Las dos Lauras. Notas sobre Trenque Lauquen

y un viaje al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

por Ana Inés López [1]

Fuimos al Festival Internacional de Mar del Plata porque en realidad íbamos al Encuentro Provincial de Bibliotecas Populares en Chapadmalal. Mi compañera de viaje sacó entradas previamente para algunas películas puntuales, entre ellas Trenque Lauquen de Laura Citarella.

Llegamos el viernes, y ni bien nos bajamos del colectivo fuimos a ver Alcarrás, de Carla Simón. La película nos hizo entrar en la magia sutil que sucede cuando estamos dentro de un festival, cualquiera sea este, porque no es solo ver películas inéditas y prometedoras, o escuchar poemas recitados por sus propios autores, sino también encontrarse con personas, con las historias que habitan los festivales de todo el país. Luego de Alcarrás fuimos a una fiesta donde había famosxs y gente conocida de una ciudad que no es la mía, pero que por unos días me hacen sentir parte de una vida posible, otra, una paralela. Eso también es un festival.

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La protagonista de Trenque Lauquen, Laura Paredes, es una actriz que ya llevo viendo hace unos años en obras y películas, y hasta me la he cruzado con un bebito algún domingo a la mañana en San Telmo, cuando yo también hacía compras con una bebita. La forma que tiene de actuar me resulta enigmática, es la contracara de lo que se espera de una actriz dramática, o quizás una forma nueva de ser dramática, un drama más neutro y objetivo.

La película estaba programada para el sábado a las seis de la tarde. Ese día nos levantamos, desayunamos, charlamos. Flavia agarró el auto y nos fuimos a recorrer la costa, bajamos a la playa pero no fuimos hasta el mar, nos quedamos cerca del caminito de madera pintado de blanco, típico de la costa atlántica bonaerense, en Playa Grande. Caminamos por la “muralla china” y nos sacamos fotos al lado de las flores silvestres. Nunca había recorrido esa parte de la costa: Mar del Plata es increíble. Después nos fuimos al Hotel Provincial donde, año tras año, funciona la sede central del Festival. Ahí estaban Dolores Fonzi, Cecilia Roth y Daniel Hendler dando notas en un semicírculo marcado con sogas elegantes. En el hall de la sala de cine del Hotel Provincial los actores eran como dioses cercanos. Nos sentamos a tomar un café y observar la situación; a la distancia estudiamos la postura corporal de Cecilia Roth para las fotos, decidimos salir y fotografiarnos en la alfombra roja reproduciendo su enseñanza que jamás olvidaré. Ya se hacía la hora y teníamos que llegar a la sala, cerca de la calle Güemes, pero después queríamos ir a una fiesta. Nos dijimos, “vamos a ver la película, pero nos vamos a la mitad, así nos bañamos y salimos” —Trenque Lauquen dura casi cuatro horas y media—. Nos sentíamos un poco llenas de arena, y el sábado era demasiado prometedor como para sumergirse tanto tiempo en el cine.

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A Laura Citarella la conocí en mi casa, cuando no sabía bien qué era El Pampero Cine ni nada. Vinieron con su equipo a filmar una escena de Las poetas visitan a Juana Bignozzi (2019) en mi patio de San Telmo. Yo tenía una panza descomunal.

El día de la proyección la volví a ver en el baño del shopping, ahora como directora de Trenque Lauquen. La miré esperando me reconociera, pero no — y no le iba a molestar—, estaba con su familia. Nos quedamos en el hall esperando entrar, yo estaba ansiosa por la mugre —de las caminatas, el mar, la arena, la ciudad...— y el futuro, también deleitada por el público y la cercanía de los realizadores que parecían tan sencillos y distendidos.

Con la sala llena, Citarella, Mariano Llinás y algunas personas más presentaron la película. Laura Paredes, la otra Laura, estaba de viaje en Europa, explicó su marido, en algún festival de cine. Fue una introducción amena y arrancó la película. A medida que iba avanzando me olvidé completamente de mis ganas de bañarme y estar al aire libre —soy claustrofóbica—, también del sábado, la ciudad y las fiestas, porque las dos horas antes del intervalo llegaron demasiado rápido. Cuando la pantalla fundió en negro y se encendieron las luces compartimos fascinadas ese querer saber más sobre la otra Laura, la de la ficción, incitadas por esa magia narrativa que nos hace descreer de la necesidad de los intervalos y dudar de ese mundo que quedó afuera de la sala.

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Trenque Lauquen cristaliza las marcas que hacen de El Pampero Cine algo más que una productora. Personalmente fue la que más me atravesó de todas sus películas, con una tristeza mística y divertida. Es completamente de acá —en un sentido territorial, bonaerense, tal como lo fuera Historias extraordinarias (2008)— pero de una forma diferente y nueva, investigando los enigmas de una identidad que El Pampero explora como el mismo espacio que decide recorrer con sus ficciones.

Esta idea de desplazamiento es crucial en Laura, la protagonista de Trenque Lauquen, quien deja la ciudad y la vida universitaria para hacer una investigación botánica en el campo. Sin embargo, rápidamente descubrimos que no le interesa para nada volver y, de hecho, esa fuga, ese tránsito, se deja escrito en un papelito amarillo sujetado por el limpiaparabrisas de un auto. Ahí se lee claro un mensaje: “Adiós, adiós, me voy, me voy”. La claridad, por supuesto, no es solo del orden de la anécdota, sino del afecto y el recuerdo, porque en esas pocas palabras la película lanza una referencia a Rosario Bléfari, y sin nombrarla, en una especie de guiño, hace presente las producciones artísticas de una época, es decir, una tradición.

En ese nuevo espacio del campo y la pequeña ciudad, esa especie de purgatorio en la forma de pueblo de provincia, Laura comienza a habitar una suerte de no-tiempo que desacomoda con sutileza la normalidad del discurrir. Alquila una habitación en una casa, visita la biblioteca municipal, se encuentra en el bar a tomar una cerveza con un amigo, trabaja en el campo relevando muestras, recorre el pueblo en bicicleta, tiene una columna radial; es decir, una vida trivial en la que, sin embargo, todo adquiere un cariz fantástico, intrigante pero cercano. Lo extraño de la vida en los pueblos de la provincia, de los pueblos de campo, se filtra en Trenque Lauquen también como recuerdo de las tierras contaminadas de agroquímicos, como sutil pregunta en clave de ciencia ficción sobre las consecuencias de un modelo productivo extractivista, que se traduce en la película en una presencia enigmática, en seres extraños, en vidas anómalas.

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Al interior de Trenque Lauquen encontramos muchas historias. Una de ellas es la que Laura descubre adentro de los libros de una biblioteca popular, al punto de obsesionarse con ese hallazgo. En ese sentido encuentro algo muy cercano: yo también soy bibliotecaria de un pueblo. Ya trabajé en tres de las cinco bibliotecas que hay en Lobos, no las escolares, las otras, las populares. En las bibliotecas de los pueblos hay tesoros y secretos, la gente te confiesa cosas, y los libros se conectan entre sí armando un archivo que, al mismo tiempo, es parte de su memoria. Ese mundo se expande en Trenque Lauquen cuando Laura encuentra el libro de Aleksandra Kolontái, Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor, y en él una carta que permite desentrañar la correspondencia entre una maestra y su amante. La consecuencia de este hallazgo es la obsesión de la protagonista, también la conjetura sobre esas otras formas de vida y de amor que habitan en los viejos archivos, en los anaqueles silenciosos de las bibliotecas populares. Por eso, algo de lo extraño de los giros narrativos que Citarella y Paredes escribieron para la película llegaba hasta mí.

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Como dije, en esa misma fecha que vi la película de Citarella en el Festival de cine de Mar del Plata participé del Encuentro Provincial de Bibliotecas Populares en Chapadmalal. Es un encuentro donde también iba a ocurrir una feria de editoriales provinciales. Los feriantes y las bibliotecarias somos invitadas para comprar libros que amamos. Mi presupuesto del subsidio del Conabip era de treinta y cinco mil pesos, había bastantes cosas. Yo buscaba best sellers porque era lo que me habían pedido, pero en el stand de Editorial Maravilla de Villa Ventana me esperaban otros libros, los que hace con sus hijas la editora, poeta y (también) bibliotecaria Roberta Iannamico. Ahí, otra vez, encontré a Aleksandra Kolontái. En ese momento recordé que Kolontái también había aparecido en la película anterior de Citarella, cuando Mercedes Halfon revisa la biblioteca de Juana Bignozzi. Así, la tradición y los libros (casi secretos), el amor y el feminismo, lo anecdótico atravesado por el cristal de lo extraordinario se extendían dentro y fuera de la sala de cine.

De esos desplazamientos habla Trenque Lauquen, como una mamushka de vidas hacia la extinción. Por eso, pienso, Laura se va alejando de los lazos que ha construido; lo primero que abandona es su vida universitaria, citadina y en pareja; de hecho, el rastreo que hace su novio sobre su paradero da comienzo al relato. Frente a su ausencia la película reconstruye retrospectivamente la otra historia, la otra Laura, la que comenzó al instalarse en el pueblo para hacer su investigación, dejando muy atrás, sin preocupaciones, como en un olvido radical, su anterior vida urbana.

Cuando Rosario Bléfari entona la canción “Rio Paraná” siempre la imagino en un velero con un pañuelo flameando por el viento, yéndose desde un lugar ingrato hacia uno nuevo, hacia alguna promesa de un futuro mejor, más feliz. Esos versos de Rosario reapropiados en el mensaje de Laura se transforman por la contundencia de los hechos. Al principio, lo que se abandona parece ser la trivialidad de una vida armada y normal, una vida funcional. La primera escala es el pueblo, donde también todo parece funcionar en un cauce tranquilo, entre el trabajo rural y un lazo entrañable con un hombre de Trenque Lauquen; por eso, desde el principio ya hay dos capas de vida superpuestas. Finalmente, la protagonista se embarca en una suerte de túnel o abismo hacia la última y definitiva tercera capa, donde la sencilla vida pueblerina se vuelve cada vez más extraña. Ahí los recursos del guion dibujan una ciencia ficción pampeana que aleja definitivamente a Laura de esa vida tranquila para involucrase de lleno en otra obsesión: un ser misterioso que aparece en la laguna y que dos mujeres alucinantes mantienen encerrado en una casa de campo. Laura logra convencerlas de su confianza para compartir sus últimos momentos de sociabilidad.

Después de eso ya no hay nada, solo caminar por el campo, despojada de cualquier necesidad material, en silencio con la naturaleza; una naturaleza que no es extraña, es el campo que conocemos todos, pero que oficia como territorio para el desprendimiento más esencial en el que la vida humana se funde y desaparece definitivamente en el paisaje. Saber si eso es un deseo o un destino, o tal vez algo de las dos cosas, será una pregunta infinita —como las leguas descaminadas en una pampa interminable— y, por lo tanto, irresuelta.

Nota:

[1] Ana Inés López - Poeta y bibliotecaria; autora de Estas deben ser épocas felices pero me daré cuenta más adelante (Tammy Metzler, 2013), El Campeón existencial (Determinado rumor, 2014), Futuro (Gigante, 2016) y El Principio (Tammy Metzler, 2019); cofundadora de la editorial Campotraviesa; organiza el Festival Rural de Poesía de Lobos.

Ficha técnica

Trenque Lauquen

Argentina, Alemania, 2022

Dirección: Laura Citarella

Guión: Laura Citarella, Laura Paredes. Fotografía: Yarará Rodríguez. Música: Gabriel Chwojnik. Producción: El Pampero Cine/Grandfilm

Elenco: Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd, Elisa Carricajo, Juliana Muras

Duración: 272 minutos

reseña de Ana Inés López

 

Publicado, originalmente, en: Reseñas/CeLeHis Boletín del Centro de Letras Hispanoamericanas Año 10, número 27, abril 2023 ISSN 2362-5031

Reseñas/CeLeHis Boletín del Centro de Letras Hispanoamericanas es una publicación editada por Centro de Letras Hispanoamericano (CeLeHis), Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata

Link del texto: http://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/rescelehis/article/view/7009/7143

 

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