En
Teoría de los sentimientos, Agnes Heller explica cómo
en la sociedad capitalista, el ser humano, cuya reproducción es
necesariamente social, debe desenvolverse, en virtud de la
competencia, como un individuo particularista. La personalidad
se encuentra, por lo tanto, escindida. Este sentimiento de
escisión, de alienación lo experimentó Vallejo desde sus
primeros libros y ya con el segundo poemario, encontró que el
lenguaje no era la instancia unificadora del sujeto.
Que el
ser humano pueda desenvolverse adecuadamente en sociedad depende del
aprendizaje de las tareas que se le confieren, dado que el mundo es
el que determina cuáles tareas son las apropiadas. Este proceso de
apropiación de las tareas humanas se inicia desde el momento del
nacimiento. Una vez apropiada, la tarea forma parte del sujeto. Las
tareas que el ser humano selecciona tienden a sostener la
homeóstasis del organismo, es decir, el equilibrio biológico y
social, dado que la continuidad sólo puede asegurarse al individuo
como organismo social. Por otra parte, el Ego no solo selecciona,
sino que también actúa sobre el mundo en esa selección. Según nos
dice Heller, los movimientos de constitución del ser humano son
tres, actuar, pensar y sentir, y no se realizan sino en conjunto:
“En todos los casos de cierta complejidad, el llamamiento a pensar o
actuar es a la vez un llamamiento a sentir.”
La adquisición del lenguaje es decisiva en el proceso de
aprendizaje, porque denominar el sentimiento es condición para su
identificación y porque los objetos de los afectos no son dados
socialmente sin denominación. De ese modo, a medida que el niño va
adquiriendo el lenguaje, se le va enseñando a reconocer, distinguir
y elaborar sentimientos (a quiénes debe temer, qué cosas son
peligrosas, de dónde proviene su enojo, cómo no es lo mismo sentir
celos que envidia, etc.). Se puede conocer un sentimiento aun cuando
no lo hayamos experimentado nunca, podemos reconocerlo
intelectualmente, aprendemos a sentirlo con las explicaciones
verbales que recibimos (muchas veces a lo largo de toda la vida).
El proceso aprendizaje de los sentimientos a partir de las tareas
que la sociedad nos impone, tiene por lo tanto, un componente
situacional que se determina por los intereses de clase a los que
responde el individuo. Por otra parte, la relación entre la
capacidad abstracta de aprendizaje y el desarrollo y la realización
concreta de todos y cada uno de los sentimientos de que somos
capaces, con todos sus matices posibles, no es lineal y progresiva,
sino dialéctica. Y esto es así no solamente por la interacción entre
la capacidad biológica y las condiciones sociales, sino también
porque las tareas y los intereses se van modificando a lo largo de
la vida, y por lo tanto, se transforman las disposiciones a los
sentimientos, ya sea por edad, por coyuntura personal o histórica y,
de manera crucial, por conciencia de clase, por ideología o por
falsa conciencia. Esto nos hace pensar, sentir y actuar ciertas y
diversas disposiciones que, a su vez, nos van transformando. Esto
que es fácilmente verificable a lo largo de la historia humana, es
más difícil de observar en la breve vida de un individuo.
A Vallejo siempre lo conmovió la injusticia social, siempre sintió
dolor por las relaciones sociales enfermas. Puesto que el dolor es
propio de las relaciones humanas en todas sus formas, en tanto
indicador de que en esa relación hay algo que falla, es un llamado
de atención para ayudarse a uno mismo curando la relación
(esto es, ayudando a los demás). Esto quiere decir que es inevitable
porque en él se pone en juego mi conocimiento del otro en las
relaciones humanas. Pero si experimentar el dolor es negativo
(aunque necesario para construirnos como individuos sociales y para
exigirnos poner en práctica acciones que nos permitan librarnos de
ese sentimiento), el sufrimiento es un tipo de dolor en el que no
hay ayuda posible. El dolor es activo; el sufrimiento, pasivo. El
individuo Vallejo, a medida que iba conociendo las causas del dolor
humano, fue abandonando los sentimientos particularistas y se
conformó, a partir de su acción artística y política, en un
individuo social, aquel que expresa los intereses colectivos de la
clase llamada a la revolución.
Puesto que cada individuo evalúa cuáles son los sentimientos que le
permitirán desarrollarse mejor en un medio social dado, establece un
sistema de clasificación y jerarquización de los sentimientos
(cuáles son moralmente buenos o malos, agradables o desagradables).
Dicho sistema está determinado socialmente, según la época, la
clase, el estrato social. Por otra parte, en cada sociedad los
individuos tienen la posibilidad de elegir entre diversos valores;
esto se produce porque “las sociedades no son homogéneas, sino
estratificadas, y las preferencias de valor de los diversos estratos
sociales (órdenes, clases) en su mayor parte son distintas”.
Los sentimientos se construyen a partir de la pertenencia de clase y
los valores que guían su selección son los que responden a los
intereses de esa clase. Es así como Vallejo fue eligiendo aquellos
sentimientos que, valorativamente, consideraba como progresivos.
Reconoció que su dolor como individuo particularista alienado,
escindido, obtendría la cura en la praxis revolucionaria y, en tanto
que la implicación del sentimiento no es un mero acompañamiento de
la acción o del pensamiento, sino que es el factor constructivo del
pensamiento y de la acción, su vida se encaminó hacia un programa
revolucionario. Su dolor podría curarse tanto con la militancia
cuanto con la producción artística, así como el mundo podría
liberarse del dolor de la injusticia social con el socialismo.
En un artículo publicado en Mundial el 30 de diciembre de
1927, Vallejo sostenía que “el artista es un ser libérrimo y obra
muy por encima de los programas políticos”. Entre 1928 y 1930,
todavía consideraba que el arte no debía ser abiertamente
adoctrinante, sino que el escritor debía insinuar y no predicar,
puesto su tarea se distinguiría así del trabajo del sociólogo o del
político. Poco tiempo después, en mayo de 1929 su posición con
respecto al tema ya era diferente. En su ensayo “La obra de arte y
la vida del artista”, publicado en El Comercio de Lima,
declaró: “Sería necesario cargar los más espesos prejuicios de
rutina y los más obtusos compases de lógica, para negar la
dependencia orgánica y viviente en que siempre están todas las obras
de arte de la historia, respecto de la vida individual y social de
los artistas.”
Su eterna preocupación por la injusticia social a la que todavía no
encontraba solución ni estética ni política, sumada al encuentro de
una realidad social radicalmente diferente como la de la URSS
implicó, como hemos visto, una crisis en su producción, “un lapso de
desconcierto, de estudio, de toma de contacto, y, en el dominio
poético, hasta otro lenguaje. Por consiguiente, no se puede decir
que en los años 1929, 30 y 31, está ‘reprimida’ la genialidad de
Vallejo, sino que está en gestación.”
En 1931, ya había adoptado una posición artística consecuente con su
elección política: “La forma del arte revolucionario debe ser la más
directa, simple y descarnada posible. Un realismo implacable.
Elaboración mínima. La emoción ha de buscarse por el camino más
corto y a quemarropa. Arte de primer plano. Fobia a la media tinta y
al matiz. Todo crudo –ángulos y no curvas-, pero pesado, bárbaro,
brutal, como en las trincheras.”
Vallejo abandona la concepción negativa de la libertad artística, la
que presupone que nada ata al poeta, al estilo de Espronceda. La
verdadera libertad es la que se sabe anclada a la realidad, a un
interés que se ha elegido, a la lucha elegida conscientemente. Así
lo dijo el poeta con una expresión maravillosa: “Nosotros vamos
atados a un carro que va al porvenir.” Muy en claro tenía ya por esa
época, que la literatura que respondía a los intereses de la
burguesía estaba agonizante y que el individualismo había matado el
valor de la palabra, como lo manifiesta en “Duelo entre dos
literaturas”: “La palabra, forma de relación social, la más humana
de todas, ha perdido así toda su esencia y atributos colectivos.”
Pero una clase con sus propios intereses y por lo tanto, con una
sensibilidad propia, desarrollada a fuerza de experiencia y de
conciencia, venía abriéndose paso, no solamente en el campo de la
lucha económica y política, sino también en el campo del arte. La
lucha cultural es también expresión y a la vez construcción en la
lucha de clases más general:
“De la misma manera que el proletario va cobrando rápidamente el
primer puesto en la organización y dirección del proceso económico
mundial, así también, va él creándose una conciencia de clase
universal y, con ésta, una propia sensibilidad, capaz de crear y
consumir una literatura suya, es decir, proletaria.”
Notas
Heller, Agnes, Teoría de los sentimientos, Fontamara,
Barcelona, 1980, p.48.
Ibid., p. 201.
Neale-Silva, Eduardo: César Vallejo, cuentista, Salvat,
Barcelona, 1987, p. 286.
Phillipart, Georgette, op.cit., p. 135.
Tomado de Neale-Silva, op.cit., p. 288.
Vallejo, César: “Duelo entre dos literaturas”, en El Aromo, n°
26, diciembre 2005. Edición digital:
http://www.razonyrevolucion.org/secciones/literatura/26vallejo.pdf .
Fecha de última consulta: 20/6/2011. |