Día Internacional de la Poesía |
(I) Si me dieras tu otra
mitad haríamos el círculo hacia el fuego, sin píldoras para esta
calle que no las necesita. La humanidad inventa
remolinos, renace de sus astros, suspira títeres por el
aguacero. Me lanzo a la quietud, íntimo prejuicio, es la fuga, nuestra unión parte de
la naranja: prohíbe un brindis con
su jugo, satisface el signo del
horóscopo
entre
hojas y temblores, allí donde busquen
todas mis orillas por los hijos sin ley
al margen de un tejado. Esta sed ha vuelto en
horas muy tristes, donde humedad es
sinopsis para el fantasma de mi piano, todo acorde al
despertar maldice ese misterio, navega eclipses de la
vida, mis pezones tienen otra
intención, convocan la bruma, a
estas horas lejanas y mi sueño de
albatros.
Ya nada detendrá las
mariposas.
(II) Cualquier ciudad puede
aburrirse y andar sola, necesito el farol en su
mirada, calmar mi desnudez con
pájaros, evadir espejismos,
estrella que descuida la penumbra. Mi levedad recorre
fantasmas, este galope recuerda
los cauces, (no sabes mi rincón,
agua donde el hogar es pozo,
un grito hasta la furia) Estoy en mis ropajes,
¿Qué danza me recorre? Voy a escrutar el látigo,
tu cuerpo bebiéndose
el enigma es más que una postal, no temas a esa humedad
ni a errores en la infancia. Como disparo el
silencio, huella,
capricho contra mi fiebre de locos: retorno sonámbula
hasta la catarsis,
sin llanto, con mis duendes
errantes por el beso, cobarde epitafio a estas brasas.
(III) Hasta la voz de la
lluvia es tormento, urgencia de compartir lágrimas,
borrarte
el latido con mis aves, en ese instante
cualquier galaxia tiene musgos, soledad,
polvo en mis campanas. El aire agita retoños, todavía el invierno no
cuenta sus nidos, con la esperanza de
palomas que retocen. Busca mi hoguera, podrás
enloquecer: tengo una alondra,
dolor en la tierra, cólmame, hay frutos en
tu bosque. ¿Qué estación me
lacera hasta los párpados? Definitivamente soy un
niño que corre por la lluvia (oteas mis ardides,
verdugo de esta sangre: tentáculos que gritan,
se mecen en la noche). La cintura puede ser retorno, raíz más grande ha
sido esta nostalgia, mis primeros pasos por
la bruma. ¿Qué golondrinas
detengo en esta procesión? El laúd es tu pelvis,
dibujado en mi voz que pasa como el primer
minuto de una hora.
(IV) En los matorrales del
gozo no ahuyentes mis impulsos, secuencia es nube, tu
barba elige. Soy hembra en tus
cadenas, siglo con falacias, oh mentira, qué grave
huracán en mis playas. Como beso de Judas
tengo el disparo hacia tu nombre, calma esa deuda con mis
peces, presagia los engarces
en la noche: que el sol estrene
boleros a la mitad, sin tu dominio. Culpa es sombra,
arrebato de mis luces, placer inconcluso como
daga, candelabro,
reino sin techumbre. Ven a trazar mi voz por
la hojarasca en
angustia perpetua. Toda eclosión es
pacto.
Elijamos el mundo de los
ciegos.
(V) Nuestro grito es un
salmo, los apóstoles claman, pan y vino no apocan
estas hambres. Tengo desgajamientos, palabra infiel tras el remedio (si salto la ventana
voy a dañar el césped). Mi penitencia,
puñal en los toldos, hastío de lámparas
sobre el olvido donde agrietan cristales
cascabeles de la bestia,
enfermos
de niebla. Mi habitación aguarda
su costumbre,
angustia por mis venas. ¿Qué virgen iré
siendo, después de un solo de violín? Éramos
relinchos esclavizados sin una ciudad, hojarasca,
filo de las premoniciones, ceniza a contraluz del
fango, descendía en su hoguera. Soy piedra sin nueces,
unicornio para fabular el sortilegio, llamas en candiles
intocados por la furia. Imagino mis águilas al
desvestir el miedo por ese árbol con
sepulcros en la noche transida, cuece
matices a mi boca, sombra,
levedad que me habita como la hondísima
garganta del Irazú,
se adentra a mi sangre. La noche,
ardor con palabras, necesito al pianista
para retener su tibieza, ronda sin ángeles
silencian mi pared, soy la muchacha que
danza el recuerdo nupcial de sus gaviotas, el círculo de Mozart y
Beethoven implora mis anillos sin delfines, peces, ni
el crujir de las espumas. Me duermo por tus alas en ese monstruo de
aceitunas que es el tiempo. Lo perpetuo es atardecer.
(VI) No
sé violentar castigos, el
insomnio es falacia, huye a
la memoria. Los senos piden
emboscadas con la tarde, perturbas el equilibrio
en mi lascivia,
secuencia
sinóptica del viento. Es mi costumbre
deambular entre fronteras tras el fervor de la
palabra, en ese ardid donde lo
supremo fluye sobre lo diáfano sin desechar atisbos,
pájaros que duelen en mis
llagas y el presagio atiende
sus promesas. La mesa del rocío: un
tronco más frágil,
virtud para morder la
almohada. Mis ayunos traen la
herencia sin reloj, nada golpea ese rumiar,
hay caracolas, cambios inevitables en
los muros. Esta balanza no puede
temblar –es la meditación
del cuerpo por el pez de su lengua–, giraré, giraré hasta
que la hora sucumba en mis agravios, en esa tentación de
las fronteras.
(VII) A escondidas el mar
tiene muchachas tristes. Falta el carrusel, un
animal que beba mi ruido de cascadas, bosque para suplir la música
¡hay trovadores
en agujeros de la vida!
donde la blusa es contienda para desabotonar
mi fiebre, por la locura del agua
en esas nubes donde soy quien se embriaga, vértigo,
mariposas a flor de labios. Sin culpa llevo esta
caricia, gorrión en mis entrañas: en los puños están
los vericuetos a la savia. ¿Por qué faltan gajos
de mi árbol? ¿Por qué la soledad
hace escapar todos mis peces? Acepto que la brújula
es otro desamparo inventado por Dios. Llevas el perfume como
temporal de voluntades, la música,
milagro para impulsar las copas. ¡Brindemos por el
reloj de los que lloran!
(VIII) Me has disparado esa
lava por los senos, el pubis como flor
desata las exequias, humedad, silencio que
no esconde sus ráfagas. Me puedo lanzar contra
la niebla,
contra el eco perpetuo de las
voces, un grito siguiéndome
entre muros, labio mordido por la
llama (mi fugaz batalla es
laberinto y el aire carga a
cuestas con la furia). ¿Qué montaña no
protege la avidez al insomnio?, quebraste mi pasión y
la mansedumbre de la cuerda, conocí los diablos,
estallan en la lengua del poeta: nada tiene de carne,
frialdad con agonía, nadie viola mis aguas, cualquier cicatriz
tiene bufones, noctámbulos que juegan
al suicida para beberse esa
lujuria de palacio. Interrogo a los dioses
hasta el muro, la cripta de mi voz
hecha jirones. Virginidad, mansalva de
los tontos, yo alucinada frente al
minotauro, a esa bestia que bebe
gladiadores,
exige su manzana. Es verdad, mi costilla
no es un horizonte. Voy a cantar la
primavera y decir adiós,
bienaventurado de mi
sexo, me espuela este
conjuro: quién sabe si esta
noche salgo a borrar las huellas en esa tempestad que es el destino. |
Odalys Leyva Rosabal
odalysleyva@pprincipe.cult.cu
de su libro “Isla de Ópera y fantasmas”
Ir a índice de América |
Ir a índice de Leyva Rosabal, Odalys |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |