conocidas por los lectores. Los poemas de
Urondo, en algunos casos inéditos, sirven para ilustrar los momentos
relatados. Desde el comienzo, Beatriz Urondo destaca: "Voy a intentar lo
que me toca. Paco como hermano. Porque de eso se trata esta historia,
sobre la ley primera y el motor del ser humano: los vínculos".
La pregunta obvia es ¿de qué vínculos nos habla?. Obvia para cualquier
individuo pero más obvia para el caso de Urondo: un militante montonero
que dio su vida por un programa político. Porque un militante, es decir,
un sujeto que decide hacer conciente su programa político y luchar por
él, se constituye, por ello mismo, en alguien que supera las primeras
relaciones. Pero, al mismo tiempo, recoge en su experiencia una calidad
y cantidad de relaciones que lo hacen ser quien fue. Este aspecto de la
vida del poeta queda rezagado frente a la cotidianeidad de sus días.
Los capítulos en los cuales está dividido el libro, que carece de
índice, son: "Triciclo y Galilea", "La Galilea", "Postales", "Persecuta",
"Sangres" y "Después". El primero se centra en comentarios de familiares
(especialmente padre y hermana). La serie de anécdotas es numerosa: las
vacaciones en la quinta que había adquirido el padre en Santa Fe, la
relación con las tías solteronas, la primera experiencia en un
velatorio, el temor en la sala de cine ante una película de terror.
Todas ellas contribuyen a darnos una idea de cómo "era Paco" en la
infancia.
Los siguientes capítulos recuperan comentarios de amigos e intelectuales
que conocieron a Urondo más allá del ámbito familiar. Es decir, a medida
que avanza el relato (la vida del poeta) crece la cantidad de
testimonios de quienes lo conocieron. En este camino, la conexión
política de escritor con el programa de Montoneros desaparece en el más
elegante anonimato. El capítulo 3, por ejemplo, nos habla del viaje de
Urondo a Cuba pero no se nos dicen las razones que lo impulsaron a
realizarlo. Lo máximo que podremos saber después de leerlo es cómo era
el "Urondo padre".
Ahora bien, suponemos que aquí no hay una intención conciente por
ocultar el recorrido político del poeta sino que es la consecuencia
lógica de la absoluta despolitización de los autores, que le imponen esa
tónica a todos los intervinientes. Es más, incluso los testimonios de
algunos intelectuales, como Horacio Verbitsky, recuperan también el
aspecto más cotidiano de Urondo: "Abría una botella y decía,
encendamos la máquina de decir pavadas" [el vino]. Le encantaba
decir pavadas y escuchar pavadas.... tenía una alegría..... Paco era una
fiesta".
Es cierto que en este fragmento Verbitsky apunta que "hablaban de
política" (de la situación nacional, de la vuelta de Perón, de Cuba)
pero, sin embargo, la respuesta parece marcada por la pregunta que
habría precedido al testimonio, algo así como "¿cómo era Paco en la
intimidad?”. Coherentemente con los testimonios, la imagen que se nos
muestra de Urondo no puede ser sino despolitizada.
“Persecuta”, el capítulo que pretende dar cuenta de la persecución
política del biografiado, nos muestra a un núcleo familiar consternado
por la detención del hermano: “En mis cartas, yo le preguntaba cuál era
la causa por la que se había ‘enganchado’ en esta cruzada. Le confesaba
que sentía temor por él. Me contestó diciendo lo hago por los Juan
Francisco y los Javieres que andan por ahí, para que vivan en un mundo
mejor que el que tenemos".
La "cruzada" no sabemos cuál es, podemos suponer que se trata del "luche
y vuelve" pero, si es por el libro, jamás nos enteraremos. Francisco
Urondo era conciente de que esa "cruzada" era en pos de algo más que su
propia vida y que, incluso, no le permitiría decidir ni siquiera su
propia muerte, puesto que su vida individual ya se encontraba atravesada
por una serie de relaciones que lo superaban como individuo:
"La vida no es una propiedad privada sino el producto del esfuerzo de
muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que no
sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego
por una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es
el pueblo, una vez más, quien determina la suerte de la vida y la muerte
de sus hijos. Y la osadía de morir, de dar y, consecuentemente, ganar
esa vida, es un derecho que debe obtenerse inexcusablemente."
Es por esta razón que decide aceptar el viaje a Mendoza. Ultimo
encuentro con la hermana, indudablemente emotivo porque sabemos que será
el último. Nuevamente, la incomprensión e incredulidad de la tarea que
encaró Urondo: "También en esa despedida intuí, o más bien me pregunté,
¿sirve de algo? ¿No es inútil esta forma de sacrificio? Son preguntas
que yo no respondo, porque el dolor me lo impide. Es una pregunta para
ustedes, Jóvenes".
El anteúltimo capítulo, "Sangres", nos relata la muerte del poeta pero,
además, el proceso de recuperación del cadáver, bajo la responsabilidad
de Beatriz. Este capítulo es importante porque nos muestra más
claramente la posición política de la autora. Habiendo ido al Comando de
Ejército en busca de datos sobre su hermano, se sorprende de la
"traición" de las FFAA al pueblo. Según Beatriz Urondo, "Los soldados
nacieron para defender la patria y el pueblo, no para su traición".
De la militancia de su hermano no aprendió, parece, que no se trata de
una "traición" sino de una forma de operar coherente y fiel a un fin:
garantizar la existencia y reproducción de la clase social a la que
sirven. Justamente, la muerte de Urondo en sus manos nos lo demuestra:
porque no era "uno más", porque se oponía a un determinado orden social,
porque para ese orden él era un problema, por eso fue asesinado.
El último capítulo, "Después", cierra el libro con otra serie de
testimonios, entre ellos, nuevamente los familiares, Horacio Vrbitsky,
Juan Gelman y Rodolfo Walsh. El más lúcido, y el que más justicia hace a
la vida que Urondo pretendió construir, es el último. Dice Walsh en la
carta titulada "Mi querido Paco", fechada en julio de 1976:
"[un intelectual revolucionario puede] hablar con su pueblo y de su
pueblo poniendo en ese diálogo lo mejor de su inteligencia y de su arte;
puede narrar sus luchas, cantar sus penas, predecir sus victorias. Ya
eso es suficiente, ya eso justifica. Pero vos nos enseñaste que no le
está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del
pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la
crítica de las armas. Gracias por esa elección".
En este mismo capítulo, en lugar de retomar la línea marcada por Walsh,
el libro cierra con una foto familiar que muestra a la autora con sus
nietos y bisnietos: para ella, entonces, los verdaderos "vínculos", los
primeros y los últimos, son los familiares.
Una lectura fragmentaria (y política)
Como ya señalamos, se trata de un relato que se desenvuelve desde el
ámbito familiar y no lo supera, a diferencia del "Urondo militante" que
sí lo hizo. La estructura del libro es parcialmente fragmentaria: una
suma de "retazos" que pretenden confluir en un "todo" que sería la vida
del poeta. Este modo de presentación del material relevado es solidario
de la imagen que se pretende mostrar: sólo un aspecto de su vida porque,
después de todo, lo escribe su hermana. Sus autores nos podrían replicar
que "sólo quisieron agregar una parte al todo ya conocido de Urondo". La
parte poco conocida, la parte íntima y personal de la cual todos se
olvidan en virtud de recordar al Urondo militante, imagen tan trillada y
repetida. Pero, a pesar de lo que su autora diga, el libro, en lugar de
sumar, resta: la suma de las partes no nos da el todo.
En este sentido, ¿qué amerita escribir un libro sobre Urondo? ¿Porque ha
sido un buen hermano? ¿Porque ha sido uno de los poetas argentinos más
relevantes del siglo XX? Ni siquiera eso. Urondo ha sido también un
militante político asesinado por un personal represivo que veía en él a
alguien más que al hermano de la autora. Si Urondo no hubiera llegado a
ser quien fue, de nada valdría esta biografía puesto que a nadie podría
interesarle, más que a su familia. Por eso mismo, reconstruir solamente
la vida del Urondo "hermano, padre o amigo" es retacear una vida que fue
más que ello y atravesó la historia: fue partícipe activo del proceso
revolucionario más importante de la Argentina del siglo pasado. Olvidar
en un sujeto como éste (que no es cualquiera) el aspecto que lo
constituyó en tal implica la despolitización de quien pretendió una vida
plenamente política, es decir, plenamente humana. Que Urondo mismo lo
supo lo demuestra la cita que colocamos como epígrafe.
¿Por qué ensañarse, sin embargo, con la hermana del poeta, que
finalmente expresa un dolor personal? Porque es solidaria, lo sepa o no,
con una tendencia muy actual a releer los '70 desde el plano puramente
familiar, que desemboca usualmente, no sólo en la despolitización sino
en el reproche, como en Los rubios, de Albertina Carri y M
de Nicolás Prividera. No es casual que haya recibido tan buena prensa
por parte de la revista Sudestada, que vive en cruzada permanente contra
"los dogmas" de la izquierda.
Que Urondo no estuvo lejos "de los dogmas" nos lo demostraría una simple
cronología de su vida.
Notas
Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2007.
Fragmento de una de las cartas
que Urondo escribe a su familia desde la cárcel de Devoto. En Hermano…,
pág. 174. El subrayado es nuestro.
Op. cit., pág. 9
Op. cit., pág. 143
Op. cit., pág. 135
Op. cit., pág. 169
Urondo, Francisco, “Algunas reflexiones”, en Crisis, nº 17, setiembre de
1974.
Op. cit., pág. 213
Op. cit., pág. 243
Op. cit., pág. 272
Véase Harari, Fabián, “Mercachifles al servicio de su majestad”, en El
Aromo nº 38, septiembre/octubre de 2007
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