El huevo y la gallina

cuento de Clarice Lispector

Miro el huevo con sólo una mirada. Inmediatamente percibo que no se puede estar viendo un huevo. Ver un huevo nunca se mantiene en presente: apenas veo el huevo me parece inmediatamente haber visto un huevo hace tres milenios. En el mismo instante de verse un huevo, él es el recuerdo de un huevo. Sólo ve el huevo quien ya lo ha visto. Cuando se ve el huevo ya es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. Ver el huevo es la promesa de un día que va a llegar; hay el huevo. Mirar corto e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay; hay el huevo. Mirar es el instrumento necesario, que después de usado echaré fuera. Me quedaré con el huevo. El huevo no tiene un sí mismo. Individualmente no existe.

Ver el huevo es imposible: el huevo es supervisible como hay sonidos supersónicos. Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Sólo las máquinas ven el huevo. La grúa ve el huevo. Cuando yo era antigua un huevo se posó en mi hombro. Tampoco se siente amor por un huevo. El amor por un huevo es supersensible. La gente no sabe que ama al huevo. Cuando yo era antigua fui depositaría del huevo y caminé suavemente para no perder el silencio del huevo. Cuando morí, me sacaron el huevo con cuidado, todavía estaba vivo. Sólo quien viese el mundo vería el huevo. Como el mundo, el huevo es obvio.

El huevo no existe más. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho no existe más. Tú eres perfecto, huevo. Tú eres blanco. A ti te dedico el principio. A ti te dedico la primera vez.

Al huevo le dedico la nación china.

El huevo es una cosa suspensa. Nunca se posó. Cuando se posó, no fue él quien se posó. Fue una cosa que quedó debajo del huevo. Miro el huevo en la cocina, con atención superficial para no quebrarlo. Pongo el mayor cuidado para no entenderlo. Siendo imposible entenderlo, sé que si lo entendiera es porque estoy equivocada. Entender es la prueba de la equivocación. Entenderlo no es el modo de verlo. No pensar en el huevo es un modo de haberlo visto. ¿Es posible que sepa algo del huevo? Es casi cierto que sé. Así que: existo, luego sé. Lo que no sé del huevo me lo da el huevo propiamente dicho. La luna está habitada por huevos. El huevo es una exteriorización. Tener una cáscara es darse. El huevo desnuda la cocina. Hace de la mesa un plano inclinado. El huevo expone. Quien profundiza en un huevo, quien ve más allá de la superficie de un huevo, está queriendo otra cosa: está en hambre. El huevo es el alma de la gallina. La gallina desarreglada. El huevo perfecto. La gallina asustada. El huevo perfecto. Como un proyectil parado. Porque el huevo es huevo en el espacio. Huevo sobre azul. Yo te amo, huevo. Te amo como una cosa que ni siquiera sabe que ama otra cosa. El aura de mis dedos es lo que ve el huevo. No lo toco. Pero dedicarse a la visión del huevo sería morir para la vida mundana, y yo preciso de la yema y de la clara. El huevo me ve. ¿El huevo me idealiza? ¿El huevo me medita? No, él apenas me ve. El está exento de la comprensión de herir. El huevo nunca luchó. El es un don. El huevo es invisible al ojo desnudo. De huevo en huevo se llega a Dios que es invisible al ojo desnudo. Tal vez el huevo haya sido un triángulo que de tanto rodar en el espacio se fue ovalando. ¿Es el huevo básicamente un jarro? ¿Habrá sido el primer jarro moldeado por los etruscos? No, el huevo es originario de Macedonia. Allá fue calculado, fruto de la más penosa espontaneidad.

En las arenas de Macedonia, un hombre con una vara en la mano lo diseñó. Y después lo apagó con el pie desnudo.

El huevo es una cosa que necesita tener cuidado. Por eso la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos la gallina existe. La madre es para eso. El huevo vive huyendo porque siempre está demasiado adelantado para su época. El huevo por lo tanto será siempre revolucionario. El vive dentro de la gallina para que no lo llamen blanco. El huevo está realmente blanco. Pero no puede ser llamado blanco. No porque eso le haga mal, sino porque las personas que llaman al huevo blanco, estas personas mueren para la vida. Llamar blanco aquello que es blanco puede destruir la humanidad. Una vez un hombre fue acusado de ser lo que él era, y fue llamado de «Aquel Hombre». No habían mentido. El era. Pero hasta hoy todavía no nos recuperamos, unos después de otros. La ley general para que continuemos vivos: se puede decir «un rostro bonito» pero quien diga «el rostro», muere; por haber agotado el asunto.

Con el tiempo, el huevo se volvió un huevo de gallina. No lo es. Pero como hijo adoptivo usa el apellido. Debe decirse «el huevo de la gallina». Si se dice apenas «el huevo» se agota el asunto, y el mundo queda desnudo. En relación al huevo, el peligro es que se descubra lo que se podría llamar belleza, o sea su verdad. La verdad del huevo no es verosímil. Si la descubren pueden querer obligarlo a volverse rectangular. El peligro no es para el huevo, él no se volvería rectangular. (Nuestra garantía es que él no puede; no poder es la gran fuerza del huevo: su grandiosidad viene de la grandeza de no poder, que se irradia como un no querer). Pero quien luchase por volverlo rectangular estaría perdiendo su propia vida. El huevo nos pone por tanto en peligro. Nuestra ventaja es que el huevo es invisible. En cuanto a los iniciados, los iniciados disfrazan al huevo.

En cuanto al cuerpo de la gallina, el cuerpo de la gallina es la mayor prueba de que el huevo no existe. Basta mirar a la gallina para que se vuelva obvio que es imposible que el huevo exista.

¿Y la gallina? El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en su vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama al huevo. Ella no sabe que existe el huevo. Si supiese que tiene en sí misma un huevo, ¿ella se salvaría? Si supiese que tiene en sí misma el huevo, perdería el estado de gallina. Ser una gallina es una supervivencia de la gallina. Sobrevivir es una salvación. Pues parece que vivir no existe. Vivir lleva a la muerte. Entonces lo que la gallina hace es estar permanentemente sobreviviendo. Sobrevivir se llama mantener la lucha contra la vida que es mortal. Ser una gallina es eso. La gallina tiene aire afligido.

Es necesario que la gallina no sepa que tiene un huevo. Si no ella se salvaría como gallina, lo que tampoco está garantizado, pero perdería el huevo. Entonces ella no sabe. Para que el huevo use a la gallina, es que la gallina vive. Ella existía sólo para cumplirse pero le gustó. El abatimiento de la gallina viene de eso; gustar no hacía parte del nacer. Gustar de estar vivo duele. En cuanto a quién salió primero: fue el huevo el que encontró la gallina. La gallina no fue ni siquiera llamada. La gallina es directamente una elegida.

La gallina vive como en sueño. No tiene sentido de la realidad. Todo el susto de la gallina es porque están interrumpiendo sus sueños. La gallina es un gran sueño. La gallina sufre de un mal desconocido. El mal desconocido de la gallina es el huevo. Ella no sabe cómo explicárselo: «Sé que el error está en mi misma», ella llama error a su vida, «no sé más lo que siento», etc.

«Etc., etc., etc.,» es lo que cacarea el día entero la gallina. La gallina tiene mucha vida interior. Para decir la verdad, la gallina sólo tiene vida interior. Nuestra visión de su interior es lo que nosotros llamamos «gallina». La vida interior de la gallina consiste en actuar como si entendiese. Cualquier amenaza y ella provoca un escándalo como si estuviese loca. Todo eso para que el huevo no se quiebre dentro de ella. El huevo que se quiebra dentro de la gallina es como sangre. La gallina mira el horizonte. Como si desde la línea del horizonte estuviese viniendo un huevo. Fuera de ser un medio de transporte para el huevo, la gallina es tonta, desocupada y miope. ¿Cómo puede la gallina entenderse si ella es la contradicción del huevo? El huevo es todavía el mismo que se originó en la Macedonla. La gallina es siempre la tragedia más moderna. Está siempre inútilmente a la moda. Y continúa siendo rediseñada. Todavía no se ha encontrado la forma adecuada para una gallina. Apenas mi vecino atiende el teléfono, él rediseña distraído con un lápiz la gallina. Pero la gallina no tiene ninguna posibilidad. Está en su condición no servirse a sí misma. Siendo, por lo tanto, su destino más importante que ella, y siendo su destino el huevo, su vida no nos interesa.

Dentro de sí la gallina no reconoce al huevo, pero fuera de sí tampoco lo reconoce. Cuando la gallina ve al huevo piensa que está tratando con una cosa imposible. Y con el corazón batiendo, con el corazón batiendo tanto, ella no lo reconoce.

De repente veo el huevo en la cocina y sólo veo en él la comida. No lo reconozco, y mi corazón bate. La metamorfosis se está haciendo en mí: comienzo a no poder mirar más el huevo. Fuera de cada huevo en particular, fuera de cada huevo que se come, el huevo no existe. Ya no puedo creer más en el huevo. Estoy cada vez con menos fuerza para creer, estoy muriendo, adiós, miré demasiado un huevo y él me fue adormeciendo.

La gallina no quería sacrificar su vida. La que optó por querer ser «feliz». La que no se daba cuenta que se pasaba la vida dibujando dentro de sí el huevo, ésa servía. La que no sabía perderse a sí misma. La que pensó que tenía plumas de gallina para cubrirse por poseer piel preciosa, sin entender que las plumas eran exclusivamente para suavizar la travesía al cargar el huevo, porque el sufrimiento excesivo podría perjudicarlo. La que pensó que el placer era un don para ella sin darse cuenta que era para que ella se distrajese totalmente mientras el huevo se hacía. La que no sabía que «yo» es apenas una de las palabras que se dibuja mientras se atiende el teléfono, mera tentativa de buscar forma más adecuada. La que pensó que «yo» significaba tener un sí-mismo. Las gallinas perjudiciales al huevo son aquellas que son un «yo» sin tregua. En ellas el «yo» es tan constante que ya no pueden pronunciar la palabra «huevo». Aunque, quién sabe, era eso mismo lo que el huevo precisaba. Pues si ellas no estuvieran tan distraídas, si prestasen atención a la gran vida que se hace dentro de eilas enredarían al huevo.

Empecé a hablar de la gallina y hace ya mucho que no estoy hablando de la gallina. Pero todavía estoy hablando del huevo.

De modo, que no entiendo al huevo. Sólo entiendo un huevo roto; io rompo en la heladera. Es de este modo indirecto que me ofrezco a la existencia del huevo; mi sacrificio es reducirme a mi vida personal. Hice de mi placer y de mi dolor mi destino disfrazado. Y tener apenas la vida propia, es, para quien ya vio el huevo, un sacrificio. Como aquellos que en el convento barren el suelo y lavan la ropa, sirviendo sin la gloria de una función mayor; mi trabajo consiste en vivir mis placeres y mis dolores. He de tener la modestia de vivir.

Agarro un huevo más de la cocina, le rompo cáscara y forma. Y a partir de este instante exacto nunca existió un huevo. Es absolutamente indispensable que yo esté ocupada y distraída. Soy una de las que reniegan. Formo parte de la masonería de los que vieron una vez el huevo y reniegan como forma de protegerlo. Somos los que se abstienen de destruir, y en eso se consumen. Nosotros, agentes disfrazados y distribuidos por las funciones menos reveladoras, nosotros, alguna veces, nos reconocemos.Hay un cierto modo de mirar, una forma de dar la mano, nosotros nos reconocemos y a esto llamamos amor. Y entonces no es necesario el disfraz; aunque no se hable, tampoco se miente; aunque no se diga la verdad, tampoco es necesario ya disimular.Amor existe cuando es concedido participar un poco más. Pocos quieren el amor, porque el amor es una gran desilusión de todo. Y pocos soportan perder todas las otras ilusiones. Hay los que se ofrecen voluntarios al amor, pensando que el amor enriquecerá su vida personal. Es justamente lo contrario: amor es finalmente pobreza. Amor es no tener. Inclusive amor es una desilusión de lo que se pensaba que es el amor. Y no es premio, por eso no enorgullece, amor no es premio, es una condición concedida exclusivamente a aquellos que, sin él, corromperían el huevo con su dolor personal. Eso no hace del amor una excepción honrosa; él es concedido exactamente a los malos agentes, aquellos que obtaculizarían todo si no les fuera dado adivinar vagamente.

A todos los agentes se les da muchas ventajas para que el huevo se haga. No es caso de tener envidia entonces, porque inclusive alguna de las condiciones, peores que las de los otros, son apenas condiciones ideales para el huevo. En cuanto al placer de los agentes, ellos lo reciben sin orgullo. Austeramente viven todos los placeres: esto es parte de nuestro sacrificio para que el huevo se haga. Ya nos fue impuesta, inclusive, toda una naturaleza adecuada al mucho placer. Lo que facilita. Por lo menos vuelve menos penoso el placer.

Hay casos de agentes que se suicidan: encuentran insuficientes las poquísimas instrucciones recibidas, y se sienten sin apoyo. Hubo el caso de un agente que reveló públicamente que él era un agente porque le resultaba intolerable no ser comprendido, y ya no soportaba no contar con el respeto de la gente; él mismo se consumió lentamente en la rebelión, su rebelión se dio a causa de haber descubierto que las dos o tres instrucciones recibidas no incluían ninguna explicación. Hubo otro, también eliminado, porque encontraba que «la verdad debe ser valientemente dicha» y comenzó en primer lugar a buscarla; de él se dice que murió en nombre de la verdad, pero de hecho él estaba justamente dificultando la verdad con su inocencia; su aparente coraje era estupidez; ser leal es ser desleal con todo el resto. Estos casos de muerte extrema no son realizados por crueldad. Es que hay un trabajo, digamos cósmico, a realizar, y los casos individuales, por desgracia, no pueden ser tomados en consideración. Para los que sucumben y se vuelven individuales, es que existen las instituciones de caridad, la comprensión que no discrimina motivos, en fin, nuestra vida.

Los huevos estallan en la heladera, y sumergida todavía en el sueño preparo el café de la mañana. Sin ningún sentido de la realidad grito a los niños que brotan de varias camas, arrastran sillas y comen, y el trabajo del nuevo día comienza; gritado, reído y comido, clara y yema, alegría entre peleas, día que es nuestra sal y nosotros que somos la sai del día, vivir es extremamente tolerable, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír.

Y me hace sonreír en mi misterio. Mi misterio es ser apenas un medio, y no un fin; me han dado la más maliciosa de las libertades: no soy boba y aprovecho. Francamente: hago mucho mal a los otros. Me dieron un falso empleo para disfrazar mi verdadera función, bueno, aprovecho el falso empleo y hago de él el mío verdadero; inclusive el dinero que me dan para facilitar mi vida de modo que el huevo se haga; ese dinero lo he usado para otros fines; últimamente compré acciones de la cervecería Brahma y soy rica. A todo eso llamo tener la necesaria modestia de vivir. Y también ei tiempo que me dieron, ese que nos dan para que en el ocio honrado el huevo se haga; lo he usado para placeres ilícitos y dolores ilícitos, totalmente olvidada del huevo. Esta es mi simplicidad.

¿O es esto mismo lo que ellos quieren que me pase para que el huevo se haga? ¿Será libertad o sigo dirigida? Porque he venido notando que todo lo que es error mío ha sido aprovechado. Mi rebelión es que para ellos no soy nada; soy apenas preciosa; ellos cuidan de mí segundo a segundo, con la más absoluta falta de amor; soy solamente preciosa. Con el dinero que me dan, estoy últimamente bebiendo. ¿Abuso de confianza? Nadie sabe cómo se siente por dentro aquel cuyo empleo consiste en fingir que está traicionando, y que termina creyendo en su traición. Cuyo empleo consiste en diariamente olvidar. Aquel de quien es exigida la aparente deshonra. Ni mi espejo refleja ya un rostro mío. O soy un agente, o es la traición misma.

Pero duermo el sueño de los justos porque sé que mi vida inútil no obstaculiza la marcha del gran tiempo. Al contrario: parece que se exige que yo sea extremadamente inútil, que se exige de mí que duerma como un justo. Ellos me quieren ocupada y distraída, y no les importa cómo podría dificultar lo que se está haciendo a través de mí. Es que yo misma, yo propiamente dicha, sólo he servido para obstaculizar. La idea de que mi destino me sobrepasa es lo que me revela que tal vez, yo sea un agente, por lo menos eso tuvieron que dejarme adivinar, yo soy de aquellos que harían mal el trabajo si al menos no adivinaran un poco; me hicieron olvidar lo que me dejaron adivinar, pero vagamente me quedó la noción de que mi destino me sobrepasa, y de que soy un instrumento del trabajo de ellos.

De cualquier modo sólo puedo ser instrumento, porque el trabajo no puede ser mío. Ya intenté establecerme por cuenta propia y no dio resultado; me quedó hasta hoy esta mano trémula. Si hubiese insistido un poco más hubiera perdido para siempre la salud. Desde entonces, desde esa malograda experiencia, trato de pensar de este modo: que ya me fue dado mucho, que ellos ya me concederán todo lo que pueda ser concedido; y que, otros agentes, muy superiores a mí, también trabajarán apenas para lo que no sabían. Y con las mismas, poquísimas instrucciones. Ya me fue dado mucho: esto por ejemplo: una vez u otra, con el corazón batiendo por el privilegio ¡yo por lo menos sé que no reconozco!; con el corazón batiendo de emoción, ¡yo por lo menos no entiendo!, con el corazón batiendo de confianza, yo por lo menos no sé.

¿Pero el huevo? Este es uno de los subterfugios de ellos: mientras hablaba sobre el huevo, me había olvidado del huevo. «Habla, habla», me enseñan ellos. Y el huevo queda enteramente protegido por tantas palabras. Habla mucho es una de las instrucciones, estoy tan cansada.

Por devoción al huevo, lo olvidé. Mi necesario olvido. Mi egoísta olvido. Porque el huevo es esquivo. Delante de mi adoración posesiva él podría retirarse y no volver nunca más. Pero si es olvidado. Si yo hago el sacrificio de vivir mi vida y olvidarlo. Si el huevo fuera imposible. Entonces —libre, delicado, sin ningún mensaje para mí— tai vez todavía él se mueva en el espacio hasta esta ventana abierta que desde siempre dejé abierta.

Y de madrugada baje en nuestro edificio. Sereno hasta la cocina. Iluminándola con mi palidez.

Estaba casada con mi padre, aquella mujer. Ella sabía que yo la deseé desde el primer instante, cuando él la trajo hasta mí diciendo: —Esta ahora es mi mujer. Sin más palabras nos dejó solos con nuestro pavor y nuestro deseo. Ella, más valiente que yo, disimulaba mejor. Se reía delante del padre, y parecía que su felicidad era por él.

 

cuento de Clarice Lispector

 

Publicado, originalmente, en: Mundo Nuevo Nº 6 diciembre 1966

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto:  https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3901

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