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Cantigas de caminante, de Carlos Benítez Villodres - Editorial Granada Club Selección S.L. Granada, 2009. Págs. 96 - por Odalys Leyva Rosabal [1] |
El
libro Cantigas de Caminante de
Carlos Benítez Villodres nos lleva a viajar por un mundo excelso de
espacios y anchuras. Tiene un lenguaje proyectado, discernida cavilación,
artera corriente, que oportunamente le hace consumar el logro de la
elocuencia, una autonomía que define al autor y que presupone varios
seguidores de su ideología o modo de expresarse. Este libro está lleno
de persuasión, y la inteligencia danza en la poesía, homologando la
dimensión de su poética. Aquí su voz tiene aciertos, rutas que
transfieren al camino redentor, al agua fresca que complace al lector, y
sorprende con los ríos inigualables de la poesía, con el enigma que
resplandece en la décima. Carlos
Benítez Villodres es un poeta que se afirma en sus conceptos, y sus décimas
son una tesis de su modo de ver el mundo. Se adentra en los problemas
sociales y desde allí sufre, reclama y juzga con el impulso supremo que
sobresale y se instala en su templo, para
predecir, desde el creador, la desnudez del mundo, las tristezas y
ese olvido para los sufridos que es la condición que el mismo poeta
construye para describir y no escapar de la vida diaria, sino criticar,
enfrentar y valorar la existencia humana, nuestra real existencia. En este
autor la sombra es un precipicio, pero el silencio no lo ata. Su voz sube
como el humo impulsado por el fuego de la razón. Los sonidos son fuertes porque
el pan y el vino se han vuelto el juramento de Dios, y el plato aún
reclama la moneda. Sin embargo, confía en otro mundo posible y en sí
mismo para subir las escaleras de la vida, y compensar su música en un
concierto, donde las campanas anuncien que ha llegado la hora del bien,
como enunciado para los grandes hombres, para los poetas que han hallado
su cuerda, el hilo para aguantarse y hacer de la expresión una instancia,
cena repartida para los que creen en la poesía, en el desgarramiento de
la garganta, y el canto que no perece porque un rapsoda guarda sus
violines y adormece todos los cuerpos con el milagro del poema. La décima encabalgada también florece en Cantigas de caminante. El yo se establece en versos octosílabos, endecasílabos y alejandrinos, Por consiguiente, tiene ganancia en esta estrofa, que no es solamente hispanoamericana, sino que transita por el mundo en un despertar flameante. El autor entrega sus calores, el horror ante la muerte provocada por el asesinato de los hermanos de su pueblo, de ese pueblo que es como su propia carne, como la fiebre que trastorna su pensamiento, y pide justicia. Habita lo triste que sólo se puede borrar con la belleza, con una nueva realidad sin padecimientos. Invita a buscar una solución para nuestros problemas contra los demonios del mal. En este libro se vive la niebla, el infierno como abrazo, la estremecida burla del destino, así viven hombres reales o personajes, que sufren, sienten y padecen desde sus necesidades espirituales, y son las parvedades que descubre el ojo del autor, de sus indagaciones por el mundo ante esos seres culpables que hacen padecer los naufragios de la raza humana. |
En el
libro Cantigas de caminante,
editado por Granada Club Selección, la carne se desnuda y es desnudada
por Carlos Benítez. Él se hunde en su poesía para luego salir de las
aguas internas y brindarnos su excelente lirismo, que ya tiene un lugar
ganado en la poesía hispanoamericana. Ha marcado pautas en el mundo literario, varias generaciones florecerán
bajo su lirismo seductor.
Su poesía
es existencialista, desgarradora. Nos implica, junto a él, en esa desazón
por donde transita. Su lírica lleva un ángel triste, inconforme.
Deambula por el mundo y le ofrece su alma de poeta: es el sufrir del
hombre que no se siente a gusto con las infidelidades del Universo y no
permite ni se permite a sí mismo un salto al vacio. Su intención es el
pie seguro, la estabilidad, aunque para ello cada muro a su paso deba ser
derrumbado. No es un pesimismo el que nos muestra, es el desgarramiento
esperanzado, el que va más allá de una plegaria. Conoce que el hombre
puede marcar la historia y defender sus actitudes ante los que le rodean. La obra
de Carlos Benítez, que va más allá de la sencillez de un sueño, es
segura y ofrece sus propias visiones con el interés de desdoblarse en
varios motivos, que finalmente conducen a un solo camino: el de la creación.
El enriquecimiento de su palabra, su verbo fecundo lo obliga a mutar, a
guardar sus propias invenciones para hacerlas fluir. Desde su
estatura de escritor, bebe la miel prodigiosa de la copa y entrega la
verdad de un poeta auténtico, donde el calor expresivo pasa por encima de
la nada y logra instalarse, reflexionar, demostrando su habilidad y el ángel
lírico que lo acompaña. Pulsa su tecla compulsiva, sin que nadie
comprenda que un poeta puede tener su alma tan clara o tan oscura como la
razón de enfrentar a los perniciosos y contarle a todos sus historias
calladas, con los vocablos de un hombre que padece de estremecimientos y
aparece en la sencillez ante un mundo paralelo, donde el bien y el mal
caminan unidos. Aquí logra
la belleza. Es un texto que alcanza lo universal, discurso de altos
valores humanos. Repite el dolor hecho de poesía y sangre con seductor
lenguaje, donde las cosas pequeñas llegan a subir los altos escalones que
hacen trascender. Seduce y exalta cuando entroniza la fuerza misteriosa de
la traición y el odio. Hace sentir la tristeza acumulada,
la agonía existencial que brota con sensibilidad creativa sin caer
en el detrimento de la palabra. Pide
permiso al lector y penetra su puerta con arte, con maestría sin que la métrica
se interponga. Logra desatar sus fuegos sufribles, su desnudez, que
permite que un poeta arranque sentidos poemas desde una emoción que
despierta y se convierte en grito. Introduce la palabra: es la décima sin
frenos, sin remordimientos ocasionales. Tiene un sabor autentico. Carlos
Benitez es un poeta que se intranquiliza, que recibe los mensajes
exteriores y responde sin quedar ajeno. Su poesía está marcando un
nombre dentro de la décima escrita y ha generado un fuerte movimiento de
promoción de la estrofa a su alrededor. No
existen tropezones aleatorios. Fluye como agua fresca. Tiene el don de la
poseía culta, y el fluir de la décima ofrece un canto universal. La
inquietud del autor demuestra que detrás de esta lírica se esconde un
hombre que no ve en la décima un camino, sino el compromiso interior que
lo hace correr y vivir dentro de ella. El autor trata de no apartarse de nuestra realidad, ésta es su
objetivo, y reconoce que la décima está pasando por un período de
aciertos. Si usted no ha
sentido los manantiales que fluyen de Cantigas
de caminante, léase sin falta este libro, ya patrimonio de la décima,
de un autor que ha logrado situarse entre los mejores poetas que transitan
el camino octosilábico. La décima
es cavilada por muchos poetas o élites literarias como de poco valor
intelectual, pero aseguro que una buena décima no es rimar versos, sino
poner el alma aparejada a la rima. El poeta discurre, según su inspiración,
la lucidez y el estado de ánimo presente. Los poetas del Siglo de Oro
español escribieron décimas y sonetos, y son verdaderos clásicos de la
literatura universal. La décima oculta un regocijo, y todo aquel escritor
que se solventa a interiorizarla queda preso de ella. Dedica el
autor de este admirable libro varios textos a hombres amantes de la décima,
dentro de ellos algunos cubanos. No voy adjudicarle una estirpe a la décima,
ni siquiera diré que los cubanos somos ya sus hijos legítimos, pero me
aventuro a exponer que en Cuba se habla en octosílabos, y es precisamente
el crisol de razas conformador del cubano, lo que le imprime el néctar
que la hace acrecentar, y cada generación encuentra en ella un vehículo,
un camino de expresar sus concepciones de la vida. La décima,
estrofa de diez versos manifestados: abbaaccddc.
Con este prototipo se le imputa al poeta español Vicente Martínez
Espinel, siglo XVI, y por gentileza se ha citado como espinela,
hasta que se conoció la obra Mística
Pasionaria, como precursora. Esto ha excitado a muchos investigadores,
aunque para bien. Luis de Góngora también usó esta fórmula en el mismo
tiempo, pero él no contaba con un representante o un discípulo, como
Lope de Vega, que tanto alabó a Espinel. Los poetas del Siglo de Oro nos
pusieron esta querida estrofa que sigue resplandeciendo en nuestras manos.
La copla real también está integrada por diez versos octosílabos. En
este caso, es la combinación
de dos quintillas enlazadas, o de otras variedades. Sin embargo, la décima
o espinela es un conjunto
aparentemente cerrado, compuesto por una cuarteta, dos versos de enlace y
otra cuarteta final, donde se logra la solución de la idea comenzada en
la primera. En
Cantigas
de caminante,
juega un papel determinante la formación cultural del poeta, ella es la
que signa la idioestética del texto. Moverse dentro de una estrofa
aparentemente cerrada, como ya referí, vale el riesgo, si desde ella
entramos en diferentes escenarios, sin que ello nos represente una
imposibilidad en el discurso. En la décima, la gracia y el oficio imponen
un sello natural en cada poeta. Cada cual desarrolla un estilo muy
particular, se regodea dentro del verbo. Carlos Benítez lo logra: en
este libro la décima respira un aire de esplendor y sagacidad, y hace
trepidar a los lectores por la naturalidad con que se expresa. Yo guardaré
este libro en mi mesa de noche porque son poemas que florecen con cada
despertar. Lo invito amigo lector a vivir, reír y sufrir junto a este
poeta que se abre como la suerte misma. [1] Odalys Leyva Rosabal es poeta, narradora, investigadora y antóloga. Presidenta del grupo internacional de mujeres decimistas “Décima al filo”. Tiene varios libros publicados. |
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