Rigoberto y Yo
Conversaciones con mi sapo
Volando
Soledad López

Después de la siesta, salí a caminar sin rumbo. Anduve entre el pastizal hasta que me rindió el cansancio y me tiré sobre la hierba, cara al cielo.

Las nubes, de un azul pálido , se escurrían allá arriba sin prisa, mientras un pájaro grande y oscuro planeaba en círculos.

Desde mi postura, el planeta se agigantaba, dándome la verdadera dimensión de mi insignificancia cósmica.

Me puse de pie y desanduve el camino, dirigiéndome sin pensarlo siquiera, al estanque donde mi amigo sapo me esperaba cada tardecita para dialogar.

Al acercarme, lo vi. Estaba despatarrado sobre el fondo del estanque, croando sin parar mientras inflaba y desinflaba su pecho. Busqué mi sitio junto a la enredadera, antes de dirigirme a él.

- Hola, amigo, ¿como estás? –

Aguardé en vano su respuesta. Durante algunos minutos permanecí callada, intrigada por su silencio.

- Hola, - volví a insistir.

- Perdona, me dijo, es que acabo de contemplar el rabo de humo que ha dejado un avión. –

- Si, también yo lo vi y traté de imaginar cual sería su destino. –

- ¿Has pensado alguna vez los riesgos que entrañan viajar en esas naves del espacio? –

- Te aseguro que son menguados si los comparamos con los del tráfico convencional, o sea, terrestre. –

- Pero existe una marcada diferencia. Cuando los humanos se suben a un avión, lo hacen sin conocer detalles importantes. –

- ¿Como cuales, por ejemplo? –

- Si el avión tiene suficiente combustible para llegar al aeropuerto de destino, si su revisión ha sido concienzuda, si el piloto y copiloto están saludables y bien relajados, si no lleva exceso de carga, si puede amerizar en una emergencia, si se ha probado la eficiencia de los salvavidas y si durante su ruta no enfrentará una tempestad, si...

- Oye, oye, que tampoco con los coches se tiene en cuenta detalles tan minuciosos. –

- Y por eso eso se dan tantos accidentes, la mayoría fatales. –

- ¿Te gustaría volar en un avión, si pudieras? –

- Pues claro que sí; desde arriba vería el estanque y toda la hierba como algo muy, muy pequeño. De ese modo, no me sentiría tan insignificante. 

- Que no, Rigoberto, que no eres insignificante, aunque tengas patas anfibias, piel marrón y ojos saltones, eres el mejor y más sabio amigo que tuve jamás. - 

Soledad López
Rigoberto y Yo
Conversaciones con mi sapo

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