Trató de curar la carne del cedro amargo con su caricia tierna. Miró a su alrededor, todos los árboles tenían las marcas del plomo que taladró sus cuerpos. Caminó entre ellos con el corazón empantanado de impotencia.
La joven se detuvo un instante, una flor de inírida yacía sobre las ramas que estaban pisoteadas sobre el suelo.
Levantó la flor, parecía sangrar donde el balazo le quebró el tallo.
Con paso apresurado, caminó hacia la canoa, donde ya se encontraban más hombres y mujeres Nukak. No se podía más vivir su selva ancestral. Había que huir de aquellos estruendos sangrientos.
Mientras navegaban, se escucharon nuevos ametrallamientos y explosiones. Cerró los ojos imaginando al yaguar muerto. Deseo que su espíritu y el de su gente llegaran al hea, donde nadie muere ni se enferma jamás.
Las lágrimas les abrillantaron las pupilas… cantaron y lloraron su tristeza. El río que atestiguó su nómada andar, cazando y recolectando frutos, ahora veía seguir el rumbo hacia la extinción al hombre y mujer Nukak.
Acercó la inírida a su corazón. Parecía seguir sangrando… ahora, al igual que la selva, había perdido su aroma y se le había impregnado el olor a guerra. |