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Escritura en Hispanoamérica: en el camino de la otra utopía |
Quiero decir, antes de que el tiempo pueda resultarme corto para exponer algo relativo al temario de este foro, que nunca me ha parecido que la literatura latinoamericana deba replegarse sobre sí misma y buscar una pretendida identidad y autonomía cultural respecto de otras a estas alturas de los tiempos. A estas alturas abogar por un purismo estético o una emancipación histórica completa de la literatura nuestra frente a la europea no me parece posible, porque sencillamente la literatura es un fenómeno humano y en permanente diálogo consigo misma, quiero decir, con la tradición universal que la nutre, y no veo cómo un escritor alemán, francés, español o italiano deba tener necesariamente menos repercusión en la literatura de un escritor argentino, venezolano o colombiano que de los escritores nacidos en sus propios países. Cuando García Márquez, Cortázar o Salvador Garmendia escriben sus novelas, ya de por sí están impregnados de todos los ecos de sus lecturas, incluyendo las lecturas de los autores europeos, que de seguro han mezclado con la de los escritores americanos –de modo más inconsciente que consciente— y las de los autores nacidos en América, incluyendo por supuesto a escritores norteamericanos o brasileños, aunque fuese en traducciones deficientes. De modo que me parece una hipocresía o una miopía o una pose andar esgrimiendo por allí que los escritores latinoamericanos expresamos o descubrimos los dilemas de la raza cósmica o establecemos el punto de partida para una nueva humanidad, o sosteniendo tesis esencialistas acerca de las diversas tendencias modernistas, criollistas, indigenistas, mágicas o maravillosas que supuestamente han fundado la literatura nuestra, de un modo casi químicamente puro. Desde sus inicios, la literatura hispanoamericana ha sido deudora histórica de la literatura europea por la sencilla razón de estarse expresando en castellano, una lengua romance que es hija directa del latín y del griego y está poblada de galicismos, anglicismos y arabismos. Lo que sí puede seguramente ocurrir es que la lengua castellana se haya enriquecido y renovado en América, pero es esencialmente una literatura mestiza. Quiero decir también que el dilema de los escritores con respecto a su propia existencia, a su propia sociedad -o soledad- y a su mundo terrenal o cósmico es, en todos los países occidentales, más o menos el mismo. Lo que ocurre es que está expresado de manera diversa: sus inflexiones, tonos y aventuras lingüísticas son diferentes, y esto es lo que las hace fascinantes e inagotables. El drama de Kafka, por ejemplo, es el drama humano individual de un checoeslovaco de origen judío, pero es a la vez el drama de un escritor europeo del siglo veinte que irradia todo su drama a todo el resto de la sociedad moderna; así como el drama de Baudelaire en Francia o el de Whitman en Estados Unidos es el del escritor enfrentado, en el albor de la modernidad, a la busca de asuntos distintos para la poesía, -asuntos que tienen que ver con lo popular- produciendo una serie de innovaciones simultáneas en cada país y continente, acaso sin sospecharlo ellos mismos, drama (entiendo aquí por drama la totalidad de la experiencia vital de un escritor enfrentado al reto de la página en blanco) que se hace universal una vez que se han seguido las pistas de cada poeta, en este caso casi en el mismo año: Walt Whitman publica Las hojas de hierba en 1856 y Charles Baudelaire Las flores del mal en 1857, sin conocer uno la obra del otro (nótese sin embargo la analogía sonora en castellano en: “Las flores de…” “Las hojas de…”), están inaugurando ambos una corriente poética definitoria. Y así pudiéramos poner muchos ejemplos con escritores fundamentales de Europa como Joyce, Proust, Mann o Virginia Woolf, que han tenido un influjo determinante no sólo en la literatura, sino en la cultura de todo el mundo. Uno de los ejemplos más claros de este doble ramal nutriente en la literatura hispanoamericana lo tenemos en el Modernismo, movimiento que se nutrió simultáneamente del romanticismo y de la tradición grecolatina, para hacer de ella un crisol donde varias culturas podían fundirse para expresar un complejo mosaico de mitos, leyendas y tradiciones de Europa y las mixturaba a voces indígenas, criollas, autóctonas o vernáculas para hacer de ello un movimiento tan poderoso que cautivó e impactó la imaginación europea, precisamente porque devolvía el legado europeo renovado con los matices americanos. Darío, Martí, Lugones, Herrera y Reissig, Díaz Rodríguez, Coll y muchos otros vivieron momentos de trascendencia estética en Europa, como bien lo observó, poniendo un ejemplo, Miguel de Unamuno en España en las novelas modernistas de los venezolanos Manuel Díaz Rodríguez (Ídolos rotos y Sangre Patricia) y en los ensayos críticos de Pedro Emilio Coll. Por cierto que Unamuno, tal vez el mejor prosista ensayístico de su tiempo, fue uno de quienes con más ímpetu se acercó al espíritu de América y a la argentinidad en escritores como José Hernández, Sarmiento y la literatura gauchesca; por otro lado a la obra de Rubén Darío, a quien dedica varios ensayos y su artículo Sobre la literatura hispanoamericana, publicado aquí en el diario “La Nación” de Buenos Aires en 1899, donde anota varias ideas que vienen al caso: “Tienen ante todo, en América, que hacerse su lengua, y tenemos todos que trabajar para que sobre el núcleo del viejo castellano se forme el idioma español, que aún no está hecho ni mucho menos. (…) Tienen que hacerse también tradición en América, porque no podemos los españoles dársela. La tradición viva sólo se transmite con las íntimas condiciones sociales del pueblo que la produce, y esas condiciones, faltas del sustento de su base económica, no se trasplantaron allende el océano. Esta tradición propia es lo que los americanos buscan, por vías de imitación, es natural, pero al fin y al cabo la buscan, pero aquí creemos poseerla y no la poseemos en realidad. Puesto que allí se está fraguando nueva casta, deben rechazar nuestro casticismo. Sería mejor para ellos y para nosotros. Tal vez nos ayuden en la obra de que a nosotros mismos nos descubramos, por debajo de una tradición española que muere.” Todas estas ideas las desarrolla Unamuno en su alegato “Contra el purismo”. Luego podríamos citar a los escritores del criollismo americano, quienes imitando de modo auténtico a los naturalistas europeos, crearon un especial realismo para la novela americana en las obras de Azuela, Gallegos, Guiraldes, Sarmiento, Rivera, Alegría, Icaza, y luego, en poesía, en voces contundentes como Neruda, Vallejo, Girondo, Huidobro, López Velarde, Paz, Borges, Lezama Lima, Ramos Sucre. Posteriormente, durante la década de los años 60 del siglo XX, el llamado boom de la literatura hispanoamericana, de mero fenómeno de marketing editorial armado desde Barcelona, España, permitió ver un movimiento (pero jamás un canon, como pretende acuñarlo ahora Vargas Llosa) literario de calibre en las voces de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Benedetti, Manuel Puig y Salvador Garmendia, quienes a su vez hicieron volver la mirada hacia maestros anteriores como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo o Felisberto Hernández, los cuales suscitaron un positivo despertar de la narrativa, la poesía y el ensayo en Hispanoamérica y han tenido un eco decisivo en la literatura y cultura de todo el mundo, por tratarse de verdaderos maestros. Creo que sería oportuno citar aquí el repunte que ha obtenido el microrrelato en la literatura hispanoamericana. El cuento breve siempre ha existido en la literatura nuestra, aunque fue muy acertada la publicación, en 1953, de una antología de Cuentos breves y extraordinarios realizada por Borges y Bioy Casares aquí en Buenos Aires, la cual en cierto modo puso de nuevo sobre el tapete a las formas breves presentes en distintas tradiciones, pues en los años 60 casi nadie hablaba sobre el microrrelato, aunque algunos escritores como Juan José Arreola, Augusto Monterroso y Armas Alfonzo habían publicado ya algunos de sus libros justamente en esta década; pero Alfredo fue en los años 70 cuando hubo una práctica más consciente de éstos por parte de una generación a la que pertenezco, y hubimos de esperar hasta los años 90 para ver al microrrelato adquiriendo reconocimiento y alas para ir a volar a Europa, pues en este siglo XXI volamos literalmente los escritores a España o Suiza, donde se han realizado sendos encuentros en Salamanca y Neuchatel sobre minificción. En España ha encontrado editoriales como Páginas de Espuma en Madrid y Thule en Barcelona dedicadas exclusivamente al microrrelato, las cuales han cumplido un trabajo de primer orden en la divulgación y el estudio de la forma breve. En Buenos Aires se realizó en junio de 2006 un Encuentro de Minificción, el año 2009 otro en la Patagonia y ahora mismo en esta Feria del Libro se ha programado una lectura de microrrelatos donde mi alter ego está leyendo ahora mismo unos relatos en otro auditorio, auspiciada por Raúl Brasca, quien ha realizado ya varias antologías de microrrelatos tituladas 2 veces bueno que se ocupan de autores cultivadores (y autor el mismo Brasca de textos similares) del género a ambos lados del Atlántico. Del mismo modo me parece absurdo andarse hoy por hoy con complejos de inferioridad respecto de Europa, cuando de literatura se trata. Otra cosa es que intenten vendernos los productos de la industria editorial europea, a autores ultrapremiados y presentados como las nuevas maravillas, y nosotros nos lo creamos. Algo que puede ser tan ingenuo como creer que Cristóbal Colón descubrió América o que los europeos son la civilización y nosotros la barbarie. O pensar que el único holocausto que ha vivido el planeta sea el judío por manos de los nazis, cuando nosotros en América vivimos uno peor cuando naciones enteras fueron exterminadas a lo largo de todo el territorio de la manera más bárbara, en nombre de las Coronas y de la Iglesia. Que salgamos entonces a adquirir las novedades editoriales españolas, por ejemplo, como si fuesen revelaciones quintaesenciadas de la literatura -cuando en verdad la mayoría de ellas son meros ardides publicitarios de mercadeo- puede ser otro espejismo más producido por el marketing. Tenemos que andar con mucho cuidado para que no nos metan gato por liebre en esta jungla de volúmenes, muchos de los cuales son triturados por máquinas, luego lavados y reciclados al año siguiente para imprimir otros premios o hacer otro lanzamiento mediático. Debemos, pues, tener un olfato de galgo para encontrar a los autores esenciales, esos que nos hacen emocionarnos y reflexionar desde lo profundo con su arte, sus mundos, sus dramas, sus personajes y sus imágenes; éstos, al fin y al cabo, son los mundos y las creaciones que podemos leer libremente y sin complejos, provenientes de cualquier latitud, para estremecernos y enriquecernos interiormente con ellos. |
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Gabriel Jiménez Emán
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