Rigoberto y Yo |
La
enredadera iba perdiendo ya sus flores azules, pero aún así, aquel
resultaba mi lugar favorito. Leyendo las páginas de aquel libro, dejé
que se escurrieran las horas hasta que la penumbra me impidió su lectura.
Fue
entonces que oí el croar grave de mi amigo y al darme vuelta, lo vi
despatarrado sobre una de las paredes del estanque, inflando y desinflando
su bolsa. -Oye,
Rigoberto, ¿tú crees en el amor? – -¿De
qué amor me hablas...? – -Del
amor de los humanos, el de las parejas, ese que incendia los mares y pone
fuego en los rosales. – -Yo
que sé, en mi mundo anfibio lo que nos atrae es el apareamento, el que
nos hace croar muy fuerte para atraer a la hembra para luego montarnos en
su lomo y abrazarlas bien fuerte, hasta que sus ojos se pongan más
saltones. – -Te
hablo de ese sentimiento que hace revolotear mariposas en el estómago y
acelera el corazón. – -No
olvides que los anuros somos de sangre fría, o sea, piel y agua. – -¡No
me fastidies! – -No
te enojes, amiga mía, ya sé que hablas de ese sentimiento que a través
del tiempo hizo famosos a muchos amantes: Romeo y Julieta, don Juan y doña
Inés, Dante y Beatriz y otros no tan citados. – -¿Tú
crees que alguien puede esperar un amor durante cincuenta años, nueve
meses y cuatro días, con la ilusión de ser correspondido?.- -No
puedo contestar a esa pregunta ya que los sapos vivimos como máximo,
cuarenta años, y por lo que dices, tendría que vivir más de una vida
para lograr esa proeza idílica. – -¿Será
que los humanos con más de setenta años, pueden aún sentir amor? – -Te
diré que ese es uno de los más graves errores que tenéis los jóvenes;
creer que los mayores están impedidos de sentir, ya sea cariño, afecto o
ternura. – -Entonces, García Márquez tiene razón; el amor es infinito y es la vida y no la muerte la que no tiene límites...- |
Soledad López
Rigoberto y Yo
Conversaciones con mi sapo
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