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El cuervo
del libro ''El Karma de Fhiodor''
por Oscar D. López Posas
odeigo@hotmail.com

El galanteo no se hizo esperar, después de una que otra mirada.  Amor a primera vista. Eso duró hasta el atardecer. Una tregua que marcó una noche azul, estrellada, dio con los dos en el pináculo de unos riscos de aquel cerro interminable que tocaba las nubes, fría y apacible. La oscuridad presagiaba amar para siempre. El cortejo duró una temporada en la que ambos ataron sus vidas. La parada nupcial envuelta en una danza con vibrantes gritos, chillidos y croares, juegos infantiles de dos amantes eternos. Cansados se posaron en el risco donde pasaron la noche anterior, acariciándola tiernamente con su pico, rascando su cuello, y besándola apasionadamente. Diríase que el cortejo duró una eternidad concluyendo el vaivén de sus pasiones en la construcción de un nido a base de ramitas secas. En febrero, ella  puso tres huevos azul verdoso que incubó al filo de tres semanas. Su compañero se dedicó a traerle comida a su nido mientras extrañaba aquellos días tiernos y amorosos, bajo el eterno frió de su cerro. Él, fue el primero en moverse dentro del cascarón, picoteó durante horas, incansable, perseverante, la úvula hasta romperla. Ella observaba, inquieta  y amorosa. Aquel primer polluelo que se hacía a la vida cargado de energía, abría sus grandes ojos que no daban crédito al mundo que estaba tan solo un paso delante de insipiente pico. Fuera del cascaron comenzó a moverse, explorando su palacio, tratando de entender aquel extraño mundo. La madre esperó la llegada de sus otros polluelos, amorosa y colmada de paciencia hasta llegar la noche, el padre igual de  impaciente esperó pero nunca llegaron. Al día siguiente, su hijo seguía desorientado, se acurrucaba en espera sin saber de que. Al cabo de unas horas, la madre abandona el nido, sin retirarse mucho del lugar, el padre traía una y otra ves el alimento que les daba vida. Como todo pájaro, Cuervo volaba alegremente, aligerando la infancia a la vida eterna. Su rutina de polluelo poco a poco iba quedando atrás. Los juegos con sus congéneres cada día se volvían más aburridos y del juego pasó a las bromas pesadas, cosa que era comprendida por sus padres, quienes día a día se apartaban más y más de él. Un día se quedó solo. Sus padres partieron, _como suele ocurrir con esta especie_ Lo cual le produjo profunda tristeza. Entró en tal estado depresivo que volaba como loco por los cerros. Hubo momentos en que en pleno vuelo dejaba de agitar sus alas y caía libremente, y se estrellaba en el suelo. Se levantaba nuevamente. Volaba desorientado y pasaba largas horas con el pico en entre sus alas. Dejó de comer por un tiempo, hasta enfermar. Al fin cesó  su dolor, y comenzó a disputarse, con sus congéneres, la comida. Peleaba con todos por cualquier cosa, siempre estaba en problemas. Era un cuervo con mala fama  y mala racha. Un día el dios observó la actitud del cuervo. Comprobó lo que ya le habían dicho de aquel animal indómito, malvado y  sin corazón. Se puso muy triste. Durante algún tiempo colmó sus desvelos y después de  pensarlo, tomó una decisión aligerada de la cual se arrepentiría por toda la eternidad. Mientras este sostenía una pelea con una parvada de gaviotas, lo llamó a sus designios y lo hizo entrar en  sueño  convirtiéndolo en hombre. Después de amonestarlo severamente lo instruyó, para lo que, desde hoy, tendría que ser. _Serás hombre, sin remedio._Dijo_, y además, serás poeta. _Apuntó con determinación. Este, dictó con una mirada que no daba lugar a discusiones_será tu castigo, por el resto de tu vida.

Oscar D. López Posas
odeigo@hotmail.com

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