En el frío cristal |
Desde hace más un año, Agustín y Mónica se reúnen todos los viernes a las 9 de la noche. El encuentro ocurre en el mismo lugar donde objetos y cosas permanecen estáticos para no descomponer el tiempo. El humo del cigarro, las luces tenues, el vino y la pasión, son ingredientes que hacen de la atmósfera algo peculiar y que semejan un gran burdel. Al encontrarse en sus soledades, se miran con sus ojos de cristal y se suceden en palabras. Mónica luce su boca carmesí, un escote profundo, el vestido ceñido al cuerpo que deja poco a la imaginación y unas sandalias que forman parte de sus fetiches. Su actitud de femme fatal hipnotiza a Agustín, quien la encuentra más altiva e impúdica que de costumbre. Ese día, sin preámbulo, Agustín toma los muslos de Mónica y juguetonamente introduce los dedos entre sus bragas. Después de un gemido y al saberse húmeda, Mónica se desprende de sus ropas, muestra su hendidura y el silencio de sus labios: los otros, los ocultos. |
Desde su silla, Agustín la mira con lujuria al vaivén de su pelvis. El espectáculo cobra vida en formas, colores, logotipos y ritmos. Mónica explora su cuerpo, deletrea uno a uno sus deseos mientras abre sus piernas, frota su clítoris, engulle sus dedos, palpa sus nalgas y pechos. Agustín le recorre la piel con vocablos, le muestra la potencia de su erección e intercambian señales, fluidos, sudores. Consagran el instante y la plenitud sostenida en el vacío. Es todavía de noche, todo transcurre en silencio mientras se habitan como rictus de sombras. El mundo queda suspendido en el espasmo. Agua y piel, amarras de misterio, entre sábanas sus nombres. Al sentir la crudeza de la espalda tras el frío cristal, Mónica rompe en llanto y al apagar su PC precipita su caída en el abismo. |
Lady
López
Las dunas y otros relatos
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