Nave para todos los diluvios |
Como un desaforado labriego enterré mis palas en los surcos de este cuaderno. He ido despejando el cardo peinando la tierra la encía fecunda la cabellera vacía soplando en la fragua del delirio hasta hacer saltar la espiga. Éste es mi pan mi harina enamorada mi sudor de anhelos que te buscan mujer ecuatorial templo definitivo altar de la fertilidad A veces el silencio a veces ciertas fotos viejas arqueológicos naufragios como sarmientos mordían el arado infatigable de mi lengua. Esta siembra insucumbible no teme la agresión de la pezuña pueden invadirla los dientes del olvido puede intentarla el fuego y el rumbo lóbrego del pus no hay silencio para el verso escrito si ha pasado por tus ojos por la siega de tu mente por la molienda vigilante de tu alma. Yo no quiero tener nombre de poeta prefiero llamarme jardinero pastor de rosas timonel de savia No hay en estas húmedas colinas de papel, una sola piedra de aridez, El sumergido mineral es todo de campanas. No hay un solo fusil bajo la tierra porque éste es mi prado de amor mi arsenal de palomas para tus ojos y tu sonrisa. Ahora bien, mi pequeño horizonte Amiga de mis horas lejanas Es posible que los cuervos del tiempo, los gusanos tenebrosos que a veces tenemos en el subsuelo de nuestra memoria, pasen a dimitirnos, a esparcirnos, a disipar la semilla a barrernos con uñas de huracán enfurecido. Es posible que se desaten de lejanas cumbres, desde destejida nieve de recuerdos, algunos rostros que traemos puestos, y que el agua turbia del hastío alague nuestros campos de besos y de veneración trasnochada. Por ésas y por todas las otras muertes posibles que podrían sumergirnos yo quiero dejar un dolmen eterno para todas las expediciones para todos los testimonios para obligar los astros perezosos; y ese monumento indemolible lleva nuestros nombres y el del amor en este cuaderno que es una nave para todos los diluvios. Así, tal vez para siempre el talón de la atmósfera será una lámpara custodia para que no se nos echen encima las escobas de la nada y nos sumerjan. |
Jorge Lemoine y
Bosshardt
De "Nave para todos los diluvios"
A María Mónica Collazo
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