Nunca te he contado que cuando yo no había elegido todavía mis pájaros, vivía en una casa con rostro verde. Allí fui feliz. Vivía en el amor sin conocer su nombre
y en mis sueños aún no había puertos.
Pero un día entró un pájaro ciego, con mirada de azufre. Creo que yo tenía la sonrisa como la tuya, como un castillo de marfil. El pájaro voló esparciendo miedo, salpicando sombras. Luego nunca pude olvidar la palabra pecado. Alguien arrancó las rejas de la casa, profanaron las flores, usurparon raíces a la primavera echaron escombros al río que ciñe aún el terreno y la cintura del verano no tuvo nunca más guitarras.
No he vuelto a ver la colmena estelar la noche de Casuarinas con mil luciérnagas ancladas.
Esas hojas que arrancamos juntos
para palpar el olor del eucalipto, la savia
en voz alta de la hiedra, me recuerdan el olor de mi memoria virgen sin ronquera aún, como
los pies de un niño. Y desde que
empecé a dejar de rezar, a perder de vista
el miedo y mucho más la esperanza, desde
que mi vida se volvió un largo suicidio
minucioso, no había vuelto a anticiparme
al nombre del amor. A sorprenderme enamorado. A
encontrármelo dentro sin haberlo hecho pasar.
Qué me pasa con vos Marilói?
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