El poder de la palabra, la palabra hecha verso, canción. Sabines, con
voz poderosa, creó una estética que llega al corazón de generaciones.
Sabines está vivo en las plazas, en los tés de las señoras atildadas de
la alta burguesía, en las bibliotecas más apartadas y en los anaqueles
de los hogares humildes, en las universidades públicas y en las que se
pagan millones para obtener un título. El discurso sabiniano permea
clases, capas, estratos, grupos sociales e ideologías partidistas.
La voz de Sabines tiene la música chiapaneca, su timbre le da intensidad
poética a la palabra. Sabines convocó multitudes en vida y a más de diez
años de su muerte sigue reuniendo miles de personas de distinta
procedencia y edad. Algunos ven en este fenómeno de la poesía —que para
bien de ésta sucede en tiempos tan antipoéticos— sólo un aspecto, el
popular. Y es que si hay moteles y fondas con títulos de sus poemas; si
los músicos cantan sus versos, si se escriben sus textos sobre bardas,
si el pueblo se apropia de su poesía y los académicos recitan en la
madrugada lo que se niegan a estudiar en las aulas de día, no puede
haber mejor augurio para una poesía que no cansa, que se lee, se
memoriza, se repite, se toma a cucharadas y es tónico para resistir. Los
planteamientos ontológicos de Sabines lo acercan más a la estética
filosófica que a deslumbramientos esteticistas que nada más se regodean
con tufos pseudoliterarios sin desentrañar la esencia de las cosas. La
mejor poesía de Sabines es la más cruda, la más directa, la poesía hecha
con las entrañas, la que concentra la sabiduría de lo cotidiano, que es
consecuencia de mucho ver el mundo, de pensarlo, de poetizarlo.
La exigencia que se imponía en su trabajo y la que pedía de los demás se
lee en varios poemas donde expone sus principios, su poética crítica,
mordaz, lúdica por momentos.
Alejado de cualquier moda o vanguardia, Sabines adquiere una voz
auténtica que responde a su experiencia con la vida, sus temas son
cotidianos (la familia, el amor, la muerte, la soledad). Al leer a
Sabines sentimos algo profundo, su poesía se aproxima a nosotros de
inmediato. La identificación es tal que parece que todos pudiéramos
escribir una poesía así, directa, sincera, que sale de la vivencia
diaria. Pero no hay que engañarse. Mucho se ha hablado del coloquialismo
en su poesía, pero ésta es mucho más que eso; sus recursos estilísticos
están carentes de artificios retóricos y de cualquier tentación barroca,
surrealista. Todo el tiempo que el poeta trabajó para entregarnos sus
versos sencillos nunca se compensarán con nada. El esfuerzo que él puso
en ese empeño en nada se compara con el ínfimo esfuerzo de los poetas
intelectuales: esos que nos hacen perder el tiempo descifrando
sus versos herméticos, complejos, difíciles.
La poesía sabiniana es de la tierra y tiene su ritmo. Lo primero que nos
envuelve en sus poemas es el ritmo, uno que nace de la emoción
descarnada, pero que se transforma con la voz del poeta, con su
respiración y su palabra. La fuerza de su ritmo parece una emisión de
luz cegadora que nos cubre a la vez que nos quema. En Sabines no hay
nada que se aparte de lo humano, no es un poeta que pretenda ostentar
nada, ni el oficio ni el sufrimiento, pero éstos aparecen como
testimonio de su paso por el mundo y como evidencia de su compromiso
artístico.
La emoción, fundamental en su trabajo, oscila entre la carne del diablo
y la sabiduría del cohélet. Por momentos, la ternura del poeta se vuelve
filosófica al dejar abiertas las puertas al misterio, al preguntar cosas
esenciales del ser. Sus poemas más que con el corazón, están hechos con
el fuego de su ser más profundo: “Ulcerado, podrido, hay que vivir/ a
rastras, a gatas, apenas, como puedo”.
Sabines es un renovador del lenguaje, un transgresor de las formas.
Subversivo por naturaleza, cuestiona el mundo. Se rebela con el
lenguaje: jamás las ‘malas palabras’ fueron tan ‘buenas’ como en los
poemas de Sabines. Nunca, nadie, había puesto tan bien las palabras
llamadas obscenas en poemas únicos. Pocas veces se habían oído tan bien
las ‘groserías’; lo escatológico se vuelve poesía por el poder de la
metáfora esquiva que compone el mundo con la magia del toque preciso,
justo, desenfadado del poeta.
Porque en Sabines la expresión toma de todos lados sus recursos, sus
herramientas para el decir. El poeta no escoge el lenguaje prestigioso y
‘exclusivo’ de la poesía, no desdeña el lenguaje que está a la mano, que
todos usamos, que viene a nosotros en el arrebato de las emociones.
Pero, al usarlo Sabines, lo modifica y duplica su fuerza: “y yo mando a
la chingada a todos los soles del mundo./ El Señor Cáncer, El Señor
Pendejo,/ es sólo un instrumento en las manos obscuras/ de los dulces
personajes que hacen la vida”.
Sabines escribía a partir del coraje, la nostalgia, la inconformidad;
por eso toca las fibras de los lectores, que sienten la sinceridad de
sus poemas. Si el poeta no sintiera lo que poetiza, sus palabras
sonarían huecas, serían lugares comunes, no prenderían el fuego de quien
las lee. A partir de sus convicciones y experiencias criticaba con
ironía, mordacidad, lucidez, certeza. Varios de sus poemas tienen un
tono escéptico, iconoclasta, nihilista. Tal vez en el fondo el poeta era
un anarquista, a pesar de su pertenencia a un partido político que
dignificó sus siglas con la militancia del poeta en sus filas.
La poesía de Sabines no se deja encasillar, siempre escapa de las
clasificaciones. La libertad que tenía para crear se percibe en su
riesgo constante, en la irreverencia, en los juegos formales, en la
astucia, en las caídas. El poeta sabía caer y levantarse, no le
atemorizaban la imperfección, las grietas de los textos. Respecto de la
creación, le dijo a Ana Cruz:
La libertad se adquiere, paradójicamente, con el mayor rigor y la mayor
disciplina. Así es la creación poética. Alguna vez dije que era un
ejercicio impúdico, en el que el hombre se tiene que desnudar para
escribir. El poeta tiene que darse totalmente en cuerpo y alma. Entonces
hay que dejar muchísimo para escribir. No es cuestión de que le dicten a
usted todos los poemas. Hay que tener el oído bien despierto, alerta los
ojos y toda la piel al descubierto, y escribiendo aprender a escribir,
como el nadador que quiere llegar a nadar bien y tiene que meterse al
agua todos los días.
En la poética de Sabines, en sus temas constantes, se podría ir a paso
lento por cada uno de ellos. Resalta la figura de la mujer que aparece a
cada momento, luminosa, como una compañera indispensable. En sus poemas
la mujer es poco idealizada, es tangible, humana, próxima: la tía, la
amante, la mujer embarazada, la inválida. Para todas tiene una palabra
solidaria, cercana, amorosa: “Te quiero porque tienes las partes de la
mujer/ en el lugar preciso/ y estás completa. No te falta ni un pétalo,/
ni un olor ni una sombra”.
El poeta mezcla la ternura con el asombro y la crudeza. No le interesan
los paliativos, sabe que la poesía consuela, pero no engaña. La poesía
pone los ojos donde otros los quitan, asustados de la vida, de las
heridas, del desamparo. En su mirada a la mujer, nos deja asomarnos,
como si quitara velos, a una realidad latente. Sabines canta a la
prostituta:
No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta, anticipas tu
precio, te enseñas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los
tontos, a los de otro color; soportas las agresiones del orgullo, las
asechanzas de los enfermos; alivias a los impotentes, estimulas a los
tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los
desencantados. Eres la confidente del borracho, el refugio del
perseguido, el lecho del que no tiene reposo.
En la mujer, el poeta halla refugio; fugaz, pero profundo. Sabines busca
ante los dolores diarios de la vida un posible alivio, aunque el vacío
se hace presente, la falta de Dios, la orfandad, la inevitable muerte,
el desconsuelo: “Quiero que me socorras, Señor, de tanta sombra/ que me
rodea, de tanta hora que me asfixia”.
En la posición creativa del poeta chiapaneco hay una fuerza inaudita,
una manifestación del amor a la vida en cada acto, en cada palabra. Es
como un cronista de lo cotidiano, pero en cada cosa que nombra el
trasfondo nos hace temblar. Detrás de las piedras y las corcholatas
escritas hay un abismo, una emoción, una hondura, una llaga. En el acto
de nombrar, de poetizar el mundo, Sabines va contra el olvido, se rebela
para escribir y para vivir y se entrega sin reservas a la experiencia.
La valentía y el arrojo van juntos en la vida y en la escritura. Pero no
hay ostentación, hay palabra íntima gestada en la soledad, en el
padecimiento, en el gozo: “Me he sentido culpable de derrochar la vida y
no he querido quedarme en casa a atesorarla./ Tuve/ miedo del fuego y me
incineré”.
En esta poetización de la vida diaria, el poeta menciona el cuerpo de
manera constante, pues es el que recibe las impresiones del mundo, sus
golpes o sus goces. Hay muchas alusiones al cuerpo femenino —amado y
deseado—, pero también al propio, a las partes internas donde recaen las
emociones, donde se manifiesta el cansancio existencial, la faena del
hastío, la enfermedad: “El estómago, los intestinos, el corazón, los
nervios, creo que hasta los riñones se me están echando encima. Necesito
otro cuerpo. Necesito un cuerpo de metal para que aguante. O bien un
árbol, o una piedra. Tiene que ser resistente al venenoso amor, a la
insondable fatiga, al alcohol tutelar, a la congregación de los
presagios, al ritmo impúdico, vicioso de la vida”.
Sabines sabía convertir en poesía lo que le iba aconteciendo —tarea
difícil que implica disciplina y apertura emocional— con humor, ironía,
mordacidad. Era un poeta de tiempo completo; en sus poemas se nota que
se incrustaba hasta la médula de las cosas; no se quedaba en la
superficie de nada; todo le importaba; uno como lector puede exprimir
hasta obtener el zumo de su creación y algo valioso queda después de
este acto; nada se evapora; al contrario, cuanto más se lee su poesía,
más fondo se halla.
Nada mejor que leer la poesía de Jaime Sabines, leerla toda, con sus
fisuras intencionales y sus hallazgos azarosos. Nada mejor que hacer un
descubrimiento propio de sus versos, que ir desgranando los poemas hasta
integrarse a lo profundo de su arte, uno de los mejores en lengua
castellana. |