CONVERSACIONES Augusto Monterroso dialoga con Noé Jitrik por Noé Jitrik |
Augusto Monterroso |
Noé Jitrik |
A los setenta y cinco años, Augusto Monterroso (1921-2003) había sido galardonado con el Premio Internacional Juan Rulfo. Curiosa simetría para él, que había escrito un microrrelato en clave en el cual se refería al propio Rulfo como “El Zorro es más sabio”, incluido en La oveja negra y demás fábulas (1969): Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen. Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas. El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa. Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cócteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más. -Pero si ya he publicado dos libros- respondía él con cansancio. -Y muy buenos -le contestaban-; por eso mismo tiene usted que publicar otro. El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”. Y no lo hizo. Monterroso vivía en México, pero visitó en esos tiempos Guatemala, el país de su nacionalidad, después de cincuenta años de ausencia, y participó en las tratativas de paz entre el gobierno y la guerrilla. Cuando visitó Buenos Aires, su amigo Noé Jitrik mantuvo un diálogo con él acerca de esos temas, su regreso a su país de origen, el premio y su literatura. La conversación se publicó en el suplemento “Radar”, n° 7, del diario Página / 12, de Buenos Aires, el domingo 29 de setiembre de 1996. ZAMA rescata ese reportaje, e incluye al final dos apostillas de Monterroso. NJ: Es muy significativo que te hayan otorgado el premio Juan Rulfo por el tipo de obra que es la tuya. En un momento en que la literatura mundial parece inclinarse por lo grandioso, por decirlo así, por las obras de largo aliento, que premien una obra caracterizada por la economía, la consistencia, con síntesis de trabajo, tiene algún sentido, un valor. AM: En primer lugar yo no soy un escritor de mucho público. No he escrito novelas muy largas, más bien me siento como un marginal en ese sentido. Por eso para mí ha sido una sorpresa. Yo no esperaba el premio, pero me da muchísimo gusto por su alcance. Sobre todo ahora que estamos enfrentando tanta mercantilización en la literatura. Los libros prácticamente se han convertido en objetos comerciales. El jurado ha valorado algo que no lo es. También hay que considerar la existencia de autores marginales para quitar la impresión de que la venta es un mérito literario en sí mismo. NJ: Creo que tu obra tiene dos vertientes. Una, yo diría -y ya se ha convertido en un lugar común- trabaja sobre el ingenio y el humor, la otra en la indagación literaria propiamente dicha. A este segundo aspecto los jurados -profesionales o no, rutinarios o no- suelen rechazarlo un poco, así que aquí se ha premiado la totalidad de un intento literario, no solamente la veta del humor. AM: Sí, es cierto. Claro que debo decir que me tocó un jurado que, por esas cosas del azar, conoce mi obra bastante bien, e incluso algunos de ellos han dado cursos acerca de ella en distintas universidades: José Luis Martínez, de México; Nélida Piñón, de Brasil —que había sido premiada el año anterior—; Jorge Rufinelli, de Uruguay; Amos Segala, de Italia; Juan Cruz Novoa, un autor chicano de Norteamérica; Saúl Yurkievich, a quien tú conoces muy bien; Gustavo Guerrero, de Venezuela; Adolfo Castañón, de México, y John King, de Inglaterra. NJ: Yo diría que el premio es una revalorización muy oportuna de una determinada actitud frente a la literatura que, dicho en términos solemnes, está en riesgo en este momento. ¿Puede ser también ése el motivo por el cual volviste a Guatemala después de tantos años? AM: La Universidad de San Carlos de Guatemala me dio un doctorado honoris causa. Y, siendo una universidad que ha dado muy pocos de estos títulos -porque son muy estrictos en estos honores, y también porque ha sido una institución muy perseguida por cuestiones políticas-, yo consideré que era un gran honor para mí y lo acepté. Eso implicaba ir a Guatemala, lo que me enfrentó al hecho de que llevaba unos cincuenta años sin pisar mi país, una cantidad de años tremenda. Por razones políticas. NJ: ¿A tu juicio la atmósfera cambió al punto de sentir que podías ir? AM: Efectivamente. Con el cambio de gobierno sentí que había una intención de apertura. Hay señales muy concretas en las pláticas de paz que están teniendo lugar para acabar con esta guerra que lleva ya treinta y seis años. Este cambio también se nota respecto de la guerrilla de la URNG (Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca). Todas estas cuestiones me hicieron pensar que era el momento de volver. NJ: ¿Cómo van las rondas de conversaciones? AM: Están a punto de culminar, y de lograr ese anhelo de una gran parte de los guatemaltecos de que esas guerras terminen. Lo más importante ahora es que están a punto de cerrarse esas conversaciones. Incluso el presidente Álvaro Arzú me invitó a asistir a la ceremonia de la firma como testigo de honor, cosa que también han hecho los miembros de la guerrilla. Estoy invitado por los dos extremos. Es algo que me llena de gusto. Sobre todo porque han sido negociaciones muy difíciles. NJ: ¿Cómo te fue en ese regreso? ¿Qué sentiste y qué recuperaste? AM: Te diré que fue espléndido. Viví un clima de gran apertura. Reencontré mucho cariño entre la prensa y los escritores jóvenes, algo muy emocionante. Me encontré con que tenía allá muchos más lectores de lo que suponía y que se me apreciaba en muchos círculos, incluso oficiales. El gobierno adhirió al doctorado con una condecoración que se llama Miguel Ángel Asturias, creada hace veintiséis años, según me contaron, pero nunca otorgada hasta ahora. NJ: ¿Recuperaste lugares que conservabas en la memoria? AM: No mucho, porque desgraciadamente sólo tenía cinco días para estar allá, y la cosa se redujo a los actos públicos, las conferencias y las condecoraciones. Así que no creas que tuve mucha oportunidad de pasearme por la ciudad. Pero naturalmente los olores cambian, la visión del paisaje es otra, y me han quedado muchas ganas de volver. No a vivir, porque eso es muy difícil a esta altura de mi vida. NJ: Volvamos a tu obra. Me resulta interesante destacar lo que puede ser una posición concreta en el tema de los géneros narrativos, del cual en la Argentina se habla mucho como una manera de entender la literatura. AM: Esa mezcla que ha habido ahora entre el ensayo, el poema y el cuento, donde cada uno de ellos puede participar del otro, está creando un nuevo género que no sabemos hasta dónde va a llegar. Yo lo veo como una búsqueda de valoración de la palabra, que se refleja en el deseo de evitar redundancias o excesos para ir a la esencia de las cosas. Creo que mi obra se está perfilando un poco a la idea de que todo arte es poesía. Lo que estamos intentando algunos escritores es esa concentración que nos va a acercar a ese ideal de la poesía, ya no en la forma verso sino en la prosa. NJ: Por lo pronto nos van llevando a una zona más personal, más peculiar, que no es fácil de clasificar y que por lo menos les da dolor de cabeza a los historiadores de la literatura. AM: Es algo que yo siento que se está extendiendo también en Europa. Una palabra que no hemos mencionado hasta el momento es brevedad. He notado en periódicos de Italia y España que, en sus secciones literarias, tienen concursos de cuentos breves y brevísimos. Hay una valorización de todo lo que encierra el concepto de la brevedad. El aforismo, el fragmento. NJ: La brevedad al mismo tiempo no excluye la complejidad. Es como la materia que se deposita para que la forma breve pueda tener su efecto. O sea que brevedad no es simplificación. AM: Desde luego que no. Es concentración más intensidad. NJ: Esto lleva a otra cosa que tiene que ver contigo. Quizás no sea un término feliz pero es el tema de la erudición, tu gusto por la lectura de los clásicos. Es algo sabido para tus lectores que reivindicas a Swift, a De Quincey, y que por esa vía llegas a reivindicar a Borges, una especie de cadena en la que tus gustos e inclinaciones se sienten correspondidos. ¿En qué punto estás en el terreno de tus gustos literarios, a qué lecturas has vuelto? AM: En realidad no he vuelto porque nunca me he ido. Todo empezó efectivamente con los clásicos latinos. Para no ir más allá de Horacio, diré que él siempre preconizó la brevedad y la concisión, y además yo siento una fuerte inclinación por la sátira. Pero no son lecturas “actuales” por la sencilla razón de que nunca las he dejado de leer. NJ: Hace un rato, cuando hablamos del tratado de paz en Guatemala, mostraste un interés sustantivo por el tema, lo que me lleva a preguntarte por la relación entre literatura y política, que es algo que también trataste en tus textos. AM: Yo no quise mezclarlas, no quise llevar la política a lo que yo escribía. La política es cosa de todos los días, y me cuidé incluso de eso, porque yo quería ser escritor. En nuestros países, tú sabes, no hay manera de no estar en la política, y yo he estado en las calles, en las luchas, y por eso estoy exiliado en México desde hace tantos años. Pero sin mezclarlo. Una cosa es como escritor y otra como ciudadano. Claro que a partir de mi cuento “Mr. Taylor” yo traté de hacer un tratamiento literario de algo eminentemente político, como es el imperialismo norteamericano. A eso yo llamo política también. En ningún caso quiero que se piense que yo soy un escritor que rechaza lo político. NJ: En tus textos también está claro que no idealizas lo literario como una manera superficial de hablar de las relaciones sociales. Te burlas de los que podríamos llamar los “literatosos”. Hay momentos en que pareces no soportar esa manera de vivir la literatura. ¿Qué te pasa en la actualidad con ese modo exterior, superficial, de vivir la literatura? AM: Cuando uno tiene la idea de la literatura como un arte es donde ya puedes meter todo, meter incluso la política, porque lo que andas persiguiendo es el objeto artístico, ya no tienes ese riesgo, esa “literatosidad” aparece cuando no se trata de llegar a la profundidad de las cosas. NJ: Algo que me parece que recorre muchos de tus textos es la idea de la dificultad de escribir. AM: Yo me he enfrentado con el gran problema que es escribir. Quizás por buscar la verdad y la seriedad mezcladas con la belleza. Si estás queriendo buscar verdad y belleza te estás enfrentando a una cosa sumamente difícil. Otra cosa que yo he pensado siempre es que el escritor no debe saber, que no debemos confundir el saber con la erudición. Nos hemos enfrentado a esta paradoja, de que cuando un escritor “sabe” hacer un cuento ya no tiene nada para decir. Cuando sabe hacer un poema ya no tiene nada para decir. El escritor que sabe hacer las cosas, que tiene oficio, ya no tiene nada que decir. Es una paradoja que podría servir para un seminario. GUATEMALA “Ya adolescente, mi infancia se resiste y se niega a morir. No me dejes, me dice, no te metas a grande; atrás está oscuro y tengo miedo de regresar; pero ya llegamos hasta aquí y alguien vela aún por nosotros; más allá está el mundo de los mayores, ¿quieres ser como ellos?; en todo caso no me abandones, llévame contigo, me portaré bien, y si voy contigo no nos ocurrirá nada malo: juntos podremos hacernos a un lado mientras los adultos se atacan y se odian entre sí, juegan juegos peligrosos, se meten o se dicen cosas en voz baja y se encierran por parejas en cuartos oscuros. Pero, aunque no lo quieras, iré contigo, correré todos los riesgos contigo. Los riesgos esperaban, en Guatemala.” MOVIMIENTO PERPETUO “Hace muchos años me di cuenta de que, sin mayor imaginación, los escritores de todas las épocas representaban el mal en forma de animales muy grandes. Ya fueran imaginarios, como dragones, quimeras o serpientes voladoras, o reales, como dinosaurios, ballenas o aves de mal agüero, pensaban que cuanto más voluminoso fuera el animal, más fácil era combatirlo; claro: le metías una espada o un arpón y la bestia, el Mal, se desangraba espectacularmente y moría, y el Bien ocupaba su lugar. Como reacción a esto, busqué la representación del Mal en lo pequeño, en lo doméstico y aparentemente inofensivo, y me fijé en la mosca; y sucedió el fenómeno contrario: comencé a encontrar en la literatura de todas las épocas referencias siniestras a esas minúsculas compañeras nuestras de todos los días, y en efecto, recogí unas cuantas en Movimiento perpetuo.” |
por Noé Jitrik
Publicado, originalmente, en revista Zama Vol. 6 Volúmen 6 (2014) 217-220
Revista editada por
Instituto de Literatura
Hispanoamericana - Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA
revistazama@gmail.com
Link del texto: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/zama/article/view/1546
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Augusto Monterroso en Letras Uruguay
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