El trovador |
Al sur del Sur y más, en donde suele quedarse la oración suspensa en el recato de la parra y se apocan de tierra ennegrecida las cuadrículas romas de las chacras, se
infamó el trovador de muerte un día. Hendido en los ijares de la siesta gravosa del Verano, era el campo un talego de abandonos, un silbo funerario que el Pampero dirimió en la angostura del asombro por
no saber llorar su desconsuelo. De cara al socavón, en la batiente atávica del río, mojó sus pies de luna y agua blanda, de espanto y cesación. Descomedida, la suerte abrió de par en par sus alas y
fue salmo en la noche a la deriva. Se dice que ayunó cuarenta ciclos adyacentes del sol para partir sin mácula y en todos los cálices profanos, circunflejo, anochecido en la nostalgia, solo, sacramentó las voces del silencio. |
Carlos Raúl Lemiña Cortés
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