Personas del tango ensayo de Tamara Kamenszain
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Es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en "La urna “ de Banchs o en "Luz de provincia" de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas y humanas de “El alma que canta". Jorge Luis Borges Historia del tango, 1955 El yo de la letra En las antípodas de "Luz de provincia" encienden sus luces de neón los títulos de "El alma que canta". Y en el corazón mismo del cancionero, brillando intermitente, el más opuesto de todos: ”Mi Buenos Aires querido". Es que aquella luz que traspasa como definición una provincia, es perfecta e impersonal. Imperfecto y humano en cambio, titila en el otro extremo ese yo posesivo que, borracho de cercanía intimista, nombra a su ciudad y, además, le añade adjetivando un sentimiento. Ya estamos en 1990 y la profecía orwelliana de Borges apunta al centro de una Intriga. Dan ganas de saber hoy, en medio de este baile de mascaritas autorales, no cuál es "la verdadera poesía de nuestro tiempo", pero sí, tal vez, quién es ése yo que dice “yo" en el poema. Sobre todo intuyendo que lejos de los márgenes que impone la literatura, en ese reino donde escribir "yo" es una expansión permitida, florece un poeta con su Identidad truncada: el letrista del tango, Ser letrista es escribir en una primera persona que usan otros. El cantor la dice en masculino o en femenino, el músico le sobreimprime otra identidad. En ese sub mundo, en medio de tantos padrinazgos, vive la letra, proliferación que le pisa los talones al poema pero que siempre toma su tajo, se desvía de él. Como una pieza suelta y perdida de abecedario, la letra busca el rumbo de su combinatoria. Necesita que le golpeen la rima, que le respiran el aire de su escansión, que armen y desarmen el rompecabezas de sus nexos y estribillos. Lastima bandoneón, mi corazón/ (...) la vida es una herida absurda. Aquí la música lastima con un acento grave, el del bandoneón, y las rimas internas que se van encadenando pegaditas, darían lástima sin el golpe de gracia que les propina la música. Los hermanos Expósito trabajaron bien en el cruce de esa fraternidad. Para estar trenzado a tu vivir con trenzas de ansiedad hay que retomar una y otra vez lo que el oído se inventa como nexo. Eso es lo que nos emociona de un tango. Cuando lo escrito está dispuesto para el pentagrama y en su secuencia dice la necesidad de ser "interpretado". Así se vuelve canción y su firma converge por duplicado. Dos hermanos expósitos juntan sus nombres al calor de un mismo apellido. Son dos poetas, Homero y Virgilio, revelando ese par de secretos que anudan la verdad de la poesía: letra y música. Después, qué importa del después, desafía uno al otro en octosílabos porque ya escucha, escribiéndola, esa secuencia musical que camina por la rima de los verbos. De sufrir a partir, en un trecho breve de escansiones, y de amar a andar, en una borrachera rápida de ritmos, al fin, sin pensamientos. El vos de tu musa Sin sonrojarse, el letrista alardea en primera persona (qué voy a hacer, si soy así/ nací buen mozo y embalao para el querer). Tal vez pensando en la facha del cantor, dice en libertad una autoría irresponsable que no termina en él. También la dice en segunda. Tú o vos ponen en la amansadora los alardes del letrista y fundan otra entidad tanguera: la musa. Decíme quién sos vos, le susurra una mascarita a la otra. Detrás del antifaz: las madres, las novias, las minas, la ciudad. Cuando Manzi escribe, en homenaje a Discépolo, tu musa está sangrando y ella se desayuna, define lo que son los poetas del tango. Esos maestros que pueden desdoblar del derecho y del revés los alcances de su musa. Si en la noche del poeta modernista ella es "musa sangrante", en la mañana del letrista será “una mujer absurda que come en un rincón". Del tú al vos, de la madre a la mina, de la lengua materna al lunfardo. En esa dirección camina el tango, siempre de cara a lo que nos emociona. Es porque dice como decimos los argentinos cómo sentimos. El lunfardo —”un juego" para Borges, "un aire" para Gómez Bas— es su soporte ¡dramático. El ancla que el tango necesita para amarrar en su reino sentimental, como lo llamó Luis Tedesco. El reino de la segunda persona, el de ese vos que para hablarte tengo que inventarte un idioma sensiblero que te conmueva y me deje bien parado. El idioma de la pareja. Quintaesencia de lo que trabajosamente busca el poeta. Un decir liviano y gracioso que, sorteando peligrosamente el ridículo, conmueva al lector. Es por eso que el tango baila. El encuentro de dos manda letra y música a los pies, para que en la complicidad de allá abajo saque lustre la borra del sentido. Firuletes, sentaditas, ochos. quebradas, son figuras retóricas que se ofrecen a quien pone el cuerpo en el baile de leerlas. El tango es él Borracho de intimismo, alucinado por sus musas, extraviado en el fárrago del decir melancólico, imperfecto y humano, el tango, sin embargo, no pierde la cabeza. Monarca absoluto de su reino sentimental, sabe que él es él. Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero, le confiesa el letrista al objeto de sus desvelos de escritor. Con este tango que es burlón y es compadrito, se presenta el cantor pisando fuerte sobre una verdad que no puede desafinar. Porque el tango es macho, asegura Julio Sosa en una contundente tercera persona del género masculino. Nunca un verso hexasílabo estuvo tan lleno en el arte del decir vacío. Nunca una enunciación Ingenua doblegó tantas sutilezas. Porque el tango es macho camina sobre la seguridad de que su efecto en cuatro sílabas ("porque el tango es") ya tenía ganada la partida. Jugándose un dos por cuatro, "macho" agrega en dos sílabas el golpe que el oído tanguero estaba esperando. Pero lejos de la paridad, el macho es de tercera: es el lugar gramatical de lo que se planta con objetividad, sabiéndose "persona". El él: la hombría del decir autorreferente. Y en ese grotesco de creerse algo (o alguien) nos convence, nos emociona. Es como la patadita que el bailarín coloca entre las piernas de la mina marcando el compás del "aquí estoy". Virulazo, enfermo y moribundo, bailando casi inmóvil, conservó ese gesto hasta el final. Su humanidad pesaba entera en esa marca, en ese golpe propinado de taquito como sin darse cuenta. El tango también es un hombre cansado que se entrega a patadas imponiendo una tradición. Por suerte, no hay que ser muy macho para encontrarlo. Se aloja en brazos de una flor de mina: la literatura. |
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ensayo de Tamara Kamenszain
Publicado,
originalmente, en Babel revista de libros año III Nº 21
Buenos Aires, diciembre de 1990
Digitalizado a pdf por Archivo Histórico de Revistas Argentinas | www.ahira.com.ar
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Tamara Kamenszain en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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