En la rama de un rosal, la araña de largas patas, teje su red sin descanso.
La observo, mientras se balancea de aquí para allá y con precisión geométrica, dibuja sobre el jardín, su circunvalado encaje.
Un gorrión aún con el pico abierto, donde se agita una lombriz, se detiene para mirarla.
Pero la sutil tejedora continúa su laboriosa tarea, indiferente a todo.
Hasta la rosa, desde su mirador más alto, abre sus ojos como pétalos para admirar el fino tul ya casi terminado.
Luego se inclina, hermosa y fragante sobre los tallos, donde un rayo de sol descubre gotitas de nácar en cada hoja.
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