Angelina Muñiz en su
Huerto cerrado, huerto sellado |
Veintiún
relatos tejen Huerto cerrado, huerto
sellado de Angelina Muñiz.[1]
La escritura de los textos comprende de 1960 hasta 1984 y, sin embargo,
representan una unidad en la que funcionan una serie de elementos simbólicos
y claves estructurales que la hacen diferente a otros volúmenes
semejantes. El todo responde cabalmente al título general que es, a la
vez, el de un relato. El
epígrafe del Tractatus Logico Philosophicus de Wittgenstein que encabeza el
libro, nos da la primera clave de lectura: Es
claro que por muy diferente del real que se imagine un mundo, debe tener
algo -una forma- en común con el mundo de lo real. (p. 9) La
cita corresponde al momento de la descripción epistemológica del mundo
y, más concretamente, a la exposición de la teoría de la figura que
precede a la teoría del pensamiento.[2] En
lo anterior se nos revelan dos inquietudes: la imaginación de un mundo
femenino distinto del real, y el problema de la forma de dicho mundo, las
cuales se mantienen como constantes en la esta obra de Angelina Muñiz.
Imaginación de mundos para la mujer y experimentación de formas
narrativas que la escritora vive y el lector comparte en una dimensión mítica,
gracias a la magia de la palabra. Huerto
cerrado, huerto sellado surge de la
combinación ideal de los relatos que lo integran. Se puede observar,
siguiendo el orden que presentan, la disposición en dos bloques en cuyo
centro -y sin pertenecer a ninguno de ellos- se encuentra el texto que da
nombre a la colección. Quince textos lo preceden y cinco le siguen. En
los primeros predomina la metaficción y en los segundos, las experiencias
personales a nivel más claramente autobiográfico. El
texto que sirve como gozne es el portador de la poética de la obra. Huerto
cerrado, huerto sellado[3]
nace de la cita del Cantar de los
Cantares que le sirve de epígrafe: “Huerto cerrado eres, mi
hermana, esposa mía; huerto cerrado, fuente sellada” (p. 79). En este
relato se pone de relieve, en primer término, la dificultad de expresar
por medio de la escritura el ‘amor redondo y perfecto’, y junto a ello
toda experiencia que alcance el nivel de lo inefable; en consecuencia, la
ineficacia de la palabra queda manifiesta; se ha desgastado a tal grado
que llega a convertirse en un estorbo: Porque
hay palabras que estorban. Palabras que se han desgastado. Palabras que ya
no suenan. Palabras, que sin embargo, aún significan, lejos, muy lejos.
Palabras que ya no podemos pronunciar y que son únicas. Palabras que no
es posible escribir, pero que todos sabemos penetrar. (p. 79) Ahora
bien, se reconoce paralelamente el valor de la palabra que todavía
conserva un significado que ‘sabemos penetrar’. La relación erótica
con la palabra en lo que aquí
será una nueva postura en términos
de la iniciativa de la mujer, está marcada
desde el título mismo: Huerto
cerrado, huerto sellado del Cantar
de los Cantares nos remite a la larga trayectoria como elemento ritual
en el desposorio dentro de la tradición judía. La dimensión sacralizada
de la palabra no es casual, “habiendo perdido la tierra propia me aferré
a la tierra de las palabras. Que se me convirtió en sagrada”,[4]
dice Angelina Muñiz, dejando ya entrever el sentimiento del exilio que
será otra de sus constantes. La
opción que se propone en este volumen es la depuración total del
lenguaje por medio de una vuelta a la sencillez: “lo que yo quería era
encontrar el lenguaje más desnudo posible, la frase más breve”,[5] y con ello, el cuestionamiento a la sociedad que ha
sostenido y ‘utilizado’ por siglos ese lenguaje. Un ejemplo de ello
será el relato de Salicio y Amarilis. La destrucción de todo
sistema de comunicación humana que lleva a los protagonistas a la única
opción posible: la simplicidad de los balidos de las ovejas que
pastorean. Sin
embargo, la poética va más allá; contempla todo un mundo de claves y
enigmas para expresar lo inefable, lo único, lo que sólo
una mujer puede percibir, para entonces, “de
lo particular saltar a lo universal. El deseo de que las claves y los
enigmas sean ya lenguaje de los demás”. La palabra será entonces, un
acto de amor, un “esfuerzo doloroso de encerrar el amor en vaso de frágil
cuerpo” (p. 82) que es la palabra. Con ello, la poética del texto se
adecua al axioma escolástico, quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur que
sirviera para explicar la acción divina en la experiencia mística
cristiana.[6]
En
Huerto cerrado, huerto sellado se presenta la propuesta de asumir
la postura de superación espiritual que sigue la mística; dice el texto:
“entregados al amor, hacemos también nuestras las tres vías
espirituales, la purgativa, la iluminativa y la unitiva” (p. 81). La vía
purgativa, la de la ascesis activa en la que el alma, en busca de la
divinidad, se encuentra en un estado de oscuridad; seguida de la vía
iluminativa, en la que la divinidad responde por medio de una luz que
deslumbra y ciega las potencias del entendimiento paralizando al hombre;
recepción que causa gozo pero a la vez dolor por la pasividad que sufre,
por no poder actuar -acción pasiva- y dolor gozoso por la unión de los
contrarios. Finalmente, la vía unitiva en la que el hombre realiza la unión
mística con Dios, en donde ya no importa lo que siente porque ha
alcanzado su objetivo. Este
camino de la mística cristiana tiene como modelo a Santa Teresa, de gran
influencia sobre los textos de Muñiz. En Morada
interior (1972) funge como protagonista, aunque inmersa en la realidad
contemporánea. Pero,
la última palabra sobre la poética del texto la tiene la misma autora.
Para ella: escribir
es un oficio de tal responsabilidad y de tal sentido ético, que la única
comparación posible que se me ocurre es con la del cabalista que
reescribe los textos sagrados con la mayor perfección, porque equivocar
una letra sería destruir el universo. Por lo tanto, mi estética es una
ética del lenguaje.[7] Cuando
Angelina Muñiz dice “soy Dulcinea, soy Santa Teresa, [...] Pero podría
ser también algún cabalista hispanohebreo del siglo XIII”,[8] nos abre un horizonte de posibilidades que enriquecen
la interpretación de los relatos del Huerto
cerrado... En las ‘primeras Moradas’ de Santa Teresa, el
huerto tiene como equivalente al castillo ya que considera nuestra alma
como un castillo todo de diamante o de muy claro cristal,[9]
y en los cuentos de Muñiz
aparecerá en cualquiera de sus dos formas –huerto o castillo-
simbolizando el interior del alma del personaje. Abraham de Talamanca va
en busca del Nombre “por campos abiertos y huertos cerrados” (p. 19),
Salicio y Amarilis viven en un “valle cerrado” (p. 45), la gran
Duquesa, siempre en “su castillo” (p. 31), y el Infante Arnaldos, en
su “palacio de cristal” (p. 57). Pero revisemos la visión que los
cabalistas nos ofrecen sobre el mismo espacio. El
lugar del encuentro amoroso para “el cultivo del amor, arte la más
exigente” (p. 81), debe ser el “huerto cerrado, huerto sellado” que
será la imagen de la Sejiná, símbolo místico que ha sido construido en
el contexto del ritual cabalista en el Zóhar. La Sejiná es
denominada con frecuencia en el Zóhar
como el campo de los manzanos sagrados, representando en cuanto campo, el principio
cósmico de lo femenino y que, a causa de los manzanos que
florecen en él, se manifiesta como el centro de todas las demás sefirot o
plantaciones sagradas que fructifican en ella.[10]
Lo
anterior se confirma en el cuento Huerto cerrado, huerto sellado
cuando dice: “Razón de amor [...] exigencia de huerto florido” (p.
81), que nos remite a la Razón de Amor con Los Denuestos del Agua y el Vino, poema del siglo
XIII en el que se puede leer:
En-el-mes d'abril, depues yantar,
estaua so un-oliuar.
Entre-çimas d'un mançanar
Un-uaso de plata ui-estar; [...]
Vna-duena lo-y-eua puesto,
que era senora del uerto[11]
y,
en los versículos del Cantar de los
Cantares en que se hace alusión a las manzanas para reanimar a la
esposa por la enfermedad de amor, y al árbol del manzano para compararlo
con la figura del amado.[12]
El cuento Huerto cerrado, huerto sellado nos habla de “espejos
encontrados”, de “ojos que reflejan ojos y ojos del alma que se
pierden en absolutas profundidades, abismales, temibles, ignotas”, en
donde se encuentra “la fuente del conocimiento, el esfuerzo de la
imaginación viva” que permitirá la transformación de “lo informe a
la forma”, de “lo perdido a lo recuperado”, “del olvido al
recuerdo” (p. 82). ¿Qué pensar sino que esos espejos encontrados son
los dos tipos de mística a los que nos hemos referido? Mística cristiana
y mística judía colocan a Angelina Muñiz en medio de una encrucijada de
culturas; combinación de elementos que entrarán en función de su propia
experiencia literaria y de su visión del mundo. Para
el misticismo cristiano, el lenguaje no es suficientemente adecuado para
expresar la divinidad y las experiencias místicas. Santa Teresa dice,
“junto con las palabras muchas veces, por un modo que yo no sabré
decir, se da a entender mucho más de lo que en ellas suenan, sin
palabras”.[13]
Y para el misticismo judío, el idioma hebreo es un instrumento divino que
en su forma más elevada encierra la espiritualidad del mundo. La mística
judía concibe el lenguaje como la primera expresión de la divinidad y el
comienzo del acto perpetuo de la creación. Muñiz conjuga las dos
posibilidades y logra un lenguaje que combina las palabras con el silencio
–territorio que por naturaleza y por tradición le ha pertenecido a la
mujer-, en una relación que se pone de manifiesto en la tipografía de
los relatos. El
misticismo judío es esencialmente masculino, elaborado por hombres y para
hombres, mientras que el misticismo cristiano es en gran parte de
inspiración femenina. Nuestra autora incursiona por los dos de igual
manera, y nos aporta su propia visión, como resultado del crisol en el
que funde ambas direcciones. Angelina Muñiz rescata de la mística
cristiana las vías espirituales y sus personalidades, y de la cábala,
los rituales de la boda mística y de la luna nueva, en la orientación
que les confirió el Zóhar. El
Zóhar escrito por el rabí Moisés
de León, en la Palestina del siglo XVI, se convirtió en un monumento
histórico y espiritual de primer rango dentro del judaísmo, gracias a
que supo dar “una respuesta a los excitados ánimos de los judíos españoles,
afectados por la catástrofe de la expulsión de 1492, en relación con la
cuestión del sentido del exilio”.[14]
Exilio representado por la Sejiná, principio cósmico de lo femenino que
citamos anteriormente. En el Talmud
se encuentra la fórmula para la bendición de la luna nueva: “Dice Él
a la luna que se renueve cual corona magnífica para quienes la han
portado desde el seno de su madre, los que al igual que él se rejuvenecerán
algún día y magnificarán a su creador”.[15] La Torá prescribe, en el día de la luna
nueva, un determinado sacrificio expiatorio con un macho cabrío. En una
explicación del Talmud a este
hecho se dice que Dios ha empequeñecido la luna, que originariamente tenía
la misma potencia lumínica que el sol. Como la luna no dejaba de quejarse
continuamente por ello, dijo Dios: “Ofrecedme un sacrifico expiatorio,
ya que he empequeñecido la luna”. Este empequeñecimiento de la luna es
interpretado por los cabalistas como símbolo del exilio de la Sejiná.[16]
Este
ritual del sacrificio está presente en tres relatos La ofrenda más
grata, La gran duquesa y Yocasta confiesa. En el primero
se presenta el cuestionamiento al origen de la división de los hermanos,
en el que Abel es sacrificado y Caín permanece y trasciende. Aquí Caín
es una mujer, son hermano y hermana que, luego de compartir el lecho,
viven el sacrificio en un
abrazo amoroso en donde la hermana apuñala a su hermano y sigue amándolo.
En el segundo se observa mayor semejanza con la descripción del rito: la
duquesa se conservó joven durante mucho tiempo, vivió “la pesadilla
que años de noches se le repitió sin poder entender por qué” (p. 30).
La duquesa, como figura de la Sejiná “era insaciable y no colmaba su
medida” (p. 31). El exilio mitificado en su persona, y siempre vivo a
través del rito hace que “sus órdenes y leyes [sean] concisas y
severas” (p. 31), y el mismo rigor la irá agotando y recluyendo en su
autoexilio. Y en Yocasta confiesa, la vuelta al origen de Edipo que
al reunirse con su madre en el lecho recobran la unión original y
perfecta que Layo destruyó al separlos, aunque la relación traiga
consigo el sacrificio inminente. En
esos tres relatos está también presente el ritual de la boda mística.
Esta fiesta -en cuanto
que celebra la revelación del Sinaí que tuvo lugar, según la Torá,
cincuenta días después de la salida de Egipto- es la fiesta de la
alianza entre Dios e Israel, y de aquí que fuera concebida por los
cabalistas como una boda. En la noche del sábado se une el rey con la
esposa-sábado, y al ser fecundado el campo sagrado -el huerto- surgen de
su unión mística las almas de los justos. En el Zóhar
todo se colocó bajo la perspectiva dominante de la fiesta de las bodas místicas,
inclusive la extraña media luz en la que la Sejiná misma aparece
mezclada con la reina-sábado.[17] Ahora
bien, un dato de importancia para nuestros textos es que el viernes por la
tarde, al inicio de la celebración, se recitaba también como canción de
boda de la Sejiná el Cantar de los Cantares, que hace referencia a la unión
íntima del “Ser Santo con la Ecclesia de Israel”.[18]
Scholem afirma que las dos categorías de ritos que acabamos de señalar
se hallan realmente entrelazadas. La boda sagrada es una ceremonia en la
que la separación y el exilio de la Sejiná son suprimidos por lo menos
momentáneamente, o si no, suavizados.[19]
Relación amorosa y exilio son dos temas que están presentes a lo largo
de los relatos, como manifestación permanente de la memoria de la autora.
Ahora
bien, el místico puede transformar el texto sagrado, y el momento
decisivo de esta metamorfosis consiste en que la letra, la en cierto modo
inequívoca y univalente letra de la revelación es provista de infinitos
sentidos. ¿Y qué hace Angelina Muñiz si no es transformar los textos
sacralizados por medio de un trabajo de escritura, de metaficción, para
conseguir que sus preocupaciones más hondas subyazgan en sus textos? Tal
sucede en el caso de Salicio y Amarilis, en el que reinterpreta el
motivo canonizado del género pastoril al transformar el locus amoenus en “huerto cerrado”. La literatura bucólica
que hizo suya durante dos milenios la mayor parte de los motivos eróticos,[20]
deja paso al ritual amoroso de la cábala en el nuevo -y viejo a la vez-
espacio del huerto. En
la recreación del romance del Infante Arnaldos, uno de los pocos romances
con elementos sobrenaturales en su final, subyace la idea frustrada del
retorno. En una versión
marroquí se cuenta el final de una historia de cautiverio, de
reconocimiento y regreso a la patria.[21]
Pero el exilio implica también el problema de la memoria y del origen.
Los relatos de Huerto cerrado... reflejan el deseo de reconocimiento de sus raíces:
España. La España de los Siglos de Oro que vio nacer la mística
cristiana y el Zóhar, clímax
de la cábala hispana. Y
así llega a nosotros la nueva dimensión de la tarea de El juglar,
en la que confirma el predominio de la “ley oral” sobre la “ley
escrita”, porque según comenta en otra de sus obras, de este modo se
establece la flexibilidad de la ley, no apegada estáticamente al texto
-el cual es secundario- sino adaptable e intercambiable según las
circunstancias y la época.[22]
La idea de que todas las religiones son una está presente en Tlamapa,[23]
en donde recrea un cantar mexicano desde una perspectiva sincrónica. Y qué
decir del trabajo de concentrar en tres cuartillas todo un poema de
experiencia intelectual como en Piramidal, funesta sombra. Las Églogas de Garcilaso, el Primero
Sueño de Sor Juana, el Romancero,
los Cantares Mexicanos reciben
un nuevo significado, se descubre en ellos una dimensión diferente, una
nueva veta dentro de su propia tradicióm. Angelina Muñiz reencuentra su
experiencia en el texto sacralizado. Con frecuencia es difícil distinguir
si ésta le brota espontáneamente del mismo texto o si es ella la que la
introduce allí. Scholem
dice que los místicos parecen redescubrir desde su punto de vista las
fuentes de la autoridad tradicional. Muñiz, por medio de su ejercicio
literario hermenéutico, presenta su propia interpretación de textos bíblicos,
como es el caso de La ofrenda más grata, en donde presenta una
nueva dimensión de Caín y Abel, y Huerto sellado, huerto cerrado
como su propia versión del motivo amoroso del Cantar
de los Cantares. Y
reinterpreta también mitos clásicos como en Yocasta confiesa, en
donde la figura femenina adquiere un protagonismo que la mitología griega
le negó; símbolos como en De la crisálida del limo escapará la
mariposa: “una crisálida de la palabra y de la imaginación”[24] que intentará revivir la memoria de un pueblo muerto
y sepultado bajo el asfalto de la ciudad de México, y su propia escritura
como es el caso de Sobre el Unicornio, En el nombre del Nombre
y El sarcasmo de Dios, que reelaboran momentos de su primera
novela. Cada
uno de los personajes y textos que la autora incorpora en su propia ficción,
pasan a tomar vida de ella misma, los nutre con su tradición y con su
experiencia mística y cotidiana: los textos la invaden y luego ella los
recrea pero siempre desde una perspectiva en la que lo femenino muestra su
prevalencia. Angelina Muñiz
dice sobre su propia labor: “en mis libros de
relatos, alterno dos líneas: sigo con la propensión mística como un
medio para reflexionar sobre el proceso de creación. O me valgo de las
historias acumuladas
–oídas y rehechas- para poner de relieve sucesos únicos, entre
la violencia y el humor”.[25]
Añadiríamos
a lo anterior, experiencias vividas y deseo de reivindicar
lo femenino que también le sirven como línea
en su proceso de creación. Experiencias con mayor evidencia autobiográfica
son los cinco textos que suceden a Huerto cerrado, huerto sellado.
En La añoranza, la utilización del lenguaje para lograr explicar
lo inexplicable. En Vagamente, a las cinco de la tarde, la
experiencia de la escritura como el agua que diluye la palabra, confiriéndole
un nuevo poder creador, el cual se manifiesta en el juego de niveles
discursivos que nos recuerda la técnica cortazariana de Continuidad
de los parques.[26]
En La vida no tiene fábula, su admiración por Azorín y el placer
que le produce la música como último término de disolución de la
palabra. En De la crisálida del limo escapará la mariposa, de
nuevo la preocupación por el sincretismo con lo mexicano, ahora desde una
perspectiva personal, “desde su torre de Mixcoac”. Y, Cuba, como “el
paraíso perdido. Viví de los dos a los cinco años y lo recuerdo todo.
Casi día por día. En uno de mis relatos, Retrospección, me
refiero a ello”.[27] Dos
problemas habíamos considerado como inmanentes al exilio: memoria, de la
que hemos hablado ya, y origen. El relato En el nombre del Nombre
tiene como motivo central la búsqueda del nombre del Nombre que le daría
un sentido a su propia existencia. Y el origen visto desde una dimensión
del retorno a la tierra aunque sea al final del tiempo: “siempre
volver al origen e igualar cuna con tumba” (p. 99), se lee en el texto Retrospección
que cierra el volumen de relatos. El problema del origen le va a impedir
conocer bien sus límites y se proyectará así en sus personajes: siempre
en los límites, personajes en frontera. El
interés por sus recuerdos de infancia se suman al esfuerzo por afianzar
sus orígenes, el cual ya había iniciado al dedicar algunas de sus obras
a rescatar las raíces hispánicas. Su infancia trunca e itinerante
refugiada en la imaginación, la única realidad. Angelina Muñiz
dice, “cada vez defiendo más
las raíces
de la infancia. Las más
poderosas para la labor creativa”.[28]
Su infancia la lleva a rescatar los cuentos de hadas que leyera de niña
en El telón del sueño, en donde la fantasía vence la maldad del
hombre. Y en un grado más interesante por atrevido en Breve mundo,
donde la magia de los niños les permite transformar el cautiverio nazi en
un mundo habitable, del que se fugarán al mismo tiempo que son
sacrificados, como mariposas que hubieran estado guardadas dentro de su
capullo. Imaginación
que construye una suerte de cosmogonía
cerrada sobre sí misma
para aislarse del exterior. El
tono poético de esos relatos nos recuerda su filiación con Luis Rius,
del grupo de jóvenes escritores exiliados: “[Luis Rius] fue para mí
-como para muchos otros- el dador del ritmo de la poesía, quien me
descubrió en la adolescencia, desde el Romancero hasta la Generación del
27. Y guardo su imagen leyendo los versos y guardando el sonido”.[29]
Resulta
interesante comprobar cómo parece ceñirse a ciertos lineamientos de la
poética de Rius; por ejemplo, cuando éste dice, “la poesía transforma
radicalmente al lenguaje y en dirección contraria a la de la prosa. En un
caso, a la movilidad de los signos corresponde la tendencia a fijar un
solo significado, en el otro, a la pluralidad de significados corresponde
la fijeza de los signos”; o cuando Rius habla de “el arte, la poesía,
[que] nace de esa raíz humana que no se hinca en el linaje estrictamente
biológico [...] de esa raíz que aspira al aire, al vuelo, y que
despierta en el hombre un deseo de inmortalidad. De esa raíz
exclusivamente humana [de la que] nacen las dos ramas: la poesía y la
religión”.[30]
Por su parte, Muñiz agrega una vez asimilada la lección, “cuento y
poesía se acercan: son la concentración decantada de un instante. El
deseo de atrapar la eternidad en la fugacidad”.[31]
La
experiencia del místico es, por su naturaleza, indeterminada e
inarticulada. Lo vago, lo omnitendente de ella contrastan con el nítido
contorno de la experiencia profética. En el fondo, la experiencia mística
es amorfa. Cuanto mayor es el grado de intensidad y profundidad con que se
experimenta, menores son la nitidez de contornos y la claridad de sentido
de su esencia, y menor es, también, la posibilidad de definirla
objetivamente. Esto nos remite al problema planteado en el epígrafe del
libro, el problema de la forma. La
experiencia mística
supone por principio, una infinita plasticidad de dicha experiencia. La
estructura de los textos de esta obra oscilan, en su mayoría,
entre la prosa y el verso. En Piramidal funesta sombra podemos
leer: Si
no se alcanza el supremo saber, si es inaccesible el pico más alto de la
más alta montaña, si el precipicio no se puede cruzar, no todo es
perdido, siempre queda el despertar, la nueva luz de cada día y la
promesa de otra noche dada al soñar. (p. 51).
En
el fragmento anterior, el ritmo y la rima irrumpen espontáneamente dentro
de la prosa. En el monólogo del Infante Arnaldos encontramos el mismo fenómeno:
Prisionero
me era yo (octosílabo) y yo no me lo sabía (octosílabo). Prisionero en
palacio (octosílabo) de cristal (tetrasílabo). Prisionero en olvido
(octosílabo) con bosques y con mar. (p. 59) El
ritmo y la rima nos remiten a la preferencia de Angelina Muñiz por la
oralidad. En los textos no se priva de incluir leyendas -la del unicornio
y la del río Sambatión- como las mejores muestras de esa tradición. En La
gran duquesa incorpora unos versos que parecen provenir de la tradición
del cancionero. En Tlamapa rescata un fragmento del Cantar
Mexicano publicado en los Romances
de los Señores de la Nueva España. De igual manera, el Romance del
Infante Arnaldos, el texto de El juglar y la fascinación por la música
en La vida no tiene fábula son muestra de la importancia que
confiere a la oralidad. Angelina Muñiz
dice: “La Cábala
merece un lugar aparte. Literalmente significa recepción o tradición y
es la suma del misticismo judío. Los niveles a los que llega son tan
profundos que la ley de la Torá
se convierte en un símbolo de la ley cósmica”.[32]
Esto es, los cabalistas consideran que la Torá
constituye un organismo viviente. Algunos afirmaban que la totalidad de la
Torá consistía en los nombres
de Dios dispuestos en forma sucesiva o entretejidos en una tela.[33]
Ezra
ben Selomó
comentó que
la palabra luz sale cinco veces en el relato de la creación
del primer día, y
que ello corresponde a los cinco libros de la Torá.
Los cinco libros son el nombre del Ser santo. La
misma tesis se encuentra repetidamente entre los miembros del círculo de
cabalistas de Gerona, y fue recibida por el autor del Zóhar.[34]
Si
atendemos al número mencionado y recordamos que el rito de las bodas místicas
se celebran el quincuagésimo día después del Pesáh, y tomamos
en cuenta que en la Biblia hebrea se sitúa el Cantar
de los Cantares a la cabeza de los cinco meguil-lot o rollos
que se leían en las grandes fiestas, podemos concluir que el número
CINCO se encuentra en función de un simbolismo especial en cuanto a
estructura se refiere. Antes
mencionamos que los veintiún textos que conforman Huerto
cerrado... están dispuestos en dos agrupaciones que comprenden quince
textos -tres veces cinco- la primera, y cinco textos la segunda, divididos
y unidos por el relato que da nombre a la colección. Por ello, podemos
pensar que el tejido de los relatos obedece a una intención totalitaria,
en función de conformar un ‘organismo viviente’. Como
la red que semeja a la Torá, Huerto cerrado, huerto sellado
es un entretejido de nombres con un origen común
de circunstancias, fragmentos e ideas. Se pueden localizar ecos de un
texto en otro; por ejemplo, se habla del “sarcasmo de dios” (p. 24),
en el texto del mismo nombre, y luego de “la burla de dios” (p. 54) en
Cristiano caballero; la descripción del joven en Vagamente, a
las cinco de la tarde es muy semejante a la del hermano asesinado en La
ofrenda más grata, particularmente cuando se repite la frase “el
sexo golpeando suavemente entre los muslos” (pp. 33 y 86); “cristales
llora el unicornio” (p. 15) y hay “lágrimas de cristal” por la
muerte de Rodrigo en Tlamapa (p. 43); la descripción del dolor de
Abraham de Talamanca (p. 17), luego se repite de igual manera en la
narradora de La vida no tiene fábula (p. 90), y en Retrospección
se resumen tópicos y frases de los textos anteriores: “tu hermano
muerto”, “Caínes somos desde el nacimiento”, y la búsqueda de lo
que no existe que está presente en varios relatos: la búsqueda del
unicornio, la búsqueda del alquimista, la búsqueda de Arnaldos, la búsqueda
del “paraíso cerrado” y la búsqueda de la fantasía. No
podemos pasar por alto la inquietud por la pureza que se presenta en Sobre
el unicornio, texto que inicia el volumen, así como el concepto de
metamorfosis que representa el unicornio y el símbolo mesiánico que
contempla. En La ofrenda más grata y en Yocasta confiesa
cuestiona, principalmente, el concepto de la pureza; en La gran duquesa,
en Salicio y Amarilis, en El juglar, en Breve mundo y
en El telón del sueño, se presenta el fenómeno de la
metamorfosis cada cual en su propio nivel, y todos en vías de la
conformación de mundos diferentes; y el símbolo mesiánico en función
del sincretismo en Tlamapa, en la persona del niño Rodrigo. El
sinfín de posibilidades y mundos que se abren ante nuestros ojos son una
muestra de la magia, del poder creador que Angelina Muñiz logra conferir
a la palabra. Su palabra. Aunque, bien nos convendría ser cautos en
interpretaciones, y atender mejor a su consejo cuando dice su Dulcinea
encantada: “no me atengo a las palabras. El pensamiento es más
veloz. El sentimiento expresa lo indecible. Ésta es mi gran revolución:
el silencio es el único lenguaje. Aquí dentro nadie sabe lo que pienso.
No hay error, no hay mala interpretación. La corrección es instantánea.
[...] Qué cuarto tan cómodo y perfectamente hermético es la mente.”[35]
Huerto cerrado y sellado es para Angelina Muñiz su mente. Y los relatos
que hemos podido tener en nuestras manos son sólo una pequeña muestra
del verdadero. Angelina Muñiz trasciende su tarea a un orden universal. Su actividad poética, elevada al rango de la mística, comprenderá todos los textos sacralizados de cualquier manera o por cualquier tradición para conferirles una nueva dimensión desde su propia perspectiva del mundo. Un mundo en el que las mujeres salen de su silencio para tomar la palabra y dejar oír sus pensamientos y manifestar su propia interpretación del mundo. Referencias: [1]
Angelina Muñiz, Huerto cerrado, huerto sellado, Oasis, México, 1985. Citamos por
esta edición y sólo indicaremos entre paréntesis las páginas
correspondientes. [2]
Cf. Ludwig Wittgenstein, Tractatus
Logico Philosophicus, trad. Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera,
Alianza Editorial, Madrid, 1991, p. 41. [3]
Marcaremos con negritas el título de la colección y con cursivas los
títulos de los relatos que la integran. [4]
Angelina Muñiz-Huberman, De
cuerpo entero, UNAM, México, 1991, p. 14. [5]
Ibíd., p. 19. [6]
Cf. Eugenio del Niño Jesús, O.C.D., Quiero
ver a Dios. Síntesis de la espiritualidad a través de Las
Moradas de Santa Teresa, trad. Bernardo María de San José,
O.C.D., Eds. El Carmen, Vitoria, 1982, pp. 665-666. [7]
Angelina Muñiz, De cuerpo entero, op. cit., p. 32. [8]
Angelina Muñiz-Huberman, Dulcinea
Encantada, Joaquín Mortiz, México, 1992, p. 22. Aunque publicada
tardíamente, esta novela
fue contemporánea en su escritura a los textos de Huerto
cerrado..., ya que la autora señala al final de la novela del 12
de septiembre de 1983 al 25 de julio de 1984 como fecha de escritura.
Cf., ibíd., p. 190. [9]
Cf. Santa Teresa de Jesús, Castillo
interior o las Moradas, Aguilar, México, 1977, p. 23. [10]
Cf. Gershom Scholem, La Cábala y su simbolismo, trad. José Antonio Prado, Siglo XXI,
Madrid, 1978, p. 154. [11]
Ramón Menéndez Pidal, “Razón de Amor con Los Denuestos del Agua y
del Vino”, Revue Hispanique,
13 (1905), 608-609. En esta cita, actualizamos la /s/ por haber
quedado en desuso la grafía con que se la representa en este texto. [12]
Cf. Cantar de los Cantares,
Biblia de Jerusalén, Deselée De Brouwer, Barcelona, 1971, cap.
2, vv. 5 y 3, respectivamente. [13]
Santa Teresa de Jesús, op. cit.,
p. 165. [14]
Gershom
Scholem, op. cit., p. 98. [15]
Ibíd., p. 166. [16]
La Sejiná es la luna sagrada que habiendo perdido su antiguo rango y
su luz, ha sido enviada al exilio cósmico. [17]
Gershom Scholem, op. cit.,
pp. 152-154. [18]
Ibíd., p.
156. [19]
Cf. Ibíd.,
p. 168. [20]
Cf. Ernst Robert Curtius, Literatura
europea y edad media latina, trad. Margit Frenk Alatorre y Antonio
Alatorre, FCE, México, 1975, p. 269. [21]
Cf. Michelle Débax (ed.), Romancero,
Alhambra, Madrid, 1982, p. 328. [22]
Cf. Angelina Muñiz-Huberman (ed.), La
lengua florida. Antología sefardí, UNAM-FCE, México, 1989, p.
22. [23]
Esta idea se encuentra también en su primera novela, La
guerra del unicornio, Artífice, México, 1983, p. 21. [24]
Angelina Muñiz-Huberman, De
magias y prodigios. Transmutaciones, FCE, México, 1987, p. 27. [25]
Angelina Muñiz, De cuerpo entero, op. cit., p. 36. [26]
Cf. Julio Cortázar, Continuidad
de los parques, en Final del
juego (1964), Sudamericana, Buenos Aires, 1970. [27]
Angelina Muñiz, De cuerpo entero, op. cit., p. 24. [28]
Ibíd., p. 16. [29]
Angelina Muñiz, “La memoria de Luis Rius”, Diálogos,
núm. 3, 1984, 65. [30]
Luis Rius, La Poesía, ANUIES, México, 1972, pp. 11 y 22, respectivamente. [31]
Angelina Muñiz, De cuerpo entero, op. cit., p. 45. [32]
Angelina Muñiz (ed.), La lengua florida. Antología sefardí, op. cit., p. 17. [33]
Cf. Arié Comay (ed.), Valores
del judaísmo, Keter Pub. House, Jerusalem, 1981, p. 115. [34]
Cf. Gershom
Scholem, op. cit., p. 43. [35] Angelina Muñiz-Huberman, Dulcinea Encantada, op. cit., p. 138. |
Claudia Macías Rodríguez, “Angelina Muñiz en su Huerto cerrado, huerto sellado, Argos, núm. 19, julio-septiembre 2001, ISSN 1562-4072, http://fuentes.csh.udg.mx/CUCSH/argos/19jul-sept01/19emacias.html
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