El miedo es la prevalencia del fuerte sobre el débil. En política es el hombre con bolsillos llenos y bruma negra por dentro.
Aunque puede ser modificable el miedo sigue muy vivo, vibrante y avasallador generando un culto impuesto por su personalidad aprensiva es una sensación cuyo empleo determina en muchos casos la coacción incertidumbre e inseguridad constante en el ser humano
Existe desde tiempos inmemoriales, incluso en el paraíso dio sus primeros pasos planteado su idiosincrasia corrosiva a través de la eterna batalla entre el bien y mal se presentó a Adán desde el barro en que se forjó, imponiendo su propia monarquía incluso en el Edén. Monarquía cuyo principio fundamental es provocar una intensa percepción de peligro se mantiene latiendo en los diferentes venas del quehacer social siempre empleando un No por delante; cualquier paso en falso, es una compleja condena
En tiempos actuales funciona con mayor puntualidad que un reloj Suizo, tanto en forma colectiva como individual, su aplicación posee tantas variantes como el cuero cabelludo. Fundando el recelo mundano se ha institucionalizado subordinando la voluntad personal o gregaria según conveniencias dominantes. Así pues, conmina y propaga su estado superlativo sobre las colectividades del primer, segundo y tercer mundo por su nivel de eficiencia, efecto y pasión con que deambula.
Obviamente, es menester nombrar que sus grandes colaboradores involuntarios son los medios de comunicación y la tecnología avanzada que tienen como denominador en común, llegar a la persona, dónde se encuentre a cualquier hora del día fácilmente subyace la práctica y ejecuta los mecanismos represivos sin que les salpique el polvo los zapatos.
Dicha cultura se erige en los corrientes como una civilización en constante evolución, nutrida y alimentada a través de su hermano menor el pánico, es designado como columna vertebral, y se permite articular la conducta de sus miembros superiores e inferiores, generando una modulación que alcanza a enraizarse en los discernimientos ciudadanos como una normativa tácita pero hegemónica.
Finalmente, el debate radica entonces en los miembros activos de nuestras colectividades, desde las autoridades, instituciones, gerencias, empresas, pasando por empleados asalariados, ciudadanos de pie y de transporte público, todos. De allí resulte determinante erradicar los símbolos, valores, normas de conductas moldeadas por el miedo aprendido, asimilado y trasmitido de generación en generación hasta nuestros días ampliamente admitido y jamás refutado aunque estorbe. Imprescindible se torna, en este sentido la necesidad de poner un alto hacia uno de los instrumentos fundamentales de control cuya necesidad de ropaje la viste el miedo desde el momento en que es aceptado.
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