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La mujer gritó entre divertida y consternada:
-Gastooooón-
El hombre descendió apenas unos centímetros el periódico delante de su rostro, respondiendo com toda parsimonia:
-¿Qué hubo?-
-El grifo, dijo Ernestina; se rompió el caño, y esto parece un manantial. Está inundando la cocina...
El hombre dejó el periódico sobre la mesita, se quitó los anteojos y, arrastrando las pantuflas, se acercó. La mujer trataba inútilmente de tapar con la mano aquella vertiente sorpresiva.
Impávido, el marido calculó el estropicio, sacó de un cajoncito el martillo, las tenazas y manoteó un corcho que milagrosamente encontró encima del armario.
Abrió la puerta de calle, cerró la llave general, entró mojándose los pies, y se dispuso a trabajar.
Jamás en su vida había arreglado nada, pero aquello era una emergencia.
El agua seguía manando, aunque ahora la vertiente habíase convertido en un chorro finito, el que apenas susurraba sobre el piso.
Miró arriba, abajo, se puso en cuclillas, volvió a ponerse de pie... Satisfecho con el examen, tomó las tenazas con ambas manos, y comenzó a desternillar pero, por más empeño que puso, el grifo no se movió un solo centímetro. Torció hacia la derecha, luego a la izquierda, intentando hacer girar la tuerca. Tarea infructuosa. Tuvo entonces, un relámpago de ingenio: tomó el martillo y fue golpeando suavemente, derecha, izquierda, derecha, izquierda... La paciencia fue escurriéndose como el agua en las baldosas y presa de ansiedad, levantó el brazo derecho y lo descargó pesadamente. De inmediato, de l maltrecha cañería, dos chorros liberados como con furia, le dieron en pleno rostro, dejándolo estupefacto. Repuesto del sobresalto, arrojó las herramientas al piso y caminando con las piernas abiertas mientras las pantuflas cloqueaban, llenas de agua, se dirigió a la sala. Miró a su mujer, quien sentada ante el televisor asistía a su novela diaria. Con voz pausada, mientras sacudía las barcazas de sus pies, díjole:
-Tina, vení a verla... acabamos de inaugurar una fuente.
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