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Los otros 68
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

Al cumplirse 40 años de la consumación –a sangre, fuego y cárcel– de la derrota del movimiento estudiantil y popular de 1968, el recuerdo se instaló en la memoria del otrora joven Isidoro Rodríguez.

Instalado en la pantalla de su Texa se dispuso a recuperar una de las múltiples expresiones, no capitalinas ni estudiantiles, de la solidaridad que suscitó en el norte de Tamaulipas, como en diversas regiones de la república, e insuficientemente registradas por protagonistas y estudiosos.

Recordó a Felipe Milán, uno de los integrantes del comité regional del Partido Comunista Mexicano, quien lo acompañó el miércoles 2 de octubre a la estación del ferrocarril de Río Bravo para trasladase a Matamoros. Tras platicar largo y tendido, minutos antes de abordar el tren, le soltó a boca de jarro:

–Parece que hubo una matanza de estudiantes en México.

–¿Cómo? ¿Cuándo? –Fue todo lo que hilvanó.

–Lo escuché en la radio y la información es muy confusa –alcanzó a decirle el ahora periodista, mientras el tren arrancaba, quizá a las 19 horas, bajo un cielo intensamente azul, nubes blancas y un sol de verano. La nítida imagen quedó registrada como una fotografía. La confusión envuelta en preocupación también.

Aún registra que la sorda represión posterior, ordenada por el afamado Chacal de Tlatelolco, fue intensa pero selectiva, y que se hizo presente por los rumbos de Río Bravo, Matamoros, Valle Hermoso y Reynosa.

Mas la Central Campesina Independiente –conducida por Crispín Reyes, Severiano Ponce Sandoval, los hermanos Rosendo y Guadalupe Gaona, Isaías Pineda y Pantaleón Zedillo, entre otros–, tomó las calles en varias ocasiones para marchar e impulsar el apoyo rural a los seis puntos del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga, a la vez que planteaba sus propias reivindicaciones: mejores precios de garantía para el sorgo y maíz, disminución de las cuotas de riego...

No olvida que en las asambleas de ejidatarios, contadas pero también de obreros agrícolas –un año antes padecieron a las fuerzas policiales de Agapito González Cavazos que rompieron en El Control, la primera huelga de granjas avícolas de que se tenga memoria–, se informaban y discutían las novedades que arrojaba la rebelión estudiantil.

Los centros de educación media y superior, más los primeros pues los segundos eran tres, recibían decenas de miles de octavillas en Matamoros y Reynosa, distribuidas bajo el sello de la discreción en razón de que la vigilancia policíaca estaba a la orden del día.

No olvida Isidoro que por aquellos días visitó Matamoros Romeo González, representante de la asamblea de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales ante el CNH. Y que después de realizar una frívola disección de las corrientes que actuaban en el movimiento, en la cafetería que estaba a un costado de la presidencia municipal, no se molestó en auxiliar a los cuatro jóvenes, entre ellos él, en el riesgoso reparto nocturno de propaganda.

Así lo publicó 40 años después en Utopía y recibió de Israel Galán una larga explicación sobre la trayectoria de sí mismo y de González Medrano como dirigentes del Partido Estudiantil Socialista y del espartaquismo, al lado de José Revueltas, como prueba del fogueo que acumulaban, para finalmente reconocer sin inmutarse: “No sé qué hizo Romeo en Matamoros como lo refieres, pero creo que es sólo una percepción tuya pasada por el tamiz del tiempo transcurrido desde entonces, lo de la ‘frivolidad’ del compañero. Yo me baso también en datos de la historia y en recuerdos personales y ellos me dicen que asumimos con responsabilidad nuestra tarea en cualquier circunstancia”. Amén.

Los miles de ejidatarios, comuneros y jornaleros agrícolas que marcharon por las calles de Río Bravo, de la sede de la CCI a la plaza Benito Juárez, y muchos más que recibieron información y deliberaron en sus comunidades, no tenían aquellos pequeños reparos, y lo mismo portaban mantas de su organización social, que cartulinas hechas por sus hijos estudiantes de secundaria o de preparatoria, coreaban consignas y repartían volantes producidos en mimeógrafo.

La grata remembranza del Isidoro promotor de la organización social del campo, lo condujo a concluir en su nueva condición de escribidor, pero sin ningún afán de ofender a nadie o suscitar más desmentidos:

“La solidaridad del agro del norte de Tamaulipas con el movimiento del 68 ni remotamente conmovió a los estudiantes de la Universidad Nacional y el Instituto Politécnico como los campesinos de Topilejo, pero seguramente tuvo mayor consistencia, continuidad y alcance. Por cierto, uno de sus municipios lleva el nombre del genocida Gustavo Díaz Ordaz”.

Y finalmente:

“Una visión centralista, en cierta forma achilangada, del movimiento estudiantil y popular de 1968 tiende a omitir la multiplicidad de expresiones universitarias, campesinas y hasta sindicales que, gracias a la izquierda política y social de hace cuatro décadas, se materializaron por diversos rincones de la República”.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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