Fiesta |
Cuentos
Urgentes Fiesta
es uno de los cuentos que integran el primer libro de Rubén Lucero.
Cuentos Urgentes es el título del volumen que se presentará próximamente
en nuestra ciudad. El paisaje social y urbano riocuartense -aveces bajo
las luces y otras en la oscuridad- se describen como lo apremiante con la
fugacidad de lo actual. Un libro con hechos y personajes cercanos a nuestro imaginario y ser riocuartense. |
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Coordina Diego Fornía. Diagramación y fotomontaje: Germán Sayago |
Desde
el piso cien se ve el río, el río quieto. Por el solemne ventanal se lo
puede espiar. La ciudad le huye, lo tapa con cartones, chapas y lo siembra
con bolsas de plástico. En la oscuridad, es la ciudad iluminada la que se
mueve, escapa del cauce olvidado y se instala en el cielo de la plaza
Roca. Aquí
se han juntado los planetas, el brillo es amo. En la línea de flotación,
el sitio seduce a los de abajo, los que tienen cercado el ingreso. Al salón
lo han modernizado. Las luces bosquejan conos que bajan, se hacen círculos
concentrados. Sombras y claros han sido pensados para darle calidez a los
grises metálicos que se usaron en la reforma. El azul de las lámparas
muta al blanco cuando alumbran las paredes cubiertas de antiguas maderas.
El sonido es exacto, se puede escuchar cada palabra sin que lo haga quien
no debe hacerlo. Los mozos recorren el laberinto, eluden obstáculos fijos
y transitorios, las copas vuelan hasta detenerse en labios inquietos. Se
mueven, se estiran, se acomodan. Hay vértigo. Las bocas hablan, ríen,
buscan, encuentran. La música suena. La noche es viernes. Es fiesta y
ebullición contenida por el linaje de los invitados.
Los
límites son precisos, el alcohol conjetura el modo de derrotar los
comportamientos refinados. El esplendor es un astro que atraviesa figuras,
las transita, las vuelve suntuosas. Están elegantes. Todos. Una
mujer-escote atraviesa el mundo, los hombres satélites siguen el
recorrido estelar. Los ojos son cometas lentos, ocultan pensamientos
sagaces. La mujer lo sabe y las dos lunas culminantes emergen con más
fuerza. Un leve género, lascivo, contiene la seducción femenina. Los
comentarios son mudos y profanos.
Abajo,
en el piso uno de la plaza Roca, un taxista mastica chatarra, le da asueto
a la cena y espera. La ciudad se va despoblando, queda la fiesta en el
edificio que muerde las paredes del cielo. El indio Solari canta
"vamos a brillar mi amor", el conductor levanta el volumen de la
radio. El movimiento le avisa: sus axilas sudan verde musgo. De la gaveta
un perfume dulzón llegará en su ayuda. Adentro
el salón se escuda, es un extraño en la miseria de los perezosos. En un
rincón, un joven vestido de gala, observa la pintura. Parece ajeno a la
mujer de los senos sueños. Bebe champagne en una copa de ficción. Mira
la obra y se detiene en los detalles. La testa de un caballo desbocado
puede tocarse, piensa, los pezones de sus dedos siguen el contorno del
dibujo. Una
voz interrumpe su incursión por el cuadro y cuenta que los caballos
salvajes simbolizan la fuerza de la naturaleza. En el sur aún puede
encontrárselos, dice. La voz es suave, cálida y calma. Hay seducción en
el tono. Las miradas se cruzan furtivas, se esquivan, se atraen y rebotan
en la pintura. Un mozo acerca más champagne, ambos aceptan y ahora se
habla de vinos. No es un encuentro eventual. El
joven y la voz seductora se han visto antes. Un pasillo, una oficina, han
sido testigos de la atracción mutua. El joven, vulnerado por su
temperamento, enumera los contactos que no fueron y los que pudieron ser. La
voz calma, escucha en silencio. Algunas
mujeres recorren los grupos que se amplían y reducen, hay diálogos
inconclusos y risas con ritmo. En otra de las salas, algunos fuman y hacen
negocios, beben, están cómodos. La
mujer de los pechos planetas ha tomado asiento, de un bolso diamante saca
una boquilla de nácar, luego planta el cigarrillo y lo enciende. Los
brindis se anexan y el entramado comienza a formarse. Los montones se
hacen parejas. El tiempo es manso, no hay premuras. La mesa de dulces
sustituye a la de quesos. Una señora diminuta levanta la copa y sus
gestos se copian en los espejos del retorno. Alguien la toma del brazo y
se actúa un reencuentro inesperado. La
voz se acerca al oído del joven vestido de gala. Algo susurra, tal vez
elogie el perfume o el impecable peinado. Imperceptibles sus manos se han
juntado, ocultas, en la penumbra concebida por sus cuerpos. Su universo
los aleja hasta sentirse ajenos, nada los rodea. Ha
vuelto la mujer mercancía, sus pechos resplandecen, busca interrumpir el
diálogo íntimo. La desestiman con un movimiento fino, estudiado, cabal. El
juego es clandestino. El joven de gala ríe nervioso. Hay una fascinación
áspera, es un torrente, lo contiene únicamente el muro de la apariencia. La
voz suave, cálida y calma acaba de hacer una propuesta. Es la voz de un
hombre maduro, algo canoso y admirablemente discreto. La música se
escucha a los lejos, ellos acaban de irse, han subido a un vehículo,
nadie se ha dado cuenta, sólo el taxista. Rubén Osvaldo Lucero nació en 1960 en Río Cuarto. Luego de más de dos décadas de haber incursionado en el periodismo y tras hacer un paréntesis en su vida comercial, retomó al mundo de las letras. Por razones laborales debió abandonar la carrera de Comunicación en la Universidad Nacional de Río Cuarto, allí obtuvo el título de Técnico Profesional en Medios de Comunicación. Desde 2007 concurre a los talleres de la SADE local que dirige Rubén Padula. Ha publicado en medios locales con frecuencia. Actualmente hace una columna semanal de cuentos y relatos en lv16.com y está preparando su primer libro bajo el título "Cuentos Urgentes", de próxima publicación. |
Rubén
Lucero
La ciudad ficcional
Diario Puntal de Río Cuarto
25 de julio de 2010
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