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Punto de partida |
A Marcel Mantel, creador del emblemático personaje Monsieur Bip que inmortalizó a Marcel Marceau, siempre lo asoció César al Berlín de la segunda mitad de los años 60 del siglo pasado, con todo y el claro origen francés y formación universal del considerado mayor mimo de la historia. El fallecimiento, el 22 de septiembre de 2007, del Fabricante de máscaras, título de una de sus obras, o El marinero de los aires como él mismo se autodefinió en una ocasión en México, lo condujo mentalmente con cierta recurrencia al Berlín donde lo vio actuar por primera vez, entonces dividido por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y confrontado hasta quitar el sueño a los pocos mexicanos que a fines de septiembre de 1967 vivían y estudiaban en Berlín oriental. César no recuerda la fecha en que arribó a la Escuela Superior de la Juventud Wilhem Pieck –primer presidente de la República Democrática Alemana– situada en Bogensee, en el centro de un bosque de coníferas y a un costado de un hermoso lago, a 45 minutos entonces de la capital, para estudiar economía política, filosofía, estrategia y táctica del movimiento comunista y obrero internacional, y alemán, nombres de las materias en que un grupo de latinoamericanos se concentraron durante 10 meses, además de ilustrativos viajes de prácticas. Sí tiene claro César que para el 10 u 11 de octubre de 1967, los mexicanos que llegaron con un mes de retraso al curso de la escuela donde estudiaban decenas de chilenos, uruguayos, colombianos, finlandeses, suecos, daneses, noruegos y sudaneses, así como cientos de alemanes, los cimbró la noticia de la caída en combate y el asesinato de Ernesto Guevara de la Serna. Desaparecieron al instante la algarabía juvenil característica de la cafetería, la conversación en voz alta y los brindis con tarros de cerveza desbordados por la espuma: –¡Prost! ¡Prosit! ¡Zum Wohl! Cuando César ingresó al lugar, el silencio y la tristeza se respiraban en el ambiente. –Mataron al Che en Bolivia –fue la respuesta en voz baja, entrecortada que recibió César, quizá de Vladimir, el traductor chileno. La universalidad del nativo de Argentina –formado en México y Guatemala, forjado en Cuba, El Congo y Bolivia– se recrea por cuarta generación consecutiva, para el revolucionario que rendía culto a la verdad. Del humanismo en que están formados y educados sus partidarios, dieron testimonio los médicos cubanos que curaron de cataratas a Mario Terán, el teniente del Ejército boliviano que el 9 de octubre de 1967, estaba nervioso y falló los primeros disparos dirigidos a Ernesto Guevara. Herido y con las manos atadas a la espalda, en una escuela de La Higuera, el comandante le pidió que se calmara y le gritó: –¡Vas a matar a un hombre! El asesino recuperó la vista en 2006, gracias a la Operación milagro de asistencia oftalmológica que los gobiernos de Cuba y de Venezuela desarrollan con éxito en el subcontinente, ahora que está viejo y pobre. Con la recuperación de las vivencias de César Sepúlveda, no sólo se da cauce a añoranzas instaladas en la memoria con fuerza, sino porque Bogensee fue punto de partida –amateur por supuesto– de un ejercicio periodístico que perdura. Allá realizó el periodista mexicano, con el nombre temporal mencionado, durante varios meses un programa radiofónico dos veces a la semana, en español, alemán e inglés para una comunidad integrada por un millar de estudiantes, maestros, traductores y trabajadores de intendencia. El programa tenía como sello musical Guantanamera, creada por el cubano Joseíto Fernández, con letra tomada de los Versos sencillos del escritor e independentista cubano José Martí, en la versión del estadunidense Peter Seeger, melodía que él universalizó, e intérprete de música popular muy reconocido en aquellas latitudes, más que en su propio país, aunque ahora es poseedor de un Premio Grammy, además de autor de We Shall Overcome (Venceremos). |
Remembranzas, de Eduardo
Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández
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