras míticas que procedían
de la tradición –como es el caso de Prometeo en las tragedias de Byron
y Shelley– y fijó literariamente a personajes que terminaron asumiendo
un estatuto mítico, como el Fausto
de Goethe o el Don Juan de
Zorrilla.[5]
Si desde el siglo XIX el estudio de la mitología se convirtió en una
herramienta imprescindible para la comprensión de las culturas tanto
antiguas como modernas, desde el romanticismo los mitos se utilizaron de
manera privilegiada en la literatura y el arte para expresar el desconcierto que preside la
modernidad.[6]
Jean Richer dice
que el
romanticismo francés se nutrió esencialmente de mitos: “Y esta
afirmación es especialmente cierta en el caso de la obra de Victor Hugo
que domina la época (en especial los artículos sobre Job y Orfeo)”.[7]
Por su parte, Goethe, cuya obra preludia en muchos aspectos el
romanticismo en Alemania, condensa una gran cantidad de temas míticos. En
su teatro,
por ejemplo,
Goethe trabajó
con temas como los
de Pandora e
Ifigenia. ¿Por qué los escritores han elegido con tanta constancia, con tanta tenacidad
la expresión por medio del mito? La respuesta tiene que ser compleja por
fuerza. Jaume Pòrtulas ofrece como una posibilidad el que los mitos
proporcionan al individuo el sentimiento de insertarse en una tradición
muy vasta, que les trasciende de modo extraordinario, “de este modo es más
factible intentar vencer la sensación de radial soledad.” Y agrega:
“hallamos al intelectual, al poeta tomando el relevo de antiguos
sacerdocios que han perdido su prestigio, y esforzándose para ser él
mismo el creador de nuevos mitos y religiones.”[8]
En este sentido, se encontrarían los estudios de John E. Jackson
sobre la poesía de Hölderin, Baudelaire, Mallarmé, Rilke y T. S.
Eliot, y de Michel Edwards sobre Eliot y Joyce. Según
Jackson, el reconocimiento de la muerte como presencia a la vez íntima y
universal conduce a Baudelaire a intentar hacer de la obra el único lugar
de su superación. Y
agrega: “el que la muerte esté
necesariamente vinculada a la posibilidad misma del mito es un hecho que,
después de Eliot, pocos poetas han ignorado. […] Si nos volvemos hacia
los poetas de Francia, Italia, Estados Unidos o América Latina, da la
impresión de que, en todos los casos, se trata de una experiencia
universal que con toda seguridad la Segunda Guerra Mundial […] contribuyó
a convertir en más opresiva”. Y afirma basándose en Paul Ricoeur:
“Para algunos, la creencia en los ritos ha dejado su lugar a la
interpretación de los mitos y los modos de creencia que nos vinculaban a
ellos”.[9] Michel Edwards, por su parte,
señala que el mito de Babel se sitúa en el centro de La
tierra baldía (The Waste Land, 1922), y en el
centro de toda la obra de Eliot. Pero señala que el intento de crear de
nuevo el lenguaje resulta todavía más sorprendente en Joyce, cuyo empleo
de los mitos parece querer alcanzar la complejidad enciclopédica: “Ulises, fundado en cierto modo en la Odisea, hace circular a sus personajes principales –Stephen-Telémaco,
Bloom-Ulises y Molly-Penélope– en un mundo enriquecido con muchos otros
recuerdos del relato de Homero, vinculándolos a una diversidad de mitos
griegos, judíos y cristianos, y otros todavía”.[10] En el siglo XX, los estudios
críticos sobre mito y literatura se desarrollaron especialmente durante
las décadas de los cincuenta y sesenta. En 1966, John B. Vickery recopila
estudios clásicos publicados en este periodo sobre Kafka, Thomas Mann,
Keats, Virginia Woolf y Faulkner, entre otros, en Myth
and Literature. Contemporary
Theory and Practice. Sin embargo, la primera aplicación formal de la mitología clásica en la
literatura la realiza Gilbert Murray en 1914, sobre una lectura de
Shakespeare “Hamlet y Orestes”.[11]
Aunque Hyman señala como precursora a Jane Ellen Harrison, contemporánea
de Frazer en Cambrigde, quien desde 1882 escribía sobre mitología griega
y arte.[12] En lo que se refiere al ámbito
de las letras hispanoamericanas, la vuelta a los mitos se realiza por
doble vía. Por
una parte se encuentran autores y críticos que
reconocen y rescatan los valores míticos de las
culturas prehispánicas
en el continente y de
la tradición vuduista que se incorpora tardíamente pero con singular
fuerza especialmente en las islas del Caribe, la cual de alguna manera es
equivalente a las prehispánicas por su posición respecto de la cultura
de los colonizadores. En
cuanto a los estudios prehispánicos, destaca
por su obra y su personalidad Ángel Ma. Garibay K., humanista,
helenista y descubridor del legado literario de los antiguos mexicanos. En
1940 publica la primera edición de Poesía
indígena de la Altiplanicie y, en el mismo año, la Llave
del náhuatl, obra que
serviría como instrumento para aprender la lengua de los antiguos
mexicanos. En 1956 dirige el Seminario de Cultura Náhuatl dentro del
Instituto de Historia de la UNAM. Su Historia de la literatura náhuatl aparece en dos volúmenes en
1953-1954. Y la primera versión de ‘otro lado’ de la historia en Visión
de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista, en 1959.
Su interés no se limita sólo al ámbito mexicano ya que también cuenta
con trabajos en donde compara la cultura hindú y la náhuatl, por
ejemplo.[13] Entre
otros estudios en esta dirección se pueden contar el de Miguel León-Portilla,
La filosofía náhuatl, estudiada en
sus fuentes (1956); el de Natalicio González, Ideología
guaraní (Inst.
Indigenista Interamericano, 1958).
Y el Fernando
Díaz Infante
sobre Quetzalcóatl
(Ensayo psicoanalítico del mito nahua) (Universidad Veracruzana,
1963). Como fruto de casi treinta años
de estudios, Miguel
León-Portilla clasifica la temática de los mitos en cinco apartados,
atendiendo a la estructura del pensamiento mesoamericano derivado del análisis
de los testimonios documentales y arqueológicos que se han descubierto a la fecha: 1) Mitos del tiempo-espacio de los orígenes cósmicos; 2) mitos sobre el
ser y actuar de los dioses en el universo; 3) mitos y leyendas sobre los
orígenes étnicos de los distintos grupos; 4) mitos actualizados a través
del calendario en diversas fiestas y en la vida cotidiana, y 5) mitos en
relación con la visión del mundo y con la especulación de los sabios.[14] Simultáneo al interés académico
por los mitos prehispánicos, los escritores comienzan a incorporarlos y a
recrearlos en sus obras desde los años cuarenta. José María Arguedas
publica Yawar Fiesta en 1941, y
luego Los ríos profundos en 1956. Y
en las letras mexicanas se pueden mencionar, entre muchos otros, a Rosario
Castellanos con Balún Canán en
1957, a Carlos Fuentes y su personaje-guardián Ixca Cienfuegos en La
región más transparente (1958), a Eraclio Zepeda que incorpora mitos
prehispánicos en los cuentos de Benzulul
(1959), y a Fernando del Paso con José
Trigo en 1966. En
el ámbito del Caribe, la República Dominicana, vecina de Haití, vive un
profundo sincretismo de la religión cristiana con la vuduista, producto
de la cultura de los negros que llegaron como esclavos a América, que no
es privativo de estas dos naciones. Puerto Rico, Cuba y Brasil, por
ejemplo, dan cuenta del fenómeno que ha sido denominado en ciertos
contextos como Santería o Regla de Ocha (Cuba), Candomblé (Brasil) o
simplemente Vudú (Haití y República Dominicana). Desde
los años cuarenta, grandes poetas como Luis Palés Matos, Manuel del
Cabral y Nicolás Guillén descubren a través de su lírica el mundo de
los negros antillanos. En narrativa, Alejo Carpentier, inmortaliza la
tradición vuduista en relación con la libertad de los esclavos negros en
obras como El reino de este mundo
(1949), en cuyo prólogo registra: “De Mackandal el americano, en
cambio, ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos,
conservados por todo un pueblo, que aún se cantan en las ceremonias de
Voudou.”[15]
Más contemporáneamente, Ana Lidia Vega en cuentos como “Otra maldad de
Pateco” de la Colección Encancaranublado y otros cuentos de naufragio (Casa de las Américas,
1982), rescata el valor de la oralidad y de los mitos de la cultura
afroantillana. Y Edgardo Rodríguez Juliá, en su novela La noche oscura del niño Avilés (1984), presenta la búsqueda de
una resignificación de la historia de Puerto Rico que intenta la posible
instauración de un mundo utópico y sensual centrado en la negritud. En
la República Dominicana conviene destacar la novela de Marcio Veloz
Maggiolo, La biografía difusa de
Sombra Castañeda (Monte Ávila, 1980), una obra en la que se integran
“creencias mágico-religiosas del pueblo dominicano” que presentan
“un mundo lleno de ritos, hechizos, galipotes, luases, ciguapas; un
mundo donde las fuerzas desatadas del bien y el mal, del sexo y del deseo,
generan la acción.”[16] Por otra parte, se puede
encontrar a críticos
con formación helenística que interpretan las obras hispanoamericanas
según los mitos de la cultura grecolatina,
y autores que recuperan elementos míticos de la cultura clásica para
reelaborarlos en sus textos, como el caso del laberinto. Julio Cortázar
publica en 1949 su poema dramático Los
reyes, en el que recrea el mito del Minotauro. En 1950, aparece la
primera edición de El laberinto de la soledad de Octavio Paz. En 1953, algunas obras de
Jorge Luis Borges se publican bajo el título Labyrinthes, con prólogo de Roger Caillois. A
inicios del siglo XX destaca
la figura de Leopoldo Lugones quien en 1916,
con sus conferencias de El payador,
rescata el Martín
Fierro calificándolo como canto homérico de la literatura argentina:
“En el texto de Lugones, la desaparición del gaucho no es sólo un
hecho histórico irreversible, sino también un acto necesario para
completar su mitificación”, señala Rafael
Olea Franco y agrega que para Lugones “la grandeza de una raza está
patente en sus heroicos orígenes, por lo que esta parte del mito preside
también una de las funciones del gaucho. […] Se trata pues de un acto
heroico que constituye a la vez un sacrificio ritual: un rito de sangre, de
virilidad, que proveyó al carácter argentino de los atributos y de la
fuerza indispensables para aspirar a un destino de grandeza. Consumado el
sacrificio ritual de los orígenes de la identidad argentina, petrificado
ya el gaucho en un mito que lo sublima […] Debido a la desparición
real del gaucho, Lugones plantea el espacio literario como el medio para
su recuperación: el símbolo de las más altas virtudes del carácter
argentino no existe ya, pero ha quedado plasmado en la literatura”.[17] Durante la
primera mitad del siglo XX
destaca la figura de Alfonso Reyes, gran admirador de la cultura clásica.
Reyes escribe su poema dramático Ifigenia
cruel (1924) y publica Los
trabajos y los días (1945), Estudios
helénicos (1957), La filosofía
helenística (1959), La afición
de Grecia (1960), La crítica en
la edad ateniense. La antigua retórica (1961), Religión
griega. Mitología griega (1964) entre una vasta obra ensayística,
además de traducir la Ilíada
de Homero,
en 1951. Paralelamente,
la literatura se enriquece con la publicación de la obra de Juan Rulfo, una de las
más estudiadas desde el
punto de vista mítico. Carlos Fuentes, en Valiente mundo nuevo (1990),
ve en Juan Preciado a Telémaco, en Abundio Martínez a Caronte e
interpreta la llegada de Juan Preciado según el mito de Orfeo.[18]
En el mismo año aparece Juan Rulfo: del páramo a la esperanza. Una lectura crítica de su obra,
en la que Yvette
Jiménez de Báez estudia a
profundidad y en diálogo con la crítica anterior la naturaleza simbólica
del texto.
En el tercero
de los principios teóricos que sustentan su estudio
señala “la idea de que el
proceso de simbolización es fundante en los textos literarios.”[19]
Jiménez de Báez toma el simbolismo del Centro para explicar la
estructura de la obra: “Esta idea del Centro como el lugar donde se
define el sentido es decisivo en el mundo de Rulfo. Lo mismo que en El llano en llamas, es el espacio que determina la organización
textual en prácticamente toda su obra.” En una interpretación que
combina símbolos míticos de la cultura clásica con símbolos religiosos
de la tradición cristiana, Jiménez de Báez ofrece una visión de la
obra de Rulfo abierta al futuro, una posibilidad “implícita en la
complejidad dialéctica de los símbolos”. Una visión
“universalista de la historia, centrada en la interpretación
cristiana del Nuevo Testamento,” que conlleva “la liberación de todo
sistema opresor histórico”, en lo que la autora ha llamado “la ética
humanista de Juan Rulfo”.[20] En este mismo periodo aparece la obra de Martín
Lienhard, La voz y su huella.
Escritura y conflicto étnico-social en América Latina (1492-1988). Lienhard
inscribe su ensayo en la línea de los estudios sobre la cultura náhuatl
realizados por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla. El crítico se preocupa por los
testimonios de carácter oral y escrito del pasado histórico cultural de
los pueblos latinoamericanos, y señala que el prolongado diálogo “con
la persona y la obra de Augusto Roa Bastos” contribuyó a convencerlo de
la existencia de literaturas escritas alternativas en tres áreas del
continente: Mesoamérica, área andina y área tupí-guaraní.[21]
Augusto
Roa Bastos, por su parte, en “El texto cautivo (Apuntes de un narrador
sobre la producción y la lectura de textos bajo el signo del poder
cultural)”, especialmente en el tercer apartado sobre
la experiencia simbólica, habla
de la propiedad del lenguaje simbólico que se manifiesta no sólo en el
lenguaje literario, sino en campos como las mitologías, cosmogonías,
ciencias del hombre, de la naturaleza, del cosmos. Y señala que desde el
punto de vista de la experiencia simbólica, cada texto es un hecho nuevo
de relaciones y revelaciones.[22] La
literatura hispanoamericana ha dado muestra de la formación de nuevos
mitos que surgen de la fusión del autor con su obra –la cual a su vez
incorpora elementos simbólicos de carácter mítico– como es
el caso de Elena Garro: “Ejemplo de ruptura y cambio, fabricante de
insomnes, perseguidos personajes-mito, de los cuales ella misma fue el más
logrado. Elena Garro-Garra, anti/paz/ifista, autora excepcional”. Al
hablar de Testimonios sobre Mariana (1981),
Luzelena Gutiérrez de Velasco destaca los “magníficos olores de la
vainilla, el orégano, el chocolate donde se puede reencontrar la figura
de la madre ‘sin ruido y sin palabras’, y la voz de la nana, esas
voces preedípicas
que en el relato la conducen entre las sombras hacia la muerte, pero que más
allá de las páginas operan un movimiento que procede de la construcción
de un personaje: Lelinca o Mariana, a la destrucción de una mujer: Elena
Garro, la No-persona”.[23] No faltan también estudios en
esta dirección sobre la obra de Carlos Fuentes. Lauro Zavala revisa la
forma y el mito en Gringo viejo;
Pilar Sáenz combina en un ejercicio de semiótica el análisis de la
estructura y la función del mito en Una
familia lejana; Marc Nacht estudia la relación de la obra de Fuentes
con la figura de la Malinche, y Julio
Ortega revisa el carácter desmitificador de La
muerte de Artemio Cruz en un ensayo que ha publicado en los años
recientes en su página web.[24] El
mito y la literatura deben
su cercanía, en gran medida, a las posibilidades del tiempo.
Como señala Mircea Eliade, el hombre conoce varios
ritmos temporales y no solamente el tiempo histórico: “Le basta con
escuchar buena música, enamorarse o rezar para salir del
presente histórico y reintegrarse al presente eterno del amor y de la
religión. Le basta, incluso, abrir una novela o asistir a un espectáculo
dramático para encontrar otro ritmo temporal que, evidentemente, no es el
tiempo histórico”.[25]
El tiempo mítico
es un tiempo propicio que nos permitiría tener un
diálogo con el autor preferido más allá de la muerte, una
noche, en la banca de un parque en la ciudad de México, mientras
transcurre “un tiempo que no se puede medir por minutos”, en un
encuentro en el que Borges bien podría haber dicho al despedirse: “Sólo
la literatura nos salva de la muerte; aunque sea por un instante, nos da
la eternidad”.[26] II El mito siempre ha formado
parte de los estudios clásicos y teológicos en el mundo occidental. Pero
desde el neoclasicismo, el interés por el mito renace con nueva
intensidad en casi todas las disciplinas –Antropología, Historia,
Sociología, Psicología, Historia de las religiones, Lingüística–
dando lugar a numerosas teorías que se han difundido ampliamente. Entre los autores clásicos en
los estudios sobre el mito se encuentra Friedrich Max Müller (1823-1900), lingüista alemán
que desarrolló
la teoría de que el lenguaje y el mito eran ‘hermanos gemelos’;
fue el más famoso defensor del mito como ejemplo del desarrollo histórico
del lenguaje. A
Edward Tylor
(1832-1917)
se debe el
concepto de ‘animismo’ y fue uno de los fundadores de la teoría del
evolucionismo cultural. James
Frazer
(1854-1941)
es famoso por
sus doce volúmenes de La rama
dorada publicados
de 1890
a 1920, vasta obra sobre mitos, ritos, magia y tabús, aunque se limitó a
recopilar etnografía de lugares que nunca visitó. Fue uno de los últimos
exponentes del evolucionismo.[27] La mayor aportación de
Sigmund Freud (1856-1939)
es el psicoanálisis
y la interpretación de los sueños. En Totem
y tabú publicado en 1912-1913
parte de la idea de que la vida primitiva es un estado ‘salvaje’
previo al desarrollo cultural y también de que la religión tiene su
origen en las prácticas totémicas. Émile Durkheim (1858-1917), sociólogo y filosófo positivista seguidor de Comte, fue fundador de la
escuela francesa de sociología. En su obra Las
formas elementales de la vida religiosa (1912) estudia las formas totémicas
de Australia para examinar la relación del mito con la sociedad.[28] Gilbert
Murray
(1866-1957),
lingüista inglés
nacido en Australia, destacado profesor de griego en Oxford, traduce los
dramas griegos y realiza la primera aplicación formal de la mitología clásica
en la literatura. Ernst Cassirer (1874-1945),
filósofo
idealista alemán,
en su Filosofía de las formas simbólicas (t.1,
1923; t.2,
1925; t.3,
1929) incluye
los mitos en la teoría del conocimiento al relacionarlos con el lenguaje
como forma de pensamiento. Cassirer considera que el mito y los modos míticos
del
pensamiento forman un profundo sustrato en las culturas científicas y
tecnológicas de Occidente. Carl Gustav Jung (1875-1961), psiquiatra suizo que sigue los pasos de Freud
aunque luego se distancia de él, estudia sobre el mandala, la alquimia,
los arquetipos, la psicología y la religión. La psicología encontró en
el mito material para delinear la estructura, el orden y los mecanismos
tanto de la vida psíquica de los individuos como del inconsciente
colectivo de la sociedad. Bronislaw Malinowski (1884-1942), filósofo y antropólogo polaco, es el primero en viajar y en desplazarse para hacer trabajos de campo.
Fundador de la corriente antropológica denominada ‘funcionalismo’,
considera que el mito cumple en las sociedades arcaicas y tribales una
función indispensable: expresar, incrementar y codificar la creencia,
salvaguardar y reforzar la moralidad, y ofrecer reglas prácticas para la
guía de los individuos en estas culturas. Georges Dumézil
(1898-1986)
estudió más de
cuarenta lenguas y es famoso por sus estudios míticos comparados en las
lenguas indoeuropeas. Llevó a cabo extensas investigaciones sobre el mito
en las culturas
india, griega, romana, alemana y escandinava, entre otras, y dedujo una
estructura cosmo sociológica común a cada una de esas variantes míticas. Joseph Campbell (1904-1987),
antropólogo
norteamericano interesado en el psicoanálisis de Jung, publica El
héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito (1948). Mircea Eliade
(1907-1986), filósofo rumano
e historiador de las religiones, destaca por el rigor de sus estudios sobre el fenómeno religioso. Desde
su interpretación, el mito revela una ontología primitiva, una explicación
de la naturaleza del ser. El mito, por medio de símbolos, expresa un
conocimiento que es completo y coherente; aunque los mitos puedan
trivializarse y vulgarizarse a través de los siglos, la gente puede
usarlos para volver al principio del tiempo y redescubrir y volver a
experimentar su propia naturaleza. Claude Lévi-Strauss
(1908) elabora
un método original al combinar el análisis estructural y la aportación
del psicoanálisis para el estudio antropológico de
los mitos. Y para Paul Ricoeur (1913), el mito expresado en símbolos es
necesario para una seria valoración de los orígenes, de
los procesos y
los abismos del
pensamiento humano. En diálogo con los estudiosos
de las cuestiones míticas, es frecuente que los teóricos realicen
evaluaciones de las propuestas anteriores para ubicar la propia en mejor
contexto. Joseph Campbell, por ejemplo, resume: Mythology
has been interpreted by the modern intellect as a primitive, fumbling
effort to explain the world of nature (Frazer); as a production of
poetical fantasy from prehistoric times, misunderstood by succeeding ages
(Müller); as a repository of allegorical instruction, to shape the
individual to his group (Durkheim); as a group dream, symptomatic of
archetypal urges within the depths of the human psyche (Jung); as the
traditional vehicle of man’s profoundest metaphysical insights (Coomaraswamy);
and as God’s Revelation to His children (the Church). Mythology is all
of these. The various judgments are determined by the viewpoints of the
judges. For when scrutinized in terms not of what it is but of how it
functions, of how it has served mankind in the past, of how it may serve
today, mythology shows itself to be as amenable as life itself to the
obsessions and requirements of the individual, the race, the age.[29]
En
esos mismos términos Paul Ricoeur se interesa en la mitología. Más que
buscar definir lo que es un símbolo o un mito, se preocupa por estudiar cómo
funcionan y como se manifiestan. En los tiempos modernos, señala Ricoeur,
el mito ha perdido su valor explicativo, pero precisamente al
perder esas pretensiones explicativas es cuando el mito “nos revela su
alcance y su valor de exploración y de comprensión”; esto es, su función
simbólica, la cual se define como el poder que posee el mito para
descubrirnos y manifestarnos el lazo que une al hombre con lo sagrado. De
esta manera, el mito se convierte en una dimensión del pensamiento
moderno.[30]
Cerraremos nuestro recorrido con una cita de Günter Grass, tomada
de “Literatura y mito”, recopilada en su libro Artículos
y opiniones: La
literatura vive del mito. Crea y destruye mitos. Cuenta la verdad de una
manera diferente cada vez. Su memoria guarda todo lo que nos conviene
recordar. Esperemos que algún día no muy lejano seamos capaces otra vez
de pensar en imágenes y signos, y le permitamos a nuestra razón creer en
las fábulas, jugar con aparente necedad con cifras y significados, dar
rienda suelta a la fantasía y darnos cuenta de que si estamos llamados a
sobrevivir, sobreviviremos, como mucho, en mitos, aunque sea con ayuda de
la literatura. Bibliografía
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de Báez, Yvette, Juan Rulfo: del páramo
a la esperanza. Una lectura crítica de su obra. El Colegio de México-FCE,
México, 1990. León-Portilla,
Miguel, “Ángel Ma. Garibay K.”, Estudios
de cultura náhuatl, UNAM, vol. 4, 1963, [volumen publicado en
homenaje al Dr. Ángel Ma. Garibay K.], pp. 9-26. León-Portilla,
Miguel, Toltecáyotl. Aspectos de la
cultura náhuatl. FCE, México, 1980. Lévi-Strauss,
Claude, Mitológicas. De la miel a
las cenizas II, trad. Juan Almela. FCE, México, 1982. Lienhard,
Martín, La voz y su huella.
Escritura y conflicto étnico-social en América Latina (1492-1988).
Casa de las Américas, La Habana, 1990. Murray,
Gilbert, The Classical Tradition in Poetry. Harvard University Press,
Cambridge, 1927. Nacht,
Marc, “Carlos Fuentes and Malintzin’s Mirror”, Review
of Contemporary Fiction, vol. 8, 1988, pp. 211-216. Olea
Franco, Rafael, El otro Borges. El
primer Borges. El Colegio de México-FCE, Buenos Aires, 1993. Olea
Franco, Rafael, “Un encuentro inesperado”, La Jornada Semanal, México, 16 de junio de 1996,
pp. 8-9. Ortega,
Julio, “La muerte de Artemio Cruz
y el relato de la des-fundación nacional”, en La
ciudad literaria de Julio Orteg@. URL(http://www.brown.edu/Departments/Hispanic_Studies/Juliortega/Principio.htm#ArtemioCruz) Platon,
The Republic, trad. Tom Griffith.
Cambridge University Press, Nueva York, 2001. Ricoeur,
Paul, Finitud y culpabilidad,
trad. Alfonso García Suárez y
Luis M. Valdés Villanueva. Taurus, Buenos Aires, 1991 [1a. ed. francesa,
1960]. Ricoeur,
Paul, Tiempo y narración I.
Configuración del tiempo en el relato histórico, trad. Agustín
Neira. Siglo Veintiuno Editores, México, 1995 [1a. ed. francesa, 1983]. Ricoeur,
Paul, Tiempo y narración II. Configuración
del tiempo en el relato de ficción, trad.
Agustín Neira. Siglo Veintiuno Editores, México, 1995 [1a. ed. francesa,
1984]. Ricoeur,
Paul, Tiempo y narración III. El
tiempo narrado, trad. Agustín Neira. Siglo Veintiuno Editores, México,
1996, [1a. ed. francesa, 1985]. Richer,
Jean, “Romanticismo y mitología. El recurso a los mitos en la obras
literarias”, en Las mitologías de
Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>. El chamanismo asiático,
Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite Solana (eds.), trad. Cristina
Serna y Maite Solana. Eds.
Destino, Barcelona, 1998, pp. 518-529. Roa
Bastos, Augusto, “El texto cautivo (Apuntes de un narrador sobre la
producción y la lectura de textos bajo el signo del poder cultural)”, Hispamérica,
vol. 10, diciembre 1981, pp. 3-28. Roa
Bastos, Augusto, Yo, el Supremo.
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Ramón, Francisco y César Oliva (eds.), El
mito en el teatro clásico español. Ponencias y debates de las VII
Jornadas de teatro clásico español, Taurus, Madrid, 1988. Sáenz,
Pilar, “Mito y semiótica en Una
familia lejana de Carlos Fuentes”, en Crítica
semiológica de textos literarios hispánicos, Miguel Garrido Gallardo
(ed.). CSIC, Madrid, 1983, pp. 659-663. Scarborough,
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Postcritical Reflections. State University of New York Press, Albany,
1994. Solana,
Maite, “Ilustrados y románticos frente al mito”, en Las
mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>. El
chamanismo asiático, Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite Solana
(eds.), trad. Cristina Serna y Maite Solana, Eds. Destino, Barcelona,
1998, pp.
33-47. Starobinski,
Jean, “La fábula y la mitología durante los siglos XVII y XVIII. Su
posición en la literatura y la reflexión teórica”, en Las
mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>. El
chamanismo asiático, Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite Solana
(eds.), trad. Cristina Serna y Maite Solana. Eds. Destino, Barcelona,
1998, pp. 493-518. Vickery,
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Contemporary Theory and Practice. University of Nebraska Press,
Lincoln, 1966. Vitse,
Marc, “Las burlas de don Juan: Viejos mitos y mito nuevo”, en El
mito en el teatro clásico español. Ponencias y debates de las VII
Jornadas de teatro clásico español, Francisco Ruiz Ramón y César
Oliva (eds.). Taurus, Madrid, 1988, pp. 182-191. Zalta,
Edward N., (ed.), The
Stanford
Encyclopedia of Philosophy, Winter 2002 Edition. Zavala,
Lauro, “Forma y mito en Gringo viejo”, Nuevo Texto
Crítico, vol. 1, 1988, pp. 123-131.
[1]
Cf. Platón, The Republic,
trad. Tom Griffith, Cambridge University Press, Nueva York, 2001,
libro VII. [2]
Cf. David Bidney, “Myth, Symbolism, and Truth”,
en Myth and Literature. Contemporary Theory and Practice, John B.
Vickery (ed.), University of Nebraska Press, Lincoln, 1966, pp. 3-13. [3]
Maite Solana, “Ilustrados y románticos frente al mito”, en Las
mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>.
El chamanismo asiático, Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite
Solana (eds.), trad. Cristina Serna y Maite Solana, Eds. Destino,
Barcelona, 1998, p. 33. [4]
Jean Starobinski, “La fábula y la mitología durante los siglos
XVII y XVIII. Su posición en la literatura y la reflexión teórica”,
en Las mitologías de Europa:
los indoeuropeos y los <<otros>>…,
op. cit.,
p. 493. Las cursivas son del texto. [5]
Vid.
Francisco Ruiz Ramón y César Oliva (eds.), El
mito en el teatro clásico español. Ponencias y debates de las VII
Jornadas de teatro clásico español, Taurus, Madrid, 1988;
especialmente las ponencias de Andrés Amorós, “Don Juan Tenorio,
mito teatral”, pp. 15-25, y Marc Vitse, “Las burlas de don Juan:
Viejos mitos y mito nuevo”, pp. 182-191. [6]
Cf. Maite Solana, “Ilustrados y románticos frente al mito”, art,
cit., p. 46. [7]
Jean Richer, “Romanticismo y mitología. El recurso a los mitos en
la obras literarias”, en Las
mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>…,
op. cit.,
p. 524. [8]
Victoria Cirlot, Jaume Pòrtulas y Maite Solana (eds.), Las
mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>…,
op. cit., pp.
23 y 24. [9]
John E. Jackson, “Poesía y mito. La modernidad, un cuestionamiento
del mito. Hölderin, Baudelaire, Mallarmé, T. S. Eliot y Rilke”, en
Las mitologías de Europa: los
indoeuropeos y los <<otros>>…,
op. cit., p.
654. [10]
Michel Edwards, “Literatura y mitología. Otro ejemplo: la poesía
inglesa en el siglo XX”, en Las mitologías de Europa: los indoeuropeos y los <<otros>>…,
op. cit.,
p. 661. [11]
Cf. Gilbert Murray, The
Classical Tradition in Poetry, Harvard University Press, Cambridge,
1927, pp. 205-240. [12]
Cf. Stanley Edgar Hyman, “The Ritual View of Myth and the Mythic”,
Myth and Literature.
Contemporary Theory and Practice,
op. cit.,
p. 48. [13]
Cf. Miguel León-Portilla, “Ángel Ma. Garibay K.”, Estudios
de cultura náhuatl, UNAM, vol. 4, 1963, [volumen publicado en
homenaje al Dr. Ángel Ma. Garibay K.], pp. 9-26. [14]
Cf. Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México, 1980,
p. 151. [15]
Alejo Carpentier, El reino de
este mundo, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1984, p. 10. [16]
José Alcántara Almánzar, Narrativa y sociedad en Hispanoamérica, Instituto Tecnológico de
Santo Domingo, Santo Domingo, 1984,
p. 94. [17]
Rafael Olea Franco, El otro Borges. El primer Borges, El Colegio de México-FCE, Buenos
Aires, 1993, pp. 53-54. [18]
Carlos Fuentes, Valiente
mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana,
FCE, México, 1990, pp. 150-151.
En
otro capítulo del mismo libro, Fuentes califica como “la
Ilíada
descalza”
a
la
novela Los de abajo, de
Mariano Azuela. Ibíd., pp. 174-193.
La idea de Juan Preciado como Telémaco había aparecido antes en su
ensayo sobre La nueva novela
hispanoamericana, Joaquín Mortiz, México,1969, p. 16. [19]
Yvette
Jiménez
de Báez, Juan Rulfo: del páramo
a la esperanza. Una lectura crítica de su obra,
El Colegio de México-FCE, México, 1990,
p. 8.
[20]
Yvette
Jiménez
de Báez, Juan Rulfo: del páramo
a la esperanza,
op. cit., pp.
130, 268 y 270. [21]
Martín Lienhard, La voz y su
huella. Escritura y conflicto étnico-social en América Latina
(1492-1988), Casa de las Américas, La Habana, 1990, pp. 11, 14 y
19. [22]
Cf.
Augusto
Roa Bastos, “El texto cautivo (Apuntes de un narrador sobre la
producción y la lectura de textos bajo el signo del poder
cultural)”, Hispamérica, vol. 10, diciembre 1981, pp. 3-28. [23]
Luzelena
Gutiérrez de Velasco, “Elena Garro. Entre la originalidad y la
persecución”, Elena Garro: In
memoriam. La Jornada Semanal, núm. 182, 30 de agosto 1998, p. 6.
Vid
también Luzelena
Gutiérrez de Velasco, “Entre la originalidad y la persecución: la
narrativa de Elena Garro”, Casa
de las Américas, núm. 183, 1991, pp. 57-61. [24]
Cf. Lauro Zavala, “Forma y mito en Gringo
viejo”, Nuevo Texto Crítico,
vol. 1, 1988, pp. 123-131; Pilar Sáenz, “Mito y semiótica en Una familia lejana de Carlos Fuentes”, en Crítica semiológica de textos literarios hispánicos, Miguel
Garrido Gallardo (ed.), CSIC, Madrid, 1983, pp. 659-663; Marc Nacht,
“Carlos Fuentes and Malintzin’s Mirror”, Review
of Contemporary Fiction, vol. 8, 1988, pp. 211-216; Julio
Ortega, “La muerte de Artemio
Cruz y el relato de la des-fundación nacional”, en La
ciudad literaria de Julio Orteg@, en http://www.brown.edu/Departments/Hispanic_Studies/Juliortega/Principio.htm#Artemio%20Cruz [25]
Mircea Eliade, Imágenes y símbolos.
Ensayos sobre el simbolismo mágico-religioso,
op. cit.,
p. 36. [26]
Rafael Olea Franco, “Un encuentro inesperado”, La
Jornada Semanal, México, 16 de junio de 1996, p. 9. [27]
La
mayor parte de esta información y la subsiguiente la obtuve de los
libros citados de los autores y para completar algunas referencias
consulté John
B. Vickery (ed.), Myth and Literature. Contemporary
Theory and Practice,
University of Nebraska Press, Lincoln, 1966;
Milton Scarborough,
Myth and Modernity. Postcritical
Reflections,
State University of New York Press, Albany, 1994;
Edward
N. Zalta (ed.),
The
Stanford
Encyclopedia of Philosophy,
Winter 2002 Edition,
y Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía, trad. Alfredo
N. Galletti, FCE, México, 1987. [28]
Mircea Eliade critica la obra de Frazer por sus juicios sobre las
sociedades arcaicas. Y critica también Totem y tabú al señalar que Freud universaliza sus conceptos a
pesar de conocer las conclusiones a las que Frazer había llegado
sobre la no universalidad del totemismo como fenómeno socio
religioso.
Censura igualmente Las formas
elementales de la vida religiosa: “libro precioso en muchos
aspectos, a veces casi genial, pero desgraciadamente carente de
fundamento”, porque señala que Durkheim cae en el mismo error de
Freud, al atribuir al totemismo el origen de las religiones. Mircea
Eliade, Imágenes y símbolos.
Ensayos sobre el simbolismo mágico-religioso, op. cit., p. 27, n.
8 y p. 30. [29]
Joseph Campbell, The hero with a
thousand faces, Meridian Ed., Nueva York, 1956.
[1a. ed. 1948], p. 382. [30] Cf. Paul Ricoeur, Finitud y culpabilidad, trad. Alfonso García Suárez y Luis M. Valdés Villanueva. Taurus, Buenos Aires, 1991 [1a. ed. francesa, 1960], p. 169. |
Claudia Macías Rodríguez, “El mito en la literatura: un recorrido
hacia su definición”, Sincronía, primavera 2006, ISSN 1562-384X, http://sincronia.cucsh.udg.mx/cmaciasnov06.htm
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