Últimos días de una casa poema de Dulce María Loynaz
a mi más hermana que prima, |
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No sé por qué se ha hecho desde hace tantos días el silencio me cubre lentamente.
Me siento sumergida en él, pegada su baba a mis paredes; y nada puedo hacer para arrancármelo, para salir a flote y respirar de nuevo el aire vivo, lleno de sol, de polen, de zumbidos.
Nadie puede decir que he sido yo una casa silenciosa; por el contrario, a muchos muchas veces rasgué la seda pálida del sueño -el nocturno capullo en que se envuelven-, con mi piano crecido en la alta noche, las risas y los cantos de los jóvenes y aquella efervescencia de la vida que ha barbotado siempre en mis ventanas como en los ojos de las mujeres enamoradas.
No me han faltado, claro está, días en blanco. sí; días sin palabras que decir en que hasta el leve roce de una hoja pudo sonar mil veces aumentado
con una resonancia de tambores.
era un silencio con sabor humano. los que dentro de mí partían el pan; de ellos o de algo suyo, como la propia ausencia, una ausencia cargada de regresos, porque pese a sus pies, yendo y viniendo, yo los sentía siempre unidos a mí por alguna cuerda invisible, íntimamente maternal, nutricia.
Y es que el hombre, aunque no lo sepa, unido está a su casa poco menos
que el molusco a su concha. en la casa, en el hombre... O en los dos.
también mis días silenciosos: era cuando los míos marchaban de viaje, y cuando no marcharon también... Aquel verano -¡cómo lo he recordado siempre! - en que se nos murió la mayor de las niñas de difteria.
Ya no se mueren niños de difteria; pero en mi tiempo -bien lo sé...-
algunos se morían todavía. con su pelito rubio y aquel nido de ruiseñores lentamente desmigajado en su garganta...
Esto pasó en mi tiempo; ya no
pasa. como las personas que empiezan a envejecer, pues en verdad soy ya una casa vieja.
Soy una casa vieja, lo comprendo. he visto desaparecer
a casi todas mis hermanas, poderosos los flancos, alta y desafiadora la cerviz.
Una a una, a su turno, ellas me han ido rodeando a manera de ejército victorioso que invade los antiguos espacios de verdura, desencaja los árboles, las verjas, pisotea las flores.
Es triste confesarlo, pero me siento ya su prisionera, extranjera en mi propio reino, desposeída de los bienes que siempre fueron míos. No hay para mí camino que no tropiece con sus muros; no hay cielo que sus muros no recorten.
Haciendo de él botín de guerra, las nuevas estructuras se han repartido mi paisaje: del sol apenas me dejaron una ración minúscula, y desde que llegara la primera puso en fuga la orquesta de los pájaros.
Cuando me hicieron, yo veía el mar.
Y aun a través de ella, yo sabía
adivinar el mar; en el relente azul, y que seguía teniéndolo, durmiendo al lado suyo
como la esposa al lado del esposo.
que he perdido también el mar. su olor, que era distinto al de las flores, y acaso percibía sólo yo...
Perdí hasta su memoria. No recuerdo
por dónde el sol se le ponía. igual que pétalos de rosas.
Tal vez el mar no exista ya tampoco.
o lo hayan cambiado de lugar. los jardines, los pájaros, se haya vuelto también de piedra gris, de cemento sin nombre.
Cemento perforado.
Cemento perforado es una casa.
espacio hay en esas casas nuevas; y si alguien muere, todos tienen prisa por sacarlo y llevarlo a otras mansiones labradas sólo para eso:
acomodar los muertos
Tampoco nadie nace en ellas. mas lo cierto es que hay casas de nacer, al igual que recintos destinados a recibir la muerte colectiva.
Esto me hace pensar con la nostalgia que le aprendí a los hombres mismos, que en lo adelante no se verá ninguna de nosotras -como se vieron tantas en mi época- condecoradas con la noble tarja de mármol o de bronce, cáliz de nuestra voz diciendo al mundo que nos naciera allí un tribuno antiguo, un sabio con el alma y la barba de armiño, un héroe amado de los dioses.
No fui yo ciertamente de aquéllas que alcanzaron tal honor, porque las gentes que yo vi nacer en verdad fueron siempre demasiado felices; y ya se sabe, no es posible serlo tanto y ser también otras hermosas cosas.
Sin embargo, recuerdo que cuando sucedió lo de la niña, el padre se escondía
para llorar y escribir versos... cuajados sólo para darle caminos a la pena...
Por cierto que la otra mañana, cuando sacaron el bargueño grande, volcando las gavetas por el suelo,
me pareció verlos volar y los retratos de parientes desconocidos y difuntos.
Me pareció. No estoy segura.
en esa extraña fuga de los muebles: y el gran espejo con dorado marco donde los viejos se miraron jóvenes, guardando todavía sus imágenes bajo un formol de luces melancólicas.
otras veces también se los llevaron -nunca el piano, el espejo-, pero era sólo por cambiar aquéllos
por otros más modernos y lujosos.
los últimos tirones;
Todo esto es muy raro. Cae la noche y yo empiezo a sentir no sé qué miedo: miedo de este silencio, de esta calma, de estos papeles viejos que la brisa remueve vanamente en el jardín.
Otro día ha pasado y nadie se me
acerca.
una casa leprosa.
a recoger los mangos que se caen
a cerrar la ventana
y anoche entraron los murciélagos... a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.
¡Con tanta gente que ha vivido en mí, y que de pronto se me vayan todos!... Comprenderán que tengo que decir
palabras insensatas. como no entiende nadie una injusticia que, más que de los hombres, fuera injusticia del destino...
Que pase una la vida guareciendo los sueños de esos hombres, prestándoles calor, aliento, abrigo; que sea una la piedra de fundar posteridad, familia, y de verla crecer y levantarla, y ser al mismo tiempo
cimiento, pedestal, arca de alianza...
No he de caerme, no, que yo soy fuerte. En vano me embistieron los ciclones y me ha roído el tiempo hueso y carne, y la humedad me ha abierto úlceras verdes. Con un poco de cal yo me compongo: con un poco de cal y de ternura...
De eso mismo sería, de mis adoleceres y remedios, de lo que hablaba mi señor la tarde
última con aquellos otros y hasta el solar de paz en que me asiento.
Y sin embargo, mal sabor de boca me dejaron los hombres medidores, y la mujer que vino luego poniendo precio a mi cancela; a ella le hubiera preguntado cuánto valían sus riñones y su lengua.
No han vuelto más, pero tampoco ha vuelto nadie. El polvo me empaña los cristales
y no me deja ver si alguien se acerca. las mujeres que conocí en aborrecerlo...
Allá lejos la familiar campana de la iglesia aún me hace compañía, y en este mediodía, sin relojes, sin tiempo, acaban de sonar lentamente las tres...
Las tres era la hora en que la madre se sentaba a coser con las muchachas y pasaban refrescos en bandejas; la hora del rosicler de las sandías, escarchado de azúcar y de nieve, y del sueño cosido a los holanes...
yo no he dejado un día de esperarlos...
la hora de mi dicha!
una hora siquiera. vacía sino el ansia de no serlo más tiempo? ¿Y qué perdían
ellos en mí que no fuera yo misma?
Después, la más pequeña fue al jardín y me arrancó el rosal de enredadera;
se lo llevó con ella no sé adonde. volvióse en el umbral para mirarme, y me miró pausada, largamente, como los hombres miran a sus muertos, a través de un cristal inexorable...
cristal alguno ni yo estaba muerta, sino gozosa de sentir su aliento,
el aprendido musgo de su mano. con pañuelos de adioses contenidos,
con
anticipaciones de gusanos,
hasta mucho más tarde, se me va a hacer muy largo este verano; muy largo con la lluvia y los mosquitos
y el
aguafuerte de sus días ácidos.
para diciembre al fin regresarán,
El que nació sin casa ha hecho que nosotras, las buenas casas de la tierra, tengamos nuestra noche de gloria en esa noche; la noche suya es, pues, la noche nuestra: nocturno de belenes y alfajores, villancico de anémonas, cantar de la inocencia recuperada...
y de esperar en ella lo que espera. de pelotas azules y muñecas
en cajas de
cartón!
de los chiquillos, olfateando por el aire el suyo!
sin darme cuenta a la del año 1910, que fue muy triste, porque sobraban los juguetes
y nos faltaba la pequeña... en que son los juguetes los que faltan;
aunque en verdad los niños nunca sobren...
de vidas, una noria de ilusiones.
el cauce de su cálido fluir,
Yo era... Pero yo soy todavía. más de hombres, siete cosechas,
siete
vendimias de sus inquietudes.
Mi vida entera puede pasar por el rosario, pues aunque ha sido ciertamente una vida muy larga, me fue dado vivirla sin premuras, hacerla fina como un hilo de agua...
Y llegaría así a la Nochebuena
del año que pasó. No fue de las mejores. el único sabor de mi sal y mi vino, ya estaba en cada uno sin saberlo, como en vientre de nube el agua por caer.
Ahora la tristeza es sólo mía, al modo de un amor
que no se comparte con
nadie.
si era nube, prendida está a mis
huesos. por más que no conozca todavía
su nombre ni
su rostro,
-yo que he tenido tanto-... La tristeza. en mis propios recuerdos... La memoria empieza a diluirse en las cosas recientes, y recental reacio a hierba nueva, se me apega con gozo a las sabrosas ubres del pasado.
he de decir en este alto que hago en el camino de mi sangre, que esto que estoy contando no es un cuento; es una historia limpia, que es mi historia; es una vida honrada que he vivido, un estilo que el mundo va perdiendo.
A perder y a ganar hecho está el mundo, y yo también cuando la vida quiera; pero lo que yo he sido, gane o pierda, es la piedra lanzada por el aire, que la misma mano que la lanzó no alcanza a detenerla, y sola ha de cortar el aire hasta que caiga.
Lo que yo he sido está en el aire,
como vuelo de piedra, si no alcancé a
paloma.
La Casa, soy la Casa. más que sombra y que tierra, más que techo y que muro, porque soy todo eso, y soy con alma.
Decir tanto no pueden ni los hombres
flojos de cuerpo,
particular de su
heredad... Y entonces, digo yo: ¿Será posible que no sientan los hombres el alma que me han
dado? que no vuelvan el rostro si los llama, y siendo cosa suya les sea cosa ajena?
* * *
Amanecemos otra vez. un día nuevo, que será
igual que todos. puerta cerrada tercamente
a nuestra
angustia. Día nuevo. Hombres nuevos se me acercan. La calle tiene olor de madrugada, que es un olor antiguo de neblina, y mujeres colando café por las ventanas; un olor de humo fresco
que viene de cocinas y de fábricas.
se me ha hecho de pronto duro, ajeno. Súbitamente se ha esparcido por mi jardín, venida de no sé dónde, una extraña y espesa
nube de hombres y todos son como una sola mancha
sobre el
trémulo verde...
Qué quieren esos hombres con sus torsos que así, de lejos, se me han parecido a los de nuestra Ana María,
ya tan lejanamente muerta... Y no sé por qué vuelvo a recordarla ahora. Bueno, será por esos ojos,
que me
miran más cerca ya, más fijos... Está ya frente a mí. una canción le juega entre los labios;
con el brazo
velludo enjúgase el sudor de la frente. Suspira... el mundo todo tan hermoso, que quisiera decírselo a este hombre; decirle que un minuto se volviera
a ver lo que no ve por
estarme mirando.
y es todavía el sueño lacerante,
la
angustia sin orillas y la muerte a pedazos. del otro lado de la pesadilla, donde la pesadilla es ya inmutable,
inconmovible realidad.
He dormido y despierto. ¿Quién despierta?
tundido el otro sueño que soñaba. Algo hormiguea sobre mí, algo me duele terriblemente,
y no sé dónde. ¿Qué pez luna se hunde en mi costado?
los que me hieren con sus armas! sin ley de sangre, esposa sin hartura de carne, hermana sin hermanos, hija sin rebeldía.
Los hombres son y sólo ellos, los de mejor arcilla que la mía, cuya codicia pudo más
que la necesidad de retenerme.
que no valía nada en su
ternura... |
poema de Dulce María Loynaz Julio de 1937
Publicado
en Dulce María Loynaz
Selección y nota introductoria de
Alejandro González Acosta
Dulce María Loynaz - Selección y nota introductoria
Dulce María Loynaz, Material de Lectura,
Serie Poesía Moderna, núm. 169, de la
Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.
La edición estuvo al cuidado de Ana
Cecilia Lazcano.
Coordinación de
Difusión Cultural Dirección De Literatura
Universidad Nacional Autónoma de México
Dulce María Loynaz (La Habana, Cuba, 10 de diciembre de 1902 - 27 de abril de 1997) Hija de Enrique Loynaz del Castillo, general del Ejército Libertador y María de las Mercedes Muñoz Sañudo. Excelente poetisa cubana. Premio Nacional de Literatura (1987), premio de periodismo “Isabel la Católica” (1991), Premio “Miguel de Cervantes” (1992), Premio Nacional de la Crítica (1992), Orden “Isabel La Católica” y el Premio “Federico García Lorca” (1993). |
Ver, además:
Dulce María Loynaz en Letras-Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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