“Han dado vida a un tercer escritor” |
"Si no toco la vida con la escritura es como si no la viera”: la escritura, la literatura cobra vida y es vida para Ricardo Chávez, y así lo demuestra en cada una de sus obras. El nombre de Ricardo Chávez Castañeda llegó a Corea como miembro fundador del “Crack”, con una larga trayectoria como escritor y con una también larga lista de premios por todo el mundo, al igual que el resto de sus compañeros. Nacido en la Ciudad de México en 1961, Maestro en Creación Literaria por la New Mexico State University, Ricardo Chávez nos sorprende con un estilo de escritura que renueva y redescubre tiempos y personajes en mundos que sumergen al lector en una intensa búsqueda de lo más profundo del ser humano, con un estilo tan delicado que a veces oímos la voz del poeta y tan agudo que no permite que escondamos la cara ante realidades que pocos escritores de su generación se han atrevido ya no digamos a asumir sino a tocar siquiera. Esta manera de abordar la literatura ha llamado poderosamente la atención de los hispanistas de Corea que no dudaron en invitarlo a formar parte de la primera antología de escritores jóvenes de habla hispana, que se publicará este año en coreano, en la ciudad de Seúl, con cuentos de Ricardo Chávez Castañeda, Cristina Rivera Garza, Fernando Iwasaki, Edmundo Paz Soldán, Juan Manuel de Prada, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Mayra Santos Febres, entre otros. El contacto con Ricardo Chávez fue también sorprendente. La calidez de su trato y su amabilidad desde el primer momento nos animó a solicitarle esta entrevista por Internet, para invitarlo a que nos compartiera algunos secretos de su experiencia de escritura a cuatro manos con Celso Santajuliana, prestigiado escritor de la misma generación (Ciudad de México, 1960). El final de las nubes (RBA), finalista del Premio Internacional de Novela Negra Dashiell Hammet en 2002, es una novela intensa en todos los sentidos: por la maestría con que maneja el suspense, por los temas que toca -la miseria de los niños de la calle, el robo y el secuestro de menores, la impunidad ante la injusticia, el recuerdo de masacres históricas- y por el carácter de los personajes que hablan por sí mismos dentro de una realidad que rebasa cualquier solución posible. Una novela a cuatro manos que revela lo que pueden hacer dos conciencias y dos imaginaciones en un texto que rezuma unidad y equilibrio en todas sus partes. Recientemente, Michel Lafon y Benoît Peeters publicaron en Francia Nous est un autre, enquête sur les duos d'écrivains (Flammarion 2006), un libro también a cuatro manos que ofrece los resultados de una investigación seria, de una reflexión crítica y teórica sobre los dúos de escritores y, más concretamente, sobre la idea del autor que surge al fundirse dos plumas en un mismo texto. En palabras de Tabarovsky, la escritura en colaboración es la forma más intensa de desdoblamiento, de torsión de la personalidad, de estallido del sujeto: “Un extraño tabú que atraviesa la historia de la literatura”, como señalan los autores en la primera línea del libro. Un tabú pero, a la vez, una tradición. A lo largo de su ensayo que combina el recuento de los grandes pares de escritores de todos los tiempos, los autores reivindican la escritura a cuatro manos al afirmar que la imaginación de dos escritores puesta en común no deviene en una suma, sino que multiplica la capacidad de creación, además de significar una práctica rica en enseñanzas sobre las relaciones entre los seres humanos. En concordancia con la tesis de Lafon y Peeters, Ricardo Chávez Castañeda pone de manifiesto en esta entrevista los hilos que subyacen a este ejercicio de escritura, y con toda honestidad nos descubre confesiones que nos recuerdan que un escritor es antes que todo -o sobre todo- un hombre que vive y comparte nuestro mismo mundo. Claudia Macías: Dentro de una larga trayectoria como escritor, ¿cómo surge la idea de escribir a cuatro manos? Ricardo Chávez Castañeda: El final de las nubes no tiene un origen literario. Provino de la frustración y del hambre y de una amistad llena de misterio. Quince años dedicados a la literatura nos había llevado, a Celso Santajuliana y a mí, a ese punto donde descubres que no hay marcha atrás y que habrá que seguir nadando hasta dar con tierra firme o, bien, como parecía, ahogarte en el intento. Lo que resolvimos fue “vender el alma” que, en literatura, significa escribir basura. “Una telenovela”, dijimos, y durante un mes nos veíamos Celso y yo cada dos o tres días para empezar ese proyecto que en realidad nunca comenzamos. Diría que se nos reveló lo difícil que es la caída o, bien, que se nos reveló la falta de imaginación para corrompernos. No basta con la voluntad de vender el alma si no hay quien la compre, lo resumiría así ahora. Una tarde de aquellas nos impusimos un ultimátum. Si la próxima vez que nos viéramos, no dábamos inicio al proyecto, abandonaríamos la idea. Nos encontramos esa siguiente vez, y cada quien expuso las historias y los personajes que había imaginado al fin. Sucedió entonces lo que tenía que suceder. “Lo único que puede tentarte es la tentación a la cual ya has cedido hace mucho tiempo”. Nos gustó tanto la idea que decidimos hacerla novela y no telenovela, y nuevamente nos abismamos en la literatura. No éramos tan ingenuos como para no saber que nos metíamos en una empresa un tanto descabellada con eso de escribir en mancuerna, pero sí éramos lo suficientemente ingenuos como para suponer que la amistad lo resolvería todo. Nos decíamos que si, luego de años de amistad, habíamos acabado sabiendo que nuestros padres resultaron haberse conocido en la juventud (el padre de Celso fue maestro de mi padre y de mi madre en la escuela de pintura, y entonces daba la coincidencia de que ambos proveníamos de familias dedicadas al arte, a la pintura específicamente), y que, luego, ya una vez casados ambos, nuestros matrimonios, por coincidencia, habían parado brevemente en una misma habitación en San Cristóbal de las Casas, con sólo un mes de diferencia, que a la larga nos deparó la dicha de dos hijas que van, así, a un mes de distancia en todo, supusimos que, estas y otras raras coincidencias, bastarían para allanarnos el camino que supone poner en pausa las vanidades y adentrarnos hombro con hombro en lo que sólo puede ser una guerra. No hubo tal guerra. Claudia Macías: ¿Por qué escoger este estilo poco usual en la creación literaria? Ricardo Chávez Castañeda: Supongo que quisimos tentar al destino. Fue nuestra manera de probar si esta amistad nuestra estaba hecha para algo más que perdernos y encontrarnos cíclicamente. Ahora pienso que la arriesgamos y que, para nuestra buena fortuna, resistió y nos demostró que quizá podíamos seguir braceando juntos en el desatino que había significado no hacer nada más que literatura para vivir y para sobrevivir. Desde entonces hemos escrito a cuatro manos dos libros de ensayo y, a cuatro manos, creamos, coordinamos e impartimos desde entonces - ya cinco años- un laboratorio de novela dedicado a gente interesada en escribir. Ricardo Chávez Castañeda y Celso Santajuliana han escrito a cuatro manos también dos volúmenes de ensayo literario, bajo el sugestivo título de La generación de los enterradores, que causaron impacto en la crítica por sus “pretensiones apóstatas y afán polémico”. No obstante, se reconocen por constituir una invaluable “cartografía del Continente Narrativo Mexicano”, “el nuevo mapa de la literatura mexicana” de nuestros días. Claudia Macías: El ejercicio a cuatro manos es común en la ejecución musical. Pero en ese caso, existe previamente una partitura que guía la representación. La escritura a cuatro manos ¿tendría alguna semejanza con este tipo de interpretación artística? Ricardo Chávez Castañeda: Si hubiera un posible parangón entre la escritura a cuatro manos y la música, creo que tendría que ver más con la fabricación conjunta del instrumento musical. En este caso, Celso y yo construimos un “piano” que sólo nos sirvió para tocar una pieza: El final de las nubes. Una especie de instrumento efímero. Supongo, entonces, que si quisiéramos volver a “tocar juntos”, tendríamos que construir un nuevo “piano”. Claudia Macías: La amistad profunda, como la compenetración de almas que describes en la relación con Celso Santajuliana, nos dice mucho del espíritu -por llamar de alguna manera a ese elemento o condición- que hace surgir una obra literaria. ¿Repetirías la experiencia, construirías un nuevo piano con otro escritor? Ricardo Chávez Castañeda: Sinceramente, no sé si las vidas actuales de Celso y mía podrían dar espacio y tiempo para la creación de un nuevo piano, acaso ni siquiera nuestros intereses y necesidades armonizarían. No lo intentaría con otro escritor. Claudia Macías: ¿La escritura a cuatro manos se puede considerar un reto o se trata más bien de una experiencia lúdica? Ricardo Chávez Castañeda: He repetido muchas veces la palabra “ingenuidad” y ahora agrego la palabra “inocencia”. Hubo tanta ingenuidad e inocencia en este proyecto que no cupieron sentimiento ligados al reto como la angustia, la ambición desmesurada y la sensación de habernos puesto a prueba. Por el contrario, creo que fue un modo bastante divertido de darnos un descanso de nosotros mismos, de la cárcel que significa el “YO”, de nuestros fantasmas y nuestras obsesiones. Algo semejante a soltar el volante y dejar que los caminos surgieran por sí mismos. Escribir lejos de nosotros supuso una extraña sensación de libertad, gozo, juego, levedad. Quiero pensar que, inconscientemente, estábamos decidiendo que si el destino era el hundimiento, por qué no hacer de las últimas brazadas un baile sincronizado, una irreverencia, una despedida fuera de la órbita de lo solemne y de lo serio, una especie de buena carcajada de hiena contra el triste canto de cisne que no era un final para nosotros. Claudia Macías: En el género policial, la escritura conjunta tiene una larga tradición. En las letras hispanoamericanas, basta con recordar al dúo formado por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges dando vida a H. Bustos Domecq. El final de las nubes, precisamente, resultó finalista del prestigiado Premio Internacional de Novela Negra Dashiell Hammet, en 2002. ¿Qué hay de particular en este género para este tipo de escritura? Ricardo Chávez Castañeda: A la vuelta del tiempo hemos reconocido que la novela negra es un subgénero propicio para una escritura siamesa porque las tramas suceden más en el mundo y menos en las almas. Es más fácil que dos cabezas pacten en la creación de una realidad que en la creación de una subjetividad, sobre todo cuando tal realidad preexiste. La novela negra es un paseo por las ciénagas del mundo y en este sentido se fundamenta en el realismo, en un costumbrismo de subsuelos sociales. Observar, retratar, describir, y crear anécdotas que entelarañen a los lectores de modo que no tengan escapatoria a la hora de convertir el espectáculo literario en un acontecimiento sadomasoquista. La novela negra siempre es un recordatorio de la mierda que hay bajo los pies y de que, lo sepas o no, lo aceptes o no, lo quieras o no, con la mierda sólo hay dos milagros: ser lo suficientemente limpio como para hundirte bien pronto en ella y sanseacabó, o estar tan corrupto y ser tan vil como para aprender a caminar por encima. La levitación que resulta de la hermandad. Voluntad de estilo, propuesta estética e infiernos de conciencia no es algo que cuatro manos tejan bien. Claudia Macías: ¿Quién invitó a quién? Entre Ricardo Chávez y Celso Santajuliana, ¿quién tomó la iniciativa de este proyecto? Ricardo Chávez Castañeda: Eduardo Casar, un poeta amigo nuestro que había leído algunos de nuestros libros, accedió a echarle un vistazo a la novela una vez que la creímos concluida y quedó asombrado al no poder reconocernos en las páginas. “Han dado vida a un tercer escritor”, nos dijo de verdad encantado. Me gusta pensar que así fue y que justamente ese tercer escritor tomó la iniciativa y nos llevó por los pelos a Celso y a mí a emprender esta disparatada novela a cuatro manos. Claudia Macías: ¿Quién es más “dueño” del tema?, es decir, ¿quién aportó la idea principal para el desarrollo de la trama? Ricardo Chávez Castañeda: Durante seis meses, con un pliego de papel como único mapa -de un lado habíamos definido a los personajes y del otro habíamos creado una secuencia de hechos-, nos dedicamos a escribir, cada quien con un cuaderno, una pluma, una taza de café, frente a frente, lo que brotaba de nuestras bocas. A veces era Celso quien profería la frase, a veces era yo, la sopesábamos durante unos segundos y cuando ninguno de los dos le ponía reparo, la escribíamos en nuestros respectivos cuadernos. A dos voces, a cuatro manos, a muchas tazas de café, a un par de cuadernos, a un mapa de papel lustre que cada vez se deslustraba más, a seis meses de jornadas que iban de tres a cuatro horas, escribiendo juntos El final de las nubes. Juntos, sin que ninguno de los dos dictara, lidereara, censurara, definiera. Cediendo y concediendo siempre. Como dije antes, haciendo la paz más que la guerra, y cuando se hace la paz no hay bandos. Sinceramente creo que esa fue la singularidad de esta escritura conjunta, su milagrosa armonía… para crear la pesadilla que retrata. Claudia Macías: En el momento de compartir la escritura, Ricardo Chávez y Celso Santajuliana ¿cómo se asumen como lectores? Ricardo Chávez Castañeda: Este tercer escritor que no es Celso ni soy yo resultó ser afortunado pues encontró en nosotros un par de lectores que día con día releían su escrito y le proponían, por separado, modificaciones que luego eran negociadas entre ambos. La gracia de fundir dos cabezas en una al escribir, se duplicó cuando esa cabeza se desdobló para ser las primeras receptoras de la obra. Claudia Macías: La novela aborda una situación real: los “niños de la calle” que abundan en la Ciudad de México y en los países de América Latina. Pero el final pareciera no encontrar solución en esta dimensión “real” y deja abierto un espacio hacia un “más allá” que el lector debe imaginar. ¿Sería una puerta hacia el realismo mágico? Ricardo Chávez Castañeda: Es un distinto “más allá” en donde desemboca la novela: la atroz realidad de las infancias de nuestros países cae fuera de los marcos de inteligibilidad y verosimilitud a la hora de intentar ofrecerle y ofrecernos una explicación o un sentido. Una realidad tan desmesurada inevitablemente rompe las lógicas y las corduras. No hay palabras que puedan llegar hasta donde han llegado los actos. La novela nos fue llevando al territorio de la demencia. Un mundo donde ni siquiera los milagros son capaces de torcer destinos es un mundo que no tiene cabida sino para la desesperanza absoluta y para la desolación. Claudia Macías: El Premio Alfaguara de Novela 2005 se concedió, precisamente, a una escrita a cuatro manos: El turno del escriba, de las argentinas Ema Wolf y Graciela Montes. En el mismo año, apareció Muertos Incómodos, del Subcomandante Marcos y Paco Ignacio Taibo II, (Joaquín Mortiz 2005) ¿Se trataría de una nueva tendencia? Ricardo Chávez Castañeda: Tiene mucho de provocación. Ir a contracorriente de la soledad, del egocentrismo, de la dictadura autoral, de la soberbia del nombre y del renombre, por el gesto creativo de usar cuatro manos en lugar de dos y de atender el mundo desde la ubicuidad de dos miradores en vez de uno, cuestiona caros preceptos literarios sobre lo que la literatura, la creación, la autoría, tendrían que ser. Una tendencia suicida y homicida, al mismo tiempo. Purgarse y purgar de literatura a la literatura al menos por un lapso para probar hasta dónde más se puede ir con ella, a través de ella, a pesar de ella. |
“Han dado vida a un tercer escritor. Entrevista a Ricardo Chávez Castañeda, coautor de El final de las nubes, finalista del Premio Internacional Dashiell Hammet 2002”, Espéculo. Revista de Estudios Literarios, (Universidad Complutense de Madrid), núm. 35, marzo-junio 2007, ISSN 1139-3637, URL: http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/rchavez.html
Ir a índice de América |
Ir a índice de Macías Rodríguez, Claudia |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |