Betín |
Betín habitaba en el arcoiris y le gustaba cambiar de morada. Mas, sucedía que cada vez que saltaba hacia otro arco, cambiaba de color. Por eso reía cuando su cara, incluyendo los ojos, se tornaban anaranjados, verde, azul, amarillos o con reflejos plateados. Allá arriba, cabalgando su universo de colorines, jugaba con retazos de nubes y hasta con algún rayo de sol. Sin embargo, no se sentía feliz. Faltábale alguien con quien pudiese compartir su alegría. Aunque a veces jugase con la Osa menor no siempre la estrella podía acompañarlo ya que su hermana mayor era muy seria. Betín disfrutaba de los días en que truenos y relámpagos cruzaban las nubes oscuras y la lluvia desataba nudos cayendo con fuerza. El sol temblaba y sus franjas doradas se balanceaban húmedas. Momentos más tarde, los truenos se calmaban, los relámpagos perdían su luz y entonces, comenzaba la fiesta. El arcoiris, un pie en el mar y otro en la floresta, combaba su dorso, exhibiendo colores fantásticos. Betín descendía, descendía, y cuando llegaba a la punta, subía otra vez para descender por el otro lado. Así fue que conoció a Tatá, el águila blanca con un ojo negro. Bajaba en la floresta, asido con fuerza a la punta del arcoiris y a punto de golpearse en la copa de un árbol gigante, cuando Tatá lo cogió con su pico ancho y curvo. En la cima de una rama, los dos, pasado el susto, rieron de la hazaña. El águila batió sus largas alas diciendo:
Con su ojo negro, Tatá siguió la imagen hasta que el sol, despacito, iluminó las nubes diluyendo el arcoiris. Todavía perpleja, abrió sus alas, miró el horizonte y con las garras extendidas, levantó vuelo. |
Betín - El niño del arcoiris
Soledad López
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