Hace unos 2500 años Sófocles presentó su Antígona en un teatro de Atenas. Hace unos 200 años Hölderlin publicó su traducción al alemán de la Antígona en una editorial de Frankfurt.
Le antepuso unas notas introductorias.
No le sirvieron de nada. Su traducción fue motivo de burlas, señal clarísima, se decía, de su descenso definitivo a la locura.
Sólo cien años después la academia alemana habría de revisar el diagnóstico. La traducción de Hölderlin será considerada por eminentes críticos y estudiosos como una de las obras más importantes en idioma alemán, muestra insólita de un feliz maridaje de lenguas y de culturas diferentes, la antigua griega y la moderna alemana. Este idioma poético llegará a su máximo esplendor, según esta misma crítica, en los grandes himnos de Hölderlin, los largos poemas de estilo pindárico que dedica a ríos, a ciudades y paisajes. Poemas que la filosofía de Heidegger declara, en un hoy en día difícilmente comprensible exceso nacionalista, encarnaciones en poesía y palabra viviente del mundo antiguo, del espíritu cásico, del alma griega.
La poesía de Hölderlin sería para Heidegger, única traducción apropiada, correcta y verdadera del pensamiento y poesía de los griegos.
Después se vino abajo el mundo moderno, se sucedieron los terrores y tragedias del siglo 20, y nadie en su sano juicio pudo hablar ya más de encarnaciones o de únicas traducciones verdaderas.
Y comenzaron a reeditarse y estudiarse las obras de Hölderlin desde otras perspectivas menos sublimes y excesivas.
También sus traducciones con sus notas introductorias. En ellas Hölderlin había dibujado un mapa mucho más confuso e intrincado de los polos y posturas enfrentadas en la tragedia clásica. Ya no se trataba de la estricta oposición entre la joven Antígona, decidida a cumplir con la obligación familiar de enterrar a sus muertos, y el soberano Creonte, que honra al sobrino caído en defensa de la ciudad y condena al sobrino abatido atacándola.
Para Hegel, amigo de infancia y compañero de estudios de Hölderlin, el conflicto se resume en dos leyes y fidelidades que deben sucederse históricamente. Una es la singular ley familiar de Antígona, su privada fidelidad a los seres queridos, la otra es la ley colectiva, del Estado que defiende la ciudad y juzga entre héroes y traidores. Para Hegel, Creonte se equivoca sólo en el exceso de su justicia, que no perdona ni siquiera después de la muerte. Y Sófocles, más que una reflexión sobre estos dilemas humanos, ofrecería una obra de arte que por muy sublime que sea, no deja de ser solamente eso, una obra de arte, pura estética, y no razón ni filosofía. Antígona podrá ser sublime para Hegel, pero lo es sólo porque es la bella metáfora del arte de los antiguos, arte que será inevitablemente superado por la razón, por la filosofía moderna.
Hölderlin no estaba tan seguro. Para Hölderlin es Sófocles, lo dice en sus notas, el que ’tiene razón’. Y tanto Antígona como Creonte pueden ser juzgados como héroes y como traidores. Porque ambos serían excesivos, soberbios, temibles. Él los llama ’anti-theos’, opuestos a los dioses por querer asemejarse a ellos en su pretensión de defender y tener la verdad y razón absolutas. Sin consideración ni piedad con la visión contraria son literalmente despiadados, es decir, inhumanos, desmesurados, terribles, ajenos a los hombres y a los dioses. Pues el dilema en la tragedia de Sófocles sería ’político’ y no religioso o filosófico. Y tanto Antígona como Creonte, en su desmesurada pretensión de absoluto desconocerían tiránicamente eso ’político’ de la polis y de sus semejantes, nosotros todos, humanos y mortales, y por ello absolutamente diferentes a los dioses eternos e inmortales. La metáfora no es sólo Antígona, sino toda la tragedia.
Consciente de ello Hölderlin entiende lo trágico como metáfora de lo político, y entiende las diferencias. También las diferencias entre tragedia antigua y moderna, entre polis antigua y moderna. Entiende que sólo la polis antigua encuentra en la tragedia su género adecuado. Que no puede escribirse una tragedia moderna para reflexionar sobre la política. Que todos sus esfuerzos para hacerlo, sus varios intentos para terminar su obra sobre Empédocles, serán en vano. Que al poeta moderno le queda la traducción de la tragedia antigua. Pues metáfora es para el diccionario no sólo imagen sino también palabra griega para transporte, traslación, mudanza. Hölderlin entiende que el poeta moderno, a diferencia del antiguo, podrá crear metáforas ya sólo a partir de las traducciones, que serán muchas, diversas, particulares. Tan diversas como todas las voces de un coro, que sin embargo a veces logran armonizar de forma hermosa sus diversidades. Como ejemplo ofrezco una traducción posible de la traducción hölderliniana del segundo coro de la Antígona de Sófocles: "Tremendo y terrible es mucho, pero nada tan terrible como el ser humano.
Cruza cielos y mares, domina tormentas y temporales, domestica tantas plantas, tantos animales. Y la palabra y el pensamiento, y el orgulloso gobierno en las ciudades domina. Y talentoso es en todo. A veces. A veces en nada. Pues a la nada llega, y ningún talento le alcanza en el futuro lugar de los muertos. A veces es inocente o sabio, otras déspota y delincuente.
Cuando en conciencia jura como ciudadano, alcanza tremendas alturas. Cuando como salvaje traiciona insolente el orden de la terrenal hermosura, destruye terrible nuestros hogares.
Nada querríamos con aquellos que piensen así, que hagan tal cosa." Hölderlin, me parece, entendió a Sófocles, entendió a los antiguos mucho mejor que Hegel, o que Heidegger. Porque los entendió desde la realidad inevitable de la distancia que separa lo moderno de lo antiguo. Distancia que se puede achicar, acercar un poco, por medio de la traducción cuando se entiende que traducir es tratar de armonizar diversidades. En bellísimos poemas greco-alemanes al estilo de Píndaro. O en otras combinaciones, más modestas. Dependerá, claro, del talento, pero también del momento y de la polis.
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