Un ensayo histórico,
Ingenieros del alma, del holandés Frank Westerman, narra, a partir de una bahía del Turkmenistán soviético, la bahía de Kara Bogaz, y de la encomienda estalinista a los escritores soviéticos de cantar las proezas de los técnicos, en particular las grandes obras de ingeniería hidráulica que emprendió la dictadura de Stalin, la tragedia de los artistas y escritores de la Unión Soviética. Allí están, convocados, estimulados, reprendidos y, en muchos casos, reprimidos y aniquilados, los más señeros autores literarios de la época, iniciando por Máximo Gorki, al que Stalin termina envenenando cuando empezó a resentir el yugo del tirano, y autores a los que mataría en el gulag o les haría pasar las de Caín, como Bulgakov, Pasternak, Ajmátova, Pilniak y Andrei Platonov.
El ensayo de Westerman se articula alrededor de un autor en concreto: la vida del escritor romántico Konstantín Paustovski y su obra
La Bahía de Kara Bogaz, una de las tantas obras por encargo en que los
lirikis, los escritores y artistas, cantaban las alabanzas de los
fisikis, los ingenieros y técnicos, que por órdenes de Stalin realizaban obras gigantescas… y con frecuencia inútiles, cuando no dañinas, como aquel Canal de Belomor que fue un completo fracaso y en cuya construcción murieron miles de hombres y mujeres esclavizados en los campos de concentración.
La obra de Westerman es descarnada, amarga; carga el alma de pena y de horror. La inmisericordia de aquel ensayo social que en su conjunto produjo sólo en el siglo XX más de 100 millones de víctimas, muestra en sus páginas la crudeza de sus desvaríos, delirios y sicopatías. Por mi parte, sólo quiero destacar una de aquellas infaustas vidas, la del escritor proletario Andrei Platonov.
El
nacimiento de un escritor proletario
Andrei Platonovich Klimentov, quien públicamente se daría a conocer como Andrei Platonov, nació el 16 de agosto de 1899 en Yamskaia Sloboda, localizada en las afueras de Voronezh, ciudad en que concurren tres líneas férreas de gran importancia. Aquella ciudad fue a donde fuera, años después, exilado internamente por Stalin, el poeta Osip Mandelstam y donde escribiera sus conocidos
Cuadernos de Voronezh. Platonov, hijo de un empleado del ferrocarril, quien era ajustador de metal y ocasional inventor (el mismo Platonov llegó a creer a los trece años de edad que había descubierto el movimiento perpetuo y desarrollaría innovaciones tecnológicas, entre ellas una balanza de su invención), era el mayor de siete hijos de una familia obrera. Creció en aquel ambiente de trabajo y agitación, en los talleres ferroviarios. La madre era hija de un relojero.
De niño le inscribieron en la escuela de la iglesia parroquial de su comunidad, en donde aprendió las primeras letras, y luego en un colegio urbano. A los trece años y medio, en 1914, empezó a trabajar, primero como oficinista en una compañía de seguros local, luego como fundidor en una fábrica de tuberías; en una finca privada como mecánico asistente; obrero en una fábrica de piedras de molino artificial; almacenista y en otras tareas, incluyendo el mismo ferrocarril en que laboraba el padre. Y simultáneamente, desde esa temprana edad, empezó a escribir poemas que enviaba a distintas publicaciones, sin mayor éxito.
Cuando se da la Revolución de Febrero de 1917, Platonov amplía sus actividades. Intenta solidificar su formación técnica y se inscribe en el Instituto Politécnico de Voronezh, en donde estudia tecnología eléctrica. A raíz del golpe de Estado bolchevique de noviembre de 1917, la llamada
Revolución de Octubre, y la posterior guerra civil que tal putsch militar desató, Platonov y su padre toman parte a favor del grupo de Lenin y con el tren llevan tropas y suministros a distintas regiones, además de limpiar de nieve las vías.
Entre los años 1918 y 1921, Platonov se da a conocer como escritor de origen obrero. A los 20 años, en 1919, se incorpora al Ejército Rojo. Publica decenas de poemas, relatos y cientos de artículos y ensayos, en una derroche creativo que ve la luz en distintos medios locales, como la prensa del sindicato del ferrocarril
Zheleznyi poner (Ferrocarril), del Comité del Partido de Voronehz
Derevnia Krasnaia (Campo Rojo) y kommuna Voronezhskaia (Comuna de Voronehz), la revista del grupo de escritores proletarios
Kuznitsa, entre otros.
La identificación con la revolución
Para 1920 aparecían varios trabajos firmados por él simultáneamente en distintos medios. Abordó temas relativos a la literatura, el arte, la tecnología, la guerra civil, la filosofía, la ciencia, la educación, la filosofía, la educación, la economía, las relaciones exteriores, la recuperación de tierras, el hambre y muchos otros más.
Se involucra en la fundación local del Proletkult; en marzo de 1920 se afilia a la Unión de Periodistas Comunistas, trabaja como editor de
Derevnia Krasnaia, es electo en agosto de 1920 en la junta provisional de la Unión de Escritores Proletarios de Voronehz; en octubre de 1920 asiste al Primer Congreso de Escritores Proletarios en Moscú, organizado por el grupo
Kuznitsa.
En la primavera de 1920, Platonov se afilia formalmente al Partido Comunista y empieza a asistir a la escuela de cuadros del partido, pero lo abandona a final de 1921, por una
“razón menor”, que podría haber sido la experiencia de la terrible hambruna de 1921 y las críticas que realizó a los privilegios de los comunistas locales para ese tiempo. Se hizo figurar que fue expulsado del partido cuando se negó a limpiar de basura el pueblo durante un sábado voluntario comunista o subbotnik . Fue readmito como candidato a miembro en 1924.
En 1921 publica su primer libro: Electrificación. El concepto de Lenin de que electrificación + poder soviético = socialismo, llevó a impulsar la electrificación de Rusia. Las bombillas en las chozas campesinas fueron llamadas las
“lamparillas de Illich” e impresionó a gente que hasta entonces se iluminaban en la noche quemando astillas de madera.
En 1922 publica Azul Profundo (glubina Golybaya), que la crítica recibió favorablemente y que llevó al poeta Valery Briusov y otros autores a considerarlo una de las promesas de la joven literatura proletaria que emergía en la Rusia soviética.
Ese mismo año de 1922, ante la realidad de la hambruna, Platonov abandona la literatura y el periodismo y se involucra en cuerpo y alma en tareas relativas a la electrificación rural y a la recuperación de tierras, laborando para organismos del Estado.
“Yo no podía estar ocupado en una actividad contemplativa como la literatura”, declararía un año después. Entre 1921 y 1922 fue presidente de la comisión especial de lucha contra la sequía local. Se involucró en trabajos como ingeniero, organizó la excavación de estanques y pozos, drenó tierras pantanosas y participó en la construcción de una planta hidroeléctrica. Además funge de administrador en otros proyectos y hace importantes innovaciones tecnológicas.
En 1925, coincidiendo con la película de Sergei Eisenstein “El acorazado Potemkin”, película distribuida por
Prometheus, una de las compañías que creó y dirigía Willi Münzenberg, el cerebro de
La Matraca Canalla, Platonov publicó su libro sobre la revuelta del Mar Negro de 1905 y el mismo fue una publicación oficial del partido bolchevique.
En 1926, en tanto especialista en mejora territorial, Platonov es electo al comité central de la Unión de Agricultura y Trabajo Forestal. En junio de 1926 se traslada a Moscú junto a su esposa, María Aleksandrovna, y su hijo, Platón. Sin embargo, un mes más tarde le despiden. El sindicato le acosa para quitarle la vivienda especial que le habían asignado. Platonov, para no morirse de hambre, vende sus libros.
En el otoño de 1926 vuelve a encontrar trabajo. Le nombran jefe del departamento de recuperación de tierras de Tambov. A comienzos de diciembre parte a Tambov como jefe de la Sección de Bonificación de la Dirección Provincial de Agricultura, y deja a la esposa y a hijo en Moscú. Allí vive un repentino flujo creativo. Escribe
El camino del éter, su premonitorio relato Las esclusas de Epifano y también
La ciudad Gradov. Por igual dos libros de ensayos: El país de los
pobres, y Crónica de una tierra pobre.
Un inesperado tropiezo con…¡Stalin!
Desde 1926 vuelve a dedicarse a escribir de manera continua. En 1927 se transforma en un escritor profesional. Al regresar a Moscú en marzo de 1927 escribe, entre otros relatos,
Constructores de una nación, Hombre secreto y
Pueblo Yamsakay. Una colección de sus relatos la publican en 1927. Al año siguiente, 1928, le publican
El origen de un maestro, primer capítulo de su novela Chevengur.
Entre 1926 y 1930, coincidiendo con el lanzamiento del Primer Plan Quinquenal en la Rusia soviética, Platonov escribió sus dos principales novelas:
Chevengur y La excavación. En 1929 termina Chevengur, crítica implícita al modelo burocrático estalinista. La novela nunca obtuvo la aprobación de la censura bolchevique y, por lo mismo, fue secuestrada por la NKVD y nunca fue publicada en vida del autor.
Ese 1929, Platonov se convierte en el blanco principal de los críticos, que desbarran sobre sus textos. Le acusan de que sus obras tienen serios errores ideológicos. El crítico Leopold Averbaj, uno de los principales teóricos de la RAPP (Asociación de Escritores Proletarios de Rusia), se ensaña contra Platonov. Su crítica es reproducida en tres importantes publicaciones soviéticas y marcan a Platonov como no afín al tipo de literatura que Stalin aprueba.
Al recibir el rechazo a Chevengur, su novela, escribe a Máximo Gorki (alias literario de Alekséi Maksímovich Peshkov), diciéndole: “Lo visité hace dos meses. Ahora le ruego que lea mi manuscrito. No lo publican (lo han rechazado en Federatsia), dicen que en la novela se representa la revolución de forma incorrecta y aun que toda la obra se interpretará como contrarrevolucionaria. Yo, en cambio, he trabajado movido por otros sentimientos y ahora no sé qué hacer.”
Máximo Gorki, quien era uno de sus protectores, al igual que Mijail Sholojov, le responde:
“Es usted un hombre de talento, esto es indiscutible, como lo es el hecho de que posee usted una lengua muy peculiar. Su novela es extraordinariamente interesante... Pero aun siendo indiscutibles las cualidades de su trabajo, no creo que se lo publiquen, que lo editen. Para ello será un impedimento su percepción anárquica del mundo, al parecer propia de su «espíritu»... Y le diré más: entre los redactores actuales no veo a nadie capaz de valorar los méritos de su novela... Eso es todo lo que le puedo decir y lamento no poderle añadir otra cosa.” Y al final, le recomienda:
“No se enojes; no deje que eso le amargue. Todo pasará. Al final la verdad sola se mantendrá”.
Trabaja en los departamentos de redacción de varias revistas además de escribir ficción. Para el otoño de 1929 visita varias granjas colectivas y sovjoses. En los comienzos de 1930 escribe la novela-crónica
En provecho – Crónica de un hombre pobre, que era una sátira de la colectivización estalinista. Los editores a los que somete la obra se la rechazan, por
“errónea”. En 1931, Krasnaya Nev (Tierra Nueva Roja), editada por el escritor soviético Aleksandr Fadeiev, le aprueba publicar la obra. Fadeiev, en persona, subraya los pasajes de la misma que debían eliminarse debido a conveniencias políticas. Los tipógrafos no interpretan correctamente las indicaciones de Fadeiev y los pasajes subrayados para ser eliminados los publican en negrita. Tanto
En provecho, como Las dudas de Makar llegan al escritorio de Stalin Al leer el cuento y la novela, Stalin se irritó en grado sumo. Fue escribiendo al margen calificativos como
“vulgar”, “hombre bobo”, “villano”, “sinvergüenza”,
“tonto”. En mayo de 1931, calificó la obra de ser una “crónica de los kulaks” (kulak era el mote de los campesinos con algún tipo de propiedad, por entonces blanco de la ira de Stalin y perseguidos a muerte por los comunistas) De hecho, resumió su impresión de la misma con las siguientes palabras, una sentencia lapidaria al autor y a la obra:
“Esta es una historia de un agente de nuestros enemigos, escrita con el propósito de desacreditar la campaña de las granjas colectivas”, escribió detrás del ejemplar de la revista la palabra
svoloch (canalla), y llamó a Fadeiev y le ordena “darle una lección a Platonov para que entienda lo que significa
“En provecho”.
En una sesión especial del Buró Político del Partido Comunista, Stalin impuso que se condenara la publicación del relato de Platonov en la revista de Fadeiev como una
“historia partidaria de los kulaks y profundamente
anti-soviética”. Fadeiev de inmediato cambió de dirección y publicó un artículo condenando el cuento que él mismo había aprobado y llamando a Platonov un
“enemigo de clase” y un “agente encubierto de los kulaks”. En especifico, Fadeiev expresó:
“Y uno de estos agentes kulak es el escritor Andréi Platónov, personaje que ya hace varios años que se pasea por las páginas de las revistas soviéticas con la máscara del «buen pobretón», de un Makar bonachón, inofensivo y loco bufón”.En 1931, la obra de Platonov fue atacada reiteradamente como “anticomunista”. Iván Makáriev, uno de los principales críticos de la RAPP, titula
“Injuria” la reseña que hace de la obra de Platonov. Mientras, el narrador amplía su amistad con Boris Pilniak, otro escritor “apestado” pero con mejores relaciones con la
Nomenklatura. Esta amistad con Pilniak terminaría trágicamente y sería negativa para ambos autores.
El tono crítico de los relatos de Platonov sobre todo la evidenciación del creciente burocratismo de la sociedad soviética, le fue granjeando animadversión entre los funcionarios estalinistas y la mala voluntad del Vodz, de Stalin, cuyo disgusto con el autor llegó hasta calificarlo abiertamente como
“tonto, canalla e idiota”.
Su novela La excavación es una fábula cuasi surrealista sobre la sociedad soviética de su tiempo que, inmediatamente propuso su publicación, despertó encendidas críticas y ataques en su contra. A Platonov lo acusaron de atacar a la línea del partido, difamar al hombre nuevo y echar lodo al proceso de transformación socialista, todas acusaciones gravísimas en tiempos de Stalin.
La autocrítica inútil
El escritor da un paso atrás, asustado, y escribe una carta a Pravda y otra a
Gazeta Literaturnaya admitiendo que se había equivocado. No le publican la carta en ninguno de los dos medios, acusándolo, los editores, de que su carta estaba cargada de ironía. La carta, archivada por la KGB y desclasificada a raíz de la caída de la URSS, empezaba como sigue:
“Les ruego que publiquen la presente carta. El abajo firmante reniega de toda su actividad literaria y artística pasada, tanto de la expresada en las obras impresas como en las no publicadas. El autor de estas obras, debido a la acción que sobre él ha ejercido la realidad social, y como resultado de sus propios esfuerzos en favor de esta realidad y de la crítica proletaria, ha llegado a la conclusión de que su labor prosaica, a pesar de sus positivas intenciones subjetivas, es por completo y contrarrevolucionariamente perniciosa para la
conciencia de la sociedad proletaria”.Preocupado, Platonov escribió también sendas cartas a Gorki y a Stalin, pero ninguno de ellos le respondió. En una reunión celebrada el 2 de febrero de 1932, durante el Congreso de Escritores Soviéticos de Toda Rusia, Platonov hace su
“autocrítica”, declarando que sus obras “carecen de interés o utilidad para la revolución”. La mayoría de los presentes en la reunión dudan que Platonov pueda enmendarse, dado que ninguna de sus obras son políticamente correctas y se amoldan a las directrices trazadas por el partido comunista ruso.
En el período de las purgas, Platonov escribió contra Trotski, Rikov y Bujarin, una manera de encontrar alivio al frío que se le había ido formando en derredor.
El 26 de octubre de 1932, Máximo Gorki invita a los más reconocidos escritores soviéticos a visitar su residencia, la casa del
“escritor del pueblo”. Hay ausencias notables: Pasternak, Bulgakov, Mandelstam, Ajmátova, entre otros. Pero están los sumisos al
apparat. Y está, con ellos, Stalin. Allí, el Vodz, que escuchó pacientemente la cháchara de sus cuartilleros, en un momento dado toma la palabra y declara:
“Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro. Por eso afirmo que la producción de almas es más importante que la producción de tanques… (…) Alguien acaba de observar que los escritores no deben permanecer inactivos, que deben conocer la vida de su país. La vida transforma al ser humano y ustedes tiene que colaborar en la transformación de su alma. La producción de almas humanas es de suma importancia. ¡Y por eso alzo mi copa y brindo por ustedes, escritores, ingenieros del alma!” De esa reunión nacería la Unión de Escritores Soviéticos, que encabezaría Máximo Gorki (Años después, en la Biblioteca Nacional de La Habana, Fidel Castro tendría una reunión igual, emulando a Stalin: su famosa reunión con los escritores, en que, buen alumno de Hitler y Mussolini más que de Marx, Engels y Lenin, plagiaría la fórmula de El Duce, diciéndole a los escritores:
“Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”. Y de esa reunión, por igual, saldría la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. Simple gusto por repetir como comedia bufa lo que no funciona).
Allí también se enunciarían las bases de ese mamotrero que cercenó a tantos talentos y corrompió la literatura y el arte en la Unión Soviética: el
“realismo socialista”. Uno de los experimentos de la época era el libro colectivo. Según Gorki:
“Si los trabajadores son capaces de verter cemento en brigadas, ¿por qué unas brigadas de escritores no iban a ser capaces de producir un libro común?” De alguna manera lo lograron: Soltzenitsin llegó a declarar que la mejor parte de la obra de Sholojov fue elaborada en los cuarteles de la Lubianka, local de la Inteligencia rusa, por anónimos autores que ensamblaron páginas brillantes incautadas a los narradores más señeros de Rusia condenados al gulag y a la muerte.
En 1932, Platonov redacta “Catorce pequeñas chozas rojas”, pieza en que aborda el trauma que significan el hambre y la muerte debidas a la colectivización forzada de la agricultura y cosecha el mismo rechazo.
Como no le publicaban sus obras, se desespera. Escribe a Gorki: “¿Puedo ser un escritor soviético o eso es objetivamente imposible?”. Gorki no le respondió.
El aparato de controlar las mentes: Glavlit
Con todo, Máximo Gorki, que aprecia el talento de Platonov, lo incorpora en las giras de escritores que promueve para que estos conozcan y canten las grandes obras de ingeniería hidráulica y los proyectos desmesurados que transforman la fisonomía de Rusia y sus países satélites. En 1934 lo incluye en un viaje a Turkmenistán, que por entonces celebraba sus diez años como república socialista. Platonov, a partir de sus impresiones, escribe el relato
Dzhan, también Takyr y redacta el artículo
Sobre la primera tragedia soviética. De toda su labor, sólo
Takyr es publicada. Platonov, que tenía que someter a la Dirección General de Literatura, GlavLit, sus textos, para aprobación, no obtuvo el
nihil obstat, pese a que se comprometió a reescribir el final de Dzhan.
Ese GlavLit tenía un control estricto de lo que podían leer los ciudadanos soviéticos. Sólo la viuda de Lenin,
Nadezhda Krúpskaia, elaboró en 1926 un índice complementario de obras prohibidas, incluyendo “un centenar de libros susceptibles de despertar
“sentimientos primitivos y antisociales”, entre ellos el Corán, la Biblia y las obras de Dostoievski. Le correspondía a GlavLit proceder a una retirada efectiva de esos libros de todas las bibliotecas, reciclándolos como papel viejo”
(Ingenieros del alma, F. Westerman, Pág. 173).
Platonov durante ese período trabaja como ingeniero en el Departamento Republicano de Pesos y Medidas (adjunto al Comisariado Popular de la Industria Pesada), sobresaliendo como inventor de numerosos artilugios tecnológicos.
A principios de 1936, incluyen a Platonov en un colectivo de escritores que tenían que producir un libro sobre los héroes del transporte ferroviario, según el proyecto de Lazar Kaganóvich, quien es presentado como
“el mejor compañero de armas del camarada Stalin”. Su primer aporte:
Inmortalidad, obtiene un inesperado éxito de crítica y la aprobación de los lectores. El repentino éxito se apaga de nuevo con su segunda contribución:
Entre los animales y las plantas, criticado en la Unión de Escritores de la URSS por su
“alejamiento del tema épico”. A Platonov lo acusan de abandonar la visión heroica para caer en una ironía que no conoce límites.
Para 1937, Platonov propone a la Unión de Escritores de la URSS su intención de trabajar en una novela intitulada
Viaje de Leningrado a Moscú en 1937, replica de la escrita por Radíschev hacía un siglo.
De
cómo Stalin solía herir donde más dolía
En mayo de 1938, Platonov recibe una muestra de la manera a veces oblicua en que Stalin castiga y degrada a las personas. Su hijo, Platón, de apenas quince años de edad, es apresado y acusado de
“agitación contra la Unión Soviética”, lo tildan de “terrorista” y de
“espía”. Platón Platónov fue condenado a diez años de trabajos forzados en Norilsk, en el extremo Norte; es enviado al Gulag, el sistema de campos de concentración que proveía de mano de obra esclava al régimen. Platonov escribió al NKVD asumiendo la responsabilidad de una escopeta infantil de aire comprimido y las obras literarias manuscritas encontradas en la casa, pero de nada sirvió.
Un informe interno de la OGPU por esos años, firmado por el agente Shivárov evalúa la obra y la conducta del novelista:
“Platónov lee sus obras sólo a sus amigos más allegados: a A. Nóvikov e I. Sats, y no difunde sus obras para que no corran de mano en mano.”
La amistad de Platonov con el novelista Boris Pilniak agrava las sospechas contra Platonov. Ya en 1929 en Rusia se acuñó el término
“pilniakismo” como un insulto, equivalente a “traición al socialismo”. A Pilniak, al final, no le fue tan bien como a Platonov. El juicio al caso 14488 contra Pilniak se celebra el 20 de abril de 1938. En apenas 15 minutos el juez Ulrich, sumariamente, condena a Boris Pilniak a muerte. Martilla dos veces y declara la sentencia irrevocable. Ordena su inmediata ejecución. La mañana siguiente, el teniente Shevelev, del NKVD, ejecuta al escritor.
Platonov, desde 1936, había ido publicando reseñas críticas de literatura en distintas revistas y periódicos. Un volumen que reunía buena parte de las mismas se iba a publicar en 1939, pero fue repentinamente abortado cuando el proyecto de publicación recibió ataques desde la revista teórica del partido comunista. Prácticamente, el único medio que tenía Platonov de obtener recursos como escritor eran sus textos para niños, pero aún estos no siempre eran bien aceptados. Varias obras que escribió para el Teatro Central nunca fueron montadas en vida del autor.
En 1939 zarandean al escritor. Los críticos se refocilan en descalificar su obra. El crítico Vladímir Yermílov denuncia a Platonov ante el primer
“ideólogo” de la URSS, A. Zdhánov.
A principios de 1941, gracias a la intercesión del novelista y diputado del Soviet supremo Mijail Sholojov, que admiraba a Platonov, excarcelan a Platón, el hijo. En el Gulag, el adolescente había contraído tuberculosis y dos años después, en 1943, muere a causa de la misma, no sin antes infectar a su padre.
Alemania invade a Rusia, ante el desconcierto de Stalin. Platonov es momentáneamente autorizado a volver a colaborar como periodista y escritor y se convierte en corresponsal de guerra para el periódico del ejército rojo Krasnaya Zvezda. Se le permite publicar por un permiso especial de Stalin. Mientras transcurren los años de guerra, a Platonov le publican los libros:
Inspiración Popular (1942), Historias de la Patria (1943),
Armadura (1943) y Hacia la puesta del sol (1945). Los censores eliminan implacablemente de sus obras aquellas que no tratan de la guerra y que no tienen un tono o enfoque heroico.
Platonov sufre heridas de guerra en Checoslovaquia durante la ofensiva del Ejército Rojo contra Hitler y se le agrava la tuberculosis, lo que provocó que se le licenciara.
Terminada la guerra, escribe La familia Ivanov, que provoca que le lapiden de nuevo: difama a la hombre nuevo, claman sus críticos. Fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos y todas sus obras fueron prohibidas. Le quitan los trabajos y sólo le permiten que ocupara la plaza de bedel del edificio del Instituto de Escritores. Escoba en mano, mientras barre el patio del local de la Unión de Escritores, ve a los autores aprobados conversar y disfrutar. Era la vida que le habían proscrito, pero que le dejaron atisbar, un tanto como para que viviera el suplicio de Tántalo. En 1947 el crítico V. Yermílov, el mismo que lo había denunciado ante Zdhánov, acusa a Platonov de que su obra La familia Ivanov era una sarta de calumnias contra el poder soviético. De nuevo, apenas puede obtener ingresos por sus obras escritas para niños, y ello gracias al apoyo de Mijail Sholojov, que las apadrina.
El 5 de enero del 1951, en total pobreza, marcado por la situación de ser tildado de enemigo de Stalin y del poder soviético, rechazado por la progenie de los escritores oficiales, gordos por los privilegios que el régimen otorgaba, Andrei Platonov falleció, alcohólico y desconocido, en Moscú, a consecuencias de la tuberculosis que contrajo de su hijo. Con él moría una de las plumas más talentosas de la literatura rusa del siglo XX. Le entierran en el cementerio armenio de Moscú. El novelista Vasili Grossman encabeza una Comisión para la Herencia Literaria de Platonov e intenta publicar un par de libros, pero le niegan la autorización. En 1958 se publica una selección escogida de sus obras. Sólo 30 años después, durante La Perestroika, los lectores rusos pudieron acceder a lo más importante y significativo de su obra.
El valor de su obra narrativa
Para Joseph Brodsky, el poeta y premio Nobel ruso, Platonov posee un nivel de calidad literaria semejante a Franz Kafka , James Joyce o Robert Musil. Y observa que la obra del ruso tiene la tremenda fuerza de un Thomas Mann o un Marcel Proust. Y otros autores le comparan e igualan, sobre todo por su revelación del absurdo del burocratismo socialista presente en su obra, con la del inglés George Orwell y no falta quien lo tilde de El Hemingway de Rusia o le asemejen a Samuel Beckett. Por igual, se le considera que alcanza en sus obras los niveles satíricos de un Jonathan Swift.
Precisamente, Hemingway en los años previos a la segunda guerra mundial, que había leído un cuento de Platonov, habló en respeto y admiración del estilo narrativo de este a unos periodistas rusos que le entrevistaban, y estos tuvieron que reconocer, avergonzados, que era la primera vez que oían su nombre y desconocían quién era.
Platonov narra el encontronazo entre las fantasías de igualdad, solidaridad y bien social de las utopías socialistas y las políticas burocráticas y dictatoriales de los funcionarios soviéticos, obtusos y orientados a no crearse problemas con los dirigentes y a preservar su posición, así como el impacto deletéreo de las políticas de Stalin y el sufrimiento que ellas producían en el pueblo llano.
Para Platonov : “El arte consiste en expresar lo que es más complicado por el medio más simple. Es la forma más elevada de la economía.”
Robert Chandler, uno de sus traductores al inglés, lo considera el mayor estilista de la prosa rusa en el siglo XX, superior a autores tan significativos como Boris Pasternak, Alexander Solzhenitsin, Vasili Grossman y Shalámov.
Sólo en la década de los ochenta, a partir de la Perestroika de Mijail Gorbachov empezaron los ciudadanos rusos a recuperar la obra de Platonov, secuestrada por la KGB, y comenzaron a editarse por primera vez en su propia patria los textos censurados de este maestro de la narrativa.
La tragedia de Platonov fue el creer en verdad la utopía que vendían Lenin y su gente. Él creyó que la redención había llegado a los pueblos que conforman ese mosaico de nacionalidades que era entonces Rusia. Y se comprometió a fondo con ese proyecto. Al observar la cruenta realidad de los padecimientos de la gente, la hambruna, los crímenes arbitrarios, las medidas impopulares o desatinadas, el ensorbecimiento de los
apparatchiks y la perruna subordinación a los jerarcas, su ser interno se rebeló. Quiso enmendar, denunciar, reflejar esa realidad de degeneración y burocratización. Pero eran los burócratas los que decidían sobre el valor de su obra. Luchó contra el poder. Una lucha perdida de antemano.
Ese es el sino trágico de su vida. No pudo adaptarse, rebajar su pluma, mentir y festejar al endiosado padrecito de los pueblos. El realismo socialista de Stalin y Zhadnov no era más que nuestra publicidad: seres felices, hermosos, siempre contentos, siempre disfrutando, en una burbuja de satisfacción y logro, que encubría una realidad oscura, sórdida, tenebrosa y amarga. Nunca pudo entender que la función de la literatura, para Stalin, era encubrir y maquillar la realidad, pintar un mundo ilusorio, en nada reflejar la vida gris y absurda que consumía las existencias de millones de ciudadanos en aquel imperio inmisericorde que regía el tirano de Georgia. |