Ella y su sombra |
Mujer de unos cuarenta años. Parada delante de una pantalla blanca. Cabello castaño. Vestido negro. Calzado negro. Un foco ilumina a la mujer y proyecta su sombra sobre la pantalla blanca. La mujer mira su sombra. MUJER: –¿Por qué dices eso? Yo, que me jacto de tener una sombra que piensa. Te puedo asegurar que adonde me manden, deberías venir conmigo. Mientras planeamos eso yo me angustiaba, y tú como si nada. Te reías, siempre con ese humor negro. La mujer mira al frente. Desde chica me pareció que mi sombra podía reír. Pero Padre me miraba tan… despectivo, cuando yo decía eso… Y justo cuando había que estar calladita, esta descocada se mandaba su risotada. Madre me apretaba el brazo creyendo que era yo. Y yo le decía: –“¡Pero Mami! ¡Es mi sombra, mírala, ¿no te das cuenta?!” Padre me estaba mirando torcido, con el ceño fruncido. Ese era el problema. Los ojos se le hundían en esas cuevas negras que les rodeaban. Madre no podía evitar que Padre me pegara. Ella esperaba que Padre se retire, entonces me abrazaba. La mujer mira su sombra. Alguna vez, hasta tuve temor de que Padre te pegara a ti. La mujer mira al frente. Pasó tiempo hasta que supe que no se trataba de un castigo más. Simplemente, una cosa era cuando Padre me pegaba y otra muy distinta cuando se acostaba conmigo. Para mis once años, creo, coincidió que las dos cosas ocurrieron juntas, en un mismo día. La mujer mira su sombra. Tú no estabas, recordarás que él siempre lo hacía con la luz apagada. La mujer mira al frente. Esa tarde me había asustado mucho. Creí que sangraba por los castigos. No sabía que me había hecho mujercita. Padre se enteró más tarde, cuando vino a mi habitación y ¡claro!, al verse todo ahí, de rojo, enfureció y ¡saz!, otra vez el manotazo. La mujer mira su sombra. Padre no sólo no nos enseñó a reír; cuando aprendimos la risa nos castigó por ser alegres. Ni alegres, ni tristes quería vernos. La mujer mira al frente. Me daba dinero como quien paga por sexo. Y me quitaba el resto: niñez, adolescencia… Hasta que pude entender que debía escapar. La mujer mira su sombra. Tú me convenciste que tenía que volver. Que esto se arreglaba de un solo modo. Volví, y lo maté. Y tú me dices esto, justo ahora: que ya no me vas a acompañar. Que lo tuyo no son las sombras… ¡Pues no vengas! La mujer mira al frente. Al fin estoy preparada para aprender a reír sola. Apagón.4 |
Jorge Kling
Esta edición ha sido
realizada,
por CIINOE/COMOARTES S. L.(ciinoe@hotmail.com)
en su Colección “Gaviotas de azogue” / 80, Febrero de 2009, Madrid, España.
Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio
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