Te acorralaré hasta matarte había dicho y yo había corrido y ahora estaba echado en un hoyo después de que hubiera errado varias balas. Cuando recién me había echado hizo un silencio de minutos que él tampoco resistió y luego gritó que me mataría cuando me viera asomar. Entonces pensé que el infinito estaba en mis manos.
Así pasé muchos años, me acostumbré (al principio se me laceraban los dedos) a cavar la tierra con las manos. El hoyo era pequeño y de sólo mi propia altura de profundidad.
No tenía certezas por después y aprendí que sólo cuando las cosas ocurren, se sabe si serán o no.
Pensé que había sido un sueño.
Tan real que no podía ahora en la vigilia delimitar la realidad de la fantasía.
Pensé que en el mismo sueño habría soñado que luego me quedaba dormido.
Ahora no sabía si había despertado del sueño del sueño y me faltaba despertar otra vez.
Si había soñado, todas las imágenes habían sido tal cual la realidad. No tenían ni siquiera un cuadro diferente (esas cosas que en los sitios de los sueños uno nunca observa).
Yo lo habría escuchado gritar que allí se quedaría esperando hasta que yo saliera, para matarme.
Era la misma voz de él.
El sueño tal vez habría sido demasiado perfecto.
Ahora yo tenía tantas dudas para siempre, porque hasta que no me despertara por segunda vez, si estaba soñando un sueño todavía, no comprobaría si habría o no de despertarme de algo. Claro está, a lo mejor me restregaba algo y en algún lenguaje extraño comentaba que había soñado que existí en forma de una cosa que vivía en un lugar como éste y que había soñado con una duda desesperante. Pero no tenía ninguna certeza.
Y no sabía si él estaba en realidad afuera o si acababa de estrenar el delirio que nunca pudieron explicar los locos. |