La soledad del lumpen proletariado en “María dos Prazeres”, de Gabriel García Márquez María
Elvira Luna Escudero Alie |
La
soledad es uno de los grandes temas o mejor dicho, ‘el tema’ de
Gabriel García Márquez, siempre presente en sus novelas, cuentos, y
entrevistas, e incluso en el discurso que pronunció al recibir el
Premio Nobel de Literatura en 1982, al que tituló: “La soledad de América
Latina”. El relato "María dos Prazeres" como todo buen
cuento es plurisignificativo; pero es sobre todo, un cuento de la
soledad. Dejemos que sea el propio García Márquez quien nos ilustre
sobre el significado de la soledad, en en entrevista concedida a
Rita Guibert (Siete voces. México: Editorial Novaro, 1974): “Es
sobre el único tema que he escrito [la soledad], desde el primer libro
hasta el que estoy escribiendo, que es ya una apoteosis del tema de la
soledad; el del poder absoluto, que es lo que yo considero debe ser la
soledad total. Es un proceso que vengo tratando desde el principio. El
del coronel Aureliano Buendía —el de sus guerras y el de su marcha
hacia el poder— es verdaderamente una marcha hacia la soledad. Todos
los miembros de la familia no sólo están solos —lo he dicho muchas
veces en el libro, tal vez más de lo que hubiera debido— sino que es
la antisolidaridad, inclusive, de los que duermen en la misma cama.
Pienso que los críticos que más han acertado son los que han llegado a
la conclusión de que todo el desastre de Macondo —que es también un
desastre telúrico— viene de esa falta de solidaridad, la
soledad de cada uno tirando por su cuenta”. La
soledad, de acuerdo con el propio GGM, es el resultado de la carencia de
solidaridad entre los seres humanos. Es desde esta perspectiva de la
soledad, en su engranaje social, en tanto producto de la falta de
solidaridad entre los seres humanos, que hemos analizado el relato
“María dos Prazeres”. Con respecto a la soledad, es relevante también,
destacar las siguientes palabras de GGM en su discurso “La soledad de
América Latina” (1982), en donde se entretejen claramente los hilos
de la soledad y la solidaridad: “Es
comprensible que insistan en medirnos [los europeos de los países
desarrollados] con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin
recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la
búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros
como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con
esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos,
cada vez menos libres, cada vez más solitarios. […]. La solidaridad
con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se
concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la
ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo […]”. El
relato “María dos Prazeres” fue publicado en 1992 en la colección Doce
cuentos peregrinos, pero fue escrito en realidad en 1979. Este
cuento nos narra la historia de una prostituta brasilera de 76 años,
mulata, afincada en Barcelona. Este relato está narrado desde la
omniscencia, en tercera persona del singular, y nos comunica la angustia
de la protagonista, María dos Prazeres, por dejar todo arreglado y así
esperar tranquila la muerte inminente que sus tormentosos sueños le han
presagiado. Ella deja todos los trámites arreglados con el “vendedor
de entierros”: “María
dos Prazeres, que había recibido a tantos hombres a cualquier hora, se
sintió avergonzada como muy pocas veces. Acababa de cumplir setenta y
seis años y estaba convencida de que se iba a morir antes de Navidad, y
aún así estuvo a punto de cerrar la puerta y pedirle al vendedor de
entierros que esperara un instante mientras se vestía para recibirlo de
acuerdo con sus méritos” (127). Lo
que a María dos Prazeres, ahora que se siente en vísperas de la
muerte, le preocupa y atormenta es su profunda soledad; el hecho de no
contar con nadie que pueda ir a visitarla, una vez muerta, al
cementerio. Con el propósito de vencer su soledad, al menos cuando esté
muerta, María ha entrenado a su perro Noi para que sepa el camino del
cementerio e identifique el lugar exacto donde estará su tumba. El
elemento real maravilloso se cuela en este breve relato, y así estamos
frente a un perro que sabe llorar: “—¡Collons!,
—exclamó él—. ¡Ha llorado! “—Es
que está alborato por encontrar alguien aquí a esta hora —lo disculpó
María dos Prazeres en voz baja—. En realidad entra en casa con más
cuidado que los hombres. Salvo tú como ya he visto. “—¡Pero
ha llorado, coño!-repitió el vendedor, y en seguida cayó en la cuenta
de su incorrección y se excusó ruborizado—: Usted perdone, pero es
que esto no se ha visto ni en el cine. “—Todos
los perros pueden hacerlo si los enseñan —dijo ella—. Lo que pasa
es que los dueños se pasan la vida educándolos con hábitos que
los hacen sufrir, como comer en platos o hacer sus porquerías a sus
horas y en el mismo sitio. Y en cambio no les enseñan las cosas
naturales que les gustan, como reír y llorar. ¿Por dónde íbamos?”
(131).
María
había dispuesto siempre de su cuerpo en tanto herramienta de trabajo, y
ahora quería organizar también los homenajes que se le rendirían a su
cuerpo sin vida: “Al
cabo de muchas tentativas frustradas, María dos Prazeres consiguió que
Noi distinguiera su tumba en la extensa colina de tumbas iguales. Luego
se empeñó en enseñarlo a llorar sobre la sepultura vacía para que
siguiera haciéndolo por costumbre después de su muerte. Lo llevó
varias veces a pie desde su casa hasta el cementerio, indicándole
puntos de referencia para que memorizara la ruta del autobús de las
Ramblas, hasta que lo sintió bastante diestro para mandarlo solo.
[…]. Poco después de las cinco, con doce minutos de adelanto, apareció
el Noi en la colina, babeando de fatiga y de calor, pero con unas ínfulas
de niño triunfal. En aquel instante, María dos Prazeres superó el
terror de no tener a nadie que llorara sobre su tumba” (135-136). Aunque
la vida de María dos Prazeres ha sido una vida triste, Gabriel García
Márquez nos deleita en su relato con esas pinceladas de buen humor en
su expresión más fina: la ironía, que tanto caracterizan su estilo
zumbón. “—Tengo
la manía de adivinar el oficio de la gente por las cosas que hay en su
casa, y la verdad es que aquí no acierto —dijo él—. ¿Qué hace
usted? “María
dos Prazeres le contestó muerta de risa: “—Soy
puta, hijo. ¿O es que ya no se me nota?” (132) María,
la protagonista de este relato, es pues un ser marginal en lo relativo a
su función social: por ser una prostituta (y en tanto tal, pertenece al
lumpen proletariado), a su diversidad u “otredad” cultural: es
brasilera y cree en supersticiones que aluden quizás a la macumba, a su
origen étnico: es una mulata, y a su condición de inmigrante en Cataluña,
proveniente de un país del Tercer Mundo. La soledad de María es tan
patente que cuando se cree próxima a la muerte, se aferra aun más a su
perrito Noi, su única compañía. “Tan
pronto como cerró la puerta cargó el perrito y empezó a mimarlo, y se
sumó con su hermosa voz africana a los coros infantiles que en
aquel momento empezaron a oírse en el parvulario vecino. Tres meses
antes había tenido en sueños la revelación de que iba a morir, y
desde entonces se sintió más ligada que nunca a aquella criatura de su
soledad” (132-133). Las
relaciones capitalistas de compra y venta han estado siempre presentes
en la vida de María dos Prazeres; fue vendida por su madre en el puerto
de Manaos a los catorce años, y en su labor de prostituta ella
obviamente vendió sus servicios sexuales, y además el cuento comienza
con una conversación con el “vendedor de entierros”, acerca de los
detalles de la tumba que María quiere comprarse. María es una mujer
solitaria que a sus 76 años sólo se comunica bien con su perro Noi. A
pesar de las múltiples relaciones de comercio sexual que María ha
establecido en su vida, y de su vacua amistad con el conde de Cardona,
ella está sola, y únicamente su perro Noi, ocupa un lugar
privilegiado en el espacio de sus afectos, y es el único que hasta
cierto punto, la ‘comprende’. En efecto, los niveles de contacto que
María detenta con su perro, exigen una explicación casi patológica o
real-maravillosa, desde luego. Ella habita en la alienación y todas las
relaciones sexuales pagadas que ha tenido a través de su larga
trayectoria en el oficio más viejo del mundo, parecen haberla
convertido en una autómata que ya no siente ni desea nada y que sólo
espera la muerte anunciada en sus sueños y premoniciones. Es
interesante mencionar que además de Noi, María dos Prazeres había
contado con la aparente amistad del conde de Cardona: “El
conde llegaba puntual entre las siete y las nueve de la noche con una
botella de champaña del país envuelta en el periódico de la tarde
para que se notara menos, y una caja de trufas rellenas. […]. Después
de la cena, larga y bien conversada, hacían de memoria un amor
sedentario que les dejaba a ambos un sedimento de desastre. Antes de
irse, siempre azorado por la inminencia de la media noche, el conde
dejaba veinticinco pesetas debajo del cenicero del dormitorio. Ese era
el precio de María dos Prazeres cuando él la conoció en un hotel de
paso del Paralelo, y era lo único que el óxido del tiempo había
dejado intacto” (138). La
relación de María dos Prazeres con el conde de Cardona se basaba en
la fuerza de la costumbre y en las urgencias de la soledad: “Ninguno
de los dos se había preguntado nunca en qué se fundaba esa amistad.
María dos Prazeres le debía a él algunos favores fáciles. […].
Ella le había contado al conde […] que el primer oficial de un barco
turco la disfrutó sin piedad durante la travesía del Atlántico, y
luego la dejó abandonada sin dinero, sin idioma y sin
nombre, en la ciénaga de luces del Paralelo. Ambos eran conscientes de
tener tan pocas cosas en común que nunca se sentían más solos que
cuando estaban juntos, pero ninguno de los dos se había atrevido a
lastimar los encantos de la costumbre. Necesitaron de una conmoción
nacional para darse cuenta, ambos al mismo tiempo, de cuánto se habían
odiado, y con cuánta ternura, durante tantos años” (138-139). Veamos
ahora cómo María dos Prazeres termina —debido a divergencias políticas—
su larga relación de amistad sui-géneris con el conde de Cardona: “El
general Francisco Franco, dictador eterno de España, había asumido la
responsabilidad de decidir el destino final de tres separatistas vascos
que acababan de ser condenados a muerte. El conde exhaló un suspiro de
alivio. “—Entonces
los fusilarán sin remedio —dijo— porque el Caudillo es un hombre
justo. “María
dos Prazeres fijó en él sus ardientes ojos de cobra real, y vio sus
pupilas sin pasión detrás de las antiparras de oro, los dientes de
rapiña, las manos híbridas de animal acostumbrado a la humedad y las
tinieblas. Tal como era. “Pues
ruégale a Dios que no —dijo—, porque con uno solo que fusilen yo te
echaré veneno en la sopa. “El
conde se asustó. “—¿Y
éso por qué? “—Porque
yo también soy una puta justa. “El
conde de Cardona no volvió jamás […]” (139-140). Mientras
María se prepara para morir, intentando interpretar señales naturales
como indicios de la llegada de la muerte, el final del cuento, que será
también el “cráter” del mismo, nos indica que sus premoniciones
apuntaban más bien hacia otra cosa. Efectivamente, hacia el final del
cuento, María encuentra sin buscar algo que podría ser el amor; ese
“rapto de locura”, como lo llamaba Platón, y que ella había
confundido con la muerte, en esas premoniciones que la acosaban, y por
las cuales había comprado su tumba en el Panteón de Montjuich, cerca
de las tumbas de unos famosos anarquistas catalanes muertos durante la
Guerra Civil Española, como Buenaventura Durruti. María
se enfrenta entonces a su inesperado destino: “María
dos Prazeres había conocido muchos hombres como ése, había salvado
del suicidio a muchos otros más atrevidos que ése, pero nunca en su
larga vida había tenido tanto miedo de decidir. Lo oyó insistir sin el
menor indicio de cambio en la voz: “—¿Subo? “Ella
se alejó sin cerrar la puerta del automóvil, y le contestó en
castellano para estar segura de ser entendida. “—Haga
lo que quiera” (143). A
María le cuesta decidir si debe recibir en su casa y en su vida al
joven de veintitantos años que con tanta premura y desenfado la seduce.
Y María no se atreve a decirle que no y así arrojarlo de su vida; pero
tampoco se anima a responderle afirmativamente, y por tanto lo que hace
es entregar su suerte al azar: “Entró
en el zaguán apenas iluminado por el resplandor oblicuo de la calle, y
empezó a subir el primer tramo de la escalera con las rodillas trémulas,
sofocada por un pavor que sólo hubiera creído posible en el momento de
morir. […]. En una fracción de segundo volvió a examinar por
completo el sueño premonitorio que le había cambiado la vida durante
tres años, y comprendió el error de su interpretación. «Dios mío»,
se dijo asombrada. «¡De modo que no era la muerte!» […] y entonces
comprendió que había valido la pena esperar tantos y tantos años, y
haber sufrido tanto en la oscuridad, aunque sólo hubiera sido para
vivir aquel instante” (143-144). Ese
“instante de maravilla”, para prestarnos una frase de Octavio Paz,
el que María cree suficiente para compensar su larga soledad,
representa acaso el amor.
Sin
embargo, la ilusión de María no es tanto, creemos, por la esperanza
del amor, o del encuentro sexual con ese joven atractivo, sino quizás
por encontrarse por primera vez frente a alguien que parece haberse
interesado en ella como ser humano, y no sólo como objeto para el
placer. Alguien que se solidariza con ella y al hacerlo la arranca
impetuosamente de la soledad.
GARCÍA
MÁRQUEZ, Gabriel. Doce Cuentos Peregrinos. Bogotá, Editorial Oveja
Negra, 1992.
GUIBERT, Rita. Entrevista a Gabriel García Márquez. Siete voces. México: Editorial Novaro, 1974.
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María Elvira Luna Escudero Alie
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