Ramiro Lagos: cantor épico de lo imposible 
por Alberto Lauro

Con avanzada edad –y no deja de escribir– el eternamente joven poeta Ramiro Lagos. Es un encantador de serpientes. Tampoco cesa de tocar una flauta encantada, de donde no sale música sino palabra tras palabra y verso tras verso. Más que para leerlas en soledad, la poesía que ya tiene escrita y la que está por escribir es para ser declamada con su gran audiencia. Es el último vate de los poetas hispanoamericanos que vio nacer y frecuentó el Madrid de las míticas tertulias poética del medio siglo XX. De ello da testimonio Canción entre roca y nubes (1952), avalado por José María Pemán; Briznas de una canción rota (1955) por Eduardo Carranza y García Blanco, ilustre profesor salmantino; Ritmos de vida cotidiana (1966) con carta-prólogo de José Hierro; Testimonio de las horas grises (1964) –premiado por Jurado Nacional– con presentación de Federico Carlos Sáinz de Robles. Así hasta llegar a Cantos de la epopeya de América(2001), con texto introductorio de Luis Sáinz de Medrano y Otto Morales Benítez. Medrano nos retrotrae al incansable animador de tertulias que fue –que es– Ramiro Lagos con Ernesto Mejía Sánchez, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra de Nicaragua, los colombianos Eduardo Cote Lamus y Eduardol Carranza, el dominicano Antonio Fernández Spencer, el chileno Alberto Baeza Flores, la mexicana Chavela Vargas. ¿Y qué podrían decir de él Gloria Fuertes, Carmen Conde…? ¿Y qué dirían Idea Vilariño y Jorge Ibáñez, yo más admirador de su mujer, Sara de Ibáñez? ¿Y sus colegas del Café Gijón? ¿Y ahora con la nueva generación de artistas y poetas españoles y latinoamericanos y egipcios y norteamericanos y…? No hay calificativos para etiquetarlo.

Su compromiso con los desposeídos ha presidido su vida y creación desde que, como nos recuerda Medrano, Manuel Alcántara pusiera en sus manos de guerrillero del verso los poemas de Miguel Hernández. De ahí sus Cantos de gesta comunera (1981), Cantos de la épica bolivariana (1992) y Romancero de Juan Pueblo (1983). Además tuvo la amistad de poetas cubanos tan incongruentes ideológicamente como Nicolás Guillén –con el que posee una interesante correspondencia– y Gastón Baquero. Así como los españoles José Agustín Goytisolo, Rafael Morales, Blas de Otero, Leopoldo de Luis… Y más cercana su devoción a Ana Rosetti que sigue creando adeptos a su Devocionario.

La última vez que hablé de él fue con la poeta colombiana Meira del Mar, en un homenaje a ella en Casa de América, quien me refirió que los presentó en el “Café Literario” el poeta Néstor Madrid Malo. Lagos mantuvo además verdadera amistad Laura Victoria, primera poeta erótica colombiana, con Dora Castellanos, Emilia Ayarza, Matilde Espinosa de Pérez. Y con Gustavo Cobo Bordde de quien escribo el soneto “Cabeza de Bardo”. Y cuando va a Bogota, se sigue reuniendo en el Pasaje Santander con Milciades Arevalo y sus bardos de “Puesto de Combate”. Pero yo siento a Ramiro Lagos hermano de los contestatarios Fernando Vallejo y Alvarado Tenorio.

Los galardones no le interesan pero ha obtenido premios: el Laurel de Oro, el Premio de Poesía Testimonial, así como ser miembro honorífico de la Fundación Alianza Hispánica de Madrid. Y lo es del Círculo Literario de Bogotá. Y de las casas de Sevilla, Cádiz y Huelva en Madrid. Aunque su verdadero minuto de gloria dice haberlo tenido ya en un Congreso de Cultura Andalusí, en Egipto en 2001, cuando en pleno y de pie se le aplaudió al declamarse en dos idiomas, árabe y castellano, su poema de la Intifada.

Grave y a la vez noble. Conversador nato en su afabilidad. Altivo y sinuoso. Ama la belleza de la mujer hasta el delirio. Es por ello autor del Cantar de otros cantares. Alucina en sus poemas eróticos. Como el poeta Yevtushenko, de quien fue confidente, él ha tenido sus secretas admiradoras, como el ruso a su Dora Flor. Conquistador de todo, incluyendo el aire, las flores y el sexo de la tierra. De ello da testimonio Frutología de Eros (2007). Pero sobre todo de la libertad. Batallador incansable, su pasión por ella es quijotesca. Emprende tareas que lo superan. Poeta que ha padecido el paso y el peso y la prisa de la Historia.

De Zapatoca es, en Colombia, ciudad santandereana. Por eso se siente también zapatista y bolivariano que canta a lo épico como hijo del mismo Mío Cid. Nos ha recordado al olvidado cantor indígena, africano y español, que fue Helcías Martan Góngora. Cantor de pampas y volcanes que han estallado o están a punto de hacerlo, como nuestros pueblos siempre, con sus lavas ardientes derramadas por sus todos sus versos. Da la mano con Martí y con don Benito Juárez se hubiera ido a la guerra emancipadora. Bolívar es su mito. La prosa del Libertador que se enseñorea en “Mi delirio sobre el Chimborazo”, fuente oculta es de su ser. Duerme sobre esas páginas como si fueran almohadas. Dice de Bolívar que es “creador de ideales, utopías e ilusiones”. ¿Acaso no se refiere a sí mismo al afirmar esto? El prócer venezolano lo hubiera bautizado con el agua bendecida por el Padre Morelos, que fue primero juzgado por la Santa Inquisición y luego fusilado.

Ramiro Lagos es descendiente lirico de Vargas Vila, Jorge Isaac y Porfirio Barba Jacob. Aquí su paganismo es evidente en Bodegones de Eros y otros cantos(1995), una selección de estos poemas lujosamente editada en 2009. Con Thelma Navas se iba a conjurar espíritus, tomando tequilas en la Plaza Garibaldi, entre mariachis y los celos del poeta mexicano Efraín Huerta. Es también contador de cuentos y cantor errante. Payador de selvas amazónicas y, como su apellido indica, de lagos donde han saciado su sed mujeres como Totó La Momposina... Ya esté encrespado. Ya en calma. Su corazón no late en su pecho: lo tiene repartido. Por toda América, incluyendo al país de Walt Whitman, donde ha logrado, enseñando lengua y literatura española, ser profesor emérito. Puede decir como Martí, “viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. Desde su púlpito en la Universidad de Carolina del Norte (en Greensboro) su hispanismo y humanismo no han tenido fronteras.

Reencarnación de los comuneros de Nueva Granada que se sublevaron en 1871 y de José Antonio Galán, siempre tan olvidado por los historiadores de las gestas americanas, de padre gallego y madre mestiza, pero que se yergue retador en una estatua en un parque de Bucaramanga. Reivindicador de Túpac Amaru y Túpac Catari. Denunciador de satrapías donde las ve. Constructor de puentes con palabras.

“No nos conocemos entre nosotros, los latinoamericanos” se lamenta como un padre cuyos hijos fueran todos pródigos. Y solo, siempre denunciando la miseria y convocando y evocando la insurgencia, canta a lo épico desde lo imposible. Dolido por veinte millones de pobres hambrientos en su tierra. Para el poeta el hambre del pueblo es una de las mayores infamias. Cantor es de la yuca, del maíz, el café, la guayaba, la papa, la papaya y de todo lo que nace de la tierra como dádiva generosa del surco arado, igual que Andrés Bello. Juglar de ira bíblica, llora de piedad ante el Cristo roto. Pero no por ello deja de ser amante del lujo de las civilizaciones perdidas de Nubia y Luxor. Se asombra de que en los practicantes del Islam, y en especial Egipto, país que recorre en sueños, la cerveza esté prohibida, siendo precisamente los faraones quienes la inventaron.

Por los cincuenta del siglo pasado conoció la vida cultural de Colombia en el Café El Automático, situado en la Avenida Jiménez, entre la Carrera Quinta y Sexta. Fue, a partir de 1948, sitio de tertulias de artistas, poetas, políticos y periodistas como Jorge Zalamea, Hernando Téllez, Germán Espinosa, Rogelio Echavarría, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Omar Rayo, Ignacio Gómez Jaramillo, Juan Lozano y Lozano, Arturo Camacho Ramírez, Luis Vidales, Jorge Gaitán y León de Greiff, entre muchos más, en franco debate acerca de la política y los movimientos artísticos de vanguardia en arte y literatura. Algo inusual: tenían presencia femenina con Emilia Umaña, Lucy Tejada, Dora Castellanos, Maruja Vieira, Judith Márquez y Cecilia Porras. De ahí recuerda vivamente a León de Greiff, al que calificó, como si se refiriera a sí mismo, de acéntrico y escéptico. Pero además de esto, Ramiro Lagos es un excéntrico que le rinde culto a las tonadas del pueblo, los corrridos, los pasodobles, sin faltarle la belleza femenina de sus ninfas y la poesía que le llega bajo su astro preferido: la luna.

Se le ve todos los viernes que está en Madrid en el mesón La Bohemia, disfrutando de amigos y el ambiente musical desde las diez de la noche hasta las tres de la mañana. En Bogotá –anécdotas tiene miles– un limpiabotas, al verlo cargado de libros, mientras le limpiaba los zapatos, le preguntó: “Doctor, ¿es Ud. un académico?”. “¿Por qué pregunta esto?” –respondió el poeta. “Es que yo sí lo soy –explicó el hombre humilde–: saco brillo, limpio y doy esplendor”. En España, después de una entrevista que le hizo a Camilo José Cela, le preguntó Ramiro: “¿Dime, Camilo, por qué tienes tirados tantos libros en el suelo?” A lo que responde el escritor: “Porque todos los he leído y son una mierda”. En Nicaragua, quiso visitar a Ernesto Cardenal en Solentiname y se valió del Secretario de Prensa del entonces General Somoza, quien le dijo: “Le aconsejo, poeta, que no visite a Cardenal, pues vive en una isla. Hay que ir en avión y de pronto el avión se cae…”. En Santo Domingo, el poeta Antonio Fernández Spencer, Premio Adonais, lo recibió armado con una ametralladora. Ramiro le pregunto: “¿Por qué tienes una ametralladora?”. A lo que respondió el poeta: “Para defenderme de los que me acusan de trujillista por haber sido becado por el régimen”.

Su antología Mester de Rebeldía (1974) fue blanco del censor oficial de España, el historiador Ricardo de la Cierva. Al aceptar omitir unos poemas o recortar otros, por fin salió publicado e irónicamente fue elogiada en el periódico oficial franquista y católico “Ya”. Más tarde fue presentado el volumen en la “Cátedra Ramiro de Maeztu” del Instituto de Cultura Hispánica.

La obra se agotó pero Ramiro Lagos es inagotable. Su nuevo heterónimo árabe Ramir –que escribe poemas tan sensuales– ¿no tiene sus raíces en aquella Faduah libanesa que conoció con doce años?

Después de cumplir ochenta años tiene fuerzas y talento para seguir escribiendo sus poemas que protagoniza su personaje “Juan Pueblo”, que en Argentina existe en la poesía anónima y la pintura de Antonio Berni. O es la reencarnación del personaje Mingo Revulgo, encontrado por él en las Coplas de Mingo Revulgo: versos satíricos glosados por Hernando del Pulgar y que se le atribuyen a este o a Iñigo de Mendoza, pero otros investigadores los dan como anónimos de un monje medieval del siglo XVI. En el poema el pastor Gil Arribato, que es adivino, pregunta a otro pastor, Mingo Revulgo, que representa al pueblo, qué le sucede. Este relata sus calamidades y dice que ya no se puede creer en las cuatro virtudes cardinales: la Justicia, la Fortaleza, la Prudencia y la Temperancia, que son representadas por cuatro perras guardianas del ganado y que por esta causa los lobos están diezmándolas. A la ciudad donde nació –Zapatoca– le llaman la Ciudad levítica, donde han nacido cientos de curas y monjes. Ramiro Lagos fue uno de ellos, de la orden franciscana, pero por suerte para nosotros no llegó a ordenarse. Todo lo contrario, se desordenó colgando los hábitos de la intolerancia y la castidad. Fue en su época de claustros director de la revista teológica-filosófica El Ensayo. Tan notorio fue el cambio de la publicación al insertar en ella poemas eróticos que le valió su expulsión.

Ello propició que fuera posteriormente redactor del periódico de Bogotá Eco Nacional. Nos estamos remontando a 1948. Dos años más tarde funda el semanario EL Expreso y en 1951 viaja a España como becario del Institutito de Cultura Hispánica y estudia Periodismo y Filología Española. En ese año –1951– se une a la tertulia del Café Varela y se da a conocer como poeta. Frecuenta el Café Gijón. Recibe el elogio de José María Pemán en 1953. Se hizo miembro activo de la Tertulia Hispanoamericana, que se continuo por largos anos bajo la direccion de poeta español Rafael Montesinos con el impulso fundacional los poetas latinoamericanos inicialmente citados.

En esa época entrevista para la prensa colombiana –un libro que está por hacer–, acompañado por la poeta y periodista cubana Dora Varona, esposa de Ciro Alegría y nieta del filósofo Enrique José Varon, Colaboraba en el periódico Vanguardia Liberal, donde también ha colaborado Alvarado Tenorio que, por cierto, acaba de publicar una magnífica selección: 25 conversaciones con escritores y artistas (Editor: Jairo Osorio, Ed. Unaula, Medellín). A su vez Ramiro Lagos fue recibido por Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Buero Vallejo, Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Julián Marías y muchas celebridades literarias españolas. Regresa a Colombia en 1955 y dos años más tarde vuelve a España, esta vez con rango diplomático, como Secretario de Inmigración. Como tal lleva a su país a trabajadores calificados y a intelectuales y artistas de renombre. Dos de ellos fueron el llamado Príncipe bizantino: Teodoro Lascarias Conmeno y el Mago Gross, pintor de cabezas de poetas del Café Varela.

En Colombia, en 1968, es nombrado Subsecretario Técnico Cultural del Ministerio de Educación y auspicia y organiza el Primer Festival de Poesía Colombiana. Allí entra en contacto con dos generaciones de poetas que participan del evento lírico: la generación de Los nuevos: Rafael Maya, León de Greiff, Germán Pardo García y Luis Vidales, el vanguardista de Suenan timbres. Y con la generación de los poetas del grupo Cielo y Piedra: Eduardo Carranza, Jorge Rojas y Carlos Martín. Ramiro Lagos sustituye la piedra por una roca. En los años 60 se hace amigo del grupo de los Nadaístas con Gonzalo Arango y Jota Mario Arbeláez. Es entonces cuando se interesa en una nueva tendencia: la poesía testimonial. Hasta hoy.

En 1961 viaja a los Estados Unidos. Buscaban en la Universidad de Notre Dame (Indiana) a un profesor “con toda la barba”, y él, tomándolo en serio, se la dejó desde entonces, y se quitó su segundo apellido –Castro– para que no lo confundieran con Fidel. Nunca sin embargo ha renunciado a su boina que no la lleva a lo Che Guevara sino a lo campesino español. No en vano uno de sus maestros es Buero Vallejo, que hizo en teatro testimonial, lo que él en poesía. En su país organizó certámenes culturales y fue Secretario de la Comisión Nacional de la UNESCO, por la que viajó invitado a París. En 1964, siendo aún profesor de Notre Dame conoce a Jorge Luis Borges en Chicago, quien le concede una entrevista para hablar de las milongas en momentos tensos en que un Borges retador decía ante la Asociación de Profesores de Español de Estados Unidos: “España sólo ha dado dos escritores de importancia internacional: Cervantes y Quevedo”. Nadie más.

Un año más tarde, pasa a la Universidad de Carolina del Norte, en Greensboro, donde obtiene la eminente categoría de Emeritus Professor. Allí se distingue por ser investigador pionero con varias antologías: Mester de rebeldía de la poesía hispanoamericana (1974), Poesía liberada y deliberada de Colombia (1976), Mujeres poetas de Hispanoamérica (1986), Voces femeninas del Mundo Hispánico (1992) y Poetas sin fronteras (2000), nombre este que se le ha dado a dos simposios internacionales que él mismo ha organizado. Ramiro Lagos ha viajando como investigador literario a todos los países del mundo hispanoamericano. Su modo de conectarse con los poetas de cada país era el de programar, a través de los periódicos, una tertulia de poetas. Así trató a los más representativos de cada uno de ellos, como los miembros de La Espiga Amotinada de México. Fue en ese país donde conoció a su paisano García Márquez. La poeta nacida en Tampico, Carmen Alardin, que publicó su primer libro de versos a los dieciséis años y en 1984 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por el poemario La violencia del otoño, le dijo: “Ramiro, aquel señor moreno es García Márquez”. “Ajá” –dijo él. Entonces, resuelto se acercó al Premio Nobel y le espetó a la cara: “Ud. como que se parece a García Márquez”. Y así logró dialogar con el autor de Cien años de soledad. Truco que ya había ensayado antes con Rafael Alberti.

Desde su universidad ha sido mentor de la Asociación Alianza Hispánica y de la Fundación del mismo nombre en Madrid, organizada por la artista plástica Gloria Solas, así como del Centro de Estudios Poéticos Hispánicos. Este año celebra su sesenta aniversario de haber llegado a España, donde sigue en activo participando en el Ateneo de Madrid y otras entidades e instituciones con recitales, discursos y ensayos, agregando textos al que es uno de sus libros incendiarios: Ensayos surgentes e insurgentes (1999). Lo hemos visto en estos días arengando a los jóvenes concentrados pacíficamente en la Puerta del Sol de Madrid. Giran en torno a él alumnos queriendo que les enseñe lo inalcanzable, lo impenetrable, lo ignoto que está al alcance de sus manos de poeta. Con ojos de olivas negras, sin aceitar, nos mira. Indaga. Reconoce. Hurga. Escruta. Siempre con su boina gris, verde, negra… De día o de noche el sol no duerme para él y tiene que cubrirse la cabeza, llena de versos como sínifes, como islas perdidas o hundidas en la corriente de los ríos crecidos, de las mareas crecidas de sus versos. Como la cigarra, mientras cante, no va morir. Hace mucho tiempo que es un náufrago al que no le importan las anclas, si ha echado, como botella al mar, su cuerpo y silueta, que vagan juntas y presurosas, por los litorales de los acantilados y playas de toda América.

APOSTILLA: el autor de este articulo, Alberto Lauro, es un inquieto escritor, poeta y periodista cubano, Licenciado en Filología Hispánica. Reside en Madrid, donde se destacó como periodista de La Razón. Ha publicado numerosos libros de poesía y ensayos, algunos de ellos premiados como el de 2004, Premio Odisea, por su novela: En Brazos de Caín. Ha sido contertulio de Ramiro Lagos y con el ha dado recitales en la Fundación Alianza Hispánica de la metrópoli española.

 

Alberto Lauro

 

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