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El Alto |
___Subite pendejo___ ___No puedo. ¿A caso ves que me he subido a un burro alguna vez?___ ___Bueno, entonces mirá que putas hacés, por que este nos va verguear, si no te subís al burro___ Alguien que nos observa, ríe descaradamente al ver nuestra ingenuidad e inexperiencia: Es Chepe el de Pachina. Mi hermano mayor lo ve con irritación, y con soberbia le pregunta ____ ¿Y vos de que putas te reís? ____ . Aquel con ironía responde, mientras sigue riendo ____ de nada___ Estábamos en un prado alto en el lado izquierdo, del san Gaspar, en un bosquecillo por el que cruzaba un sinnúmero de caminos que llevaba a todas partes y al que se le llama el alto. Mientras tanto mi hermano y yo seguimos intentando subir al burro, que a saber de donde lo sacó Armando, mi hermano mayor. En la jodiata y, a penas nos habíamos subido al burro, Reni cayó hacia un lado y yo al otro. Esto enardeció a Armando que no vaciló en coger un chilillo de frijolillo y comenzó a sacudirnos las garrapatas. Reni después de recibir la tundra de chilillazos, salió en tremenda carrera, cruzando el San Gaspar de dos zancadas. Yo me acomodé como pude en una laja que estaba a la orilla del camino a saborear los riendazos que me habían propinado. Era una de tantas de las anécdotas que nos pasaban entre hermanos. El día apenas comenzaba antes de que lo peor se acercara. Mi primo Luis y Reni, ya restablecido de los chilillazos, José, Armando y yo, nos encaminamos al Pedernal en busca de leña para uso de la casa, sin el burro; por que a decir verdad, no lo hicimos caminar ni por las buenas, ni por las malas. Siempre creímos que los burros nos los hace trabajar nadie y aquel día lo confirmaba aquel animal indómito, así que optamos por soltarlo. Ya libre de la inexperiencia de Reni y yo, le dieron dos planazos con el machete en las ancas y salió corriendo de regreso al pueblo. Irónico pues no creímos que alguna vez corriera en su vida. Nos dirigimos a paso lento por entre los caminos que conducen al pedernal, una propiedad de la familia y en la que se cultivaba maíz, frijol, yuca, plátanos, guineos caña de azúcar, y otros productos de la tierra que generosamente, cada año y sin titubeos nos regalaba. Además esta tierra constituía un rico legado de fauna silvestre, donde se encontraban toda clase animales que formaban parte de la dieta alimenticia de nuestro pueblo: garrobos, venados, tacuazines, cusucos, guatusas y otros como mapaches y palomas. Temprano en la mañana Lázaro, el marido de mi tía, el primo Neto, el primo Alexis, habían llegado al sembradío para limpiarlo de maleza y otros parásitos. Armando, después de cortar la leña de todos, menos la mía, se acostó a dormir, justo el momento cuando se presentó ante mí la ingenuidad. Al no poder cortar la leña con mi machete, porque no servía, Armando me sugirió que cortara con los machetes que estaban el la troja y que servían para asar elotes. Lo intenté y fue infructuoso, prácticamente eran, cadáveres de machete. Al cabo de un rato y con la ira al borde, decidí coger el machete de Armando, este que lo manejaba despalmado. El filo que cargó con mi ingenuidad. Sin mediar palabra alguna, porque no había con quien cruzarla, la arremetí contra el leño que no podía cortar, me detuve un momento solo para apuntar al trozo que cortaría: Ese, fue uno de esos momento en los que te preguntas cuarenta años después, ¿en que estaba pensando?, cuando lo haces, y es que a los siete años no reparás en que tus extremidades son tan importantes en tu vida; al grado de volverte incompetente y que a pesar de todo debes salir adelante; aunque te haga falta una parte de tu cuerpo. Vi el dedo pulgar colgando solo de una parte de mi piel. Pasaron cinco segundos que parecieron una eternidad, y de mis entrañas se desprendió lo que pareció un alarido imperfecto; extraño y sin sentido, pero que caló en la memoria de todos los que estábamos ahí. Armando que hacía plácidamente la siesta sobre un tapesco fue el primero en toparse con aquel cuadro indefinido. Acostumbrado aquellos trotes no vaciló en salir en busca de ayuda. Este Armando si que era versátil. Corría entre los matorrales en busca de ayuda. Ésta que solo la podría proporcionar el primo Neto estaba a cien metros en la milpa. Los minutos no contaban. Todo pasaba como en cámara lenta. El tiempo parecía haberse detenido y en el que cada uno de los protagonista pasaba frente a mí, como en lusazos interminables, no supe de donde, ni cómo apareció ante mí una rama de una planta con algo lechoso semejante al líquido seminal, cuyo nombre es piñón, y de inmediato procedieron a embadurnarme la mano. En menos de un minuto la hemorragia había sido controlada. El afincamiento nada mas es, si se quiere, algo pasajero; si se ve desde un disparo de la historia. Realmente pase muchos años sin que pudiera comprender, porqué había perdido mi dedo. En los primeros días después del aquel fatídico accidente, lloraba cada vez que mis amigos preguntaban por lo sucedido; luego pasaron a los sobre-nombres. Sin duda fue lo más difícil que tuve que afrontar. Se acercaba la celebración del día de San Antonio y mi madre se preparaba para tal evento y durante algún tiempo guardó dinero para no fallarle al santo, no se imaginaba que con aquel accidente, en veinte años no le cumpliría, y en la primera noche después del accidente mi madre decidió, colocarme un antibiótico, según ella para no sufrir una gangrena, pero es que ella ni siquiera se imaginaba lo que sucedía. Mi hermano, como siempre le mintió, diciéndole que solo era una herida superficial, y cuando procedió a revisar, dos horas después de haber colocado el antibiótico, se llevó el susto del año. El dedito cayó fuera del envoltorio en que estaba y casi le de un desmayo. Mi tío, que en ese momento había llegado, ya tarde en la noche, se levantó al oír el grito de mi madre. Observó que no había forma de salvarlo. Al día siguiente mi hermano y yo nos dirigíamos a lomo de bestia, a la única clínica que había en aquellos lugares. Una de las cosas cuyo trasfondo hube de soportar durante años es el hecho de no ser como los demás, la gente tiene claro que no tener partes de nuestro cuerpo lo hace a uno candidato a prodigio. Pero igual, siendo tan niño y con el paso del tiempo fue algo a lo que tuve que acomodarme con críticas o sin ellas. Aprendí que es difícil afrontar estas situaciones. Irónicamente me hice guitarrista y profesor de música, algo que no agradaba a mi madre pero que también tuvo que acostumbrase, al fin y al cabo era mi profesión y nos servía para suplir nuestras necesidades. |
Oscar D. López Posas
odeigo@hotmail.com
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