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Solo y hondo como un tallo
Juan Carlos Lázaro

                 1.

Y no he conocido otra muerte
que este sueño en el fondo del agua,
ni otra máscara que mi propio rostro
vuelto hacia los muros de cal.
Este es el puente de los adioses.
Estos, los muros de la ciudad.
Y yo, obrero ferroviario de pie en el andén,
con la visera apuntando hacia el Oriente,
circundada la cabeza de mariposas
y a punto de repetir, una vez más,
mis aforismos sobre los rieles. 

                 2.

Los astros son azules y cuelgan
del borde del techo de las casas.
El invierno vendrá después
con sus meditaciones sombrías
acerca del fin de la Historia.
Pero entre la ceniza y el humo
la ciudad revela su verdadero rostro:
columnas y arcos enmudecidos,
sol y niebla a mitad de la calle
y una niña de cabellos dorados
que corre –loca- detrás de un aro. 

                 3.

Porque hay veces en que una sombra
abandona su cuerpo, y es el cuerpo
el que busca y sigue a la sombra;
porque hay veces en que el tañido
abandona su campana, y es la campana
la que busca y sigue al tañido.
¡Oh incógnita del corazón y los días!
En estas cosas sueño mientras viajo,
apartándome de a pocos de este mundo,
cada vez más solo y hondo
como un tallo. 

Juan Carlos Lázaro

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