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“Dialogo con la vida” una exaltación del acto creador de Dios. |
El poeta y teólogo, Israel Serrano, reafirma su vocación como un artesano de la palabra, al presentarnos Diálogos con la vida, un texto cuyo título es un anuncio que de antemano evidencia la intencionalidad del autor, los asuntos que tratará en adelante el creador, que motivado o mas bien iluminado, incursiona en ese mundo real imaginario, que partiendo de lo cotidiano, de lo existencial transita de lo objetivo a lo subjetivo, dialogando o evocando, haciendo uso de un lenguaje filosófico teológico que raya muchas veces con una idea existencial casi mítica. Es seguro que su hermetismo verbal no conlleva un propósito de confundir o de hacer que el lector reflexione en cuanto al contenido o la forma, se trata de la interpretación misma y una visión muy personal de la vida, del que mira a través del lente espiritual o mejor dicho la cosmovisión del teólogo que subyace y que deja traslucir en cada verso al margen del asunto a tratar. Lo primero que se impone es el tema de la relación contradictoria, casi antagónica, Creador-creación u hombre versus Dios, es decir, el pecado del hombre en relación con su conducta y la materia creada. En cuanto el centro del texto es la idea teológica, desde luego, el lenguaje, en este caso, no está huérfano de esa cadencia verbal requerida, para “ser leído como salmodiando”, sin abdicar de su esencial condición literaria contemporánea, digo, poética que va más allá de los vanguardismos conversacionales conocidos; lenguaje que se ahorma en la perspectiva confluyente de filosofía y teología, de lo existencial y lo mítico-religioso, de la realidad y lo fantástico, muchas veces recreando o yuxtaponiendo pasajes bíblicos con muy buen acierto versificador. Israel Serrano sigue una línea estilística personal, transitando de lo evocativo al simbolismo o a una poesía lirica libre de las aristas de lo vulgar y trasnochado. Diálogos con la vida tiene la intención de acercarnos en el espacio y el tiempo, y darle nuevos significados a lo sublime, al acto teológico, a la relación filial o a la cotidianidad, pasada, presente y futura, sin perder el hermetismo que caracteriza el lenguaje con el que trabaja sus versos. De ahí que iniciamos una interpretación de este texto con el poema Nací en sueños de alondra, que encabeza el cuerpo del poemario, evocación de su nacimiento y crecimiento en una comunidad rural; en él encontramos un desborde de simbolismo y lirismo, sin ser de fácil lectura. Dice: “Nací en sueños de alondra / en voces de café/ a la orilla de la candelaria/ donde codornices levantan un broquel de gritos/ y una Montaña de Sol acompaña el vestido de la tarde”. El poeta, sin olvidar su origen, la raíz de su estirpe, la nostalgia filial, compara a la madre con la alondra, que además puede tener la connotación de la tierra natal como un presagio de buena vida, de abundancia o de la ponderación de una mujer campesina; vuelo, soñar del poeta, nostalgia y orgullo por su raza o quizás exaltación de la creación divina. Es una constante, en la poesía de Serrano, la exaltación del acto creador de Dios, del milagro o prodigio de quien nos dio la vida, a pesar de que “éramos una minúscula imagen de espacio y de tiempo/ sol/ inocencia/ entre la oscuridad de los astros”; la idea filosófica dialéctica presente, yuxtapuesta a lo metafísico, la subjetividad en una cosmovisión mítica, teológica o fantástica en la motivación poética, “en el luminiscente círculo de viento/ el espíritu abrió puertas/la nada pretendió ser”; es decir, el ser surgiendo del pensamiento o la memoria omnipresente de Dios o el Creador iluminando al verbo para que el fuego diera vida al hombre en la idea infinita de Dios. El único lugar donde es posible que lo incierto se vuelva reposo. De la nada surgiendo la vida, del polvo el hombre, tierra origen del hombre y de todo lo que podemos mirar, sin embargo “apareció la muerte en el rugido de la noche/ y buscó nutrirse de la brevedad de la vida”. El poeta nos recuerda el pecado originado en la dimensión que esconde un mundo de tinieblas, rebelión en el origen de la nada, que se refugia en la tierra para tentar al hombre, que infectado por el virus del orgullo, busca la verdad en el lugar equivocado: La filosofía y no la Teología. De ahí la alusión a Séneca el filósofo latino. De ahí la duda que manchara la sabiduría original, la cosmovisión de un mundo diferente. De ahí el porqué los hombres nos convertimos en un cúmulo de contradicciones, “microcosmos/ y lo infinitamente grande del orden y del caos/ se alimenta de energías/ de la causa errante de los elementos/ se ocuparon del pensamiento y de la razón”. De ahí que el hombre desafió la oscuridad y busco la razón de las cosas, la causa y el efecto e inventó una vida que niega y contradice a la vida misma. De ahí la miseria de una mayoría, por lo cual el poeta se lamenta: “el desatino se alumbró en la costumbre/ por la miseria la sabiduría se dejó persuadir/ la inteligencia y el bien se fueron a vagabundear”. Razón del poeta que condena las costumbres que nos llevan hoy en día a una rutina de consumismo, de vida fácil, de dolor y vicio. La aculturación del hombre que se deja gobernar por el dios mercado que lo aleja de su esencia, de su humanidad, y se deja llevar al abismo en una corriente donde “la existencia navegó al infinito” y “estrechó su adición en la caída de las cosas”. Ese hombre que no se dio cuenta de la importancia de soñar hasta que llegó a su ocaso, “supo de la vida en un día/ en los bostezos de la tarde”. Su teologismo no deja de ser en todo el poemario, de tal manera, que en ese bello poema de connotaciones ecológicas titulado Albatros finaliza parafraseando un versículo bíblico cuando dice: “y hay alegría en él los cielos por un ave que se salve”. En vuelo de libertad nos dice: “Un carpintero picotea la vida/ mientras la ciudad duerme en su coba de día/ adyacente está en su nido de pino/ con ideología dibuja la religión y el temor a Ds”. Simboliza la idea de cambio de conducta, de postura, oponiendo el devenir al porvenir, cambio rotundo para domar la fiera interior a través de nuestra entrega a la idea divina, al quehacer íntimo para lograr la pureza del espíritu, de trabajo y alegría bajo el concepto de Ds (Dios). Cuestiona el orgullo del hombre que al perder su imagen y semejanza pasa de la humildad obediente al embuste de la traición cotidiana. Traición a sí mismo, a su origen y a su destino, predicando esa teología mentirosa y cínica inventada por los letrados metafísicos. El hombre orgulloso que busca libertad en la oscuridad, que no es capaz de reorganizar su propia existencia. “desde entonces vive la tristeza de la tierra/ el natural canto de la selva/ el viento duda de la amarga noche/ y se le vuela la libertad de ser. El deseo de hacer un binomio indisoluble hombre-naturaleza; Dios en el hombre y en la naturaleza; panteísmo que conlleva a volver al lugar de origen, a la armonización sincrética de lo divino y lo humano; la unidad mítica perdida por la escisión del tentador que nos vuelve tiniebla hasta lograr el destierro que nos llevó al asilo de la civilización que corroe y corrompe a la humanidad cuando “el olvido atraviesa el destino del hombre/ y la venganza se sumerge en la angustia”. Es la venganza divina en los imaginarios del poeta. La intención teologal que se respira en cada página, sin embargo, intercala poemas filiales como Gatus a través del cual nos hace oler la ternura materna que trasciende todo genero “en la redondez de la vida/ la espera te busca en su habitación/ donde las manos cantan la lluvia para recordar”; nos hace gozarnos al recordar la caricia de quien nos dio la vida o mirar retrospectivamente el cuadro donde nosotros mismos hemos sido los protagonistas aprojimados con nuestra descendencia, la estirpe amada que nos hace olvidar o nos recuerda la ventura y desventura de ser padre; angustia y alegría paraexistencialista que se anticipa cuando “el alma se ríe en las golondrinas/ te invita a participar en la pureza del tiempo/ donde la memoria besa el olvido”. La teologización no lo libra del dolor existencial en su Banquete humano cuando “Calla la humanidad un segundo/ y se la aroma las manos de dolor/nadie inquiere un lugar a lo eterno”; si observamos nuestro entorno le damos el crédito al poeta, lo anterior no requiere comentario, porque la humanidad busca el abismo, la destrucción del hombre por el hombre, nunca la redención del espíritu para vivir en paz. Consumismo para obtener el placer en la agenda del día, y “no hay frutos de bondad/ sólo bandejas de envidia/ el egoísmo circula en el viento”; es normal mirar al hombre buscar el bien en “la habitación del mal” porque “navega en mares de vicios/ queriendo hacer fortunas/ la esencia se esconde en el silencio”. En nuestro entorno está una sociedad corrupta, inundada del consumismo que vomita facilismo, mirando retorcidamente la grandeza en la fortuna que deshumaniza y nos vuelve torpes, y nos lleva de seguro a la animalidad de donde nuca retornaremos. Y no se trata de mirar la vida con pesimismo; es una advertencia del poeta que está mirando el mundo con el lente de su teología de amor hacia la humanidad. El poeta que no quiere “justificar el cinismo/ el número alterado de la cifra” es decir la mentira de quienes nos dirigen o desdirigen. El sueña con un mundo mejor, porque le duele el hombre; “la penuria duele en su corazón de árbol/ donde florecen algarabíos de luz/ sueña con trompetas de mar/ y el ya del reino en la tierra”. Porque está seguro, tiene la certeza, la convicción de que “hay un lugar en cuantitud cerca de la eternidad”. Y filosofando teológicamente, dice: “al final todo vuelve a ser todo”. Es el retorno al polvo porque “así parte la noche en un hilo de lamentos”. El nos habla del perdón de Dios de la benignidad presente, vislumbra que al final la misericordia se impone ante el pecado; esa es la esperanza expresada, tal como reza el poema El amor: “en un instante la vida vuelve a encontrarse/ con música en el llanto / con risas que visten la ausencia/ de un largo camino / entonces alumbra el perdón y el dolor nos redime”. El volver del hombre a su imagen y semejanza después de pasar por el fuego el subir al cielo, el reencuentro con la sabiduría de la divinidad; la relación antagónica superada, la recuperación de la risa para que la ausencia de alegría no sea nunca más en el largo caminar, hasta alcanzar el perdón y la redención en el Eimé, “hasta tocar un vestigio de paz”. Y el Creador nos da su perdón a través de su Gracia apocalíptica, dice el poeta: La gracia dará una gota de silencio/ sin esperar nada/ desatará la felicidad de un tormento/ un día el sol hará una pausa/ y volverá a descansar”. La esperanza no se pierde en la imaginación del bate y de ahí su optimismo manifiesto, confía plenamente en el tiempo de Dios (Kairótica). A manera de epílogo el último poema del texto, Mi esposa, es evidencia que nuestro poeta no pierde la esperanza; una conclusión para bajar a Dios del cielo que se manifiesta en la relación matrimonial, cuya significación es de amor, comprensión y esperanza. Porque el conyugue es y debe ser siempre luz uno para el otro, yo y tú en una sola carne, un alumbrar que no se apaga ni con la muerte. Ella es para él “la aurora/ que cubre el manto de la lluvia/ luz que baña el horizonte/ ella es la espera de mayo”. |
César Lazo
clazva@yahoo.com
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