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De pintores, sexo y utopías |
Con Mario Vargas Llosa |
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A COMIENZOS DE MAYO de este año, Vargas Llosa pasó raudamente por Buenos Aires para la presentación local de su última novela, El Paraíso en la otra esquina. Este es un ritual que está efectuando regularmente desde que Alfaguara se consolidó como su casa editora en castellano: primero don Rigoberto, después el Chivo, ahora le tocó el turno a Flora y Paul. El asedio de los medios fue infernal, pero Vargas Llosa cumplió su papel impecablemente. En medio de la batahola, con la colaboración de las muchachas de prensa de la editorial, pude conversar un rato a solas con él. De ese diálogo, reproduzco las zonas que hicieron hincapié en aspectos de su producción narrativa. -En tus primeras obras hay un despliegue de procedimientos narrativos tan espectacular como una gran demostración de fuegos artificiales. Luego has ido atemperando esas destrezas técnicas, esos ímpetus innovadores, cultivando un relato menos complejo, más directo, más ortodoxo. ¿En qué medida se trata de una tendencia deliberada? Yen tal caso ¿a qué se debe? -Creo que tienes razón: cuando empecé a escribir, en mis historias ocurrían cosas y había personajes, pero una manera de contar que se exhibía de manera bastante impúdica, al extremo de que en ciertas novelas, como La Casa Verde, la técnica es protagonista de la historia. Creo que eso obedecía a dos cosas: una, al descubrimiento de la técnica, de la importancia de la forma, dentro de un contexto en el que la experimentación formal era muy rica y muy creativa. Creo que eso se refleja mucho en los primeros libros. En segundo lugar obedecía también a un prurito bastante frecuente entre los escritores jóvenes: la idea de que la oscuridad es garantía de complejidad y profundidad, que la excesiva claridad y la transparencia más bien sugieren superficialidad, cierto esquematismo. Creo que con el paso del tiempo hay experiencia acumulada y la actitud va cambiando radicalmente, así que uno tiende cada vez más a conseguir esa economía de recursos y alcanzar el máximo de transparencia y de claridad en lo que escribes, como la máxima hazaña de tipo formal. Algo de eso hay en la aparente simplificación, porque no creo que las estructuras de mis últimas novelas sean muy simples. Pero sí son mucho más claras las historias, mucho más evidentes los puntos de vista, los saltos en el tiempo, que en las primeras novelas que escribí. Creo que el esfuerzo para hacer menos visible, menos explícita la construcción formal, la técnica, es muchísimo mayor que antes. No necesariamente porque haya menos preocupación formal; a mí me preocupa muchísimo la forma, la escritura, la construcción del tiempo, los puntos de vista, trabajo muchísimo esos aspectos, pero sí hago un esfuerzo mucho mayor que antes para que todo eso no sea visible y lo que se trasluzca sea fundamentalmente la historia.
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-Insisto en que si bien se gana en claridad expositiva, tal vez se pierdan ciertos elementos enriquecedores. También ciertas ambivalencias, como la ambigüedad (a veces exagerada) de los personajes, más oscuros en sus motivaciones, menos de una sola pieza, que habitan tus primeros textos. -No alcanzo a darme cuenta lo suficiente, tú sabes, como para darte una respuesta que me convenza a mí mismo. Sí creo que es evidente que mis novelas tienen mayor claridad, una mayor transparencia de la que tenían cuando empecé a escribir, eso sin ninguna duda. La forma es mucho menos visible, está mucho más disuelta, escondida en la historia. Y además se trata de un ejercicio bien consciente. Hay detalles como los que me señalas que los ve mucho mejor un crítico o un lector que yo, pues no acabo de darme cuenta totalmente. -¡Ah, sí! (entre fuertes risas) Las tres cosas privadas para los ingleses: Dios, Dinero y Cama. Temas que procuro evitar, sobre los que prefiero no hablar. -Pues bien no hablemos entonces de la cama del autor, pero sí de la del personaje, de Paul, central en tu nueva novela. Incluso es un tema que nunca ha estado ausente en tus relatos. Si el sexo es una constante de tu narrativa, en El Paraíso... se vuelve un eje fundamental, tan vertebrador como la utopía. -Sin ninguna duda, pero creo que está muy justificado en esta historia. Responde a una convicción profunda de Gauguin y aun más, diría que organiza su vida, desde que descubre su vocación, en torno al sexo. -Yo añadiría que el tema no está solo en la historia de Paul Gauguin sino que aparece a contraluz en la otra historia, la de Flora Tristón. -Sí, aunque en ella es más una ausencia que una presencia, una ausencia en razón del trauma matrimonial, que evidentemente debió ser un trauma tremendo, porque la hizo profundamente desconfiada, recelosa del sexo y la convirtió en una puritana. Sin relaciones sexuales hasta la relación con Olimpia, que se ha descubierto recientemente y de la que se sabe muy poco, pero sí lo suficiente como para saber que fue una relación, para ella, muy positiva. De alguna manera le mostró o la reconcilió con el sexo, le dio una idea menos traumática, distinta a la idea del sexo como instrumento de sumisión, de explotación, de la mujer. Te repito que el caso de Gauguin me fascinó. Porque no solamente desde que descubre su vocación lleva una vida épica, sino que además detrás de ese frenesí sexual hay una convicción: el artista es más libre mientras más pueda dar rienda suelta a sus instintos y a sus pasiones, es más creativo, tiene mayor energía a la hora de crear. El tiene esa convicción absoluta. Entonces organiza su vida en función de esa convicción. No es solamente una coartada, no tiene coartadas morales, tiene una moral muy propia, muy distinta. Pero sin el sexo, desde luego, creo que no puedes entender cabalmente la pintura de Gauguin, sobre todo la de los últimos diez años. -¿Pero exorcizás algún fantasma o demonio personal? Dicho un poco en broma, sin la reserva inglesa y usando tus propias ideas... -Fuera de broma: si de algún fantasma se trata tiene que ver con la pintura, me gusta mucho la pintura, me gustó mucho siempre, creo que después de la literatura es lo que más me ha gustado. No como practicante, porque nunca fui ni siquiera dibujante; pero siempre estuve fascinado por el mundo de la creación plástica, siempre tuve la tentación de escribir alguna historia que mostrara ese mundo desde dentro. Lo he intentado de una manera más superficial en algunos libros anteriores. Por ejemplo, en el
Elogio de la madrastra, y también en Los cuadernos de don
Rigoberto. Pero en este libro sí quise contar la historia de Gauguin a partir de episodios centrales ligados a la elaboración de sus cuadros, así que hay algo ahí muy personal. Además, como mostrar la elaboración de sus cuadros no es algo que se puede documentar, es ahí donde volqué más mi propia experiencia personal. Esa zona es la menos documental porque hay muy poca información sobre la elaboración de los cuadros de
Gauguin. -El punto de partida es histórico, pero el proceso de reelaboración es grande. Los materiales históricos en que me apoyo son tratados con mucha libertad. Me despego del mero documento, recortando, añadiendo, manipulando. |
-En mi caso particular reivindico una experiencia personal. Tuve la enorme fortuna de que Raúl Porras Barrenechea fuese profesor en San Marcos, en mi primer año de Universidad; fue un gran, gran historiador y sobre todo un extraordinario expositor. Sus clases eran deslumbrantes, trazaba la historia del Perú con inmensa pasión. Gracias a él leí muchos libros de historia, entre esos muchos estuvo Peregrinaciones de una paria, donde Flora Tristán relata su viaje al Perú. Te insisto: la historia me ha interesado siempre, me ha fascinado siempre. Así que me ha servido muchas veces de material de trabajo. Lo que no he intentado nunca es servir a la historia, ni en Conversación en La Catedral, ni en La guerra del fin del mundo, ni siquiera en historias tan concretas como la de Trujillo o la de Flora Tristán. Siempre me he tomado una enorme libertad. -Pero mientras en Conversación.., la historia funcionaba como un telón de fondo, en La fiesta del Chivo es su medula, su eje principal. El régimen trujillista aparece sin mediaciones, sin medias tintas. -Es muy directa, claro. En cambio, en Conversación en la Catedral los hechos básicos, la imagen básica de la dictadura de Odría, están en la novela, pero los personajes históricos no aparecen con sus nombres propios, sino con nombres inventados. Por ejemplo el director de gobierno no aparece con su nombre, aparece como Cayo Bermúdez o Cayo Mierda. En cambio Johnny Abbes García aparece en La fiesta del Chivo con su propio nombre. Hay muchos otros en esta novela, desde el mismo Trujillo hasta Jesús de Galíndez, que llevan sus nombres propios. Pero aunque esto sea así, aun ellos aparecen cargados de palabras, de sentimientos, de imágenes que no son historia pura, que no son historia en sentido estricto. Son proyecciones ficticias cuyas raíces seguramente se han alimentado en mi inmersión en archivos y documentos, en la búsqueda histórica. Por eso no establecería líneas divisorias. -Creo que si bien has mantenido ciertos ejes en ese sentido, en las novelas de este segundo o tercer momento hay un componente ideológico más fuerte, un mensaje mucho más al descubierto, más explícito, como el buscado Paraíso... |
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-Creo que en el caso de mi última novela era inevitable. Es una novela de ideas; en ella las ideas son muy importantes. Sus protagonistas tienen determinadas ideas que están detrás de la obra que realizan. Creo que hay ahí claves históricas con fuertes cargas ideológicas que resultan ineludibles a la hora de narrar. Pues mira, eso es verdad. Algunos críticos me han acusado, me han señalado que mis últimas novelas son un poco ensayísticas. Si lo que eso significa es que hay ciertas ideas que son muy importantes, que en estas novelas las ideas tienen gran importancia y que aparecen de manera muy directa, eso es cierto. Es una dimensión de la experiencia que no se disimula, que aparece frontalmente.
-Creo que sí. Todo se ha dispersado muchísimo. El mundo literario latinoamericano está menos conectado. Yo tengo la impresión de que en los años 60/70 por ejemplo no solamente había una mayor comunicación, sino una mayor integración, había proyectos comunes, amistades más estrechas; tengo la impresión que eso hoy en día ha cambiado bastante, que cada uno anda un poco por su lado. Salvo casos muy concretos, en general hay una dispersión muchísimo mayor. Hay ferias, se venden más libros, hay editoriales que trabajan mucho más. Pero la vinculación personal de los escritores es mucho menor. Y las empresas comunes, fueran políticas o fueran literarias, eso que existía mucho en los años 60, son aglutinantes que hoy día no existen, han desaparecido totalmente. Me parece que responde un poco a lo que es el mundo en el que vivimos. A las colectividades las va fracturando, las va deshaciendo. Es un ritmo de vida que nos va individualizando cada vez más.
-Nunca olvidaré el cariño y la gratitud con que me hablaste de Cortázar en París a mediados de los sesenta. Ahora residís mayormente en Londres. ¿A Cabrera Infante lo tratás?
-Lo veo. No lo veo mucho, pero somos buenos amigos. En cuanto a Cortázar sigo admirando su literatura tanto como entonces.
-Con los peruanos que hoy se largan al ruedo literario ¿qué relación tenés?
-No sigo la actualidad. Eso lo hacía cuando era joven, trataba de mantenerme al tanto de la actualidad. Hoy no lo hago porque los libros que escribo precisamente me exigen una lectura obligatoria muy grande. Por otra parte tengo la sensación, como te pasa a ti seguramente, de que no voy a poder leerlo todo, como creía cuando tenía veinte años, soy mucho más selectivo a la hora de elegir los libros que voy a leer. Entonces hay muchos autores que no conozco: pero cuando tengo algún indicio de que hay una voz nueva, en América Latina o en España, pues vuelvo a mis veinte.
-Hay un escritor peruano que en muchos sentidos te pisa los talones ¿Tenés relación con Bryce Echenique?
-Lo conozco mucho, somos amigos desde muy jóvenes. Fue mi alumno, a pesar de que somos casi contemporáneos.
-Es unos tres años menor que vos.
-Bryce fue mi alumno cuando yo estaba en San Marcos. Nosotros formamos una academia para postulantes a la Universidad de San Marcos y ahí ya fue mi alumno y luego, cuando yo estuve en tercero de Facultad fui asistente de un profesor de un curso de literatura del que fue alumno Bryce. Así que lo conozco desde entonces. En esa época no sabía que escribía; lo descubrí después, cuando estaba en París, a comienzos de los años 60, cuando llegó a Europa.
-En él veo también una evolución que en algunos puntos se toca con la tuya. Sus primeras obras eran más ceñidas, menos sueltas que las actuales. |
La obra |
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NARRATIVA: Los jefes, 1959 La ciudad y los perros, 1963 La Casa Verde, 1966 Los cachorros, 1967 Conversación en la Catedral, 1969 Pantaleón y las visitadoras, 1973 La tía Julia y el escribidor, 1977 La guerra del fin del mundo, 1981 Historia de Mayta, 1984 ¿Quien mató a Palomino Molero?, 1986 El hablador, 1987 Elogio de ¡a madrastra, 1988 Lituma en los Andes, 1993 Los cuadernos de don Rigoberto, 1998 La fiesta del Chivo, 2000 El Paraíso en la otra esquina, 2003 |
TEATRO: La señorita de Tacna, 1981 Kathie y el Hipopótamo, 1983 La Chunga, 1986 El loco de los balcones, 1993 Ojos bonitos, cuadros feos, 1996 CRITICA: |
ENSAYO: Contra viento y marea, 3 vols. 1983-89 El pez en el agua, 1993 (autobiografía) El lenguaje de la pasión Alfaguara, que ha publicado sus últimos libros, ha reeditado en "Biblioteca Mario Vargas Llosa", con la aclaración de edición definitiva, la casi totalidad de sus libros, a veces reuniendo en un solo volumen varios textos, así en Obra reunida. Teatro, 2001, 555 págs., figuran las cinco piezas arriba citadas. |
Un ordenado vértigo |
Apenas tres días después, en La Casa de América de Madrid, El Paraíso en la otra esquina llegaba al público de la mano de un novedoso lanzamiento, donde palabra e imagen se unen para documentar el libro del escritor; de tal modo se aludía a un documental de Marcela Cúneo y Mauricio Bonnett, junto a tas libro de fotografías realizadas por Morgana Vargas Llosa, objetos ambos encargados de narrar el proceso de creación e investigación del escritor, quien recorrió los pasos de los dos personajes principales de su novela (el documental se retransmitiría el 8 de abril a las diez de la noche por Canal +). Entre nosotros, esta presentación había sido adelantada en La Nación, desde la primera plana del diario, por la enviada especial Gabriela Litre, en una entrevista madrileña. Pero volvamos al día en que Mario Vargas Llosa puso los pies en el NH Jousten de la Av. Corrientes. A la media tarde de ese martes 29 de abril, tras repartir coquetas carpetas ad hoc, Alfaguara ofreció a escasos metros de la Casa Rosada una conferencia de prensa general, donde el autor de
El Paraíso... mantuvo un diálogo de más de dos horas con representantes de distintos medios locales y corresponsales extranjeros. En su mayor parte las preguntas giraron en torno al mensaje ideológico de
El Paraíso... y a las posiciones del autor frente a la coyuntura política actual. El 1 de Mayo, tal vez rindiendo homenaje a los mártires de Chicago, Vargas Llosa se abstuvo de compromisos oficiales; pero tanto el día anterior como el siguiente, además de almuerzos y cenas en embajadas o casas de directivos editoriales, fueron una seguidilla abrumadora de entrevistas, que apenas le permitieron asomarse a la calle. Por ejemplo, la mañana de mi entrevista llegué un rato antes al hotel para cambiar unas palabras con mi buen amigo oriental Fernando Esteves, gerente de Alfaguara en la Argentina. Mario acababa de concluir una nota con la gente del semanario uruguayo Búsqueda y se zambullía en una mini rueda con tres periodistas chilenos. A su término dialogué con él cerca de una hora, pero los últimos tramos se cruzaron con el incesante ir y venir de los aparatos de TV, que probaban ángulos, luces y fondos para la entrevista que le haría a continuación Osvaldo Quiroga para su programa. Y el baile seguiría, alternando con la inauguración de "Las fotos del Paraíso", exposición de Morgana en el Centro Cultural de España, y con otros derivados publicitarios. Para completar el cuadro, revisé el correspondiente archivo de la editorial. En sus prolijas carpetas contabilicé quince coberturas extensas y el doble de notas breves (así y todo no figuraban allí las menciones radiales, por ejemplo). Dentro de esa parafernalia marketinera algo me reconfortó: pude leer cuatro comentarios críticos nada complacientes y con agudas observaciones. Aparecidos entre mayo y junio ellos son: "Cuando el canto de Vargas Llosa desafina", de Gustavo Benrstein. en La Gaceta Literaria de Tucumán; "Vargas Llosa, a la búsqueda de las utopías", de Carlos Roberto Morán, en La Capital de Rosario; "Dos personajes detrás del paraíso", de Carlos Ma. Domínguez en El País Cultural de Montevideo; "Utopías paralelas", de Claudio Zeiger en Radar Libros, suplemento de Página 12 de Buenos Aires. Más allá de estas cuatro buenas lecturas, la maquinaría publicitaria de la editorial rindió sus frutos y el libro permaneció varias semanas al tope de las listas de best-sellers.
En ese contexto para nada asombra una confesión como ésta: "...ser, como dicen que soy, una estrella de la literatura es un privilegio, pero también me impone servidumbres que a veces me hacen preferir el anonimato" (en la entrevista de Alfredo Serra en Gente, número 1972, Buenos Aires, 8 de mayo). También en ese contexto se entiende que Vargas Llosa, "desde hace catorce años, todos los veranos por tres semanas, con un centenar de pervertidos trepo una de las boscosas faldas de La Concha, para sepultarme en la Clínica Buchinger de Marbella, a ayunar y descansar". Pero -me aclara- "durante esos días no dejo de escribir". |
Jorge Lafforgue (desde Buenos Aires)
El País Cultural
5 de setiembre de 2003
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