Empezó la travesía, a su paso encontraba los árboles y las lianas que crecen en ellos. Y quiso ser el viento.
Traía el rostro aun manchado por el carbón de la fábrica y esa tristeza que le recorría las venas desde hacía tiempo. Caminó hacia el monte sudándole lágrimas por los poros, iba a buscar el lugar donde el agua y la planta medicinal no tienen dueño.
Llegó a lo mero alto del monte, hizo cantar la congoera y su sonaja se mezcló con el vuelo de las aves. Miró hacia el cielo y apretó sobre el corazón los huesos de sus ancestros.
Volvió la vista hacia la tierra del estanciero, los bosques que, presumen, hoy tienen dueño… y otra vez la flauta, y la sonaja, y quiso lanzar una lluvia de flechas y piedras para liberar de aquella miseria, esclavitud a su gente.
La tristeza le recorrió el alma, el cerebro; tomó la soga que llevaba en el morral, la lanzó sobre la rama y ató su cuello. “Nos despojaron de la tierra”, gritó… y se suicidó otro guerrero.
Oho chugui iñe’ë”, “se le fue la palabra”, dijo el padre del guaraní mientras bajaba su cuerpo. |