Todo esto se salva de ser puro devaneo anecdótico y numerológico por encerrar en sí una verdad creativa: Se trata de los puntos visibles de un largo, persistente, paciente y consistente proceso de cincelado de un empeño literario hasta alcanzar la obra que tenemos en las manos: Un retablo que recrea y recontextualiza el siempre inquietante universo de la Antigua Roma; un resultado de evidente cristalización poética, facturado en décimas que van del tradicional octosílabo a los llamados metros de arte mayor, con saludable empleo de procederes escriturales de la posmodernidad; un volumen con saldos estéticos de interés, al trascender la simple evocación de lo pretérito y derivar hacia replanteos examinadores de conflictos aún presentes en el hoy y ahora.
En el tratamiento ideotemático de Los Césares perdidos hay irreverencia y desenfado, pasión y atrevimiento, y sin embargo hay brida que impide la estridencia. En punto de atmósfera, favorecen al conjunto los acertados aprovechamientos de legados epocales de otros géneros como el teatro, el coro polifónico y la oratoria. Todo ello, al tiempo que opera en beneficio de la verosimilitud de ambiente, dinamiza el poemario con sus matices interdisciplinarios.
Se trata, en fin, de una obra que aporta al panorama de la actual décima escrita cubana, como apunté en el prólogo, “estos Césares que ya no son hombres ni mujeres, a pesar del discurso genuinamente femenino de que puede preciarse el volumen. Son, luego de su escritura, más allá de toda ubicación en algo tan poco sustantivo como el género, Césares humanos, ante los cuales vale la paráfrasis: Los que vamos a vivir, te saludamos”. |