Tan dulce perdonar |
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Perdono
tus ojos tiernos, infantiles.
Qué impaciencia hace
rumiar tanta urgencia en
mis diluvios eternos. Abren
puertas los infiernos, despacio,
a la falsedad (obsesión
de la crueldad que
muere en el presbiterio de
mi voz).
Y es el sahumerio traidor
de la eternidad. Traidor
de la eternidad es
el vicio que consagro (pregunto,
y un grito magro se
desboca en mi ansiedad). Lleva
dardos la maldad que
lastima mi reposo. ¿Es
ausente, es revoltoso quien
se traza otro destino huyendo
del desatino? ¿Por
qué ser parsimonioso? ¿Por
qué ser parsimonioso como
la luz, si las llamas dejan
el bosque sin ramas? ¿No
es lo creciente, armonioso? Ya
no estás donde mi acoso y
no es traición: Dios expira al
desembocar con ira sobre
mis olvidos largos (pero
en tus ojos amargos traición
es sólo mentira). Traición
es sólo mentira que
nos clava sus venablos. No
somos dioses, ni diablos: ¿con
qué traición se nos mira? Una
lengua que delira hasta
implorar el recuento tedioso
del juramento inaugura
la asechanza. Te
perdono.
La venganza tiene otro lado violento. |
Odalys Leyva Rosabal
odalysleyva@pprincipe.cult.cu
de su libro “Convicta de la Gloria”
Premio “Fiestas Iberoamericanas de la décima, Velasco, Holguín 2002”
(Publicado por ediciones Holguín, 2007)
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