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¿Para quién escribimos? |
Los organizadores del evento de Literatura Infantil y Juvenil de Bahía Honda, Pinar del Río, Cuba, como integrante de un panel de creadores, me han hecho la interrogante que titula este trabajo.
Esta interesante pregunta podría tener muchas respuestas; sobre todo, en dos direcciones: las que provienen del lector, que es también co-creador del texto, y las que nacen del propio escritor, además, dan lugar a otras interrogantes implícitas.
Las posibles respuestas estarán, se quiera o no, condicionadas por los contextos de época, lingüísticos y geográficos, el universo de lecturas y cultura, así como por la concepción del mundo, la sensibilidad y la biografía personal de autores y receptores. Hay que tener en cuenta, también, el carácter múltiple de estos últimos que pueden ser niños, adolescentes, jóvenes, y del adulto mediador (maestro, bibliotecario, padre).
Hay autores que declaran escribir solo para ellos mismos. Parece no preocuparles o interesarles la recepción de su obra o los criterios y opiniones del lector; otros, dicen escribir para niños de determinada edad; algunos, para que los quieran y no los olviden y otros aseguran hacerlo para el niño que llevan dentro. ¿Para quién escribimos realmente? Pienso que como escritores cada uno de nosotros tendría su respuesta personal ,que mucho le debe a la experiencia práctica y a las ideas que se ha ido formando sobre sobre la escritura. El escritor es el primer lector de su propia obra, mas, sólo el primero; para mí, un escritor sin lectores no tendría razón de ser. Pues si el carácter de la escritura es íntimo, privado, a la vez es profundamente social. Todo libro adquiere su real dimensión cuando es leído, pero ello también es comienzo: no olvidemos que la lectura no termina con la relación entre el receptor y el texto, cierra su ciclo y concluye cuando el lector asimila lo leído y esto entra a formar parte de su experiencia vital de su conducta.
Por todo lo anterior, pido disculpas por utilizar en mis argumentos para responder a la interrogante con ejemplos de mi propia obra ,de mi labor como escritor en la relación con el público, y de mi experiencia como lector, no tengo otra opción.
La pregunta ¿para quién escribimos? Contiene otras interrogantes esenciales: ¿de qué escribimos? ¿Escribimos temas y asuntos que demanda la crítica, el mercado, un sector de la sociedad, o asuntos que nos preocupan y son necesarios para el ser humano? La respuesta depende mucho de la honestidad y del compromiso del escritor con su propia escritura.
Siempre he pensado que es válida y necesaria la pluralidad de voces y temas que puedan transitar desde la imaginación y fantasía más elevada, al realismo simple y complejo, o lograr la posible mezcla de ambos. No creo en temas difíciles, tabúes o imposibles. El juego, las aventuras ,la discriminación, el sida, la libertad, el amor, la muerte, la diversidad sexual, los derechos y valores humanos, cualquier tema es importante y necesario, pero el asunto por sí solo no valida o justifica su escritura. Lo que hoy para algunos críticos o sector del público se califica como atrevido, novedoso, transgresor, interesante, mañana quizás se transforme en rutinario y retórico. No debemos olvidar jamás que la literatura puede ser una lección de ética, pero primero tiene que ser literatura, que la vida es una fusión de alegrías y tristeza por lo que su expresión literaria debe tener todos los colores: mostrar siempre el rostro edulcorado, puede ser tan dañino como regodearse únicamente en la cara fea de la vida.
Llegado a este punto, podríamos preguntarnos también ¿cómo escribimos?
Por muy bien que un escritor conciba su historia y adorne cuidadosamente su lenguaje, no creo en ella si no es capaz de emocionarme, si no me conmueve y hace reflexionar. Y eso que pido como lector, trato de ofrecerlo como escritor. No resisto las moralejas, pero detesto la palabra vacía y disfruto el mensaje que se descubre en el texto. No me agrada el artificio del lenguaje, pero admiro la poesía de las situaciones y el lirismo auténtico. La trama puede desarrollarse en la tierra o el cosmos, la historia ser real o fantástica, mas siempre verosímil. Apago el televisor cuando la tecnología y el terror del “bicho raro” pretenden robarse el show y sustituir los conflictos humanos. Calidoscopio de Ray Bradbury (con los protagonistas desesperados en el espacio) o El pequeño príncipe, de Antoine de Saint-Exupery( en su asteroide B612) son literariamente más elocuentes y perdurables que un suceso extraordinario o escandaloso que observamos con nuestros propios ojos en la tarde de ayer. Creo firmemente en la literatura sustentada por valores humanos.
Muchas veces en broma, pero siempre seriamente, he expresado que escribo para adolescentes desde doce hasta ciento veinte años. Con ello estoy haciendo énfasis en la necesidad de interesar a los adultos como lectores. ¿Por qué enajenarme al lector adulto si, en definitiva , en su carácter de mediador es quien sugiere, aconseja, orienta y compra la literatura que consumen niños y jóvenes? ¿Acaso no son degustados con recurrente placer por los adultos de diferentes épocas obras como El pequeño príncipe, La Edad de Oro y otras muy conocidas, concebidas para un público infantil y juvenil?
¿Para quién realmente escribo? Al mirar las fotos de las presentaciones de mis libros y dialogar con mis lectores, más que preocupado, feliz observo que constituyen un público de todas las edades.
Al publicarse mi primer libro Celia Nuestra y de las Flores (1985), obra de evocación histórica, en una edición masiva de miles de ejemplares y luego formar parte de los textos de la enseñanza primaria cubana , nunca imaginé que veinticinco años después, en el 2011, estaría yo preocupado por la recepción de dicha libro ante un público que había evolucionado mucho en sus niveles de instrucción; sin embargo, asistí a la experiencia de observar a niños y adultos recibirla con interés renovado. Nunca olvidaré que una editora me confesó que le hubiera gustado más la biografía de la heroína, que una obra como la mía mezcladora de historia, testimonio y biografía con la ficción. “! Pues a mí si”, le contesté con más vehemencia que argumentos. Después, comprendí que ese libro me había abierto un camino que hasta ahora he recorrido: contar la historia desde la literatura. Hace años cuando se publicó Sueños y cuentos de la niña mala(1996), obra que aborda la labor pedagógica y humana de Raúl Ferrer, destacado poeta y pedagogo cubano, observé que era disfrutada tanto por alumnos como por maestros. Quizás por ello, Adrián Guerra- un paradigma de bibliotecario cubano especializado en la lectura y los libros para niños y jóvenes- me aseguró que para él esta obra representaba en nuestro país el equivalente en texto a Corazón, diario de un niño de Edmundo de Amicis. Nunca olvido que cuando asistí al Congreso Mundial de Literatura Infantil celebrado en Cartagena, Colombia, en la mesa de lectura algunos colegas de otros países latinoamericanos me pidieron públicamente que leyera un relato de ese libro titulado El piojo ajeno, me sentí incómodo de que fueran a pensar que era algo preparado. Después, supe que lo conocían por mis lecturas realizadas en sus propios países y ya estaba en sus memorias afectivas. Algo similar me ocurre con los niños cubanos. Tal vez por eso, cuando UNICEF Regional me solicitó un texto para Las palabras pueden, Antología de Escritores Iberoamericanos para la Infancia, entregué de inmediato, ese piojo burlón que hace reír y pensar.
Cuando se publicó mi novela juvenil Paquelè (2000), la misma tuvo una buena recepción de crítica y público. Algunos narradores orales y proyectos teatrales incluyeron versiones en su repertorio, también uno de ellos adoptó el nombre del protagonista por considerarlo un símbolo de identidad cultural. Posteriormente, al publicarse en Argentina las bibliotecas populares lo recibieron y distribuyeron con interés en el país y, desde hace más de cuatro años, también entró a formar parte del programa de estudios del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil latinoamericana de la Universidad de Buenos Aires. Una buena lectora, la destacada escritora argentina María Teresa Andruetto, Premio Andersen 2012, expresó:
“La cuestión de los valores se ha convertido en un clisé a dos puntas. Por una parte se fabrican libros horribles para <<enseñar ciertos valores>>, por el otro, hay quienes argumentando que eso está mal escriben o publican una literatura lavada de todo contenido, carente de cualquier atisbo de profundidad, que se pretende <<graciosa e inocente>>, y se espera que circule como literatura porque no pretende moralizar. Es una especie de encerrona ideológica, una verdadera paradoja. Todos hablamos de valores queriendo decir cosas muy distintas. Pienso ahora en Paquelé, del cubano Julio M. Llanes, un libro que edité en la colección de novelas juveniles del Eclipse, un libro que es sin duda un impresionante discurso poético sobre valores como la justicia, la solidaridad el derecho a luchar por lo que es propio y la construcción de la identidad. Un libro así pone en juego la defensa de los valores de un pueblo, y tiene sin duda una fuerza ideológica que le sale por todos los renglones (…) entre tanto ,yo que soy una lectora apasionada y persistente me he dejado conmover hasta las entrañas por ese libro y se han conmovido como yo muchos lectores en su país y en el mío”.
Podría señalar otras opiniones sobre el libro, pero prefiero, antes de continuar, subrayar las palabras finales en ese fragmento del texto que la Andruetto leyó en un congreso de LIJ de su país[1]
Mi libro El día que me quieras ( 2001) tuvo una buena acogida del público y de crítica. La novela trata de una historia de amor de dos adolescentes en los tiempos difíciles de crisis económica durante el llamado período especial en la Cuba de los años 80-90 del siglo XX, aborda la crisis de valores y las relaciones humanas en ese contexto. Recuerdo que en esos días yo partí a realizar un proyecto cultural en el norte de Chile. Me preocupó la recepción que podrían tener, en un país tradicionalmente conservador en la educación sexual para los medios públicos, asuntos como la primera relación sexual de la pareja. Cuando terminé la lectura en un liceo de la pampa salitrera chilena, los alumnos me rodearon, me entrevistaron y filmaron el encuentro. Experiencia que sirvió para convencerme de que, independientemente de las diferencias geográficas, culturales y políticas, esencialmente los jóvenes eran iguales lo mismo en la Habana que en el árido desierto de Atacama. Hace días me escribió desde Argentina la profesora de secundaria María Lalanne , alumna de la maestría de LIJ de la Universidad de Buenos Aires, quien entusiasmada me cuenta que lo lee con sus alumnos . También recibo los comentarios de los alumnos de la psicóloga Sara Cruz, Profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM ).Ella me confiesa que Ana Sol y Roidel, los protagonistas, mucho tienen que decirle a los estudiantes de su país. Pero lo que más recuerdo es algo que me dijo una estudiante de una escuela de instructores de arte en el Oriente de Cuba. Cuando terminó de leer, me preguntó qué edad yo tenía. Inquieto, le respondí, interrogando a la vez: “¿por qué me lo preguntas ,acaso lo que escuchaste está muy alejado de tus intereses?”. Su respuesta me trajo el sosiego de no haber perdido el rumbo: “!No, lo digo porque usted tiene 17 años!”
En aquellos días me pregunté ,y ahora lo hago de nuevo: ¿para quién escribí, realmente, Paquelé y El día que me quieras?
Recientemente, he realizado presentaciones de la novela breve La Princesa Doralina (2011), que evoca a la escritora cubana Dora Alonso. Recuerdo al editor preocupado en un museo de la ciudad de Cárdenas, porque sólo estábamos presentes adultos y aún no habían llegado los niños de primaria. Posteriormente, la he discutido y disfrutado con alumnos de primaria, de pre-universitario y de la Universidad Pedagógica en varias provincias, hasta agotarse la edición en 45 sólo días. Entonces, me pregunto: ¿para quién escribí esta novela breve?
He realizado este recorrido por la relación de algunos de mis libros con el público, no para mencionar los premios obtenidos, o regodearme en la aceptación de los textos. La buena recepción de público y los premios no garantizan la persistencia de una obra: como el Taita Ambrosio, personaje esclavo africano de Paquelè, se muy bien que “el tiempo es el que más sabe”. Lo he narrado para comprender mejor la naturaleza de la escritura y recepción.
Hace unos años en el VI encuentro de Crítica e Investigación de Sancti Spíritus, Cuba, conversé sobre este tema con el destacado dramaturgo e investigador Freddy Artiles. Posteriormente, en la selección de textos correspondiente (2008), incluí sus inquietudes. Él se preguntaba:
“mas, ¿para que niños y niñas hemos escrito, a lo largo de los siglos, los autores que en el mundo hemos sido? ¿Para el niño inmediato de nuestros días y de nuestro país, con las consiguientes limitaciones epocales, lingüísticas y geográficas que esto implica? (…) ¿Pensando en que niños o niñas habrá escrito Dora Alonso sus piezas teatrales con Pelusín del Monte o el mágico relato de El cochero azul? ¿Pensaba la gran cubana en ese niño inmediato del que hemos hablado, o quizás en otro, más lejano y abstracto, tanto, que tal vez no había nacido aún; pero que resultaba más verdadero por ser una esencia? ¿Y por qué El cochero azul con su fantasía, y Pelusín del Monte con su cubanía han sido disfrutados por miles de lectores o espectadores en distintos países del mundo?”[2]
Algo similar me he preguntado cuando observo los rostros maravillados y los ojos felices de los niños, jóvenes y adultos cubanos, participantes en los conciertos donde se cantan las canciones infantiles de Teresita Fernández, María Elena Walls y Gabilondo Soler, autores de Cuba, Argentina y México.
Finalmente, debo contestar, ¿para quién escribo? ¿Para el niño, el adolescente o el adulto de carne y hueso que escucha mis lecturas o lee un libro mío en Cuba u otro país? Escribo para ellos, y también para mí, para responderme yo mismo las interrogantes que me inquietan, para tratar que el lector también se pregunte. A fin de cuentas, ¿que es la literatura sino una interrogación sobre la vida y el mundo?
Definitivamente, escribo para todos aquellos que aún juegan y también para los que no han perdido la capacidad de ensoñación. Para un niño universal, de cualquier edad, que necesariamente se transforma con el tiempo, para ese niño que necesitamos y llevamos dentro.
Notas:
[1] Andruetto, María Teresa, texto leído en el Congreso de LIJ organizado por Ediciones La Bohemia en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires(Octubre del 2008),tomado de Internet. [2] Artiles, Freddy, ¿Un niño universal?, Las palabras y el pensamiento, VI Selección de Textos de los Encuentros de LIJ, Ediciones Luminarias, 2008,pp48, Sancti Spíritus, Cuba
Evento de Literatura Infantil y Juvenil de Bahía Honda, Pinar del Río, Cuba |
Julio M. Llanes
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