Primera parte |
Esbelta
catedral de
huesos,
rosados maderos
tallos firmes y
dulces. Como
cimbreante mineral de
arrope,
de agua buena
y sol de invierno. —— ¡Oh,
esas naves en generosa crucería! —— Pero
las torres azules siempre están
mirando hacia un cielo de
nácar
que huye
que huye... —— Que
siempre está huyendo hacia
el poniente. —— ¡Oh,
cuánta dignidad esa quebradiza Qué
frágil eterna y
nueva en
el instante de ser sólo tiempo. Luz. —— Luzmarina en
el brillo de tus ojos, mujer.
—— Enhiesta
catedral de
carne
y humo. Rotunda en
su pudor
desnuda. Sólo
hueso
y luz Para
iluminar desde adentro a
la carne que hoy palpita con
el júbilo de los nardos. —— Pero
después envejece
y
cae. —— Alta
firme bípedo
sostén del
mundo conmigo
y la humedad del aire que
duele
en el turbio corazón del tuétano. —— ¿Será
acaso como lo imagino? ¿Un
río manso y oscuro? ¿Barro
elemental, breve, eterno? —— Por
amor siempre
por amor resume extraña
miel
y vuelve. Sólo
por amor. —— Regresa, siempre
regresa al
hueso: claro
y fino esmalte para
unos cimientos arduos
como la sed. —— Azules Qué
pensativos
y tan callados. —— Espejo
del silencio: nunca
reprochan
nada A
esta vida que
puja y
aflora
inocente
obcecada y
sin saberlo nunca. —— Miope agitada inexplicable
como la piedra. —— Pero
leve, ay. Ligera
como
arena que
apenas
rozara con sus finos
dedos de silicio al plácido viento
de abril. —— Que
ágil
serpea y
silba
entre las inconstantes
dunas
a lo lejos. —— Amaneces
y te extrañas
conmigo. Amargo
y tibio el
lecho
del diario despertar
contigo.
conmigo. —— ¡Ah,
la blanda caja del pecho que
guarda
un momento apenas
un momento esta
brisa
mansa que
viene del mar! —— ¿Y
esos nidos de cigüeñas en
el campanario? ——- Erguido
solo y
en lo alto. —— ¡Qué
altivez de hembra la
que se yergue sobre la bruma y
resplandece! —— Porque
son de azúcar y cal las fosfóreas cañitas de
los huesos. Varas
jugosas, verdes
todavía. —— Aunque
oteen a lo lejos y
esperen sumisos
pacientes la
mano fría del invierno que
acaricia cuanto
ama
y mata. También
mata. —— ¡Ay,
tan amado hueserío! Los
intuyo así como
hieráticos signos pero
qué hambrientos están
de humanos deseos. —— Será
por eso que
se los siente respirar quedamente
bajo la carne rosada. —— (Y
los recuerde también reinando en el osario un
día) —— Pero
hoy apenas los adivino voraces bebiendo
el fermento caliente de
la sangre bajo
firmes tendones y
pálida carne
de
mujer. —— Esa
huerta cimbreante que
perfuma el aire (y
locos de ebriedad olvidamos los
sudores del óxido
y la pena la
humillación
de trajinar
sin aliento estos
tiempos estas
calles esta
ciudad) —— Esta
extraña y desapacible ciudad. —— Entonces
me animo a soñarlos mansos
y distraídos aunque
afuera queme y
brame y
arda y
se consuma en
las veredas la
espantosa cordura de los hombres. —— ¡Oh,
catedral del viento! ¡Oh,
huesos, pequeños huesos que
amo
y configuro más
allá de la plácida boca este
beso este
luminoso fulgor en la bóveda oscura de la noche. |
Rubén
Américo Liggera
Cenizas de Alejandría
Impreso en la Argentina, 2008 - ISBN: 978-987-24362-0-9
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