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Río Bravo |
Como todos los fines de semana, el adolescente se trasladó de Matamoros a Río Bravo. La novedad era que ese domingo, del verano de 1966, debía hablar en la concentración campesina sobre las inquietudes de los jóvenes de la región norte de Tamaulipas y en apoyo a las demandas de mayores precios de garantía para la tonelada de sorgo y menores cuotas de riego. Isidoro Rodríguez, como fue presentado ante los asistentes al mitin campesino para protegerlo de las imprevisibles reacciones de las autoridades de la alcaldía, la Secretaría de Recursos Hidráulicos, el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización y del Ejército acantonado en Reynosa, era un trabajador citadino que empezaba a descubrir el mundo rural. De su ronco pecho, sin mediar un guión escrito ni mucho menos un texto completo, Isidoro planteó con más enjundia que claridad, los temas que le asignaron para el acto: La insuficiencia de la parcela paterna para asignar trabajo ya no digamos un pedacito de tierra a los hijos, los bajos salarios de los obreros agrícolas y más aún de los muchachos, todo ello agudizado por los insuficientes precios de garantía fijados por la Conasupo, ahora inexistente y extrañada, y los altas cuotas de riego del agua proveniente del Bajo Río San Juan. Pero más que lo que dijo Isidoro, impactó la forma en que lo expresó. Se cuidó muy bien de no incurrir en el esquema que escuchó en Valle Hermoso y que atribuía las carencias de la sociedad rural centralmente a un presunto enriquecimiento de las ciudades “en las que abundan los palacios”. Cada frase la pronunciaba con la vista fija en el balcón en que estaban cómodamente instaladas las autoridades, como si escuchar denuncias y reclamos fuera una tarea dominical. Más bien pretendían, con su inquietante presencia inhibir a los oradores, que se moderaran ante la presencia de los censores de la libertad de expresión. Isidoro pasó de la frase y la vista fija en el balcón al señalamiento personificado, de los responsables inmediatos de los problemas que planteaba. –¡Allí están! ¡Ésos son los responsables! Decía una y otra vez respaldado con los gritos y las ovaciones de los campesinos azorados por la valentía (o inconsciencia) del güerito de 16 años, de ojos color miel y pelo rubio. La irritación de los señores del balcón llegó a su límite y un teniente coronel recibió la orden de detener al novel orador. Los movimientos del pelotón de soldados fueron bastante obvios. Abajo, y con los de abajo, los dirigentes de la Central Campesina Independiente tomaron las medidas pertinentes. El muchacho bajó del templete, alguien le colocó un sombrero y le susurró al oído “No te separes de mí” y se dejo llevar por la multitud que lo arropaba, abriéndole un camino muy estrecho y en forma de zigzag que lo condujo en unos minutos a una camioneta que arrancó enseguida y lo colocó a buen resguardo en un domicilio privado. Allí se enteró que su palabra llegó al corazón de los campesinos, pero sin alebrestarlos. También del enojo mayúsculo del jefe castrense. –Esta vez se me peló ese cabrón muchacho. Pero yo me ocuparé de él y más temprano que tarde lo agarraré para bajarle a madrazos los humos. ¡Así no se le habla a las autoridades. Y menos a mi jefe y general. ¿Qué se cree este cabrón güerco? Además, no se llama como dicen ustedes –amenazó a los dirigentes que permanecieron en el mitin: Crispín Reyes, Severiano Ponce, Rosendo Gaona, Isaías Pineda, Guadalupe Gaona y Pantaleón Zedillo. –Díganle que se cuide porque le voy a partir su madre –remató el jefecillo de la milicia. Hasta el 20 de noviembre de 1968 que Isidoro permaneció en la región, varios ceceístas lo saludaban con alguna de las frases acusatorias y las gesticulaciones que usó más dos años antes. Entendió, entonces, la indignación y la amenaza castrense. Por eso aquel domingo la dirigencia comunista del regional del norte tamaulipeco le aconsejó no asistir a la manifestación y marcha campesina en apoyo al movimiento estudiantil y popular de 1968. Fue de las contadas movilizaciones agrarias que se realizaron en el país. Los dirigentes le advirtieron: –Puedes asistir. Pero acuérdate que el teniente coronel te la sentenció y desde temprano se presentó al local de la CCI, desconectó los aparatos de sonido, se los quería robar pero no lo permitimos. Preguntó por ti y con tu nombre verdadero. No vale la pena correr el riesgo. Hoy por la noche te vas a México y tienes que llegar bien. |
Remembranzas, de Eduardo
Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández
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