Cabalgando en el soneto

poema de Jorge Jobet

Sí, efectivamente. El espíritu tiene la virtud de recogerse cuando así lo desea. ¿No es, acaso, la poesía, una constricción consciente? Es claro que algunos prefieren el desbordamiento, el alud, la perorata. Me quedo con los caballeros que no se dejan llevar por su cabalgadura. Cuestión de arte, sin duda. Y de sabiduría. Por muchos caminos se llega a Roma. Considero que es preferible conocer las distancias, los puntos cardinales, la condición del tiempo. El soneto exige esta preparación elemental. Es tan perfecto como un triángulo, un círculo o una pera. Ahí está la forma que debe vivir por su contenido. Todo el mundo cabe en un soneto, en un soneto de veras. ¿Cuánta vida, qué momento, cuál instante habrá que vaciar en ese molde tan severo como una trinitaria o una golondrina? El poeta cuenta con el golpe intuitivo y con la razón, conducidos por el sentimiento. Ponga entonces en juego sus armas, espante el maleficio vulgar de quienes persisten en la defensa de la ingenuidad mentirosamente simplista y fácil de la adolescencia, y permita que sus signos se graben en el inmutable mármol que lo espera. No hay sonetos de pellín. Acero bien templado y no bolitas de dulce. Sí, por supuesto. Es un punto de vista. Uno de tantos.

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